2

Damon

Me quedé en el claro, desnudo y temblando, no por el frío, sino por lo que acababa de escuchar.

Cassie.

Mi rabia se transformó. Ya no era solo fuego.

Era hielo. Cálculo. Propósito.

Mi regreso no sería una simple venganza.

Sería una reconquista.

Si ella no me traicionó… si todo fue un plan para quebrarme…

Entonces no solo debía recuperar a mi manada.

Debía destruir todo lo que la obligó a alejarse.

Y esa promesa era más peligrosa que cualquier juramento de sangre.

Me tomó un momento reunir el control suficiente para moverme.

Mi cuerpo aún vibraba con la energía residual de la transformación. Los músculos tensos, la piel sensible, como si cada poro estuviera alerta al más mínimo cambio en el aire. Pero no era el bosque lo que me mantenía en vilo. Era el nombre que la mujer había pronunciado.

Cassie.

Mi condena. Mi debilidad. La única que pudo quebrarme sin tocarme.

Volví a caminar, esta vez más lento. Más consciente del silencio que me rodeaba. Cada rincón de este territorio llevaba su aroma, su presencia aún viva. Su risa atrapada entre las hojas. Cerré los ojos y el recuerdo de su rostro me golpeó con violencia: su mirada determinada, su voz quebrada rogándome que no peleara.

—Sobrevive —me suplicó—. Prométemelo, Damon.

Y lo hice. Como un lobo estúpido que creyó que podía seguir respirando sin su luna.

Ahora sé que me pedía lo imposible.

Emergí del bosque cerca del viejo río. El límite del destierro. Una línea invisible que ya no reconocía. Me agaché, hundí las manos en el agua helada. El reflejo que vi no era el del joven Alfa que fui.

Era la sombra de lo que me arrebataron.

Y esa sombra iba a cobrarse lo que le debían.

—¿Estás listo para morir? —preguntó una voz a mi derecha.

No me sorprendí. Su hedor me había advertido antes.

Marcus.

Leal a Lucian. Torpe hasta en su arrogancia.

—¿Viniste solo a morir o traes un ejército invisible? —bufó—. Qué patético. El gran Damon Blackthorn, ahora un paria.

—No he venido a morir —respondí, firme—. He venido a recuperar lo que es mío.

Marcus soltó una carcajada seca. Pero era forzada. Nerviosa.

—Cassie es del Alfa ahora. Tú… eres nadie.

—Díselo a Lucian —le advertí, acercándome un paso—. Dile que el fantasma que él desterró ha vuelto. Y no viene a pedir perdón.

Marcus dio un paso atrás. Minúsculo. Pero suficiente.

—Te matará si te acercas a ella —gruñó.

—Tendrá que intentarlo.

Y me giré. Dejé que el viento arrastrara mi amenaza.

Cassie estaba viva. Y si dentro de ella aún ardía una chispa de lo que fuimos… lo sabría.

Porque yo ya la sentía.

Como un llamado en los huesos.

Como si el universo temblara al pronunciar su nombre.

No había vuelta atrás.

Esta vez… vine a arderlo todo.

***

Cassie

Dicen que el tiempo lo cura todo.

Mentira. El tiempo solo entumece. Adormece. Hasta que un día… algo cruje por dentro.

Y sangras.

Desperté antes del amanecer, como siempre. La luz se colaba entre las cortinas. Lucian dormía profundamente a mi lado, su respiración lenta, confiada. Me protegía. Me cuidaba. Había sido paciente, incluso cuando notaba que yo… no estaba del todo aquí.

El problema no era él. Era lo que mi alma no podía olvidar.

Damon.

Me deslicé fuera de la cama, con el pecho apretado. Esa opresión que llega antes incluso de pensar su nombre. Como si su ausencia tuviera forma y peso. Como si un hilo invisible me atara a algo… que se suponía muerto.

Y sin embargo…

Un susurro, anoche, me lo devolvió.

No fue su voz. No fue una visión. Fue algo más profundo. Instintivo. Como si la tierra temblara para avisarme que el mundo ya no era seguro.

Recorrí la casa en silencio hasta llegar al invernadero.

Ahí podía respirar.

Me senté entre las madreselvas. Las mismas que él decía que olían como yo cuando reía.

Él siempre decía cosas como esa. Y yo me burlaba. Pero él…

Me miraba como si yo fuera su universo.

Cerré los ojos.

Y entonces ocurrió.

No un pensamiento. No una memoria.

Un recuerdo sensorial.

El olor a madera húmeda.

El calor de sus brazos.

El eco de su risa rozándome la nuca mientras me abrazaba bajo la lluvia.

—Nos van a atrapar —le dije aquella noche, temblando.

—Que me quemen por tocarte, Cassie —susurró—. No me importa. No puedo dejarte.

Y aún así… me dejó.

¿O lo obligaron?

La sangre. El juicio. El silencio. La mirada rota de Damon cuando fue desterrado por crímenes que negó hasta el último segundo.

Y yo… yo me rompí con él.

No pude salvarlo. Ni salvarme.

Lucian exigía lealtad. Y la manada pedía su cabeza.

Me obligaron a elegir.

Y ahora, cada amanecer pesa más.

—Cassie…

Lucian.

Me sobresalté. Estaba en la puerta, descalzo, el sol tiñendo su cabello con tonos dorados.

—¿Estás bien? —preguntó.

Asentí.

Mentí.

Porque lo sentía. En mi sangre. En mi médula.

Damon había vuelto.

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