HERIDAS PERFECTAS. CAPÍTULO 56. Niñito de mamáAcarició sus muslos despacio, levantándole el vestido a la altura de las caderas mientras sentía la calidez que se extendía desde su sexo. Era la mejor sensación del mundo, tenerla, besarla, hundir sus dedos en la carne tensa de sus nalgas y escucharla gemir.—Dime que lo quieres —gruñó Mikhail mientras sentía sus dedos soltándole el cinturón con un gesto urgente.—Si lo tengo que pedir, ya no lo quiero —refunfuñó Karina, y los dos sabían que era mentira, porque en el mismo segundo en que su mano se coló en sus pantalones y acarició su miembro, era demasiado evidente que lo quería y mucho.—¡Maldición, estás desquiciada! —jadeó él echando atrás la cabeza y disfrutando cada una de sus caricias.—¡No, lo que estoy es mojada! —le advirtió ella al oído, y gimió sin poder evitarlo cuando Mikhail apartó despacio el encaje de sus bragas, acariciando aquel humedad caliente y deliciosa.Un segundo después la estaba besando como un desposeído, y al
HERIDAS PERFECTAS. CAPÍTULO 57. Desesperación.El aeropuerto de Varna estaba lleno de viajeros y familiares despidiéndose. Mikhail se encontraba apoyado contra una de las columnas de la salita de embarque privada, mirando su reloj con impaciencia. Había llegado con tiempo suficiente para despedirse de Karina antes de que abordara su avión a Italia, pero ella aún no aparecía.Había tenido que salir muy temprano esa mañana de casa de sus padres por una emergencia en la empresa, algo realmente estúpido, pero ella lo había empujado fuera de la cama y lo había mandado a ganarse el pan.—Voy a resolver esto pero llegaré a tiempo para despedirte en el aeropuerto, ¿de acuerdo? Y en una semana iré a Italia a verte —le había prometido Mikhail.Sin embargo ella no estaba allí, no había llegado y el capitán del vuelo privado salió para avisar que tendrían que reagendarlo.Revisó su teléfono por quinta vez en los últimos minutos, marcando el número de Karina. Nada. Así que llamó a Irina, esperando
HERIDAS PERFECTAS. CAPÍTULO 58. Otras intenciones.Mikhail rio sin humor, señalando hacia el coche destrozado mientras sus ojos se humedecían.—¿Calma? ¿Quieres que esté calmado cuando la mujer que amo está desaparecida, posiblemente herida, y quién sabe en manos de quién? —escupió apretando los puños, pero la respuesta de su segundo al mando terminaría de desesperarlo.—Bueno, jefe, no quisiera echarle más leña al fuego, pero creo que los dos sabemos bastante bien en manos de quién puede estar —declaró Konstantine—. No es como si la familia Angelov fueran unos mafiosos o algo así. Las rencillas que tienen contra ustedes se resumen… básicamente a una persona.Y por terrible que pudiera parecer. Konstantine Petrov tenía por costumbre no equivocarse.Muy lejos de allí, en una de las salidas al campo en el otro extremo de la ciudad, el olor a humedad y tierra vieja de aquel sótano oscuro se metía en la nariz de Karina.Abrió los ojos con lentitud, sintiendo un dolor punzante en la cabeza
HERIDAS PERFECTAS. CAPÍTULO 59. Otra como túEl motor del auto rugió cuando Mikhail pisó el acelerador. Konstantine, sentado en el asiento del copiloto, cargaba un arma en silencio mientras miraba la dirección que habían recibido del teléfono de Mera. El ambiente estaba tenso, como un cable a punto de romperse, pero ninguno de los dos parecía demasiado alterado.—¿No piensas llamar a nadie más? —dijo Mikhail, rompiendo el silencio mientras mantenía la vista fija en la carretera—. No sabemos cuántos hombres tiene, no sabemos con qué nos vamos a encontrar y no creo que Mera sea tan estúpida como para no tener guardias.—No, estúpida sí es, o de lo contrario no se le habría ocurrido secuestrar a la señora Karina —replicó Konstantine—. Pero tiene razón, jefe, no creo que sea ella la que haya apretado el gatillo que mató al chofer desde otro auto en movimiento; así que debe tener ayudantes para esto.Konstantine, siempre imperturbable, se encogió de hombros mientras le ponía el silenciador
