LA LUNA DEL ALFA DESTERRADO
LA LUNA DEL ALFA DESTERRADO
Por: ANALI
1

Damon

El aire olía igual que la última vez que estuve aquí. A pino húmedo, a tierra pisoteada por generaciones de guerreros, y a luna. Pero bajo todo eso... también apestaba a traición.

Mis botas hundieron el suelo con firmeza cuando me detuve al borde del bosque, donde el territorio de los Blackthorn comenzaba oficialmente. Mi territorio. Mi maldita manada. El lugar que me arrebataron por la espalda, con dientes manchados de mentira y sonrisas disfrazadas de lealtad.

El viento me azotó el rostro, cargado de las memorias que prefería enterrar. Pero el problema con los fantasmas es que les encanta resucitar justo cuando crees haberlos olvidado.

—Han pasado cinco años —murmuré, más para mí que para la luna que me observaba como una testigo muda—. Y sin embargo, nada ha cambiado.

Mentía. Todo había cambiado.

Yo.

Ya no era el Alfa joven, confiado y con la cabeza llena de ideales. Ya no era el hermano que confiaba ciegamente en el lazo de sangre. Y, sobre todo, ya no era el hombre que creía que el amor bastaba para salvar a alguien.

Cassie...

Mi garganta se cerró solo de pensar en ella. Su nombre aún tenía ese poder estúpido sobre mí. Esa mezcla entre deseo, furia y algo peor... algo parecido a esperanza.

Estúpido. La esperanza no tiene lugar en el corazón de un exiliado.

Me deslicé entre los árboles con sigilo. Mi forma humana era suficiente por ahora. No necesitaba garras para lo que estaba por venir. Solo paciencia. Y yo había aprendido a tenerla... de la manera más cruel.

El primer punto de vigilancia estaba a escasos kilómetros del puesto central. Me moví como una sombra, invisible para los centinelas que patrullaban el límite. Los reconocí al instante. Algunos de ellos habían sido mis hombres. Aún llevaban las marcas de mi manada en la piel, pero sus ojos... sus ojos ya no eran leales a mí.

Me oculté tras una roca, observándolos en silencio. Mi cuerpo vibraba con la energía contenida de la luna llena que se avecinaba. Estaba cerca. Mi bestia se removía bajo la piel, impaciente. Pero aún no. No todavía.

—¿Crees que es cierto lo del regreso del exiliado? —preguntó uno de los vigilantes, con la voz cargada de sarcasmo.

—¿Damon? Ese bastardo murió en el exilio, si es que no lo mataron sus propios demonios. Nadie sobrevive tanto tiempo fuera —respondió el otro.

Contuve una risa seca. Si supieran lo mucho que había cambiado... lo mucho que me había preparado.

Sus palabras no me hirieron. Me alimentaron.

Seguí mi camino bordeando el límite, hasta una colina desde donde se divisaba el corazón de la aldea. Las casas aún estaban en su lugar, las hogueras brillaban con la misma intensidad. Pero en el centro del claro... allí donde debía estar yo, reinando como me correspondía... estaba él.

Mi hermano.

Lucian Blackthorn.

El usurpador.

El Alfa que me traicionó con una sonrisa en los labios y el veneno escondido en la lengua.

Estaba de pie, alto, con ese porte que siempre había envidiado de mí. Su voz se alzaba entre la multitud reunida. Un discurso. No me interesaban sus palabras. Pero entonces la vi.

Cassie.

Mi cuerpo se tensó como una cuerda al borde de romperse.

Llevaba un vestido plateado que la envolvía como la luz de la luna, su cabello recogido en una trenza que caía por su espalda. Estaba de pie al lado de Lucian.

No... no al lado.
Con él.

Una parte de mí se negó a aceptarlo. Me acerqué un poco más, el corazón martillando en mis costillas. Y ahí lo vi.

El lazo.

Un delgado hilo rojo que conectaba sus muñecas.

Una ceremonia de unión.

Ella era su compañera.

Mi lobo aulló dentro de mí. Quise destrozar algo. Gritar.
Romper.

—¿Qué has hecho, Cassie...? —susurré, sabiendo que no había forma de que me oyera.

Pero sus ojos...

En un instante fugaz, los levantó. Y me vio.

O eso quise creer. Porque se estremeció. Sus labios se entreabrieron, como si recordaran el sabor de los míos. Su pecho subió y bajó de golpe, como si una ráfaga invisible la hubiera golpeado.

Tal vez sí me había sentido.

Tal vez no estaba tan muerta como parecía.

Pero no se apartó de él.

Y yo sentí que mi mundo se partía por segunda vez.

Mi hermano levantó la mano y le acarició el rostro. Ella no se movió. No reaccionó. Solo... cerró los ojos.

No supe si eso me dio alivio o me destruyó más.

—¿Así que este era tu plan, Lucian? —murmuré mientras la luna comenzaba a alzarse del todo—. No solo robarme la manada... sino también a ella.

La rabia me quemó por dentro, tan intensa como el primer día.

Pero ahora tenía un nuevo propósito.

Recuperar lo que era mío.

No solo mi trono. No solo mi manada.

Cassie.

Sabía que no iba a ser fácil. Ella había hecho su elección.

O tal vez, solo creía haberla hecho.

Los vínculos no se rompen tan fácilmente. No cuando son verdaderos. No cuando son forjados en el alma.

Me giré y regresé entre los árboles. Mi cuerpo temblaba por la necesidad de cambiar, de liberar a la bestia. La luna seguía subiendo y no podía ignorarla más.

