3

Damon

La oscuridad era mi aliada, envolviéndome como un viejo abrigo mientras caminaba entre los árboles, invisible. Nadie en esta maldita manada sabía que había vuelto. El Alfa perdido. El hermano traicionado. El monstruo en el que me convirtieron.

Pero yo sabía que estaba aquí. Y eso era suficiente.

Cada paso me acercaba al corazón de un territorio que alguna vez fue mío. Cada inhalación traía consigo el olor del bosque... y de ella.

Cassie.

La vi en su mundo, con ese brillo en los ojos que siempre había odiado amar. Mi pecho ardía. No por deseo, sino por ese silencio lleno de todo lo que nunca dijimos. Había algo tan visceral en verla ahí, tan cerca, tan lejos. Como una cicatriz que se abre solo con mirar.

Me mantuve oculto, observando desde las sombras. Su cuerpo se movía con esa gracia instintiva que alguna vez conocí en la piel. El viento jugaba con su cabello, y por un momento, sentí que el mundo se detenía. Ella seguía siendo mi debilidad… y mi condena.

No fue solo el deseo lo que me impulsó a regresar. Fue la necesidad brutal de corregir el pasado, de reclamar lo que era mío. Pero esa visión de Cassie era un recordatorio punzante de todo lo que había perdido. Y de lo mucho que aún ardía dentro de mí.

Cerré los ojos por un segundo.

"No te acerques, Damon."

Mi mente me suplicaba con la voz que alguna vez fue suya.

"No la arrastres contigo otra vez."

Pero era inútil. Porque incluso a la distancia, podía sentirla. Era como si el aire se electrificara cuando estaba cerca. Su esencia aún me pertenecía, incluso si ahora llevaba otro nombre en los labios.

Suspiré, apoyando la frente contra la corteza de un árbol. Había jurado no volver a caer. Pero verla era como abrir una puerta sellada a fuego. No podía ignorarlo.

Ella me había amado. Y yo… yo nunca dejé de hacerlo.

Apreté los puños. No era el momento. Aún no.

Lucian me vigilaba. Lo sentía, como una maldita sombra persistente. Él creía tener el control, creyó que al desterrarme me había roto. Pero no comprendía que su golpe no fue mortal. Solo me hizo más paciente. Más calculador.

Era hora de mostrarle que el Alfa nunca se fue.

Caminé hacia el centro de la manada. La casa principal se alzaba entre los árboles como una cicatriz en la tierra. No era un hogar. No desde que él lo tomó.

Entré sin pedir permiso.

Lucian estaba de pie junto a la ventana, con la mirada clavada en el horizonte como si pudiera moldear el futuro con solo desearlo. Cuando escuchó mis pasos, giró. Sus ojos se cruzaron con los míos, y en ellos solo había frío.

—¿Qué quieres, Damon? —preguntó, su voz áspera y sin emoción.

—Recuperar lo que es mío —dije. No tenía sentido rodear la verdad.

Una ceja se alzó.

—¿Y eso incluye esta manada?

—Incluye todo.

Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, venenosa.

—Entonces prepárate para perder más de lo que ya perdiste.

Avancé un paso. No me intimidaba. Lucian siempre fue arrogante, pero nunca entendió lo que significaba liderar. Gobernaba con miedo. Yo… yo era el miedo hecho carne.

—El poder no se mendiga, Lucian. Se toma.

—O se arrebata —respondió, acercándose aún más, hasta que nuestras respiraciones se mezclaron—. Y tú… no tienes con qué hacerlo.

—Ya veremos.

Me di la vuelta, sabiendo que no había nada más que decir. Esta guerra no se libraría con palabras. Sería con sangre. Con estrategia. Y con ella.

La puerta se cerró a mis espaldas con un estruendo. Me quedé un momento en el umbral exterior, el pecho subiendo y bajando con fuerza contenida. Había controlado mis impulsos. Pero no por mucho tiempo.

Cassie.

Sentía su presencia como un eco constante. No era solo atracción. Era algo más primitivo. Más letal. Como si cada fibra de mi ser respondiera a la suya, incluso a través del silencio.

—No me olvidas, Cassie —murmuré al viento—. Y yo… jamás te olvidaré.

Las sombras me envolvieron nuevamente mientras recorría el perímetro de la manada. Mi manada. Cada rincón de este territorio era un recuerdo. Algunos dulces. Otros tan afilados como cuchillas.

Pero los recuerdos más peligrosos llevaban su nombre.

La luna ascendía en el cielo, testigo silenciosa de mi regreso. Sentí el tirón de mi naturaleza, el llamado salvaje que despertaba en noches como esta. Mi lobo rugía por salir. Por tomar. Por reclamar.

Pero no podía.

Aún no.

Caminé con cuidado, pasando junto a la casa donde alguna vez fuimos felices. Me dolía verla ajena, cambiada. Me dolía más imaginarla ahí… con él. Con Lucian.

Y sin embargo, algo dentro de mí me decía que ella no era completamente suya.

No podía serlo.

Cassie no era de su clase. Ella era fuego, y Lucian era hielo mal disimulado. Ella necesitaba pasión, no poder. Amor, no control.

Me detuve bajo un árbol, observando la silueta de la casa entre los troncos. Un movimiento me hizo tensar los músculos. La puerta se abrió. Lucian salió. Sus pasos eran calculados, casi ceremoniales.

Y por un momento, sentí que nuestros ojos se encontraban.

—Nos veremos pronto, hermano —dijo, como si pudiera oler mi presencia.

Mi mandíbula se tensó.

—Antes de lo que crees —murmuré, sabiendo que él no me escucharía.

Pero la luna sí. Y ella era mi aliada esta noche.

Mi mente volvió a Cassie.

A sus labios temblorosos la última vez que la vi. A la forma en que su cuerpo encajaba contra el mío. A la promesa rota en su mirada cuando me obligó a irme.

Ella era la chispa que podía prender fuego a toda esta guerra. Y yo… estaba listo para arder.

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