HERIDAS PERFECTAS. CAPÍTULO 60. A ninguno de los dos.Ver a Mera escapar no fue lo peor de todo, lo peor fue ver cómo Karina se desvanecía en medio de aquella pesadilla que era el sótano sucio del horrible almacén en que la habían secuestrado.Nada evitó que Mikhail corriera hacia ella con desesperación, y la abrazara con fuerza, levantándola contra su pecho para sacarla de allí.El rugido del motor ronroneaba en el silencio de la noche mientras conducía hacia el hospital. Llevaba a Karina en el asiento del copiloto, semiinconsciente después del susto y el agotamiento. Su respiración era irregular, pero al menos estaba viva, y eso era todo lo que importaba en ese momento.—Aguanta, nena, ya casi llegamos —dijo Mikhail, con la voz tensa mientras le echaba rápidas miradas de preocupación.Karina apenas movió los labios en un intento de responder, pero estaba demasiado débil. El corte en su mejilla había dejado un rastro seco de sangre, y Mikhail apretó el volante con tanta fuerza que su
CAPÍTULO 1. La amante perfectaLa mujer apretó desesperadamente el botón del ascensor; su cara mostraba odio, miedo y frustración... y algo más, otras emociones que quizás no deberían estar ahí. Finalmente, la impaciencia pudo más que ella y terminó corriendo escaleras arriba, entre tropezones y jadeos ahogados.Alguien le había mandado una foto de su esposo, el hombre al que había amado con locura durante los últimos cuatro años, ¡siéndole infiel con su mejor amiga! ¡En aquel hotel!¡No podía creerlo! ¡Todo en sus movimientos era un caos, y cada lágrima que salía de sus ojos lo demostraba! Pero todo fue mucho peor cuando empujó la puerta de aquella habitación que alguien había dejado entreabierta y vio a su marido tirado en la cama, con aquella mujer encima, con la ropa a medio quitar y besándolo con pasión.—¡Randall! —gritó desesperada y la mujer sobre él se apartó de inmediato, tratando de subir su ropa con expresión sonrojada y nerviosa—. ¡Eres un maldito infiel! ¡Y tú eres una m
CAPÍTULO 2. Un hombre sin corazón.Uno noventa de estatura, ciento cuatro kilos, con el cuerpo trabajado como un maldito gladiador y enfundado en un traje sastre hecho a medida de diez mil dólares.Las mujeres se derretían por verlo sin ropa, pero la verdad era que quien quisiera salir beneficiada rara vez tendría el gusto, porque Grayson Blackwell no le ofrecía el frente a las mujeres que se follaba. Veinte minutos siendo destrozadas con la cara pegada al escritorio era lo más que podían obtener, eso y algún papel en cualquiera de las producciones que en ese momento estuvieran activas, pero nada más.No le importaba su placer y ellas le importaban menos. No las buscaba, pero muy estúpido tenía que ser el depredador que rechazara la comida que se le ofrecía voluntariamente.Así que esta vez fue Beatrice Harrison la que se levantó del escritorio con la mejilla enrojecida mientras Grayson se guardaba a su segundo mejor amigo y se cerraba el cinturón con un gesto de fastidio.—Listo, ser
CAPÍTULO 3. Un infierno Grayson Blackwell no tenía idea de que el corazón de Serena Radcliffe estaba destrozado en serio, pero que se aliviaba solo un poquito cuando en las tardes pasaba por aquella guardería. Una hermosa niña de tres años salió corriendo a recibirla y se colgó de su cuello, y Serena la estrechó con fuerza, como si el amor de la pequeña pudiera cicatrizarle cada herida.—¡Mami! —exclamó la nena y Serena la levantó contra su pecho.—¡Mi amor! ¿¡Pero cómo sales así?! ¿¡Y tu abrigo?! —le preguntó y detrás de ella vio a la maestra con una expresión de disculpa.—Lo siento, otro niño manchó su abrigo de jugo.Serena lo alcanzó y apretó los labios.—Esto no está manchado, está empapado —murmuró a la maestra, pero no tuvo más remedio que respirar profundo—. Por favor, asegúrese de que no vuelva a suceder. Es el tercer abrigo que le ensucian esta semana y está haciendo mucho frío —pidió con suavidad, quitándose su propio suéter para ponérselo a la niña y luego la cargó para