Al principio, pensaba que conocía lo suficiente sobre él. Después de todo, ¿qué tanto se puede esconder un hombre como Victor? Es alto, impasible, con esa mirada que parece que todo lo entiende, pero es capaz de mostrarse indiferente a todo. Y, sin embargo, hay algo que me intriga, algo que no puedo dejar de notar. Algo que se esconde en su rostro de piedra, algo que no tiene que ver con su poder, con su control, ni con esa fachada de hombre intocable que tanto me molesta.
Hoy, mientras caminamos por los jardines de la mansión, puedo ver cómo la gente se aparta ante su presencia. Ni un murmullo, ni una mirada en su dirección que no esté cargada de respeto o miedo. Él no dice una palabra, pero todos lo observan, como si él fuera el centro de su mundo. A mí me resulta inquietante. Sé que él lo sabe, porque sus ojos no dejan de escrutarme, como si estuviera esperando que rompa el silencio, que haga algo, que reaccione.
Pero no lo hago. Estoy demasiado ocupada observando a las personas a su alrededor, esas sombras que se arrastran detrás de él, esperando a que les dé una orden, esperando que les diga qué hacer, cómo hacer las cosas. Es como si él fuera la pieza central de un rompecabezas que no logro entender. Nadie discute con él, nadie se atreve. Y yo… yo me siento ajena a todo eso, como una espectadora en su propio teatro.
Casi no lo noto cuando se detiene y se vuelve hacia mí. “¿Te cansas fácil, Alexandra?”
Lo miro y niego con la cabeza. La verdad es que estoy agotada, pero no pienso decírselo. No puedo mostrarme débil frente a él.
“No, no me canso”, respondo con firmeza. Mis ojos lo desafían en silencio, exigiendo que no me subestime.
Una sonrisa apenas perceptible asoma en sus labios, y aunque no es amable, es lo suficientemente intrigante como para hacer que mi corazón dé un vuelco. Es el tipo de sonrisa que dice más de lo que se puede decir con palabras, pero no logro entenderla.
"Claro", responde sin darme más explicaciones, como si mi respuesta no hubiera importado en absoluto. Sin embargo, hay algo en su tono que me hace dudar.
Al poco rato, continuamos caminando. El silencio entre nosotros se hace denso, pesado, como siempre. El problema, y lo peor de todo, es que estoy acostumbrada a este silencio. Sé que si abro la boca, cualquier cosa que diga será inútil.
Pero hay algo en el aire que me hace desear romperlo. Es como si él me estuviera esperando, como si me retara a decir algo, a romper esa calma que lo envuelve todo.
Entonces, sin pensarlo, lanzo una pregunta que no puedo evitar.
“¿Por qué te siguen con tanta devoción?” La pregunta sale sin que lo planee, y noto cómo su mirada se endurece de inmediato.
Él no responde de inmediato. Camina unos pasos más antes de detenerse y girarse hacia mí, sus ojos fijos en los míos, con una intensidad que me hace temblar por dentro. Es la misma mirada que tiene cuando está a punto de tomar el control de una situación, cuando sabe que las palabras que vienen serán las que definan el destino de alguien.
“Porque ellos saben lo que soy capaz de hacer, Alexandra", responde, su voz baja, casi un susurro. "Porque el poder no se gana solo por tener riquezas o influencias. El verdadero poder se obtiene cuando alguien sabe cómo manejarlo. Y eso es lo que yo hago. Manejar el poder.”
Su respuesta me deja sin palabras. No porque no lo entienda, sino porque me doy cuenta de que la gente que lo sigue no lo hace por respeto, sino por miedo. Y es un miedo que va más allá de lo físico. Es el tipo de miedo que hace que alguien se someta a ti por voluntad propia. Ese tipo de poder, ese tipo de control… lo que me hace preguntarme por qué alguien como él, alguien tan calculador, tan imparable, se ha casado conmigo.
