Martes 22 de septiembre, 2011. Birmingham, Inglaterra.
Eran más de la cinco de la tarde, la universidad estaba casi vacía, y Kendal estaba por salir.
Estaba cansado, estresado y sobre todo hambriento. Sostuvo su mochila vieja de los tirantes, la cual tenía algunos agujeros, y tiritando al sentir el frío viento rozar sus pálidas mejillas. No tenía ni un sólo centavo en el bolsillo y no comería hasta llegar a su casa, y poder comer algún pedazo de pan o beber una taza de té barato.
Su padre era el único que trabaja en casa, a veces, y su sueldo resultaba escaso por gastar más de la mitad de éste en alcohol y prostitutas. Y eso afectaba directamente a Kendal quién no podía trabajar debido a su enorme carga académica. Se mentalizó a que la miseria acabaría pronto.
Luego estaba su madre que no trabajaba, y si lograba obtener un empleo, no duraba más de una semana, gracias a su drogadicción la cual simplemente crecía y no tenía intención de acabar, de hecho, Kendal se convenció de que ella moriría de una sobre dosis pronto.
Una vida patética.
Por eso mismo asistía a la universidad, ¿no? Para alejarse algún día del par de padres patéticos y miserables que poseía.
Su tío Harlow, el hermano de su padre, pagaba sus estudios y todo lo que giraba en torno a ellos. Kendal nunca pidió más, nunca quiso aprovecharse. Su tío no vivía cerca, por esa razón no podía darse cuenta de la miserable vida que su sobrino favorito llevaba. Kendal sólo no pretendía decírselo. Le bastó con la universidad.
—¡Kendal! —una voz poco familiar lo llamó haciéndolo girarse.
Una chica de cabello rojo, casi naranja, algunas pecas en su rostro y piel pálida, corría hacia él.
—¡Hola, Kendal! —ella saludó y alzó su mano— Soy Hanna —finalizó presentándose, sonriendo de paso.
—Oh, hola —él saludo apenas—, sé tú nombre, te sientas tras de mí —él murmuró y rió.
—Lo sé, es sólo que no me notan mucho por aquí, pero... ¿Podrías ser un chico lindo, y prestarme tus apuntes de química? —la pelirroja preguntó, mirando al chico a los ojos, irradiando cierto brillo de sus ojos verdes. Kendal se incomodó y tuvo que mentir.
Y es que, odiaba prestar sus cosas, se consideraba un chico egoísta.
—Lo siento, los dejé en mi casillero, tengo que volver a casa pronto y ya son las cinco y treinta —Kendal mintió perfectamente y se encogió de hombros.
Odiaba que lo buscaran solo para obtener algo a cambio.
Kendal sonrió de lado, y tras encogerse de hombros decidió seguir caminando y le dio la espalda a la chica.
—¡Kendal, por favor! —ella rogó y lo tomó del brazo.
—Mi examen es en dos días —ella explicó y soltó un suspiro— Lloraré si repruebo, lo necesito por favor.
La miró por encima del hombro, y en el fondo le tuvo lástima. Honestamente, nadie lo esperaba en casa.
—Bien —Kendal murmuró a regañadientes—, te daré mis apuntes mañana.
—Solo serán unos minutos —Hanna insistió— Es posible que mañana no te vea.
—Sí me verás, vamos en el mismo salón y tocas tras de mí Hanna —Kendal dijo riendo un poco.
—Por favor —ella rogó con la mirada. Y Kendal desistió.
—Bien, ven conmigo —él dijo haciendo una seña con su mano.
Ella sonrió y fue tras él para ir por sus apuntes. Caminaron por todo el patio, pasando por los baños, luego las canchas de baloncesto, y por último el pasillo en el que se encontraban todos los casilleros.
Kendal fue hasta el final, pues el suyo era casi el último, la chica sólo se quedó a su lado. Kendal abrió el casillero desganado de una vez, y le entregó el cuaderno.
—Cuida este cuaderno con tu alma, Hanna. ¿De acuerdo?
La chica asintió y sonrió. —Gracias, Kendal —ella agradeció y tras hacer una seña con su mano se alejó corriendo por el pasillo— ¡Te veo mañana! —ella exclamó de lejos y Kendal sólo se limitó a despedirse haciendo una seña con su mano.
Finalmente salió del lugar minutos después, se había retardado unos quince minutos, no importaba mucho el retraso, después de todo, nadie lo esperaba en casa.
