Kendal estaba totalmente inmovilizado.
Podía sentir la respiración tibia y el aliento de Dante sobre su cuerpo. Aún tenía las manos atadas y no podría quitárselo de encima.
—Por favor aléjate, Dante—Kendal suplicó tratando de no entrar en pánico, para después tragar saliva.
Dante rió y se alejó por completo poniéndose nuevamente de pie. —No lo haré ahora, porque tengo mucho que hacer, pero prometo que lo haré, y tú...—dijo señalando al chico que aún estaba atado. —, rogarás por más. Es una promesa, yo no soy un violador, soy más bien un buen amante.
Kendal sólo cogió aire y se mantuvo cabizbajo.
Dante se acercó nuevamente a él y desató sus manos. Kendal sintió su sangre fluir tranquilamente y sintió total alivio al poder mover todo su cuerpo nuevamente. Si algo ocurría luego, podría defenderse de una u otra forma.
Frotó sus muñecas adormecidas y sólo se quedó sentado esperando a que Dante hiciera o dijera algo. ¿Qué más podría hacer él? Era una indefensa y pacifica víctima junto a Dante, sí, eso era. Para serlo estaba ahí.
—¿Tienes hambre? —Dante preguntó mirándolo fijamente, mientras desabotonaba la camisa que llevaba aquel día.
—Sí —bajó la mirada.
—¿Qué quieres comer? —por momentos preguntaba con una sonrisa de lado, como si estuviera coqueteando, inconscientemente.
—Lo que tú quieras darme, supongo—murmuró y se encogió de hombros.
—Puedo darte muchas cosas Kendal, sé específico—él jugó, mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro.
¿Desde cuándo Kendal había empezado a volverlo loco? Unas horas, desde que estuvo tras el arma, o quizás inconsciente en sus manos.
"Eres una pequeña cosa maravillosa, que no debo matar" se convenció desde la noche anterior. "Por si acaso..." se llenó la cabeza de lo último.
—Sólo quiero comer, muero de hambre—Kendal murmuró nuevamente y al alzar la mirada, Dante ya estaba sin camisa frente a él.
—Bien, te daré de comer—Dante dijo, caminó hasta él y lo cogió del brazo. Lo llevó abajo sin prisas bajando las escaleras con paciencia, no a rastras como lo había hecho antes.
—Siéntate—dijo demandó Dante y señaló la silla.
Kendal obedeció, y Dante empezó a cocinar.
Todo era tan extraño, bueno y malo a la vez; que una mente tan inocente como la de Kendal podría pensar cualquier estupidez.
Dante cocinaba para él, y era extraña aquella sensación cálida que aquello le proporcionaba, ya que desde los seis años él siempre se preparaba cualquier cosa que deseara comer. Su madre sólo nunca estuvo en casa o en su vida, técnicamente. Ella no estuvo presente en la ceremonia de su graduación de la preparatoria y su madre no fue una de aquellas madres orgullosas que les sacaron fotos a sus hijos ese día, mucho menos, se preocuparía por su alimentación.
Y justo ahora, estaba comiendo bien, sintiendo su estómago lleno por las noches, su cuerpo calentito y disfrutando cada tiempo de comida, y todo fue hasta que fue secuestrado para ser asesinado. O al menos eso fue lo que pretendió Dante.
Dios mío, condénalo, apenas y llevaba unas horas ahí y no pensaba demasiado en escapar, al menos no con la locura que un ser normal, o determinado de esa forma, pensaría.
Irónico.
Dormía en una cama grande, limpia, suave, sin tener que preocuparse de que al siguiente día tenía que despertar muy temprano por la mañana e ir a sus clases hambriento ya que en casa no había ningún alimento. Con la misma ropa, y sin poder afeitarse del todo bien, o tener el rostro suave, como siempre le gustó.
"M*****a escoria de vida" él solía pensar diariamente antes de ahora que, ya no sabía ni que pensar.
Y aunque sólo había pasado casi un día, no extrañaba nada de aquello. No solía extrañar nada, y solía aferrarse a la más mínima muestra de afecto.
Ironía número dos.
