66. En un cuento de hadas

Cansada, bastante cansada la dejó Giancarlo esa noche.

A la mañana siguiente Angelina se levantó con las sábanas sobre su cuerpo desnudo y lo vio a su lado, durmiendo plácidamente mientras su brazo la atrapaba sin dejarla salir.

Contenta, se acercó a él y besó su mejilla. Su esposo apenas se movió. Realmente no sabía de dónde Giancarlo sacaba tanta energía.

Se había levantado, recibiendo en la puerta el desayuno y una vez había vuelto Giancarlo sólo tenía cubierto cierta parte de su cuerpo, y lo otro era una imagen que claramente le gustaba.

—Buenos días —saludó Angelina mientras se acercaba con la bandeja de desayuno—, has de estar agotado.

Giancarlo la recibió con una sonrisa.

—No era mi atención dejarte tan cansada —Giancarlo recibió la taza de café—, pero me es inevitable.

Angelina se echó a reír.

—¿He hecho alguna queja? Ya estaba amaneciendo y no me había dado cuenta —dejó un rápido beso en su hombro—, quería comentarte algo…

—Sabes que siempre tienes mi total atención.

Ang
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