Pero él odiaba caminar tarde a casa, hacía aún más frío, no traía abrigo y las calles estaban aún más vacías. Ya no habían muchos chicos en la escuela, solo un pequeño grupo de chicos que practicaban baloncesto hasta tarde.
Caminó por la banqueta doblando a la izquierda, solía caminar diez cuadras todos los días, y no podía simplemente tomar el autobús ya que no traía dinero para ello. Soltó un suspiro, sintiendo ganas de llorar, mientras recordaba su miseria. Tratando de desechar sus ideas suicidas concentrándose en apresurar su paso, para llegar pronto a casa, quizá tomar una insípida taza de café e ir a dormir.
Un auto color negro se detuvo a su lado, sólo siguió caminando y se giró para observarlo notando que aún estaba inmóvil, el auto no se detuvo para estacionarse, tampoco para esperar a alguien ya que la banqueta estaba vacía, sólo Kendal caminaba deprimido por ella, tampoco pensándolo bien, no se detuvo porque hubiese algún semáforo cerca, no había motivos, sólo se quedó ahí.
Se giró sin discreción y observó, cuando reaccionó, supo que había observado el auto por varios segundos como un idiota entrometido, y dándose cuenta de su estupidez, hizo caso omiso y empezó a caminar rápidamente alejándose. Eso no debía interesarle, sólo era extraño.
—¡Oye Kendal! —una voz grave y masculina lo llamó, volvió a girarse al oír su nombre, pero no había nadie cerca, entonces supo que la voz venía del auto, el cual había avanzado lentamente unos metros hacia él.
Frunció el ceño, e inocentemente alzó su mirada para prestar atención.
Un sujeto bajó del auto, sostenía algo en sus manos, abrió la puerta trasera de su auto dejándola así, y observó a Kendal unos segundos antes de empezar a acercarse a pasos lentos.
—¿Tú... me hablas a mí? —Kendal preguntó nervioso al observar al sujeto y su inusual vestimenta. ¿Quién viste ropa oscura y gafas de sol, por la tarde, cuando el cielo esta gris apunto de llover?
Kendal tardó demasiados segundos en notar sus intenciones, y aún más segundos en echarse a correr. El auto con las puertas abiertas, el sujeto, su vestimenta, la bufanda que casi cubría su rostro, asuntos desconocidos, la situación fría y desolada.
Su mente gritó "corre" pero sólo logró dar un estúpido y vano paso. El sujeto inmediatamente lo tomó del brazo y apretó con fuerza. Era alto, y sus manos grandes y fuertes, lo tomó rápidamente tirando de su cuerpo, que era pequeño y flacucho, llevando ágilmente su brazo alrededor del cuello del chico sin perder tiempo, presionó con fuerza el pañuelo negro que sostenía sobre el rostro de Kendal, cubriéndole la nariz y la boca, obligándolo a respirar la sustancia con la cual lo humedeció antes.
—¡No! ¡Suéltame! —Kendal exclamó casi gritando, forcejeó apenas, sintiéndose pronto débil y mareado.
—Claro que te hablo a ti, Kendal —el sujeto susurró en su oído, cuando este estaba a punto de desmayarse. Tras un par de forcejeos débiles, quedó totalmente inconsciente.
El sujeto llevó consigo a Kendal casi a rastras hasta su auto, tratando de ser discreto aunque fuera imposible, y lo dejó en los asientos traseros, cerrando después la puerta con fuerza. Un auto pasó por ahí, seguido de otro, pero ninguno logró percatarse de lo que ahí ocurría. Kendal ya estaba en el auto, convirtiéndose en una presa, ya estaba en las manos de aquel sujeto.
Entró al auto, observando a su alrededor a través de los espejos. La calle seguía vacía, a excepción de una chica pelirroja que observaba todo atónita desde una esquina.
La observó minuciosamente unos segundos por el espejo retrovisor, pensando fríamente y con el corazón acelerado. Soltó un suspiro colocando las manos en el volante del auto, se quitó las gafas y aquella bufanda negra que cubría la mitad de su rostro, revelando así, a un sujeto de piel pálida, ojos verdes y enormes, los cuales sólo irradiaban frialdad y un brillo inigualable. Tras darle un último vistazo a su rehén, arrancó, y se marchó rápidamente. Tenía la capacidad de encargarse de terceras personas luego. Se juraba que ella no había visto su rostro, que era imposible lo haya reconocido.