No extrañaba su hogar, no extrañaba a su familia, no extrañaba a sus amigos, no extraña nada, porque simplemente no tenía nada. No extrañaba el afecto, porque nunca recibió afecto. Llegó al mundo por desgracia y nunca nadie se preocupó por cuidarlo, por darle cariño o por alguna otra porquería de ese tipo que nos hace sentirnos amados. Sentirnos alguien, sentir que tenemos un hogar y un refugio.
Frío, sí, podría ser llamado de esa forma.
Simplemente esperando a ser derretido en las manos correctas.
En las manos capaces de hacerlo pertenecer y nunca, por dios, nunca, dejarlo ir.
Kendal sólo no tenía a alguien que le dijera "Te amo" o "Te extraño". No tenía padres que se preocuparan por su salud. Si los tenía, por decisión de la vida misma, pero si no estuvieran, no habría diferencia.
No tenía amigos con quienes pasar las tardes y nunca tuvo su ansiado novio que lo hiciera amar su sexualidad, que lo besara, que lo amara, que le quitará la virginidad y le dijera cursilerías que lo hicieran suspirar o tener sus ojos azules con brillo e ilusión.
Sólo nada. Ahora Dante empezaba a ser su nuevo nada, lo asimiló así, desde que lo acogió en su cama, y lo alimentó. Y aunque él lo odiara por ahora, estaría bien. Todo estaría perfecto, después de todo, venía del infierno mismo, ¿Qué podría estar peor?
[...]
2 semanas después. Miércoles 05 de octubre, 2011.
15 días después del secuestro.
Dante salió al patio trasero de su casa temprano por la mañana, y dejó en este una bolsa con basura, justo cuando estaba por entrar nuevamente escuchó la voz de su vecina Carrie, la anciana de setenta y seis años, llamarlo.
—Tú compañero es muy dulce, Dante—ella dijo y sonrió.
—¿Mi compañero? —él preguntó frunciendo el ceño de inmediato, se incomodó y un escalofrió le recorrió el cuerpo entero.
—El chico castaño y joven —ella lo describió y sonrió— Ayer por la mañana muy temprano, él abrió la ventana que ha estado cerrada la última semana y lo he saludado. Es muy simpático.
"¿Saludarlo? M*****a sea, ¿qué tal si ella supiera que...?" se quedó quieto y sus gestos se endurecieron.
—Oh bien, que tenga un buen día señora—Dante dijo rápidamente fingiendo una sonrisa, y entró de prisa en la casa.
Gruñó enojado y apretó el puño.
Los días atrás habían sido tan fáciles que supo que en algún momento algo fuera de lugar pasaría, como que no pasaría, si tenía a una persona que vive y respira como su nueva compañía, compañía ganada tras secuestrarlo y someterlo psicológicamente hasta no poder más.
Soñó que él era suyo, pensó que podría serlo y enfurecía de tan solo pensar en que podía simplemente irse, aun cuando se arriesgó como asesino y simplemente se lo quedó.
Subió a la habitación rápidamente, enfadado. Le había advertido severamente a Kendal de que no debía hablar con nadie, nunca. Lo había hecho, y de no ser por la ingenuidad de Kendal, Dante estaría perdido en aquel juego.
Abrió la puerta de la habitación. Kendal aún estaba dormido. Quiso despertarlo de un golpe, realmente quería hacerlo. Era aquel tipo de hombre que descargaba su enojo en golpes y gritos. Lo vio descansando sobre su almohada, con aquella tranquilidad característica que logró que poco a poco su furia fuera bajando.
Y solo pudo quedarse de pie, mirándolo, y cerrando los ojos lentamente hasta respirar lo suficientemente hondo, para darle confianza y no gritarle. Si secuestrar personas fuera como secuestrarlo a él, quizá todo enfermo tendría su propia persona.
Así que se dedicó a observarlo con el ceño fruncido. "Maldito enano llorón. Tienes la suerte de ser pacífico y hermoso" pensó con aquella intención de dañarlo, desistiendo de inmediato.
Kendal era el chico lindo que jamás tuvo, el novio de preparatoria que alguna vez quiso; lucía como la combinación femenina y masculina perfecta. Él lo admitía en sus adentros y últimamente le gustaba mirarlo y jactarse de la buena elección que había hecho al llevárselo aquella tarde.
Y es que m*****a sea, realmente lo era, precioso, ingenuo y dulce.
Dante no podía con ello.
