Los días que siguieron a nuestra boda pasaron con una calma inquietante. Victor no me prestaba mucha atención, y a mí, sorprendentemente, eso me irritaba aún más de lo que esperaba. El duque de Blackwell se sumió en sus negocios, y yo me vi atrapada en una rutina vacía, en una casa que no sentía como hogar, con un hombre que parecía más una sombra que un esposo. Era una cárcel dorada. Él era la celda, y yo la prisionera que, por más que luchara, no podía escapar.
La primera noche que pasé a su lado, la que debería haber sido nuestra noche de bodas, no fue ni cerca de lo que había imaginado. Me acosté en una cama enorme, esperando que al menos la proximidad de su cuerpo me causara algo, pero no hubo contacto. Nada. Ni un roce, ni un susurro. Solo su respiración constante y tranquila, como si no estuviéramos compartiendo el mismo espacio, como si fuéramos dos extraños bajo el mismo techo.
Pero lo peor de todo era el silencio. El silencio que se hacía más pesado con cada día que pasaba. No podía soportarlo. Necesitaba pelear, hacerle frente, sacudir el polvo de la opresión que se acumulaba sobre mis hombros. Victor no decía nada, ni siquiera cuando cruzábamos miradas, ni siquiera cuando me encontraba frente a él. El desdén con el que me trataba, esa indiferencia que emanaba de su ser, me estaba matando.
Pero hoy sería diferente. Hoy no me quedaría callada. Hoy lo desafiaría, como siempre había hecho.
El almuerzo fue casi un acto de guerra. La mesa estaba servida, y cuando Victor se sentó, su presencia ocupó el espacio como si fuera dueño de todo lo que lo rodeaba. Ni siquiera miró el plato frente a él; su mirada estaba fija en los papeles de su negocio, su mundo, ajeno al que compartíamos.
—¿Así que tu vida consiste en trabajar y ordenar todo a tu alrededor? —pregunté, incapaz de seguir aguantando su silencio.
Mi voz resonó en el aire, fría, desafiante. Victor levantó los ojos lentamente, como si no le importara lo más mínimo lo que dijera, pero en el fondo me estaba observando con esa mirada de hielo que tanto me desbordaba.
—¿Y qué se supone que debería hacer yo, Alexandra? —respondió con la misma calma inquebrantable. Su tono, impasible, me molestó profundamente.
—No sé, quizás, tratar de ser un marido. O al menos, intentar parecer que te importa. —Mi sarcasmo no pasó desapercibido, y eso me llenó de una satisfacción macabra. Ya no era la esposa obediente que él esperaba que fuera. No lo sería. No tan fácilmente.
Victor dejó los papeles a un lado, por fin prestando atención a lo que decía. Su mirada se endureció ligeramente, pero siguió sin perder esa postura de control absoluto.
—¿Es eso lo que esperas de mí? —preguntó, su tono un tanto divertido, como si estuviera disfrutando el espectáculo que yo misma le ofrecía sin darme cuenta.
Lo odiaba por esa superioridad, por ese desprecio disimulado. Pero algo en mí, algo muy profundo, también lo deseaba. ¿Qué era lo que me hacía querer desafiarlo tanto? ¿Era por mi orgullo herido o había algo más que me empujaba a enfrentarme a él?
—No, no espero nada de ti —respondí con dureza, buscando en mis palabras una manera de cortarlo. Pero, al mismo tiempo, algo en mi pecho se revolvía al decirlo. No podía ser que me estuviera conformando con tan poco, no podía ser que me estuviera engañando a mí misma.
La cena, más tarde esa noche, fue el terreno perfecto para continuar la batalla. Victor estaba allí, sentado frente a mí, con su porte altivo y esa actitud de líder innato. Yo me encontraba con las manos inquietas en el regazo, deseando estar en cualquier otro lugar, deseando no sentirme tan atrapada.
—¿Estás esperando algo de mí? —dije, tratando de romper el hielo con otra pregunta cortante. Esta vez, mi tono fue más bajo, como si estuviera dispuesta a ir un paso más allá.