Su mirada se suaviza un poco, pero sigue siendo igual de penetrante. “No te hagas ilusiones, Alexandra. Yo no busco tu sumisión. Ya he dicho que este matrimonio es un trato, nada más. No busco dominarte. Pero no confundas eso con debilidad. No soy débil. No soy como los demás.”
Me quedo en silencio, sintiendo que la conversación ha tomado un giro extraño. Por un momento, no puedo evitar pensar que tal vez no todo en él es lo que parece. A pesar de la frialdad que muestra, de la distancia que pone entre nosotros, hay algo en su forma de hablar, algo en sus ojos, que me dice que hay más bajo esa superficie. Algo que me hace sentir, por un breve momento, que hay una herida oculta en su alma.
Lo miro a los ojos, y por un segundo, me atrevo a hacerle la pregunta que llevo días evitando. “¿Por qué nunca hablas de tu pasado?”
Él no se mueve, no parpadea. Hay una tensión palpable en el aire, y mi respiración se acelera mientras espero su respuesta. Al principio, creo que no va a decir nada. La forma en que se tensa, como si estuviera evaluando si debe o no compartir algo tan personal, me hace sentir incómoda. Quizás no debería haberlo preguntado.
Pero entonces, finalmente, habla, con una voz tan baja que apenas puedo escucharla.
"Porque mi pasado no tiene relevancia ahora, Alexandra. El hombre que fui ya no existe."
Algo en sus palabras me golpea de lleno. No sé si creo lo que dice. Hay algo en su tono que me hace sentir que está escondiendo una parte de sí mismo que no quiere que nadie descubra. Y, a pesar de todo lo que me molesta de él, algo dentro de mí quiere saber más. La curiosidad me consume, pero al mismo tiempo, me aterra la idea de descubrir lo que podría haber detrás de esa fachada tan perfecta.
El resto del paseo transcurre en un silencio incómodo, pero algo ha cambiado entre nosotros. La atracción que siento por él se hace más difícil de ignorar. No solo es su poder lo que me atrae, es algo más, algo profundo y oscuro que no logro identificar. Algo que me inquieta, que me hace preguntarme si, tal vez, yo también soy una pieza más en su juego.
Esa noche, mientras me preparo para dormir, la imagen de Victor me persigue. Sus palabras, su mirada, todo de él se queda conmigo, y por primera vez desde que llegué a esta mansión, empiezo a preguntarme si realmente lo conozco. O si es él quien me conoce mejor de lo que quiero admitir.
Y en algún rincón de mi mente, esa pequeña chispa de curiosidad, de deseo, comienza a crecer.
Me doy vuelta en la cama, intentando ignorar las sombras que su figura ha dejado en mí. Pero justo cuando estoy por apagar la luz, mi celular vibra sobre la mesita de noche.
Un mensaje nuevo.
Solo dos palabras:
“No confíes.”
Y debajo, una ubicación.
