CAPÍTULO 3

Hansen se abalanza con furia desenfrenada contra Lían; sus garras afiladas brillan a la luz de la luna mientras busca infligir un golpe final al alfa. Lían, herido, debilitado y aún sin procesar lo ocurrido, apenas logra esquivar el ataque mortal de Hansen. Sin embargo, aunque logra esquivar el ataque directo, recibe un golpe profundo en su costado derecho que lo hace tambalearse.

El alfa cae al suelo, su respiración entrecortada por el dolor mientras lucha por mantenerse consciente. Hansen se prepara para asestar el golpe final, su mirada llena de malicia y pudiendo saborear el triunfo buscado por tanto tiempo. Sin embargo, antes de que pueda llevar a cabo su plan, Zven y Allan irrumpen en la escena con ferocidad. Los dos lobos se lanzan contra Hansen con una determinación clara: herirlo o matarlo. Sus cuerpos chocan con el del anciano envolviéndose en un torbellino de furia y violencia.

Hansen se ve obligado a retroceder ante el repentino contraataque, sorprendido por la intervención de los dos centinelas. El combate se convierte en un caos frenético, con los tres lobos enredados en una danza mortal de garras y colmillos. El sonido de los gruñidos y los rugidos llena el aire, mezclado con el olor acre de la sangre.

Lían, aprovechando el breve respiro que le brinda la aparición de su hermano y su mejor amigo, lucha por ponerse de pie; su lobo trabaja rápidamente para regenerar su debilitado cuerpo por las heridas. Su lobo interior ruge con furia, instándole a levantarse y unirse a la pelea una vez más. Sin embargo, apenas logra dar unos pasos antes de que sus rodillas cedan bajo el peso de su cuerpo herido.

El alfa cae de rodillas en el suelo, su respiración agitada y su visión comenzando a nublarse por la pérdida de sangre. En medio de todo ese caos, y mientras la oscuridad amenaza con reclamarlo, Lían se sumerge en un conflicto interno con su lobo. Por primera vez, sus mentes se entrelazan en una danza de autoacusaciones y reproches, cada uno culpando al otro por su debilidad y su incapacidad para derrotar a Hansen.

"¡Eres débil, Lían!" —, gruñe su lobo, su voz resonando con ferocidad. — "Deberías haber sido capaz de detenerlo antes de que esto llegara tan lejos. Eres incompetente, y ahora toda la manada sufre por tu fracaso."

Lían aprieta los dientes, la ira ardiendo en su pecho mientras lucha por contener la furia que amenaza con desbordarse. — "¡No somos diferentes, tú también eres débil!" —, responde, su voz llena de amargura. — "Eres un Dominante y, aun así, no pudiste imponerte al maldito anciano. ¿Por qué no acabaste con su vida antes de llegar a este punto?!"

La pelea interna alcanza su punto máximo en el momento que Lían y su lobo comienzan a enfrentarse en un choque de voluntades.

Pero en medio del tumulto de sus pensamientos, una voz suave y desconocida se abre paso.

“No es el momento para la autodestrucción”, — susurra la voz, y aunque desconocida para el hombre, el lobo se muestra anhelante al encontrar en ella un tono ligeramente familiar.

Solo esas palabras, no se necesitó más para que Lían y su lobo se miren el uno al otro. Hombre y animal ceden lo necesario para poder encontrar de nuevo su armonía.

Las heridas de su cuerpo no habían terminado de regenerar, especialmente aquella última que tan grave se siente; aún así, haciendo un nuevo esfuerzo, logra ponerse de pie y abalanzarse contra Hansen justo antes de que éste logre darle un golpe mortal a Zven.

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Cillian entró en el castillo justo en el momento en que la pelea parecía totalmente perdida para su antigua manada. El estruendo de colmillos y garras llenaba el aire, y el olor a sangre impregnó sus sentidos. Con un aullido amenazador, el viejo alfa captó la atención de todos los lobos presentes, incluso de los malditos.

Los ojos de Cillian barrían la escena caótica en busca de cualquier señal de sus hijos. Pero entre el caos de la pelea, era difícil distinguir algo con claridad segura. Sentía el peso de la incertidumbre sobre el destino de su familia, haciéndose mayor el temor de perder a otro de ellos.

Sin duda alguna, todos los lobos recién llegados se unieron a la pelea, y mientras unos se unieron a los lobos del sur para someter a los malditos, otros se apresuraron hacia las jaulas para liberar a las sacerdotisas y sacarlas de allí. Cillian no dudó en apartar todo lo que se cruzara en su camino mientras se abría paso.

Sin embargo, conforme avanzaba por los enrevesados pasillos del lugar, también se sentía cada vez más desconectado de Lían, como si el lazo que los unía se desvaneciera lentamente. El temor se apoderaba de él cuando la posibilidad de también perder a Lían cruzaba por su mente. Su testarudo hijo, al igual que sus hermanos, era su gran orgullo. No podía permitir que algo pasara o que incluso él mismo muriera sin haber logrado arreglar antes su situación.

Sabía que sus dos cachorros estaban en peligro, un peligro que se hacía más palpable cuando la conexión con ellos  se volvía cada vez más lejana, pero no podía permitirse perder el control. Con determinación, se adentra en el corazón del castillo, buscando desesperadamente a sus hijos.

El rugido de la pelea retumba a su alrededor mientras avanza por pasillos oscuros. Cada paso lo acercaba más a ellos, puede sentirlo, y cuando una luz se muestra al final de aquel largo pasillo, solo una duda se apodera de él: ¿habría llegado a tiempo para salvar a sus hijos, o sería demasiado tarde?

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Anne corría, ya casi sin aliento, por el denso bosque. Su corazón late con fuerza y puede sentirlo desbocado dentro de su pecho, pero en esta oportunidad no hay dolor ni ausencia de aire; es la primera vez en su vida que se siente de esa manera. Mientras algunas de las ramas se arremolinan a su alrededor como dedos amenazadores tratando de detenerla, había una urgencia en su interior, un impulso que la empujaba hacia adelante.

Mientras se abre camino entre los árboles, sus pensamientos se centraban en Lían, el lobo tonto que la arrancó de su mundo y había cambiado su vida para siempre. Cada fibra de su ser estaba impregnada con el deseo de encontrarlo, reunirse una vez más con él y asegurarse de que estuviera a salvo en medio de todo el infierno que se había desatado.

De repente, el bosque pareció estrecharse a su alrededor, como si el mismo aire se volviera más denso y pesado. El sonido de un aullido más cercano la hizo detenerse en seco, y su instinto la llevó a cambiar de dirección; sus piernas la llevaron hacia el lugar del que proviene aquel aullido que momentos atrás resonó en la distancia y que parecía llamarla con un eco familiar. Es entonces cuando de entre los árboles emerge un enorme lobo negro, su pelaje brillando con la luz dappled de la luna que se filtra entre las hojas. Pero a diferencia de las veces anteriores, esta vez Anne no retrocedió y no se sintió acorralada.

Sus ojos se encontraron con los del lobo, y por un momento, pareció que el tiempo se detenía a su alrededor. En ese instante, Anne se dio cuenta de que ya no temía al lobo frente a él; por el contrario, se siente más que lista para enfrentarlo, lista para lo que fuera que el destino tuviera reservado para ella al enfrentarla al animal.

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