58. SOMBRAS BLANCAS

Villa de las Mercedes

El hombre apenas pudo reaccionar mientras le quitaban el arma de la mano y lo golpeaban salvajemente en la cabeza con ella. Rodó por el suelo apretándose con desesperación la frente lastimada de la que manaba sangre con vehemencia, y luego se desmayó sin hacer otro sonido.

 — ¡Eso te enseñará a no volver a amenazar a mis cachorros! — fue lo último que pudo escuchar.

Lara no supo cómo había llegado a la casa. En los últimos días había olvidado demasiados momentos, había hecho demasiadas cosas que luego no recordaba en absoluto; pero algo continuaba invariable desde que había convertido en polvo aquellos colmillos: una necesidad de libertad y de venganza, una ira implacable contra todo y todos.

Ninguno de los pocos sirvientes que quedaron en casa al instante de la boda se atrevió a deten

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