El sol de la mañana entra suavemente por las ventanas de la mansión, proyectando rayos dorados sobre los muebles antiguos y las paredes adornadas. El ambiente está impregnado de una tranquilidad irreal, una calma que contrasta con la agitación interna que siento. Es como si mi vida de antes hubiera sido arrancada de golpe, dejando un vacío frío y vacío que me rodea. Ahora estoy aquí, en esta jaula dorada, atrapada en un matrimonio que nunca pedí.Victor no ha cambiado. Está tan distante como siempre, sumido en sus negocios, mientras yo intento encontrar un resquicio en este mundo que ahora compartimos. Hoy hemos decidido salir a pasear por la propiedad, y aunque el aire fresco me invita a respirar con libertad, la presencia de Victor lo hace imposible.A medida que caminamos por los jardines, noto que los ojos de los sirvientes se mantienen fijos en nosotros. Cada uno, aunque callado y respetuoso, parece estar observando de cerca. Es él, siempre él, el hombre que todo lo controla. Nad
Mi vida ha sido una serie de corsés apretados, sonrisas forzadas y reglas inquebrantables. Cada día, como una pieza más en el engranaje de la sociedad londinense, he sido moldeada según las expectativas de una familia que valora más el honor que la libertad. La alta sociedad me ve como un trofeo, un apellido que perpetuar, pero detrás de esa fachada perfecta, no soy más que una prisionera de sus deseos. Y esta noche, en esta fiesta deslumbrante, lo sentí más que nunca.El salón se extendía ante mí como un mar de dorado y mármol, con luces brillando de los candelabros que colgaban como estrellas del cielo. Los vestidos de seda se deslizaban por el suelo, y las conversaciones, aunque en voz baja, llenaban el aire con su murmullo hipnótico. Aquí, todo parece estar a la altura de la perfección. Pero yo me siento como una sombra, un espectro en una jaula dorada.—Alexandra, querida, ven aquí —la voz de mi madre, suave y controladora, me saca de mis pensamientos.La miro desde mi lugar cerc
El día de la boda se acerca, y mi cuerpo, aunque aparentemente tranquilo, parece estar en constante guerra consigo mismo. Las horas pasan lentamente, cada minuto que me acerca a ese altar me deja con la sensación de estar caminando hacia un futuro del que no puedo escapar. Mis pensamientos corren más rápido que mis pies, pero ninguno me ofrece consuelo. En mi mente, el futuro está sellado, y mi único refugio es la furia que siento. Pero esa furia no puede cambiar lo que está por suceder.Hoy, por primera vez, tengo que enfrentarlo cara a cara.Victor Blackwell, el duque que se ha convertido en el centro de mi destino, está a punto de convertirse en mi esposo. El hombre con el que mi vida, tal y como la conozco, se desmoronará. No puedo negar que, al pensar en él, siento un estremecimiento en mi interior. No es miedo lo que siento, sino una mezcla incómoda de ira y… algo más. Algo mucho más perturbador.Cuando entro en la sala donde se lleva a cabo la última de nuestras reuniones previ
Los días que siguieron a nuestra boda pasaron con una calma inquietante. Victor no me prestaba mucha atención, y a mí, sorprendentemente, eso me irritaba aún más de lo que esperaba. El duque de Blackwell se sumió en sus negocios, y yo me vi atrapada en una rutina vacía, en una casa que no sentía como hogar, con un hombre que parecía más una sombra que un esposo. Era una cárcel dorada. Él era la celda, y yo la prisionera que, por más que luchara, no podía escapar.La primera noche que pasé a su lado, la que debería haber sido nuestra noche de bodas, no fue ni cerca de lo que había imaginado. Me acosté en una cama enorme, esperando que al menos la proximidad de su cuerpo me causara algo, pero no hubo contacto. Nada. Ni un roce, ni un susurro. Solo su respiración constante y tranquila, como si no estuviéramos compartiendo el mismo espacio, como si fuéramos dos extraños bajo el mismo techo.Pero lo peor de todo era el silencio. El silencio que se hacía más pesado con cada día que pasaba.
El sonido de las campanas de la iglesia aún resuena en mi cabeza mientras me siento en la mesa del desayuno, una pieza de porcelana delicada que me parece la cárcel perfecta. Las paredes de la mansión me rodean con su opulencia, pero son solo cadenas de oro que, de alguna manera, me oprimen más que si fueran de hierro.Victor ya está allí, su postura recta, como siempre. Su presencia es un recordatorio constante de todo lo que he perdido. Mi libertad, mi control... mi vida antes de este matrimonio impuesto. Mi mirada se cruza con la suya durante un breve momento, y, aunque sus ojos son fríos, hay algo en su calma que hace que mi respiración se acelere, aunque no quiero reconocerlo. Es una provocación silenciosa, una que me desafía a reaccionar. No puede ser que me controle tan fácilmente.Él no dice nada, por supuesto. Su silencio es más pesado que mil palabras. El desayuno transcurre con una calma que a mí me resulta insoportable. Yo, que siempre he tenido la palabra lista en la punt