Me arrodillé en medio del bosque y dejé que el dolor me desgarrara. Mis huesos crujieron, mi piel ardió.

Y luego...

Mi lobo.

Oscuro. Inmenso. Hambriento.

—Este es solo el comienzo —gruñí con la voz rasposa del cambio, mientras mi pelaje se erizaba bajo la luz plateada—. Les voy a enseñar lo que es el verdadero miedo.

Cassie, prepárate.

Porque el Alfa ha vuelto.

Y esta vez, no pienso perder.

***

La bestia bajo mi piel rugió como si hubiera estado esperando ese momento desde hacía años. Y tal vez lo había hecho.

Mis garras rasgaron la tierra húmeda, dejando marcas profundas que no desaparecerían con la lluvia. Mi lobo se movía con un control tan exacto como violento. Corrí. No por necesidad, sino por instinto. Necesitaba sentir el mundo bajo mis patas, la velocidad zumbando en mis oídos, la libertad falsa que solo un desterrado puede saborear cuando nadie lo ve.

Pero lo que realmente deseaba... era sangre.

No porque fuera un asesino. No porque hubiera olvidado mi humanidad.

Sino porque el dolor pide respuesta. Y yo estaba lleno de él.

Corrí por los márgenes del bosque, donde la manada rara vez se adentraba. Cada árbol era un recuerdo, cada sombra, una herida. Allí fue donde Cassie y yo nos besamos por primera vez. Donde ella me miró como si yo fuera su mundo entero. Donde le prometí que nunca la dejaría. Qué ironía.

Y ahora... estaba atada a él.

Sentí una punzada aguda, casi física, desgarrándome el centro del pecho. Un tirón del vínculo que una vez compartimos. Aunque la unión entre nosotros había sido rota oficialmente, algo dentro de mí se negaba a aceptar que estuviera muerto.

La luna brillaba por completo ahora, majestuosa y cruel. Su luz se colaba entre las ramas, tiñendo mi pelaje oscuro con un resplandor metálico. Me detuve en un claro solitario, jadeando por el frenesí que me consumía.

—No la olvidas, ¿verdad? —La voz en mi cabeza no era la de mi lobo. Era mía. Una versión rota de mí mismo que había aprendido a hablar durante el exilio—. Sigues siendo ese estúpido que cree que ella te esperaba.

«Cállate», gruñí para mis adentros, pero la voz no se fue.

—La viste con él. No solo está con Lucian. Es suya. Ella eligió.

Mi mandíbula crujió al cerrarse con fuerza.

El eco de esa imagen... Cassie al lado de mi hermano, con ese lazo rojo entre sus muñecas, volvió a golpearme. Era tan simbólico como real. Una unión espiritual, un voto de lealtad.

El mismo que me había hecho a mí años atrás.

El mismo que ella acababa de transferir... a él.

Pero sus ojos...

Eso era lo que no podía sacarme de la cabeza. Ese instante fugaz en que nuestras miradas se cruzaron. No fue indiferencia. No fue alivio.

Fue... dolor.

Una duda me susurró algo que no quería escuchar.

¿Y si no tuvo elección?

El aire se volvió más denso de repente, cargado con el aroma inconfundible de la magia. Un leve temblor cruzó la tierra bajo mis patas. Me quedé inmóvil, alerta. Mi instinto gritaba que no estaba solo.

Y no lo estaba.

Un par de ojos dorados emergieron entre los arbustos. Una figura encapuchada, humana, se materializó al borde del claro. Mi lobo gruñó, el pelo de mi lomo se erizó. Podía olerla. No era una amenaza física. Pero era una presencia antigua, cargada de conocimiento... y secretos.

—Damon Blackthorn —dijo la mujer, con una voz que crujía como hojas secas—. El lobo que vuelve con fuego en el alma.

Me transformé de regreso, temblando por la violencia del cambio. Estaba desnudo, cubierto de sudor y barro, pero no me importaba.

—¿Quién eres? —espeté, con los dientes aún vibrando por la transición.

Ella sonrió. Su rostro, al fin visible bajo la capucha, era arrugado pero hermoso. Una de esas bellezas eternas que no obedecen al tiempo.

—Una amiga de tu madre —respondió—. Y una enemiga del hombre que usurpó tu lugar.

Mi corazón se detuvo por un instante.

—Mi madre está muerta —gruñí, retrocediendo un paso.

—El cuerpo, tal vez. Pero no su legado —sus ojos brillaron como la luna—. Y tú eres el portador de ese legado, lo quieras o no.

Me tensé. Aún no confiaba en ella, pero la curiosidad me vencía.

—¿Qué quieres?

—Ayudarte. A recuperar lo que te pertenece. No sólo el título de Alfa... sino la verdad.

Mi respiración se aceleró.

—¿Qué verdad?

Ella se inclinó hacia mí. Su voz se convirtió en un susurro peligroso.

—Que Cassie no eligió a tu hermano. Que la obligaron. Que tu exilio fue... parte de algo más grande.

Mi visión se nubló. Todo mi cuerpo gritaba que eso no podía ser verdad. Que era una trampa. Un juego.

Pero también gritaba que tenía sentido.

—Necesitarás aliados —dijo ella, retrocediendo entre los árboles—. Y pronto.

—¿Quién eres...? —pregunté, dando un paso hacia ella.

—Me llaman Elaria. Cuando estés listo, ven a las Ruinas del Norte. El resto de las respuestas... te esperan allí.

Y desapareció como si nunca hubiera estado.

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