Damon
Me quedé en el claro, desnudo y temblando, no por el frío, sino por lo que acababa de escuchar.
Cassie.
Mi rabia se transformó. Ya no era solo fuego.
Era hielo. Cálculo. Propósito.
Mi regreso no sería una simple venganza.
Si ella no me traicionó… si todo fue un plan para quebrarme…
Y esa promesa era más peligrosa que cualquier juramento de sangre.
Me tomó un momento reunir el control suficiente para moverme.
Mi cuerpo aún vibraba con la energía residual de la transformación. Los músculos tensos, la piel sensible, como si cada poro estuviera alerta al más mínimo cambio en el aire. Pero no era el bosque lo que me mantenía en vilo. Era el nombre que la mujer había pronunciado.
Cassie.
Mi condena. Mi debilidad. La única que pudo quebrarme sin tocarme.
Volví a caminar, esta vez más lento. Más consciente del silencio que me rodeaba. Cada rincón de este territorio llevaba su aroma, su presencia aún viva. Su risa atrapada entre las hojas. Cerré los ojos y el recuerdo de su rostro me golpeó con violencia: su mirada determinada, su voz quebrada rogándome que no peleara.
—Sobrevive —me suplicó—. Prométemelo, Damon.
Y lo hice. Como un lobo estúpido que creyó que podía seguir respirando sin su luna.
Ahora sé que me pedía lo imposible.
Emergí del bosque cerca del viejo río. El límite del destierro. Una línea invisible que ya no reconocía. Me agaché, hundí las manos en el agua helada. El reflejo que vi no era el del joven Alfa que fui.
Era la sombra de lo que me arrebataron.
—¿Estás listo para morir? —preguntó una voz a mi derecha.
No me sorprendí. Su hedor me había advertido antes.
Marcus.
Leal a Lucian. Torpe hasta en su arrogancia.
—¿Viniste solo a morir o traes un ejército invisible? —bufó—. Qué patético. El gran Damon Blackthorn, ahora un paria.
—No he venido a morir —respondí, firme—. He venido a recuperar lo que es mío.
Marcus soltó una carcajada seca. Pero era forzada. Nerviosa.
—Cassie es del Alfa ahora. Tú… eres nadie.
—Díselo a Lucian —le advertí, acercándome un paso—. Dile que el fantasma que él desterró ha vuelto. Y no viene a pedir perdón.
Marcus dio un paso atrás. Minúsculo. Pero suficiente.
—Te matará si te acercas a ella —gruñó.
—Tendrá que intentarlo.
Y me giré. Dejé que el viento arrastrara mi amenaza.
Porque yo ya la sentía.
No había vuelta atrás.
Esta vez… vine a arderlo todo.
***
Cassie
Dicen que el tiempo lo cura todo.
Mentira. El tiempo solo entumece. Adormece. Hasta que un día… algo cruje por dentro.
Y sangras.
Desperté antes del amanecer, como siempre. La luz se colaba entre las cortinas. Lucian dormía profundamente a mi lado, su respiración lenta, confiada. Me protegía. Me cuidaba. Había sido paciente, incluso cuando notaba que yo… no estaba del todo aquí.
El problema no era él. Era lo que mi alma no podía olvidar.
Damon.
Me deslicé fuera de la cama, con el pecho apretado. Esa opresión que llega antes incluso de pensar su nombre. Como si su ausencia tuviera forma y peso. Como si un hilo invisible me atara a algo… que se suponía muerto.
Y sin embargo…
Un susurro, anoche, me lo devolvió.
No fue su voz. No fue una visión. Fue algo más profundo. Instintivo. Como si la tierra temblara para avisarme que el mundo ya no era seguro.
Recorrí la casa en silencio hasta llegar al invernadero.
Ahí podía respirar.
Me senté entre las madreselvas. Las mismas que él decía que olían como yo cuando reía.
Cerré los ojos.
Y entonces ocurrió.
No un pensamiento. No una memoria.
Un recuerdo sensorial.
El olor a madera húmeda.
—Nos van a atrapar —le dije aquella noche, temblando.
—Que me quemen por tocarte, Cassie —susurró—. No me importa. No puedo dejarte.
Y aún así… me dejó.
¿O lo obligaron?
La sangre. El juicio. El silencio. La mirada rota de Damon cuando fue desterrado por crímenes que negó hasta el último segundo.
Y yo… yo me rompí con él.
No pude salvarlo. Ni salvarme.
Me obligaron a elegir.
Y ahora, cada amanecer pesa más.
—Cassie…
Lucian.
Me sobresalté. Estaba en la puerta, descalzo, el sol tiñendo su cabello con tonos dorados.
—¿Estás bien? —preguntó.
Asentí.
Mentí.
Porque lo sentía. En mi sangre. En mi médula.
DamonLa oscuridad era mi aliada, envolviéndome como un viejo abrigo mientras caminaba entre los árboles, invisible. Nadie en esta maldita manada sabía que había vuelto. El Alfa perdido. El hermano traicionado. El monstruo en el que me convirtieron.Pero yo sabía que estaba aquí. Y eso era suficiente.Cada paso me acercaba al corazón de un territorio que alguna vez fue mío. Cada inhalación traía consigo el olor del bosque... y de ella.Cassie.La vi en su mundo, con ese brillo en los ojos que siempre había odiado amar. Mi pecho ardía. No por deseo, sino por ese silencio lleno de todo lo que nunca dijimos. Había algo tan visceral en verla ahí, tan cerca, tan lejos. Como una cicatriz que se abre solo con mirar.Me mantuve oculto, observando desde las sombras. Su cuerpo se movía con esa gracia instintiva que alguna vez conocí en la piel. El viento jugaba con su cabello, y por un momento, sentí que el mundo se detenía. Ella seguía siendo mi debilidad… y mi condena.No fue solo el deseo lo
DamonEl aire olía igual que la última vez que estuve aquí. A pino húmedo, a tierra pisoteada por generaciones de guerreros, y a luna. Pero bajo todo eso... también apestaba a traición.Mis botas hundieron el suelo con firmeza cuando me detuve al borde del bosque, donde el territorio de los Blackthorn comenzaba oficialmente. Mi territorio. Mi maldita manada. El lugar que me arrebataron por la espalda, con dientes manchados de mentira y sonrisas disfrazadas de lealtad.El viento me azotó el rostro, cargado de las memorias que prefería enterrar. Pero el problema con los fantasmas es que les encanta resucitar justo cuando crees haberlos olvidado.—Han pasado cinco años —murmuré, más para mí que para la luna que me observaba como una testigo muda—. Y sin embargo, nada ha cambiado.Mentía. Todo había cambiado.Yo.Ya no era el Alfa joven, confiado y con la cabeza llena de ideales. Ya no era el hermano que confiaba ciegamente en el lazo de sangre. Y, sobre todo, ya no era el hombre que cre