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JUSTICIA DE LOBOS
JUSTICIA DE LOBOS
Por: Demian Faust
Bitácora personal Agente Laura Talbot 28 de febrero

Es en medio de estos páramos desolados donde finalmente mi atormentado espíritu la paz consigue. Bienaventurados aquellos que malditos, como yo, descubren en el fondo de un abismo inhabitado la naturaleza misma de la pesadilla que llamamos vida.

Temedme impía Humanidad si retorno alguna vez, o si vuestros sabios se atreviesen a despertarme de mi ansiado letargo, pues mi ira conoceréis y me abocaré a vuestro exterminio como mi venganza final…

La Criatura

Bitácora personal

Agente Laura Talbot

Lugar: Londres, Inglaterra

Misión: Control y apresamiento de críptido hostil a la vida humana.

28 de febrero

Para que Scotland Yard nos pida ayuda es porque las cosas suelen estar realmente muy mal y las autoridades muy desconcertadas. Especialmente porque rara vez los superiores de el Yard o de la policía en general desean admitir que las circunstancias son tan bizarras, que no pueden entenderlo, y no les queda más que llamarnos. Pero llamarnos, en general, genera burlas de todo tipo y rechazo por el riguroso escepticismo, o imagen del mismo, que debe mantener todo buen oficial británico que no desee arruinar su carrera.

Aunque la verdad es otra. Existen muchos lugares en toda Inglaterra donde las autoridades con frecuencia deben lidiar con cosas espeluznantes. Este era uno de esos casos.

 Podrán decir que Teillefer es un viejo multimillonario excéntrico y obsesionado con el ocultismo y lo paranormal, pero lo cierto es que es un tipo inteligente. Crear una corporación multinacional privada que lidie con este tipo de casos, que los gobiernos por lo general prefieren no enfrentar abiertamente, y lucrar con ello es muy inteligente. Se le critica a Teillefer el que sus motivaciones nunca han sido altruistas y que siempre tuvo el afán de lucro antes que cualquier heroica consideración por salvar a la humanidad… pero bueno… él tiene los recursos, y puede usarlos como quiera.

 La situación era la siguiente: una serie de cuerpos habían sido encontrados horriblemente mutilados en el área metropolitana de Londres, especialmente en el subterráneo, en los barrios bajos y en edificios abandonados donde pululaban los indigentes. La mayoría de las víctimas eran hombres, pero también algunas mujeres, todos adultos. Mostraban laceraciones extremas. La violencia con que fueron asesinados, usualmente apaleados hasta la muerte, dejó pasmados a los investigadores. Los rostros en muchos casos quedaban tan desfigurados por los golpes que resultaban inidentificables y había casos de miembros arrancados de raíz sin que hubiera mediado herramienta alguna.

 Comenzaron a correr rumores en el bajo mundo sobre la identidad de la Bestia, como llamaban al monstruo supuestamente responsable de las matanzas. Aunque la teoría oficial era que se trataba de un grupo de personas pues era imposible que un ser humano solo pudiera causar tanto daño. Aún así el mito de la Bestia se popularizó junto con las hipótesis, cual más alocada, de su identidad desde un ogro o gigante hasta un robot, experimento genético del gobierno, mutante atómico o una nueva droga que producía un frenesí de adrenalina que otorgaba fuerza sobrehumana. Hubo hasta quien propuso que se trataba de un Pie Grande escapado de un circo donde era exhibido como el genuino “abominable hombre de las nieves”.

 El caso es que bajamos al Subterráneo acompañados por la policía londinense y agentes de Scotland Yard. Mis compañeros Blake y Fort, este último además mi superior y comandante de mi unidad, estábamos fuertemente armados y usábamos subfusiles Uzi con mira telescópica. Teníamos además nuestras gafas de visión nocturna aunque en ese momento reposaban sobre nuestra cabeza ya que había suficiente luz artificial. Vestíamos los rigurosos uniformes de color negro, con botas y gabardinas, así como lentes oscuros lo cual, evidentemente, llamaba mucho la atención. Los policías estaban también armados, casi todos provenían de una unidad operativa de comando (las cuales están especialmente entrenadas en el uso de armas de fuego para asistir a la, normalmente desarmada, policía londinense). No muy lejos estaba nuestra médica la Dra. Valdemar, una atractiva mujer de unos treinta años de cabello negro y origen español que se mantendría cerca de un vehículo con equipo médico en caso de emergencia.

 Para ellos éramos simples mercenarios a sueldo al servicio de Teillefer, y no abnegados servidores públicos como los policías que nos acompañaban y en todo momento nos lo hicieron sentir así.

 Nos internamos hasta un área del Subterráneo cerrada desde hacía años, por la cual no pasaba ya ningún tren, así que estaba carente de clientes o mantenimiento. Uno de los “tubos” (como llamamos los británicos a los túneles redondos por donde pasan los trenes) incluso comunicaba con el exterior, y había sido tomada por los indigentes. Parecía un verdadero submundo propio… lóbrego y laberíntico.

 —Vienen a buscarlo… ¿verdad? —me dijo un indigente. Era un hombre de tez pálida y rostro curtido y ojeroso. Uno de los muchos mendigos que rondaban la zona malviviendo en aquel lugar tan desolado. La mayoría nos miraba con desconfianza.

 —¿A quien? —pregunté.

 —Al Monstruo. Será mejor que lo dejen en paz… o los matará a todos.