Observó a su rehén por el espejo retrovisor, mientras aumentaba la velocidad del auto y supo que debía dar una pequeña parada antes de llegar a Cheshire.
Sería una total estupidez por parte de un asesino serial secuestrar y asesinar personas de su misma ciudad. Si deseaba saciar su deseo psicópata debía ir por sus personas.
Dejó salir el aire que contenía en sus pulmones, sintiéndose satisfecho de su trabajo al saber que tenía como rehén a un chico atractivo, pequeño y débil, el cual sería asesinado; disfrutaría mucho de herir aquella piel blanca y frágil que él poseía y estaba tan ansioso que todos los pensamientos al respecto, le abrían la puerta al infierno. Tenía tres años de no hacer aquello, y lo había pensado tanto que se dio por vencido y fue por su persona.
Por el tiempo transcurrido, perdió agilidad. Incluso se hizo más sensible y preocupado al respecto. Las manos le temblaban incluso.
Sí, él estaba enterado que era un enfermo psicópata y sentirse perdiendo las agallas de matar, no le gustaba en lo absoluto.
—Kendal Parker, ese es tu nombre—el sujeto murmuró y observó al chico inconsciente por el espejo retrovisor—, eres menos feo de lo que esperaba. De hecho, eres más fino físicamente, a diferencia de ese último chico que fui mi víctima anterior, quizá te conserve uno o dos días —él habló solo, sintiendo las ansias en su estómago, fabricadas por su mente. Era una combinación entre terror absoluto y éxtasis.
Condujo durante treinta minutos más, hasta llegar a la carretera de sus sueños, con curvas, rodeada de árboles, oscuridad y olor húmedo. Aparcó y comprobó que eran pocos los autos que pasaban por ahí. Era tarde, hacía frío, y todos preferían quedarse en casa y salir por la mañana.
Bajó del auto, sacando antes cinta adhesiva de la guantera de su auto. Cerró la puerta y abrió la puerta derecha trasera. Finalmente observó a Kendal, encendió la luz de su auto y le quitó la mochila que traía consigo, tirándola a un lado de la carretera, entre los arbustos y tierra. Prosiguió a revisar sus bolsillos pero no encontró nada, ni celular, ni dinero.
Cogió luego la cinta adhesiva de una vez.
—No deseo que causes problemas al despertar —él murmuró y unió los pies del chico con cinta adhesiva, colocado varias capas alrededor, e hizo lo mismo con sus manos, atándolas tras su espalda. Y por último, colocó un trozo sobre su boca—, sé discreto al despertar pequeño —Dante susurró cerca de su rostro. Lo observó, tocó suavemente su cabello retirando unos mechones de su rostro, observó su rostro y cuerpo en general y se aseguró de que su piel estuviera tibia. Lucía tan frágil.
Sus ojos cerrados y las pestañas tupidas. Respiraba y se encontraba bien.
Le tocó con el dedo índice la garganta, lo deslizó lentamente y suspiró.
—Es posible que haga algo con tu cuerpo luego —dijo por último y cerró la puerta con seguro, subió al auto, y se marchó.
[...]
Hanna corrió rápidamente subiendo las escaleras hacia su habitación, respirando irregularmente tras haber corrido cuadra tras cuadra sin detenerse. Eran casi las seis treinta, y la oscuridad la aterró.
—¿Hanna? —su madre preguntó tras oír las pisadas de la pelirroja, subiendo las escaleras hacia su habitación. Su madre frunció el ceño y se quedó de pie, al pie de las escaleras.
—¡Tengo cosas que hacer! —ella gritó desde su habitación— ¡No me molestes!
Y su madre no dijo más y volvió a la cocina por sus alimentos.
Hanna arrojó su mochila sobre su cama, y se quedó sentada en el borde de esta. Normalizando de una vez su respiración, se quedó mirando un punto fijo de la habitación.
—Maldita sea, Kendal...—ella susurró y se sintió notablemente preocupada. Acomodó un mechón de su cabello tras su oreja, y trató de asimilar lo que acababa de ver.
Tragó saliva y respiró hondo.
—¿Qué debo hacer? Si voy a la policía, quizás no me creerán —ella susurró para sí misma y bufó frustrada—, aunque, quizá interpreté todo mal, sí, eso es todo —ella murmuró mintiéndose, soltando un suspiro, para después recostarse en su cama.
—Veré a Kendal mañana en clases y todo estará bien —murmuró tratando de convencerse.
Tumbada sobre la cama y mirando el techo, su corazón no dejaba de latir con fuerza.
