Después de entrenar en forma intensa, tanto que hasta tuve calambres en las manos, je je je, Marcial me llamó a gritos para que suba a su oficina. -Ese hombre no puede vivir sin mí-, le dije divertida a Ashley, mientras me sacaba el sudor de la frente. -Recuerda que mañana tenemos un partido con Elena Milchevic-, me dijo, recogiendo las pelotas que estaban regadas por todo el campo. Heather estaba en clases en la universidad. Saludé a Jennifer y Judy que estaban entretenidas viendo la pantalla de la PC. -No estén viendo páginas prohibidas, chicas-, sonreí. Ellas me sacaron la lengua. Marcial me esperaba alborozado. Me dio un besote largo, sabroso, delirante y sobre todo vehemente. -¿Por qué tanta euforia?-, me encandilé a sus ojos. -Tengo nuevos sponsors para ti-, estaba bastante frenético, rebuscó los contratos en el sin fin de papeles que tenía amontonados en el escritorio. -¿Y eso es bueno?-, me lancé a uno de sus cómodos sillones, crucé las piernas y me di airecito con mi
Todo me fascinó de México. La capital y luego, Guadalajara, en Jalisco, donde se hizo el torneo. Estaba maravillada, absorta y no dejaba de tomar fotos y hacerme selfies con todos los encantos de la ciudad. Ashley me hablaba de las rivales a las que iba a enfrentar pero yo estaba encandilada con todos los atractivos de la ciudad. De inmediato le mandaba los selfies a Marcial que respondía, siempre, con un emoji de un corazoncito latiendo que me estremecía, me hacía patalear y hasta chapotear la sangre en las venas. El torneo se hizo en el centro panamericano de tenis. Casi ocho mil espectadores estaban en las tribunas. Heather me ayudó a ponerme el flamante uniforme que estrenaría con los nuevos sponsors. -Espero que me tomen muchas fotos-, le dije divertida. - ¿Fotos? El torneo será transmitido a todo el mundo, tonta-, sonrió ella. Wow. Y yo que pensaba en simples partiditos como en el club de Marcial o el Club Blanco, con poco público. Junté los dientes. Enfrenté primero a un
Me peleé en los cuartos de final. Me volví a enfrentar a la alemana que me había insultado en París, Helga Sparwaser, y nuevamente me atacó. Su español había mejorado, además. -Ahora sí te ganaré, perra-, me disparó de frente cuando la saludé. Chirrié mis dientes. Ella, al parecer, me estudió mucho, sabía de mis puntos flacos y había mejorado mucho en su juego, sobre todo en el saque que hacía en forma muy potente. También en el smash. Así, sacó ventaja en el primer set, incluso se puso adelante 4-0. -¿Viste, perra?-, se ufanaba imitando mis bailes con sorna, lo que provocaba la risa del público, además se alzaba la faldita, me mostraba el calzón y me sacaba la lengua, mofándose de mí. Descargué toda mi furia, entonces. Estaba demasiado colérica por las burlas de Helga, que puse en acción los cañones que tenía por manos. La raqueta nueva que me había dado mi nuevo auspiciador me ayudó aún más. Era ligera, contundente, flexible y con un mango que se asía a la perfección a mis dedos
Durante el torneo de Toronto, Marcial me llamó religiosamente todos los días, cuatro veces al día, después de cada juego, al levantarme y al dormirme y cuando estaba en reuniones con los ingenieros que estaban encargados de la ampliación del club y la construcción del estadio, me mandaba emojis y audios de sus besos. Eso me hacía patalear enfervorizada, gritar como loca y sentirme en las nubes, dando vueltas como consumada bailarina de ballet. Le conté un chiste, incluso: -¿sabes cómo suena el tambor en Toronto?-, le pregunté arrugando, coqueta, mi naricita, en una nuestras tantísimas video conferencias. Él intentó muchas respuestas sin éxito. -Toronto ton, Toronto ton, Toronto ton ja ja ja-, estalle en carcajadas y él solo se contagió de mis risotadas. El torneo fue muy reñido, complicado y muy emocionante. En el certamen estuvo Hannah Carter que era la gran favorita para adjudicarse el primer puesto pero fue eliminada por la japonesa Yuko Kiruma en un dramático partido de t
