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El sonido de las campanas de la iglesia aún resuena en mi cabeza mientras me siento en la mesa del desayuno, una pieza de porcelana delicada que me parece la cárcel perfecta. Las paredes de la mansión me rodean con su opulencia, pero son solo cadenas de oro que, de alguna manera, me oprimen más que si fueran de hierro.

Victor ya está allí, su postura recta, como siempre. Su presencia es un recordatorio constante de todo lo que he perdido. Mi libertad, mi control... mi vida antes de este matrimonio impuesto. Mi mirada se cruza con la suya durante un breve momento, y, aunque sus ojos son fríos, hay algo en su calma que hace que mi respiración se acelere, aunque no quiero reconocerlo. Es una provocación silenciosa, una que me desafía a reaccionar. No puede ser que me controle tan fácilmente.

Él no dice nada, por supuesto. Su silencio es más pesado que mil palabras. El desayuno transcurre con una calma que a mí me resulta insoportable. Yo, que siempre he tenido la palabra lista en la punta de la lengua, me siento atrapada en esta danza de silencios. Cada vez que intento abrir la boca, un leve movimiento de su mano o una mirada es suficiente para silenciarme. No puedo permitir que gane. No aquí. No en mi propia casa.

"¿Te molestaría que tomemos una decisión respecto al uso de la biblioteca, querida?" La voz de Victor corta el aire como un cuchillo afilado. Su tono es tan sereno que casi me hace dudar de lo que realmente está haciendo. Pero la pregunta está cargada de algo más, una insinuación que no puedo pasar por alto.

Miro hacia él, notando el pequeño toque de sarcasmo que, por supuesto, no está destinado a ser evidente para nadie más. Mi respuesta sale sin pensarlo, casi como un reflejo.

"Supongo que te gustaría que lo organizara de acuerdo a tus… gustos", digo con un tono desafiante. Mi mirada lo reta, aunque no sé si debería. Si mi propósito era desafiarlo, al menos mi voz no vaciló.

Él se recuesta en su silla con esa arrogancia innata que tiene, como si nada de lo que yo dijera pudiera afectarlo. Su mirada fija en mí, tan serena, tan calculadora, como si estuviera evaluando cada palabra, cada gesto.

"Lo que yo quiero, Alexandra, es que este matrimonio funcione de la forma más eficiente posible. Y por supuesto, si hay algo que no te gusta, no dudaré en escuchar tus sugerencias". La frase está teñida de una amabilidad que oculta una amenaza sutil, como una promesa de que no hay lugar para la desobediencia. Es como si me estuviera invitando a resistir, pero al mismo tiempo, dejándome claro que si elijo hacerlo, seré yo quien pague el precio.

Mis manos aprietan los bordes de la taza con fuerza, mi mente lucha por no sucumbir a la furia. Hay algo tan despreciable en su calma. ¿Cómo puede tener tanta seguridad? ¿Tan convencido de que todo se ajustará a su voluntad? Algo en mi interior arde, y la rabia crece cada vez más. No puedo, no lo haré.

"Este matrimonio", comienzo, mi voz ahora firme, "es solo un trato para salvar lo que queda de mi familia. No me hagas creer que lo consideras más que un convenio práctico".

Victor no parece sorprendido por mis palabras. No hay emoción en su rostro, nada que indique que mis palabras lo han afectado. De hecho, parece que esperaba algo así. Él siempre parece estar dos pasos adelante.

"Te subestimas, Alexandra", dice, su tono aún más bajo, casi como un susurro que no llega a ser cálido, pero tampoco frío. "Creo que este matrimonio te dará mucho más de lo que esperas. Y aunque no lo admitas, sé que en el fondo, te ha costado mucho aceptar que no tienes control sobre esta situación".

Mis dientes rechinan, pero no respondo de inmediato. Sé que, en este momento, una palabra más podría ser la que lo rompa todo. Si dejo que me saque de mis casillas, pierdo. Si dejo que esta guerra de voluntades me descontrole, habré perdido la batalla antes de comenzar.

Pero lo que no sé es que el simple hecho de que él me haga dudar es, en sí mismo, una victoria para él. Y eso me enfurece aún más.

"Lo que no entiendes, Victor", digo, mi voz ahora un poco más baja, pero cargada de veneno, "es que no voy a someterme a ti. No seré otra de tus piezas en este tablero que tienes montado. ¿Crees que soy una de esas mujeres que se conforma con su destino?"

Victor no responde de inmediato. Su mirada sigue fija en mí, observando mis reacciones con una intensidad tan profunda que casi me hace sentir desnuda. En sus ojos hay una comprensión tan desconcertante que casi me paraliza.

"Creo que te estás haciendo una idea equivocada de mí", dice finalmente, su voz grave como un eco en la habitación silenciosa. "No soy un hombre que te obligue a hacer lo que no quieres. Solo soy un hombre que sabe cómo manejar lo que tiene frente a él. Y lo que tengo frente a mí es una mujer muy decidida, que me quiere desafiar. Pero no te preocupes, Alexandra. El juego apenas comienza".

El silencio se instala entre nosotros, pesado, lleno de tensiones no resueltas. Mi respiración se acelera, y mi mente es un torbellino de pensamientos confusos. No sé si lo odio más por su arrogancia o por la forma en que me hace sentir tan… pequeña.

Me levanto de la mesa, sin poder soportar ni un segundo más de esta conversación. La mirada de Victor sigue fija en mí, casi como si esperara que me diera la vuelta. Y lo hago. Pero no me voy sin antes lanzarle una última mirada desafiante.

"Esto no ha terminado", le digo, con la voz firme, aunque mi cuerpo está tenso por la furia que siento. "Nada de esto ha hecho más que comenzar".

Me levanto de la mesa, sin poder soportar ni un segundo más de esta conversación. La mirada de Victor sigue fija en mí, casi como si esperara que me diera la vuelta. Y lo hago. Pero no me voy sin antes lanzarle una última mirada desafiante.

Antes de que pueda salir de la sala, su voz me alcanza de nuevo, grave y firme:

—Te espero esta noche en mi habitación, Alexandra.

Mis pasos se detienen en seco.

No dice nada más.

No necesito girarme para saber que sonríe.

Y entonces, lo entiendo. Esto no era una conversación.

Era una advertencia.

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