LA HEREDERA REBELDE
LA HEREDERA REBELDE
Por: AB
1

Mi vida ha sido una serie de corsés apretados, sonrisas forzadas y reglas inquebrantables. Cada día, como una pieza más en el engranaje de la sociedad londinense, he sido moldeada según las expectativas de una familia que valora más el honor que la libertad. La alta sociedad me ve como un trofeo, un apellido que perpetuar, pero detrás de esa fachada perfecta, no soy más que una prisionera de sus deseos. Y esta noche, en esta fiesta deslumbrante, lo sentí más que nunca.

El salón se extendía ante mí como un mar de dorado y mármol, con luces brillando de los candelabros que colgaban como estrellas del cielo. Los vestidos de seda se deslizaban por el suelo, y las conversaciones, aunque en voz baja, llenaban el aire con su murmullo hipnótico. Aquí, todo parece estar a la altura de la perfección. Pero yo me siento como una sombra, un espectro en una jaula dorada.

—Alexandra, querida, ven aquí —la voz de mi madre, suave y controladora, me saca de mis pensamientos.

La miro desde mi lugar cerca de la ventana, observando el jardín iluminado, deseando estar en cualquier otro lugar que no fuera aquí. Pero no puedo evitarlo, es como si tuviera cadenas invisibles atadas a mis muñecas. Me giro con una sonrisa cuidadosamente diseñada y me acerco a ella.

—¿Qué pasa, madre? —mi voz suena más calmada de lo que realmente siento. Pero mi corazón late con fuerza en mi pecho. Algo me dice que esta noche cambiará todo.

—Quiero que conozcas a alguien —ella me mira con una mezcla de dulzura y determinación, como si hubiera esperado este momento con anticipación.

Me gira hacia un hombre alto, con una postura recta como una espada y una mirada que no puedo descifrar.

—Este es el duque Victor Blackwell.

Mi respiración se detiene por un segundo, y mis ojos recorren a Victor con la misma precisión con la que un halcón caza a su presa. Su rostro es impasible, pero hay algo en sus ojos, algo que me hace sentir que está observándome como si fuera un enigma que necesita resolver. No me sorprende que me mire así, porque sé perfectamente quién es él. El hombre cuyo nombre ha estado en las cartas de mi familia durante semanas, cuyas negociaciones nos han llevado al borde de la desesperación y cuyas decisiones parecen sellar mi destino.

Victor Blackwell. Un nombre que se pronuncia con respeto y temor. Pero aquí, en este salón lleno de sonrisas falsas y máscaras doradas, no soy más que una pieza en su juego.

—Un placer, mi lady —su voz es grave, casi rugiente, y su mirada recorre mi figura como si evaluara cada movimiento, cada gesto. Como si estuviera buscando alguna debilidad. No me gusta.

—El placer es mío, duque —digo, aunque mi garganta se siente seca. No es el placer lo que siento, sino la sensación de estar atrapada en un destino que ni siquiera puedo comprender.

Mi madre sonríe, tan segura de sí misma como siempre. Estoy a punto de decir algo, algo que exprese mi desdén por toda esta situación, pero él me interrumpe.

—Tu familia me ha hablado mucho de ti, Alexandra —su tono es frío, sin una pizca de emoción, como si hablara de una propiedad o un acuerdo más que de una persona. Pero lo dice con una precisión escalofriante—. Lo cierto es que, tras nuestras conversaciones, creo que seremos un buen equipo.

Un equipo. Las palabras me golpean como una bofetada. Mi cuerpo reacciona por sí mismo, mis ojos se entrecierran.

—¿Un equipo? —repito, casi sin poder creer lo que estoy oyendo.

—Sí, mi lady. Un matrimonio bien hecho puede traer grandes beneficios, no solo para nosotros, sino para nuestras familias.

Él dice esas palabras con una calma aterradora, pero yo noto una pequeña chispa en sus ojos, como si estuviera disfrutando del efecto que tiene sobre mí. En ese momento, me doy cuenta de lo que está sucediendo. Este matrimonio no es una propuesta romántica. Es una transacción. Un intercambio de poder y control. Y yo soy el peón que se va a sacrificar.

El aire se espesa. Mi madre sonríe con satisfacción, y yo siento el veneno de la indignación subir por mi garganta. Mi alma arde con una furia que nunca antes había sentido. Pero no puedo hacer nada. O eso creo.

La fiesta continúa a mi alrededor, pero la conversación se desvanece. La gente sigue sonriendo, bailando y riendo, mientras yo me siento más atrapada que nunca. En esta enorme sala llena de vida, soy una prisionera de mis propios deseos y expectativas.

Horas después, cuando la mayoría de los invitados se dispersan, el peso de la situación cae sobre mí con todo su fulgor.