El primer partido le gané a una australiana que se pasó todo el partido provocándome, gritándome cosas, mirándome feo y haciéndome gestos con sus puños. El público estaba con ella, la aplaudían, la vivaban porque era atrevida y muy latosa. Eso me enardeció mucho y ya saben que cuando me molesto soy peor que un iracundo monstruo ja ja ja. La ametrallé con dinamitazos de todo calibre y logré ganarle por 6-4 y 6-2. Ni la besé al final del partido. Alcé mi naricita y me despedí de los jueces con una venia. -Eres bien malcriada, perra-, me dijo ella, entones, en español, pero no le hice caso, me fui haciendo eles con mis manos, meneando la minifalda y mi cabecita alzada, sacudiendo mis largos pelos hechos en cola. Luego tuve que esforzarme mucho para superar a una coreana tan ágil que parecía estar hecha en alambre. No sé cómo hacía para alcanzar las pelotas más lejanas. Se lanzaba como si lo hiciera a una piscina y rechazaba los pelotazos con exactitud y tan presta como caía, ya estaba
Los cuartos de final le gané a una checa por 6-0 y 6-0, ofreciendo mi mejor juego, tanto que el público, puesto de pie, me brindó una efusiva ovación. Conmovida y agradecida, alcé los brazos y con una larga sonrisa en mis labios empecé a menear las caderas con tanta cadencia que desató aún más euforia. En las semifinales vencí a una canadiense en un partido muy reñido, electrizante y que se definió en tie break. -Ya estás en el top cien del ranking mundial-, me dijo, en el desayuno Ashley, revisando su tablet. Ni escuché lo que me decía, porque estaba entretenida besando a Marcial y diciéndole que lo amaba mucho. -Con estos triunfos vas al cuadro principal de Wimbledon-, también brincaba entusiasmada Heather. Ella estaba en una tanga microscópica porque había estado bañándose en Copacabana. Su mamá estaba furiosa. -¿No podías usar al menos, un pareo?-, refunfuñaba Ashley, haciendo chirriar los dientes. -Ay mamá, hay tangas más pequeñas en todas las playas de Brasil-, reía ella.
Estuvimos dos días en Río de Janeiro. Ashley y Heather ya habían regresado a Lima. Estuvimos en Ipanema y Copacabana, nos tomamos selfies en el estadio Maracaná, frente al Pão de Açúcar y el Cristo del Corcovado, también fuimos a bailar samba y nos paseamos por el famoso sambódromo. Fue como una luna de miel. Yo estaba encantada y maravillada, como inmersa en un sueño delicioso del que no quería despertar.Lo que no sabía Marcial es que le pegué a una chica que le hacía ojitos mientras bailábamos. Me le acerqué sigilosamente y e metí un codazo en las costillas que la dejó sin aire y debieron llevarla de emergencia al hospital. Yo me reía satisfecha. Los celos ya me hacían estragos y me volvían insensible, cruel y rabiosa, demasiado iracunda. Luego de retornar a Lima y reanudar mis entrenamientos, Milton me llamó a gritos. Ya me había bañado y me dirigía a almorzar. Corrí de prisa, sorprendida y boquiabierta ante sus gritos destemplados. -Está hablando Ruth Evand-, me dijo. Yo est
Gonzalo me esperaba en la puerta de mi casa. Estaba malhumorado, tenía la cara ajada, los ojos inyectados de furia, refunfuñaba y mascullaba. Lanzaba, incluso, puñetazos al aire y chasqueaba la boca una y otra vez. -Te llamé muchas veces y no has respondido a mis mensajes-, me recriminó muy enojado, después que me dio un beso en la mejilla. Él estaba pintado de cólera, apretaba los puños constantemente y balbuceaba cosas. -Lo nuestro fue un error, Gonzalo, ya terminó-, le dije, tratando de mantenerme serena, con un aire de indiferencia para no ahondar la crisis, haciéndolo luego pasar a mi sala. -Yo te amo y mucho, Katty-, insistió él mortificado, igual si hubiera recibido un bofetón en plena cara. -Quedamos que lo nuestro era solo un juego-, le aclaré resoluta. Yo no iba a arriesgar mi relación con Marcial por una aventurilla con Gonzalo a quien solo veía como un amigo de juegos. Pensé que era el momento ideal para poner fin a todo. -Es verdad que era un juego pero yo me enamoré