Damon
El olor a pino húmedo y tierra revuelta me recibe como un puñetazo en el pecho. Este bosque debería ser solo territorio, espacio, recuerdos enterrados. Pero no. Aquí cada piedra, cada rama, cada gota de rocío me susurra su nombre. Cassie.
Camino entre la maleza con el sigilo de una sombra y la fiereza de una tormenta contenida. Mis pasos no hacen ruido, pero mi pecho ruge. La luna cuelga sobre mí, entera, redonda, cruel. La misma luna que solía mirarnos cuando ella dormía sobre mi pecho, cuando yo creía que podía salvarnos. Qué idiota fui.
Mi lobo está inquieto, tenso. Lo siento en mis huesos, en el temblor involuntario de mis manos, en el ardor bajo la piel. Llevo meses lejos. Meses sobreviviendo, cambiando, arrancándome a Cassie de los pensamientos como si eso fuera siquiera posible. Pero ahora que he vuelto… su presencia me consume.
Podría haberme marchado sin mirar atrás. Pero no soy tan fuerte como me creí. Y ella… ella nunca fue solo una mujer para mí. Ella fue la condena que elegí. Y lo peor es que aún la elegiría otra vez.
No necesito verla para saber que está cerca. El aire cambia cuando Cassie está cerca. Es más eléctrico, más denso. Como si la luna misma se detuviera para mirarla. La luna… aunque no la mire, siempre me gobierna. Como ella.
Mi luna.
Me acerco al límite del claro, cubierto por los árboles. La veo. Su silueta recortada contra el azul plateado de la noche. Camina como si flotara, pero su cuerpo tiembla. Y yo… estoy al borde del abismo.
Cassie.
Dioses, ha cambiado. Más delgada, pero más fuerte. Sus movimientos siguen siendo elegantes, casi felinos, pero hay una tensión nueva en sus hombros. Como si llevara una armadura invisible. Pero yo sé. Yo sé que debajo de esa coraza, sigue siendo mía. Mi Cassie.
No tengo derecho a pensar eso. La dejé. La abandoné. Por protegerla, por salvarla de mí. Y ahora está comprometida con Lucian, ese bastardo con sonrisa de serpiente. Un alfa políticamente correcto que cree que puede cuidarla. Poseerla. Amar a mi hembra.
La idea me hace gruñir bajo la respiración.
Mi corazón golpea contra las costillas como un tambor de guerra. La deseo. Maldición, la deseo con una urgencia que me destruye. Pero más que eso… quiero saber si todavía piensa en mí cuando se mete en su cama.
Ella se detiene en medio del claro. La luz de la luna la baña como un secreto. Sus ojos recorren la oscuridad como si supiera que la miro. Como si me sintiera. Y tal vez… tal vez lo hace.
Un recuerdo me atraviesa como una lanza: su cuerpo arqueado bajo el mío, sus labios pronunciando mi nombre entre jadeos, la luna como testigo de cada promesa rota.
No debería estar aquí.
Y sin embargo…
No me muevo. No puedo. Ella cae de rodillas. Mi instinto da un paso hacia ella, pero mis pies se hunden en la tierra como raíces. No. No aún.
Su llanto… Dioses. Su llanto es una melodía que me destruye. Me parte en dos. Ella llora por mí. Lo sé. Lo siento.
Mi lobo ruge. Quiere correr hacia ella, rodearla, reclamarla. Morderla hasta que recuerde quiénes somos. Hasta que grite mi nombre como una plegaria.
—Si se me acerca, la muerdo. La reclamo. La destruyo.
No me importa que ya no me pertenezca. Que otro tenga su anillo. Para mí, sigue siendo mía. Para mi lobo… no hay otro destino posible.
Pero no me muevo. No aún. Solo susurro su nombre, bajito, como una ofrenda rota al viento:
Ella se estremece. Lo siente. Sé que lo siente.
Y entonces, como si el universo conspirara con nosotros, la luna se oculta detrás de una nube espesa. El claro se sumerge en sombras. Y por un segundo… parecemos estar solos en el mundo.
Quiero correr hacia ella. Tomarla entre mis brazos. Preguntarle si todavía sueña conmigo. Pero si me acerco… no podré irme otra vez.
La observo unos minutos más. Hasta que su llanto se vuelve un suspiro. Hasta que se pone de pie y comienza a caminar de regreso.
Y yo… me doy la vuelta. Cada paso me cuesta más que una batalla. Pero debo hacerlo. Porque aún no es el momento.
No sé si volveré a tener uno.
Me detengo junto al árbol más antiguo del bosque. El que marcamos con nuestras iniciales cuando ella juró que siempre me esperaría.
Clavo mis garras. Profundo. Feroz. La savia brota roja. Como una herida viva.
El mensaje es claro.