[...]
El sujeto de cabello rizado llegó a su lugar, ya eran las ocho de la noche y había conducido por dos horas. Había llegado a la que era la casa de sus padres, esta estaba en Birmingham. Su vecino de la izquierda era inexistente y sus vecinos de la derecha era un anciano de ochenta y siete años, que vivía junto a su esposa de setenta y nueve.
En definitiva, tenía su sitio perfecto, había asesinado a una persona más ahí, y lo haría nuevamente con Kendal, nadie lo notaría, se encargaría de su cuerpo, volvería a Cheshire e intentaría buscar a su próxima víctima en una ciudad diferente. Todo estaba en orden. Tenía que ganar algo de práctica.
Salió de su auto, cerró la puerta para después caminar hasta la puerta de atrás y abrirla con cuidado, notó el cuerpo de Kendal moverse un poco, y supo que posiblemente estaba recobrando el conocimiento.
Lo oyó balbucear y quejarse, y lo levantó para llevarlo adentro, aún tenía sus ojos cerrados, abriéndolos apenas por segundos, para después volver a cerrarlos. Aún estaba desorientado.
Abrió la puerta con dificultad, ya que cargaba el cuerpo del chico, se dirigió a oscuras de una vez al sótano, encendió la luz de las escaleras de este, y prosiguió a bajar el cuerpo del chico. Al llegar abajo, encendió la luz, y dejó al chico sobre un sofá viejo.
Entonces Kendal abrió sus ojos.
—Te sugiero que permanezcas quieto, Kendal —él anunció y el castaño giró su rostro para observarlo. Lucía totalmente distinto al sujeto que lo había raptado, y como no, si ya no traía su rostro cubierto.
Kendal intentó hablar, pero sólo pudo balbucear. Intento moverse, y supo que estaba atado, quiso romper la cinta, pero había demasiada alrededor de sus manos y pies; no podía romperla.
Dante estaba sudando. Tenía la frente húmeda y la respiración agitada. No podía comprender cómo que es su pulso se habría incrementado, a tal manera, que se sentía angustiado.
¿Qué era eso? ¿Se había vuelto sensible después de tres años?
Se limpió el sudor de la frente agresivamente y tragó saliva.
Era claro, no podría torturarlo. Había algo en sí mismo que se había desvanecido. Y luego estaba esa otra parte que suplicaba renacer.
—Bien, acabemos con esto ya, este día dispongo de poco tiempo, pero muchas ganas—él sujeto de ojos verdes murmuró, y subió las escaleras para ir por algo a su auto.
Kendal entró en pánico.
Empezó a moverse para intentar desatarse.
¿Quién era él? ¿Qué quería hacerle?
Matarlo, lo quería matar. Entendió de inmediato que iba a asesinarlo.
Su respiración se volvió irregular, y la cinta no ayudaba en nada, sentía que empezaba a asfixiarse. Al observar el lugar en el que se encontraba, no reconoció el sitio, no tenía idea del lugar al que el sujeto de ojos verdes y nombre desconocido lo había llevado.
Forcejeó y pronto escuchó las escaleras crujir mientras el sujeto bajaba, con un arma en sus manos.
Le dispararía ahí mismo. Solo porque sí.
Los ojos azules de Kendal se llenaron de lágrimas y el pánico lo hizo quedarse inmóvil con la mirada baja.
¿Qué haría él al respecto? ¿Acaso hacer una plegaria?
Sería asesinado aquella noche, nadie lo iba a proteger, nadie lo cuidaría de nada esa noche, solo serían él, el asesino y el horror que lo hacía ahogarse.
—Tienes suerte de que el último rostro que verás antes de morir, sea tan hermoso—el sujeto habló y sonrió remarcando los hoyuelos que poseía.
Kendal lo vio a los ojos unos segundos, con aquellos llenos de lágrimas, y en esos segundos los gestos fríos del secuestrador se suavizaron hasta formar una expresión sería.
—No me mates, por favor. No me quites la vida.
Él no podía decir nada, pero Dante escuchaba la voz.
—Pensé en violarte ¿sabes? Pero, las violaciones y los hombres no son lo mío—el admitió y Kendal oyó el arma hacer un sonido, como un chasqueo, él le había quitado el seguro, y estaba listo para disparar.
En ese instante Kendal lo vio a los ojos y se quedó mirando ese lugar, mientras las lágrimas salían de ellos, y se mantenía inmóvil y sumiso.