—Madre, ¿qué significa todo esto? —mi voz tiembla de rabia contenida, pero mi madre ni siquiera se inmuta.

—Es lo que es, querida. Un matrimonio que garantizará la estabilidad de nuestra familia. No puedes ser tan egoísta como para rechazarlo.

Egoísta. La palabra me golpea como una piedra lanzada a mi pecho.

—¿Egoísta? —mi tono es un susurro mordaz—. No estoy siendo egoísta. Estoy siendo… ¿tú me estás imponiendo esto?

—Tu padre y yo hemos tomado la decisión. Ya es hora de que actúes como la mujer que se espera de ti.

Su voz no tiene duda, no tiene espacio para la discusión. Me siento como una niña pequeña, atrapada en las expectativas de los demás. Es en ese momento, entre las paredes doradas de la mansión y las sombras de mi propia alma, cuando me doy cuenta de algo. No tengo más opción que luchar. No permitiré que mi vida sea decidida por los demás. No permitiré que Victor Blackwell, el hombre que ni siquiera me conoce, decida mi futuro.

—¿Cómo se atreve a pensar que yo seré una marioneta en sus manos? —susurro, más para mí misma que para ella.

Mi madre me lanza una mirada severa.

—Porque es lo que este mundo espera de ti, Alexandra. No luches contra eso.

Pero es exactamente lo que voy a hacer.

Victor Blackwell tiene algo que yo quiero, y es poder. Pero también tiene algo que no sabe que nunca podrá tener: mi sumisión. Mi alma no se venderá tan fácilmente.

La resolución se hace firme en mi interior. No seré una esposa sumisa. No me someteré. Mi vida, mis decisiones, serán mías. Si voy a ser una pieza en este juego, que sea una pieza que juegue a su propio ritmo.

Cuando las luces de la fiesta comenzaron a apagarse y los ecos de la música se desvanecieron en el vasto salón, la atmósfera de mi alma se tornó aún más opresiva. Mi madre había abandonado la fiesta por completo, dejándome sola con un futuro que no quería. Y sin embargo, no pude evitar la sensación de que ella sabía lo que estaba por suceder, como si estuviera disfrutando, en el fondo, de mi sumisión inevitable. Cada palabra suya, cada mirada condescendiente, era como un recordatorio de la jaula dorada en la que me encontraba atrapada. Y mi padre, que ni siquiera se había dignado a mirarme durante toda la noche, no hizo más que asentar con aprobación cada uno de los términos de este matrimonio. En su mundo, todo esto era un negocio, una transacción que debía cumplirse. No importaba que no lo deseara.

Me dirigí hacia mi habitación con pasos firmes, pero mi mente estaba al borde de la rebelión. La puerta se cerró detrás de mí con un golpe sordo, como si también ella quisiera bloquear el peso de lo que estaba por venir. Las sombras en las paredes de mi cuarto se alargaron, danzando al ritmo de la luz de la luna que entraba por la ventana. Me acerqué al espejo, mirándome con intensidad. ¿Quién era esta mujer que veía reflejada allí? ¿Era realmente yo? ¿La hija perfecta de la aristocracia? La idea me causó un malestar profundo, un desasosiego que parecía ahogarme.

Mi mente se llenó de imágenes de Victor Blackwell, su rostro impasible, esos ojos que no dejaban de medirme. No lo había querido, no lo había buscado, pero ahí estaba. Él, con su poder, su control, y su mirada que podía derretir cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. Y sin embargo, lo que no sabía era que yo no era tan fácil de domar. Él, el duque, el hombre que todo el mundo respetaba y temía, podría ser mi esposo, pero jamás sería quien tuviera la última palabra sobre mi vida.

Me senté en la chaise longue cerca de la ventana y cerré los ojos con fuerza, intentando ahogar el retumbar de mi corazón. Pero no podía. La visión de él seguía delante de mí, su figura inquebrantable, su presencia tan dominante. Una mezcla extraña de desdén y atracción se apoderaba de mi pecho.

—¿Qué voy a hacer? —murmuré, mirando las sombras sobre la alfombra, como si las respuestas pudieran salir de ellas.

Y entonces, el golpe seco en la puerta me hizo incorporarme de un salto.

—¿Quién es? —pregunté con la voz aún temblorosa.

Una nota fue deslizada por debajo. Me levanté con rapidez, mis manos temblorosas al tomar el papel.

"Te estás equivocando si crees que esto es una elección. Mañana, a las diez. En la biblioteca. A solas. —V.B."

Mi respiración se detuvo. El corazón latía desbocado.

Victor Blackwell acababa de dar su primer movimiento.

Y yo…

No pienso retroceder.

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