¿Qué haría? ¿Qué haría él con aquel pedazo de cielo, si siempre fue un rotundo infierno? Solía soñar con los ángeles en la soledad de su locura, en las ansias de tocar sin oír gritos, y en las ansias de que alguien lo mirara y le hablara con aquel tono de voz que él poseía.
Hasta que él entró en el sueño de su vida, todo fue más entretenido; ahora debía comprar más comida en el supermercado y debía caminar rápido a casa, porque él lo esperaba, y trataba de convencerse de que lo hacía feliz cuando cruzaba aquella puerta. Resultaba mejor que los ángeles imaginarios.
Y era tan bueno que aun llevando las de perder, obedecía. Estaba un tanto convencido de que estaba loco, y eso le gustó aún más.
Soltó un suspiro y se sentó al borde de la cama, quedándose ahí varios minutos. Observando el cuerpo de Kendal, cada rasgo, y pensó vagamente en lo mucho que lo deseaba. Tras mirarlo dormir, perdido en sus pensamientos, se puso de pie y cerró la ventana.
Al girarse notó a Kendal removerse bajo las sábanas, y segundos después ya estaba despierto. Frotó sus ojos y acomodó su cabello. Dante sonrió, por aquella escena adorable del castaño
despertándose, sin que Kendal lo mirara. Su mano estaba atada a uno de los barrotes de la cama con un par de esposas. Y hasta era estúpido, Kendal no pretendía escapar. M*****a sea, si él llegaba a pedirle que se atara solo, seguramente lo haría.
De pronto Dante se sintió mal. Aquel vano sentimiento de culpa. Quizás nunca debió tratarlo así, o simplemente nunca debió traerlo consigo. Parecía que no merecía nada, no de todo aquello.
— ¿Quieres desayunar, Ken?—Dante preguntó llamando al chico por aquel diminutivo.
Quizá quiso recompensar que le había puesto aquella esposa fría y pesada alrededor de su pobrecita y frágil muñeca.
Kendal lo miró tímidamente y asintió.
—¿Qué quieres comer? —él preguntó mientras se colocaba una sudadera.
Kendal titubeó. ¿Acaso tenía opciones? Siempre creyó que con alimentarlo hacia demasiado.
—Lo que tú quieras darme —Kendal respondió en un murmuro.
—Dime que quieres—Dante dijo un tanto demanDante.
—Cereal—Kendal respondió y lo miró unos cuantos segundos.
—Está bien —Dante aceptó, y se acercó a él para liberarlo, tomó su mano con delicadeza luego y lo llevó a la primera planta, a la cocina.
Dante lo miró, notando que la ropa le quedaba muy grande, sonrió por ello, y soltó un suspiro. —Creo que necesitas ropa —le indicó que se sentará en una de las sillas.
Abrió el refrigerador, sacó de ahí un poco de leche, y cereal de la alacena. Colocó ambas cosas en un plato, se lo dio al chico y luego le tendió una cuchara pequeña.
—Disfruta tu cereal, Ken—dijo para después sentarse en una silla frente a él. Dante por su parte no comió nada, sólo se quedó frente a Kendal mirándole de vez en cuanto y pensando.
No solía desayunar. Y ahora mismo, no solía ni siquiera pensar con inteligencia.
Kendal terminó de comer después de veinte minutos. Y sabía que tras ello Dante lo llevaría arriba, le ataría las manos y se marcharía a su trabajo dejándolo sólo.
Ya había aceptado aquello y hasta contaba los minutos para oír a Dante abrir la puerta de la casa, oír el sonido de sus zapatos al subir las escaleras, oír el sonido de la puerta de la habitación abrirse, y esperar con inocentes ansias a que él besara su mejilla o su frente, esperar a ser desatado y ver una de aquellas magníficas sonrisas que Dante posee, para después oírlo hablar sobre cualquier cosa.
Y por último, ver como se desviste frente a él. Le gustaba, no estaba mal, podía con ello.
Dante tomó su mano esta vez, no su brazo y siendo delicado con Kendal, lo llevó arriba.
Era tarde para Dante, debía ir a su trabajo, Kendal lo sabía ya tenía su tiempo calculado, pero él lucía tranquilo y despreocupado respecto a ello y fue totalmente extraño. Subieron a la habitación y Dante le colocó el seguro a la puerta.