—Creo que...—él habló y se detuvo, miró los ojos azules que su víctima poseía, y sintió que su mano temblaba por primera vez al sostener el arma ante su víctima, trato de ignorar aquello, sólo era cuestión de jalar el gatillo—, es mejor acabar todo de una vez, tú sufrirás menos, y yo tendré menos problemas —tragó saliva una vez más y observó al chico cerrar sus ojos y hacerse pequeño frente a él.
Su dedo rozó el gatillo, pero su mano temblaba demasiado y no podía apretarlo de una m*****a vez, cogió aire y habló: —No es tu culpa, que yo te haya elegido para matarte —él murmuró y los ojos de Kendal se abrieron para mirarlo una vez más. De ellas salieron dos enormes lágrimas que mojaron algunos mechones de cabello que caían por su cara, y estas se resbalaron hasta su pecho. Este subía y bajaba rápidamente, sollozando. Se encogió de pronto sobre sí mismo y sollozó.
Los ojos verdes de aquel asesino cogieron brillo de pronto, y sintió algo que jamás había experimentado. Piedad. De hecho, no sabía cómo llamarlo. Su cuerpo entero empezó a temblar, relamió sus labios, y bajó su rostro al sentir su corazón latir de una forma diferente.
Tres años. Habían sido tres años de lucha contra sí mismo, de repudio a su nueva sensibilidad y tres años de desear cosas que no podía obtener.
Ya no podía apuntar siquiera en la dirección correcta, y no supo en que momento el arma cayó de sus manos.
El estruendo del arma impactando contra el suelo, lo enfureció.
—¡No me veas de esa forma! —gritó desorientado, y su víctima cerró sus ojos y giró el rostro— ¡No puedo controlar... esto!—él gritó por último.
Se acercó al chico, hizo que se sentara de un tirón brusco, y golpeó inmediatamente su rostro. —¿¡Por qué haces eso!? —preguntó alterado y colocó sus manos alrededor del cuello del frágil chico, apretándolo fuertemente, cortándole la respiración— ¿Por qué no puedo matarte? —él preguntó por último en un murmuro, y soltó el cuello del chico.
Se alejó segundos después, simplemente oyéndolo llorar desconsolado.
Supo que debía idear un nuevo plan.
—Vendrás conmigo entonces —él murmuró dándose por vencido— Soy Dante —dijo segundos después, presentándose. —Te acostumbrarás a mí Kendal, te conservaré —él parecía más aliviado con lo que estaba diciendo. Después se acercó al chico, lo cargó y llevó hasta su auto nuevamente, mientras él aún estaba inmóvil temblando y sin comprender que acababa de pasar. Temblaba quizá de frío, quizá de miedo, o ambos.Seguía sollozando bajito y tratando de recobrar la normalidad de su respiración.Lo dejó en los asientos de atrás como si se tratara de un objeto, y volvió a la casa para cerrar las puertas y dejar todo en orden. Antes de subir y cerrar las puertas de atrás, advirtió severamente al chico: —Si haces algo estúpido, o te comportas mal, voy a hacerte daño y esta vez asesinarte —él dijo señalándolo con su dedo índice. Kendal intentó desatarse, fallando una y otra vez, así que sólo se dio por vencido y se quedó inmóvil nuevamente, la falta de alimento desde hace horas hacía finalmente efe
—Bien...—Kendal accedió y soltó un suspiro.Se quitó la camiseta y desabotonó sus pantalones, bajándolos lentamente, sintiendo un escalofrío recorrerle el cuerpo entero cuando el hombre extraño lo mirada burlón. Lo miraba con el derecho de hacerle lo que se le pasara por la mente. Se sacó los zapatos, y alzó la mirada luego. Se sentía humillado y frágil.—Toda la ropa, Kendal—Dante ordenó.—Pero... ¡Claro que no!—Kendal se negó, diciendo aquello en un tono más alto.—¿Quieres que lo haga yo? —Dante preguntó sin rodeos y alzó una ceja— No me interesa ver tus... dimensiones—se burló—, tampoco voy a abusar de ti. Te quiero limpio, nada más.Kendal quiso llorar. Se sentía frágil y expuesto a toda maldad. —No quiero hacerlo...—susurró sintiéndose indefenso y a punto de llorar.—¿Crees que a mí me importa, si quieres hacerlo o no? —Dante preguntó cínicamente— Estás para obedecer, yo te perdoné la vida.—Por favor, Dante —Kendal rogó y mordió la parte interna de su labio. Que lo llamara por
