CAPÍTULO 4

Selene entró en la imponente sala del concilio de ancianos, su presencia irradiaba una majestuosidad que llenó el lugar. A su entrada, todos los presentes se pusieron de pie de inmediato, cuando esta comenzó a caminar por el interior de la sala, los lobos presentes se inclinaban en reverencia ante sus pasos, reconociendo su posición como la diosa de la luna, aquella creadora que, cumpliendo su palabra, había vuelto para reunirse con ellos. Sin embargo, entre la multitud que se postraba ante ella, destacaba el anciano Paul, cuyos ojos no reflejaban el mismo respeto hacia ella que el de los demás.

Selene avanzó con gracia hacia el centro de la sala, su mirada tranquila pero penetrante, escrutando cada rincón, de cierta forma dejando en claro que es capaz de leer los pensamientos de cada lobo presente. Cuando sus ojos se encontraron con los del anciano Paul, notó el leve destello de recelo en su mirada, un gesto que no pasó desapercibido para ella.

El anciano Paul permaneció erguido en su asiento, sin ceder ante el impulso que estaba llevando a su lobo a inclinarse ante su diosa. Su postura, aunque tranquila, dejó en claro para todos los presentes que, hasta cierto punto, está desafiando la autoridad de Selene. Los murmullos de los demás lobos llenaron la sala mientras observaban con sorpresa la audacia del anciano líder del consejo.

Selene en todo momento mantiene su elegancia y compostura, su expresión imperturbable mientras se acercaba al aciano con pasos deliberados. Cuando estuvo frente a él, su voz resonó en la sala con una calma poderosa.

— Anciano — dice con voz suave pero firme —, ¿por qué te sigues negando a mostrar el respeto que merece mi presencia?

Los ojos del viejo lobo se estrechan ligeramente, su lobo instándole y rasgando su interior en disconformidad ante su osadía y negación a doblegarse ante su creadora, pero la parte humana del anciano, se mantiene firme en su posición de inclinarse ante ella, no permitiendo que su lobo le haga retroceder. En su lugar, respondió con firmeza.

— No niego su poder y posición, mi señora — son las palabras expresadas por el anciano en su tono de voz profunda —, pero permítame mantener mi propia posición y convicción ante sus motivaciones.

Los murmullos inquietos se vuelven mayores y recorren la sala mientras los demás lobos observaban la interacción entre la diosa y el anciano. Por su parte, Selene mantuvo la calma, su mirada fija en el anciano, evaluando cada palabra que salía de su boca.

— Gracias por tu sinceridad. — responde con un tono amable y menos a la defensiva que antes. — No vine para imponer mi voluntad, sino para guiarles y protegerlos ante la inminente presencia de la oscuridad que quiere ceñirse sobre todos mis hijos. —Fijando su mirada en el hombre, Selene deja que su mirada se torne ambarina, dirigiéndose al lobo interior del viejo alfa. — Eres libre de actuar por ti.

Aquellas palabras calman un poco la tensión que se había instaurado en la sala.

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Becka corría por los sombríos pasillos de los calabozos sin permitirse dejar a sus piernas flaquear, su pecho ardiendo por la falta de aire y sintiéndose ya casi sin aliento. El sonido de sus propios pasos resonaba en sus oídos mientras el miedo le hacía latir el corazón con aún más fuerza y de manera totalmente desbocada. Sabía que no podía detenerse; hacerlo significaba acercarse un poco más a la muerte a manos del lobo maldito que la perseguía.

Sus pulmones ardían con cada bocanada de aire que inhalaba mientras sus pies golpeaban el suelo de piedra con desesperación. Los pensamientos de escape llenaban su mente, pero sabía que estaba perdiendo la batalla contra el tiempo. La confirmación de aquella idea llegó cuando el sonido de las garras raspando contra la piedra la hizo apurar su paso. Girando su cabeza solo un momento, lo hizo justo a tiempo para ver al lobo maldito emergiendo de entre las sombras, sus ojos brillando con una ferocidad salvaje mientras se abalanzaba hacia ella.

Becka sabía que no podía correr más. Con el corazón en la garganta, se preparó para defenderse con su magia rúnica de control, aunque su cuerpo se sintiera débil y agotado por el esfuerzo de la huida y por haber usado esta magia prohibida durante el ataque a la manada del sur. Levantó sus manos temblorosas, invocando las runas antiguas en un intento desesperado por detener al lobo.

Pero antes de que pudiera lanzar su hechizo de control, una figura imponente apareció de entre las sombras. Era Josh, el alfa, con su pelaje oscuro brillando a la luz parpadeante de las antorchas, las mismas que hacían sombra a la sangre que le cubría. Con un gruñido feroz, se interpuso entre Becka y el lobo maldito, su mirada ardiendo con determinación asesina mientras se preparaba para enfrentar al enemigo. Los dos lobos se lanzaron el uno contra el otro en una danza mortal, sus colmillos chocando con un estruendo atronador.