He vuelto.
Siento una presencia a mis espaldas. Me giro. Un lobo de la manada me observa desde la distancia. Un vigía. Sabe quién soy. Sabe que debería atacar. Pero tiembla. No lo culpo.
Me acerco lo suficiente para que me vea los ojos. No digo nada. No hace falta. Solo le dejo un pensamiento claro, salvaje, oscuro.
—Dile a Lucian que la luna siempre fue mía.
Y me pierdo entre los árboles.
No necesito decir adiós.
Porque esta historia… apenas está comenzando.
DamonEl aire olía igual que la última vez que estuve aquí. A pino húmedo, a tierra pisoteada por generaciones de guerreros, y a luna. Pero bajo todo eso... también apestaba a traición.Mis botas hundieron el suelo con firmeza cuando me detuve al borde del bosque, donde el territorio de los Blackthorn comenzaba oficialmente. Mi territorio. Mi maldita manada. El lugar que me arrebataron por la espalda, con dientes manchados de mentira y sonrisas disfrazadas de lealtad.El viento me azotó el rostro, cargado de las memorias que prefería enterrar. Pero el problema con los fantasmas es que les encanta resucitar justo cuando crees haberlos olvidado.—Han pasado cinco años —murmuré, más para mí que para la luna que me observaba como una testigo muda—. Y sin embargo, nada ha cambiado.Mentía. Todo había cambiado.Yo.Ya no era el Alfa joven, confiado y con la cabeza llena de ideales. Ya no era el hermano que confiaba ciegamente en el lazo de sangre. Y, sobre todo, ya no era el hombre que cre
DamonMe quedé en el claro, desnudo y temblando, no por el frío, sino por lo que acababa de escuchar.Cassie.Mi rabia se transformó. Ya no era solo fuego.Era hielo. Cálculo. Propósito.Mi regreso no sería una simple venganza.Sería una reconquista.Si ella no me traicionó… si todo fue un plan para quebrarme…Entonces no solo debía recuperar a mi manada.Debía destruir todo lo que la obligó a alejarse.Y esa promesa era más peligrosa que cualquier juramento de sangre.Me tomó un momento reunir el control suficiente para moverme.Mi cuerpo aún vibraba con la energía residual de la transformación. Los músculos tensos, la piel sensible, como si cada poro estuviera alerta al más mínimo cambio en el aire. Pero no era el bosque lo que me mantenía en vilo. Era el nombre que la mujer había pronunciado.Cassie.Mi condena. Mi debilidad. La única que pudo quebrarme sin tocarme.Volví a caminar, esta vez más lento. Más consciente del silencio que me rodeaba. Cada rincón de este territorio lleva
DamonLa oscuridad era mi aliada, envolviéndome como un viejo abrigo mientras caminaba entre los árboles, invisible. Nadie en esta maldita manada sabía que había vuelto. El Alfa perdido. El hermano traicionado. El monstruo en el que me convirtieron.Pero yo sabía que estaba aquí. Y eso era suficiente.Cada paso me acercaba al corazón de un territorio que alguna vez fue mío. Cada inhalación traía consigo el olor del bosque... y de ella.Cassie.La vi en su mundo, con ese brillo en los ojos que siempre había odiado amar. Mi pecho ardía. No por deseo, sino por ese silencio lleno de todo lo que nunca dijimos. Había algo tan visceral en verla ahí, tan cerca, tan lejos. Como una cicatriz que se abre solo con mirar.Me mantuve oculto, observando desde las sombras. Su cuerpo se movía con esa gracia instintiva que alguna vez conocí en la piel. El viento jugaba con su cabello, y por un momento, sentí que el mundo se detenía. Ella seguía siendo mi debilidad… y mi condena.No fue solo el deseo lo
CassieAlgo me despierta. No sé si fue un sonido, un movimiento o simplemente esa maldita intuición que nunca me falla, pero abro los ojos de golpe, con el corazón latiéndome demasiado rápido para estar tranquila.La habitación está en silencio, pero no en paz. Hay algo cargado en el aire, como electricidad contenida. Un suspiro invisible que me eriza la piel. Me incorporo lentamente en la cama, apartando las sábanas con cuidado, como si tuviera miedo de despertar a los demonios que he estado esquivando durante días.La luna se cuela por la ventana con descaro. Redonda, brillante, blanca como una herida abierta en el cielo. Me observa, testigo muda de todas las promesas rotas que alguna vez nos hicimos bajo su luz. Y claro, ahí está. Ese recuerdo.Damon, de pie frente a mí, con la camisa abierta, el pecho marcado por cicatrices que me sabía de memoria y los ojos tan oscuros que me absorbían. Su aliento mezclado con el mío, la manera en que sus dedos acariciaban mi espalda desnuda mien