Se quitó aquella sudadera y los pantalones hasta quedar en ropa interior y se acercó a Kendal, el cual se había sentado al borde de la cama.
—Voy a desvestirte, te darás una ducha, Ken—Dante dijo teniendo la voz más pacífica de lo normal.
Y Kendal no protestó, se dejó desnudar.
Dante ya conocía su cuerpo y no le importó en lo absoluto.
Dejó que le quitara toda su ropa hasta quedar desnudo y luego Dante lo llevó a la tina llena agua tibia. No más agua fría, todo había mejorado. De esa forma, pudo quitarse las ansias al observar su cuerpo desnudo.
Lavó el lacio cabello de Kendal, y tras finalizar cubrió a Kendal con una toalla y le ordenó que esperara afuera mientras él se daba una ducha.
Todo era extrañamente tranquilo y algunas cosas lucían como las que una pareja que lleva meses viviendo juntos, haría.
Finalizó y le dio a Kendal una sudadera y unos calzoncillos suyos.
Él tomó las prendas y se vistió rápidamente.
Nuevamente le quedaban enormes a su cuerpo. Al estar Dante vestido y listo para marcharse, Kendal se sentó sobre la cama y espero a que Dante le dijera "las manos atrás Kendal". Lo atara y se marchará como hacía cada día. Pero no sería así ese día.
Es que, en serio, todo marchaba en una sintonía cálida y extraña.
Se acercó a él, colocó una de sus fuertes y grandes manos en la mejilla del chico y la acarició, besó sus finos labios en un movimiento lo suficientemente rápido para ser efímero y antes de marcharse, dijo mirándole a los ojos:
—Espero verte más tarde.
No lo ató, sólo se marchó de casa queriendo gritarle que se quedara y fuera suyo.
Estaba dándole la oportunidad de escapar a su víctima. El único problema era que a su víctima le gustaba ser eso mismo. A Kendal le gustaba ser la víctima de Dante, y le gustó tremendamente su nuevo nada.
Kendal se quedó sentado en aquella cama por más de treinta minutos. Su mente y su cuerpo se habían acostumbrado a las reglas de Dante. ¿Qué se supone que debía hacer, ahora que su mente se había acostumbrado a la sumisión?Logró reaccionar, caer en su maldita realidad y supo lo que debía hacer, aún si con la mente enferma no quería hacerlo. Debía escapar, escapar en sí, de los buenos tratos, de un hogar, y de Dante. Y fingiendo demencia, él sabía que no lo quería. Se puso de pie y estaba por salir de la habitación cuando pensó."Dante podría estar afuera, esperando a que yo intente escapar, para así atraparme y castigarme, sí, claro, un castigo"Kendal se quedó frente a la puerta, observó la habitación y tras suspirar volvió a pasos lentos hasta la cama y se sentó sobre la cama. ¿Por qué debía ser tan estúpido? —No quiero volver...—él susurró para sí mismo, y sus ojos se cristalizaron. —, no quiero volver a eso.Se recostó en la cama y hundió su rostro en la almohada. Lloró apenas
Martes 22 de septiembre, 2011. Birmingham, Inglaterra. Eran más de la cinco de la tarde, la universidad estaba casi vacía, y Kendal estaba por salir. Estaba cansado, estresado y sobre todo hambriento. Sostuvo su mochila vieja de los tirantes, la cual tenía algunos agujeros, y tiritando al sentir el frío viento rozar sus pálidas mejillas. No tenía ni un sólo centavo en el bolsillo y no comería hasta llegar a su casa, y poder comer algún pedazo de pan o beber una taza de té barato.Su padre era el único que trabaja en casa, a veces, y su sueldo resultaba escaso por gastar más de la mitad de éste en alcohol y prostitutas. Y eso afectaba directamente a Kendal quién no podía trabajar debido a su enorme carga académica. Se mentalizó a que la miseria acabaría pronto. Luego estaba su madre que no trabajaba, y si lograba obtener un empleo, no duraba más de una semana, gracias a su drogadicción la cual simplemente crecía y no tenía intención de acabar, de hecho, Kendal se convenció de que el