Victor dejó la copa de vino sobre la mesa con un gesto lento, calculado. Su mirada, tan fija en la mía, me hizo sentir que mis palabras eran solo ecos insignificantes en su mundo.
—No, Alexandra. No espero nada de ti. Ya sé lo que puedo esperar. Ya lo he visto.
Las palabras de Victor cayeron sobre mí como un peso muerto. Mis entrañas se revolvieron. La manera en que me miraba, como si fuera una mujer que no valía nada más que lo que él había decidido ver en mí, me enfureció. La sensación de ser tratada como un objeto no me gustaba, y lo odiaba más por no esconderlo, por no intentar siquiera parecer que me respetaba. La rabia creció en mí como una llamarada, y su indiferencia solo alimentaba mi deseo de desterrarlo de mi vida.
—¿Qué es lo que ves en mí, Victor? ¿Una esposa sumisa? ¿Una muñeca a tu disposición? —desafié, levantando la voz un poco más, buscando una reacción, pero él no se movió.
El silencio que siguió fue tenso. Su expresión era la misma de siempre: imperturbable, distante, como si todo lo que decía fuera tan insignificante que ni siquiera mereciera su atención.
—No. No eres una muñeca. Eres mi esposa —dijo, y la frialdad en sus palabras me hizo desear gritarle, patear la mesa, destruir todo a su alrededor. Pero no lo hice. Me quedé allí, esperando, mirando cómo él se tomaba su tiempo para añadir—: Y eso, Alexandra, es lo único que realmente importa.
Me levanté de la mesa, mi silla chocó contra el suelo, rompiendo el silencio tenso que se había instalado entre nosotros.
—Te equivocas si piensas que esto va a ser fácil, Victor. No soy una mujer que se somete a nada. Ni a ti, ni a tu mundo.
Le lancé una última mirada llena de desafío, pero en el fondo de mis ojos, podía ver algo que no quería reconocer: la atracción que aún sentía por él, la mezcla entre odio y deseo que me mantenía cautiva. Y eso me aterraba.
Victor no se movió, pero su mirada seguía fija en mí, tan tranquila, tan segura. Era como si, al final, todo estuviera bajo control. Y yo lo odiaba por eso.
Iba a darme la vuelta para dejarlo allí con su maldita copa de vino cuando sonó el timbre de la mansión.
Una, dos veces. Insistente. Urgente.
Victor frunció el ceño y, por primera vez en todo el día, se puso de pie.
—No esperaba visitas —murmuró, mientras avanzaba hacia la puerta.
Yo me quedé donde estaba, con el corazón acelerado sin razón aparente. Algo en ese timbre me puso los pelos de punta.
Entonces escuché su voz.
Una voz que no debería haber estado allí. Una voz del pasado. Una que me arrancó el aliento y me congeló en el sitio.
—Hola, Alexandra. Tiempo sin vernos.
Me giré lentamente. Y ahí estaba él.
Leonard.
Mi ex prometido. El hombre que creía fuera de mi vida… y que ahora sonreía desde el umbral de mi nueva prisión.