Becka apenas podía creer lo que veía. A diferencia de su padre y su hermano, Josh siempre fue más calmado, y aunque su rasgo dominante le hacía ser más fuerte que otros lobos, él nunca fue de los interesados por las peleas o por entrenarse en ellas; por ello, verlo pelear con aquella fiereza fue algo que nunca pensó ver. Sin bajar la guardia, la sacerdotisa se quedó allí, observando la batalla con los ojos abiertos de par en par, sin atreverse a apartar la mirada por temor a perder a Josh. Si debía perder su último aliento en ayudarlo de alguna manera, lo haría.

La lucha fue feroz y despiadada. Becka sintió que su alma abandonaba su cuerpo cuando el lobo maldito cayó sobre Josh, sus fauces prestas para destrozar a su enemigo. El aullido de dolor y el charco de sangre que se formaron tras aquel ataque helaron la sangre de la mujer, las lágrimas brotando de sus ojos ante la idea de haber perdido al alfa. Por un momento ninguno de los dos lobos se movió, pero cuando el maldito comenzó a moverse, Becka se preparó para defenderse. Sin embargo, cuando el lobo negro se quitó de encima el inerte cuerpo del maldito, Becka sintió paz al ver que era Josh quien emergía victorioso de su pelea.

Con pasos vacilantes, Becka se acercó a Josh. Con un gesto de afecto, colocó una mano temblorosa sobre el ensangrentado pelaje negro, sintiendo el latido del corazón del lobo bajo la piel. Ante aquel gesto, Josh regresó a su piel humana y es en ese momento cuando la sacerdotisa se dejó llevar por la tormenta de emociones que la invadían y terminó por envolver el lastimado cuerpo en un marcado abrazo mientras se permitía llorar su temor.

— Yo… temí perderte —susurró Becka con voz temblorosa y cortada por las lágrimas.

Josh la miró con ojos cálidos y comprensivos, su corazón latiendo de forma desbocada, pero no por la pelea, sino por tener la oportunidad de abrazar a la mujer que amaba y que el destino le negó. Aferrándose a ese breve momento, dejó una suave caricia en los negros cabellos de la mujer mientras se permitía disfrutar de ese segundo de paz.

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Zven, Allan y Lían se enfrentaban a Hansen. Los tres lobos se movían con ferocidad y totalmente negados a darle algún tipo de tregua al anciano. Sus colmillos y garras impactaban contra el cuerpo de Hansen en búsqueda de causar el mayor daño posible y dejarle heridas de gravedad. Pero, contrario a sus planes, Hansen había comenzado a estar rodeado por esa misteriosa aura de oscuridad; parecía impenetrable, sus ojos brillaban con una malevolencia intensa que seguramente terminaría por helar la sangre en las venas de más de un lobo. Cada vez que Zven, Allan o Lían intentaban atacarlo, la sombra que lo rodeaba se retorcía y se contorsionaba, absorbiendo cualquier golpe que intentaran asestarle. Aun así, los tres lobos luchaban con todas sus fuerzas, cada uno de ellos determinado a acabar con la vida de Hansen.

Mientras tanto, Lían luchaba internamente con su propio cuerpo. El alfa buscaba mantenerse de pie y seguir en la pelea a pesar de sus heridas, pero, aunque su herido termine herido, debe aceptar que la pérdida de sangre había comenzado a debilitar su fuerza y su resistencia. Estaba comenzando a sentir cada movimiento como un esfuerzo agonizante, y cada golpe que recibía de regreso por parte de Hansen lo acercaba un poco más al borde del colapso.

Aunque Lían intentó que no fuese notoria su situación, Zven y Allan no pudieron pasar por alto la precaria situación de su Alfa. Pero, aunque quisieran ayudarle o sacarle de allí para obtener atención médica, ambos estaban demasiado ocupados tratando de contener a Hansen como única opción para poder ayudarlo. Sin embargo, a medida que la lucha se prolongaba, la preocupación de ambos por el estado de Lían se volvía cada vez más apremiante en sus mentes.

Los tres lobos se lanzaron contra Hansen en un ataque coordinado, sus rugidos llenando el aire mientras intentaban romper la defensa oscura que lo rodeaba. Pero incluso juntos, parecían impotentes contra aquella esencia desconocida.

Lían se tambaleó, sus fuerzas agotadas y su visión nublada por la pérdida de sangre. Miró a Zven y Allan con ojos fatigados, sabiendo que su debilidad estaba poniendo a su hermano y mejor amigo en peligro. Sin embargo, no podía permitirse rendirse, no cuando tanto estaba en juego.

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