—Vendrás conmigo entonces —él murmuró dándose por vencido— Soy Dante —dijo segundos después, presentándose. —Te acostumbrarás a mí Kendal, te conservaré —él parecía más aliviado con lo que estaba diciendo. Después se acercó al chico, lo cargó y llevó hasta su auto nuevamente, mientras él aún estaba inmóvil temblando y sin comprender que acababa de pasar. Temblaba quizá de frío, quizá de miedo, o ambos.Seguía sollozando bajito y tratando de recobrar la normalidad de su respiración.Lo dejó en los asientos de atrás como si se tratara de un objeto, y volvió a la casa para cerrar las puertas y dejar todo en orden. Antes de subir y cerrar las puertas de atrás, advirtió severamente al chico: —Si haces algo estúpido, o te comportas mal, voy a hacerte daño y esta vez asesinarte —él dijo señalándolo con su dedo índice. Kendal intentó desatarse, fallando una y otra vez, así que sólo se dio por vencido y se quedó inmóvil nuevamente, la falta de alimento desde hace horas hacía finalmente efe
—Bien...—Kendal accedió y soltó un suspiro.Se quitó la camiseta y desabotonó sus pantalones, bajándolos lentamente, sintiendo un escalofrío recorrerle el cuerpo entero cuando el hombre extraño lo mirada burlón. Lo miraba con el derecho de hacerle lo que se le pasara por la mente. Se sacó los zapatos, y alzó la mirada luego. Se sentía humillado y frágil.—Toda la ropa, Kendal—Dante ordenó.—Pero... ¡Claro que no!—Kendal se negó, diciendo aquello en un tono más alto.—¿Quieres que lo haga yo? —Dante preguntó sin rodeos y alzó una ceja— No me interesa ver tus... dimensiones—se burló—, tampoco voy a abusar de ti. Te quiero limpio, nada más.Kendal quiso llorar. Se sentía frágil y expuesto a toda maldad. —No quiero hacerlo...—susurró sintiéndose indefenso y a punto de llorar.—¿Crees que a mí me importa, si quieres hacerlo o no? —Dante preguntó cínicamente— Estás para obedecer, yo te perdoné la vida.—Por favor, Dante —Kendal rogó y mordió la parte interna de su labio. Que lo llamara por
Las lágrimas empezaron a caer de sus ojos, humedeciendo sus frías mejillas mientras muchos sollozos se escapaban de su boca. Se cubrió con aquella sábana al sentir frío en sus piernas y al sentirse tan indefenso en aquel lugar, suponiendo de inmediato que podría ocurrirle cualquier cosa. Calló sus sollozos hundiendo su rostro en aquella almohada y se refugió bajo la sábana, sintiendo que aquella esposa que estaba alrededor de su mano lo lastimaba. —¿Por qué mi vida debe ser así? ¿Por qué deben pasarme estas cosas? Maldita sea... —él se hizo aquella pregunta en voz baja y siguió llorando, con mucho dolor en su pecho. Sollozó desconsolado y tembló— ¿Por qué nunca existió alguien que me ame y me cuide? —él se preguntó por último y sollozó fuerte, con el sentimiento más profundo y doloroso que no sentía desde hace mucho.Pronto su cabeza dolía de tanto llanto y pensamientos tristes y suicidas. Se sintió mareado y agotado. Así se quedó dormido, sobre las sábanas y la extraña calidez de
—Siéntate —Dante dijo firmemente, señalando una de las sillas, borrando de la nada aquella sonrisa que se había formado en su frío rostro. Kendal obedeció y se sentó en ella.—Preparé algo para ti, quiero que lo comas todo, ¿de acuerdo? —él pudo formar y colocar un plato con comida frente a Kendal. Le tendió un tenedor, y Kendal tímidamente lo cogió. Llenó un vaso con jugo de naranja y lo dejó junto al plato. Kendal descubrió todo, sintiendo el olor de la comida, viendo lo bien que se vio, y notando también, como Dante tomó asiento junto a él, pero no comía, no pretendía hacerlo. Lo olio una vez mas; pan tostado, huevos revueltos, queso y mantequilla derretida sobre una pieza de pan. Eso además del jugo de dulce de naranja.—¿Te quedarás mirando la comida y no comerás? —Dante preguntó al notar que Kendal llevaba varios minutos mirando su comida, sin probar nada. Alzó una ceja y lo cuestionó— Si lo que te preocupa es que pueda tener algún tipo de droga, no te preocupes, ¿de acuerdo?