5

Damon

El olor a pino húmedo y tierra revuelta me recibe como un puñetazo en el pecho. Este bosque debería ser solo territorio, espacio, recuerdos enterrados. Pero no. Aquí cada piedra, cada rama, cada gota de rocío me susurra su nombre. Cassie.

Camino entre la maleza con el sigilo de una sombra y la fiereza de una tormenta contenida. Mis pasos no hacen ruido, pero mi pecho ruge. La luna cuelga sobre mí, entera, redonda, cruel. La misma luna que solía mirarnos cuando ella dormía sobre mi pecho, cuando yo creía que podía salvarnos. Qué idiota fui.

Mi lobo está inquieto, tenso. Lo siento en mis huesos, en el temblor involuntario de mis manos, en el ardor bajo la piel. Llevo meses lejos. Meses sobreviviendo, cambiando, arrancándome a Cassie de los pensamientos como si eso fuera siquiera posible. Pero ahora que he vuelto… su presencia me consume.

Podría haberme marchado sin mirar atrás. Pero no soy tan fuerte como me creí. Y ella… ella nunca fue solo una mujer para mí. Ella fue la condena que elegí. Y lo peor es que aún la elegiría otra vez.

No necesito verla para saber que está cerca. El aire cambia cuando Cassie está cerca. Es más eléctrico, más denso. Como si la luna misma se detuviera para mirarla. La luna… aunque no la mire, siempre me gobierna. Como ella.

Mi luna.

Me acerco al límite del claro, cubierto por los árboles. La veo. Su silueta recortada contra el azul plateado de la noche. Camina como si flotara, pero su cuerpo tiembla. Y yo… estoy al borde del abismo.

Cassie.

Dioses, ha cambiado. Más delgada, pero más fuerte. Sus movimientos siguen siendo elegantes, casi felinos, pero hay una tensión nueva en sus hombros. Como si llevara una armadura invisible. Pero yo sé. Yo sé que debajo de esa coraza, sigue siendo mía. Mi Cassie.

No tengo derecho a pensar eso. La dejé. La abandoné. Por protegerla, por salvarla de mí. Y ahora está comprometida con Lucian, ese bastardo con sonrisa de serpiente. Un alfa políticamente correcto que cree que puede cuidarla. Poseerla. Amar a mi hembra.

La idea me hace gruñir bajo la respiración.

—Ese bastardo no la toca como yo lo hacía.

Mi corazón golpea contra las costillas como un tambor de guerra. La deseo. Maldición, la deseo con una urgencia que me destruye. Pero más que eso… quiero saber si todavía piensa en mí cuando se mete en su cama.

Ella se detiene en medio del claro. La luz de la luna la baña como un secreto. Sus ojos recorren la oscuridad como si supiera que la miro. Como si me sintiera. Y tal vez… tal vez lo hace.

Un recuerdo me atraviesa como una lanza: su cuerpo arqueado bajo el mío, sus labios pronunciando mi nombre entre jadeos, la luna como testigo de cada promesa rota.

No debería estar aquí.

Y sin embargo…

No me muevo. No puedo. Ella cae de rodillas. Mi instinto da un paso hacia ella, pero mis pies se hunden en la tierra como raíces. No. No aún.

Su llanto… Dioses. Su llanto es una melodía que me destruye. Me parte en dos. Ella llora por mí. Lo sé. Lo siento.

Mi lobo ruge. Quiere correr hacia ella, rodearla, reclamarla. Morderla hasta que recuerde quiénes somos. Hasta que grite mi nombre como una plegaria.

—Si se me acerca, la muerdo. La reclamo. La destruyo.

No me importa que ya no me pertenezca. Que otro tenga su anillo. Para mí, sigue siendo mía. Para mi lobo… no hay otro destino posible.

Pero no me muevo. No aún. Solo susurro su nombre, bajito, como una ofrenda rota al viento:

—Cassie…

Ella se estremece. Lo siente. Sé que lo siente.

Y entonces, como si el universo conspirara con nosotros, la luna se oculta detrás de una nube espesa. El claro se sumerge en sombras. Y por un segundo… parecemos estar solos en el mundo.

Quiero correr hacia ella. Tomarla entre mis brazos. Preguntarle si todavía sueña conmigo. Pero si me acerco… no podré irme otra vez.

La observo unos minutos más. Hasta que su llanto se vuelve un suspiro. Hasta que se pone de pie y comienza a caminar de regreso.

Y yo… me doy la vuelta. Cada paso me cuesta más que una batalla. Pero debo hacerlo. Porque aún no es el momento.

No sé si volveré a tener uno.

Me detengo junto al árbol más antiguo del bosque. El que marcamos con nuestras iniciales cuando ella juró que siempre me esperaría.

Clavo mis garras. Profundo. Feroz. La savia brota roja. Como una herida viva.

El mensaje es claro.

He vuelto.

Siento una presencia a mis espaldas. Me giro. Un lobo de la manada me observa desde la distancia. Un vigía. Sabe quién soy. Sabe que debería atacar. Pero tiembla. No lo culpo.

Me acerco lo suficiente para que me vea los ojos. No digo nada. No hace falta. Solo le dejo un pensamiento claro, salvaje, oscuro.

—Dile a Lucian que la luna siempre fue mía.

Y me pierdo entre los árboles.

No necesito decir adiós.

Porque esta historia… apenas está comenzando.

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