 —¡Que tontos! —murmuró otro pordiosero— la Bestia es inmortal.

 —Pero cuando ellos lo enfurezcan pagaremos todos —le dijo su compañero mientras se bebía unos tragos de alcohol puro que hicieron que me doliera la garganta, de sólo imaginarme el beber eso.

 —Algo acá me da mala espina —me dijo Fort. A diferencia del joven Blake, que tenía cerca de mi edad y ambos rondábamos los veinte y tantos años, Fort era un verdadero veterano de esta profesión y debía tener más de cuarenta años. Una vida muy tosca le había dejado algunas canas prematuras y unas líneas de expresión marcadas, acentuadas por la barba a medio afeitar. Aún así, siempre lo vi como un hombre apuesto, quizás por esa misma rudeza y hosquedad de su aspecto.

 Creo que Fort iba a comentarme algo, pero el ruido de gritos dentro de uno de los túneles del subterráneo nos interrumpió. Los indigentes corrieron despavoridos como si se hubiera desatado el mismo infierno y todos los policías y agentes corrimos hacia el origen de la reyerta.

 Pero la oscuridad de estos túneles era claustrofóbica. La única luz provenía de las armas de fuego que disparaban los policías que gritaron. Me puse las gafas para ver en la oscuridad, como mis compañeros Fort y Blake y todo tomó ese horrible tono verdoso. Llegamos hasta un área que conectaba con el alcantarillado y que parecía una caverna, solo que cuadrada. Allí observé atónita como un ser de dos metros veinte sin esfuerzo alguno le quebraba el cuello a un oficial de policía grande y pesado. Lo levantaba como si fuera un niño o un muñeco del pescuezo y se lo apretó hasta que escuché el detestable ruido de huesos rompiéndose.

 A sus pies había otros oficiales, uno tenía el pecho abierto y creo que le habían extraído el corazón y otro tenía la cabeza volteada al revés.

—¡Maldita sea! —exclamé— ¿¡Que m****a es esa cosa!?

 —Hay muy poco espacio para las Uzi, utilicen las pistolas —ordenó Fort sabiamente, aunque no hacía falta que lo dijera, era obvio. Disparar un subfusil hubiera sido un suicidio por los rebotes en las paredes.

 La… cosa esa… pareció entendernos y esquivó los disparos de balas escondiéndose tras las paredes. Al lugar llegaron el resto de policías, más a estorbar que ayudar. La mayoría tenía solo linternas y no gafas de visión nocturna como nosotros así que su visibilidad era casi nula. Aún peor, la criatura se escabulló entre los hombres y se nos hizo imposible disparar.

 Entonces el grito de dolor de uno de los policías al que le arrancaron el brazo del hombro me estremeció y el pánico cundió entre todos. Empezaron a disparar caóticamente y creo que más de uno murió por las balas de sus compañeros. Otro fue aplastado por la cosa contra una pared destrozándole el cráneo y dejando rajaduras en el ladrillo, y a otro lo alzó sobre sus hombros y le rompió la espalda como si fuera una rama de leña seca, y luego lo lanzó contra el resto dejando a muchos inconscientes.

 Tras esto se dirigió a una de las salidas, casualmente la que estaba más cerca de mí. Yo no pensaba permitirle escapar así que interrumpí su escapatoria y esta vez estaba decidida a usar mi metralleta. Antes de poder disparar, el gigante me desarmó de un manotazo y me tomó por el cuello. No pude respirar más y sentí un dolor insoportable, además la criatura me levantó del suelo y me azotó contra la pared.

 Pude entonces observar su rostro horripilante. Aquel esperpento tenía la piel macilenta y la mitad de la cara desfigurada, como si hubiera sufrido una quemadura grave. El ojo derecho que estaba del lado de la quemadura era blanco y lechoso y estaba semicerrado. Además tenía una extraña cicatriz como cerrada por gruesas puntadas en el lado izquierdo de la frente, y su cabello no crecía normalmente sino en mechones que surgían en diferentes partes de la cabeza y no eran uniformes. El brazo izquierdo era mucho más corto y delgado que el musculoso brazo derecho.

 Su ojo sano me clavó la mirada proyectando un odio terrible. Pensé que iba a morir, pues sabía que aquella cosa podía matarme con un movimiento de su muñeca.

 Escuché entonces la ráfaga de balas disparada por Fort a la espalda del Monstruo. Este gimió de dolor con un rugido inhumano y me soltó. Colapsando poco después.

 Caí sobre el piso, tosiendo y sosteniéndome el cuello para aliviar el dolor y el sentimiento de asfixia. El lugar estaba repleto de muertos y hedía a sangre humana.

 —¡Esperen! —dijo Blake— encontré más víctimas…

 Bajo unas cajas y unas harapientas cobijas agujereadas por las balas Blake encontró a una mujer y un bebé, muertos a balazos.

 La mujer debía tener entre treinta y quizás cuarenta años. Tenía un aspecto demacrado que la avejentaba, pero debe haber sido bella cuando era más joven. Las pupilas de sus ojos eran blancas como si sufriera de ceguera. Vestía andrajosamente y estaba notoriamente desnutrida. Falleció abrazando al bebé…

 —Él… sólo estaba defendiendo a su familia… —expresé.

 —¿Él? —preguntó Fort. —¿Quién?

 —¿No es obvio? El Monstruo de Frankenstein.

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