Las lágrimas empezaron a caer de sus ojos, humedeciendo sus frías mejillas mientras muchos sollozos se escapaban de su boca. Se cubrió con aquella sábana al sentir frío en sus piernas y al sentirse tan indefenso en aquel lugar, suponiendo de inmediato que podría ocurrirle cualquier cosa. Calló sus sollozos hundiendo su rostro en aquella almohada y se refugió bajo la sábana, sintiendo que aquella esposa que estaba alrededor de su mano lo lastimaba. —¿Por qué mi vida debe ser así? ¿Por qué deben pasarme estas cosas? Maldita sea... —él se hizo aquella pregunta en voz baja y siguió llorando, con mucho dolor en su pecho. Sollozó desconsolado y tembló— ¿Por qué nunca existió alguien que me ame y me cuide? —él se preguntó por último y sollozó fuerte, con el sentimiento más profundo y doloroso que no sentía desde hace mucho.Pronto su cabeza dolía de tanto llanto y pensamientos tristes y suicidas. Se sintió mareado y agotado. Así se quedó dormido, sobre las sábanas y la extraña calidez de
—Siéntate —Dante dijo firmemente, señalando una de las sillas, borrando de la nada aquella sonrisa que se había formado en su frío rostro. Kendal obedeció y se sentó en ella.—Preparé algo para ti, quiero que lo comas todo, ¿de acuerdo? —él pudo formar y colocar un plato con comida frente a Kendal. Le tendió un tenedor, y Kendal tímidamente lo cogió. Llenó un vaso con jugo de naranja y lo dejó junto al plato. Kendal descubrió todo, sintiendo el olor de la comida, viendo lo bien que se vio, y notando también, como Dante tomó asiento junto a él, pero no comía, no pretendía hacerlo. Lo olio una vez mas; pan tostado, huevos revueltos, queso y mantequilla derretida sobre una pieza de pan. Eso además del jugo de dulce de naranja.—¿Te quedarás mirando la comida y no comerás? —Dante preguntó al notar que Kendal llevaba varios minutos mirando su comida, sin probar nada. Alzó una ceja y lo cuestionó— Si lo que te preocupa es que pueda tener algún tipo de droga, no te preocupes, ¿de acuerdo?
Kendal estaba totalmente inmovilizado. Podía sentir la respiración tibia y el aliento de Dante sobre su cuerpo. Aún tenía las manos atadas y no podría quitárselo de encima.—Por favor aléjate, Dante—Kendal suplicó tratando de no entrar en pánico, para después tragar saliva.Dante rió y se alejó por completo poniéndose nuevamente de pie. —No lo haré ahora, porque tengo mucho que hacer, pero prometo que lo haré, y tú...—dijo señalando al chico que aún estaba atado. —, rogarás por más. Es una promesa, yo no soy un violador, soy más bien un buen amante.Kendal sólo cogió aire y se mantuvo cabizbajo.Dante se acercó nuevamente a él y desató sus manos. Kendal sintió su sangre fluir tranquilamente y sintió total alivio al poder mover todo su cuerpo nuevamente. Si algo ocurría luego, podría defenderse de una u otra forma. Frotó sus muñecas adormecidas y sólo se quedó sentado esperando a que Dante hiciera o dijera algo. ¿Qué más podría hacer él? Era una indefensa y pacifica víctima junto a D
Kendal se quedó sentado en aquella cama por más de treinta minutos. Su mente y su cuerpo se habían acostumbrado a las reglas de Dante. ¿Qué se supone que debía hacer, ahora que su mente se había acostumbrado a la sumisión?Logró reaccionar, caer en su maldita realidad y supo lo que debía hacer, aún si con la mente enferma no quería hacerlo. Debía escapar, escapar en sí, de los buenos tratos, de un hogar, y de Dante. Y fingiendo demencia, él sabía que no lo quería. Se puso de pie y estaba por salir de la habitación cuando pensó."Dante podría estar afuera, esperando a que yo intente escapar, para así atraparme y castigarme, sí, claro, un castigo"Kendal se quedó frente a la puerta, observó la habitación y tras suspirar volvió a pasos lentos hasta la cama y se sentó sobre la cama. ¿Por qué debía ser tan estúpido? —No quiero volver...—él susurró para sí mismo, y sus ojos se cristalizaron. —, no quiero volver a eso.Se recostó en la cama y hundió su rostro en la almohada. Lloró apenas