El sonido de las campanas de la iglesia aún resuena en mi cabeza mientras me siento en la mesa del desayuno, una pieza de porcelana delicada que me parece la cárcel perfecta. Las paredes de la mansión me rodean con su opulencia, pero son solo cadenas de oro que, de alguna manera, me oprimen más que si fueran de hierro.Victor ya está allí, su postura recta, como siempre. Su presencia es un recordatorio constante de todo lo que he perdido. Mi libertad, mi control... mi vida antes de este matrimonio impuesto. Mi mirada se cruza con la suya durante un breve momento, y, aunque sus ojos son fríos, hay algo en su calma que hace que mi respiración se acelere, aunque no quiero reconocerlo. Es una provocación silenciosa, una que me desafía a reaccionar. No puede ser que me controle tan fácilmente.Él no dice nada, por supuesto. Su silencio es más pesado que mil palabras. El desayuno transcurre con una calma que a mí me resulta insoportable. Yo, que siempre he tenido la palabra lista en la punt
Al principio, pensaba que conocía lo suficiente sobre él. Después de todo, ¿qué tanto se puede esconder un hombre como Victor? Es alto, impasible, con esa mirada que parece que todo lo entiende, pero es capaz de mostrarse indiferente a todo. Y, sin embargo, hay algo que me intriga, algo que no puedo dejar de notar. Algo que se esconde en su rostro de piedra, algo que no tiene que ver con su poder, con su control, ni con esa fachada de hombre intocable que tanto me molesta.Hoy, mientras caminamos por los jardines de la mansión, puedo ver cómo la gente se aparta ante su presencia. Ni un murmullo, ni una mirada en su dirección que no esté cargada de respeto o miedo. Él no dice una palabra, pero todos lo observan, como si él fuera el centro de su mundo. A mí me resulta inquietante. Sé que él lo sabe, porque sus ojos no dejan de escrutarme, como si estuviera esperando que rompa el silencio, que haga algo, que reaccione.Pero no lo hago. Estoy demasiado ocupada observando a las personas a
El sol de la mañana entra suavemente por las ventanas de la mansión, proyectando rayos dorados sobre los muebles antiguos y las paredes adornadas. El ambiente está impregnado de una tranquilidad irreal, una calma que contrasta con la agitación interna que siento. Es como si mi vida de antes hubiera sido arrancada de golpe, dejando un vacío frío y vacío que me rodea. Ahora estoy aquí, en esta jaula dorada, atrapada en un matrimonio que nunca pedí.Victor no ha cambiado. Está tan distante como siempre, sumido en sus negocios, mientras yo intento encontrar un resquicio en este mundo que ahora compartimos. Hoy hemos decidido salir a pasear por la propiedad, y aunque el aire fresco me invita a respirar con libertad, la presencia de Victor lo hace imposible.A medida que caminamos por los jardines, noto que los ojos de los sirvientes se mantienen fijos en nosotros. Cada uno, aunque callado y respetuoso, parece estar observando de cerca. Es él, siempre él, el hombre que todo lo controla. Nad
Mi vida ha sido una serie de corsés apretados, sonrisas forzadas y reglas inquebrantables. Cada día, como una pieza más en el engranaje de la sociedad londinense, he sido moldeada según las expectativas de una familia que valora más el honor que la libertad. La alta sociedad me ve como un trofeo, un apellido que perpetuar, pero detrás de esa fachada perfecta, no soy más que una prisionera de sus deseos. Y esta noche, en esta fiesta deslumbrante, lo sentí más que nunca.El salón se extendía ante mí como un mar de dorado y mármol, con luces brillando de los candelabros que colgaban como estrellas del cielo. Los vestidos de seda se deslizaban por el suelo, y las conversaciones, aunque en voz baja, llenaban el aire con su murmullo hipnótico. Aquí, todo parece estar a la altura de la perfección. Pero yo me siento como una sombra, un espectro en una jaula dorada.—Alexandra, querida, ven aquí —la voz de mi madre, suave y controladora, me saca de mis pensamientos.La miro desde mi lugar cerc
El día de la boda se acerca, y mi cuerpo, aunque aparentemente tranquilo, parece estar en constante guerra consigo mismo. Las horas pasan lentamente, cada minuto que me acerca a ese altar me deja con la sensación de estar caminando hacia un futuro del que no puedo escapar. Mis pensamientos corren más rápido que mis pies, pero ninguno me ofrece consuelo. En mi mente, el futuro está sellado, y mi único refugio es la furia que siento. Pero esa furia no puede cambiar lo que está por suceder.Hoy, por primera vez, tengo que enfrentarlo cara a cara.Victor Blackwell, el duque que se ha convertido en el centro de mi destino, está a punto de convertirse en mi esposo. El hombre con el que mi vida, tal y como la conozco, se desmoronará. No puedo negar que, al pensar en él, siento un estremecimiento en mi interior. No es miedo lo que siento, sino una mezcla incómoda de ira y… algo más. Algo mucho más perturbador.Cuando entro en la sala donde se lleva a cabo la última de nuestras reuniones previ