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Días de adaptación

No sé por qué tenía la esperanza de encontrarme con el boxeador en el río, en la calle de regreso a mi casa, o en cualquier esquina posible. Miraba con detención cada persona que usaba buzo. De hecho, ahora salgo a pasear tanto con Maya, que mi mamá está desconcertada con mi constancia. No sé tampoco qué es lo que espero luego de encontrarme con él. Aunque siempre le estaré agradecida por lo que hizo, supongo que no hay más formas de demostrarlo. Tal vez solo me da algo de miedo no volverlo a ver nunca más. Solo permanecerán esos recuerdos, únicamente míos. Aun no tengo ninguna prueba de que sea real. Nada. Tal vez, tenga miedo a que no lo sean.

Descubrí nuevas personas los siguientes días. Es inevitable que haya choques con algunos, pero al final, en una clase tan grande, siempre habrá una o dos personas con las que te entiendas. O eso dicen. Pero algo extraño me pasa en mi curso. Y es que los grupos están demasiado diferenciados. He tratado de hablar con todas las mujeres de mi clase (Excepto el grupo de chicas anti Marc, que por cierto, me siguen mirando horrible y hablan mal de mí), y es bastante difícil. Es como si hubiesen decidido de antemano la cantidad de miembros de su grupo de amigas. Algunas me hablan para cosas puntuales, pero cuando me quiero acercar más, se alejan. 

Pasan los días, y con el único que hablo es Marc. Y claro que no es así siempre, él me habla un par de palabras en el instituto, y más fuera de él. Es bastante difícil acercarse cuando tiene un séquito de hombres idiotas siguiéndolo a todos lados. Pero es obvio, no puedo esperar que esté conmigo todo el tiempo. 

Una tarde saqué a Maya a pasear y al llegar al río, allí estaba. Me detuve en el camino porque sabía que se me haría imposible alcanzarlo. Lo vi pasar, con la capucha puesta y las manos vendadas; corriendo, a una velocidad que una persona normal no puede alcanzar. Alejándose más y más. Pasó frente a mí en un segundo, y aunque yo lo vi enseguida, él no noto mi presencia. Mantuvo su vista fija hacia adelante. Lo veía alejarse junto con el sol. En ese atardecer tan rojizo que resplandecía en la ciudad. No sé por qué me sentí tan triste en ese momento. Me senté en el pasto junto con Maya a mirar el río. Hasta que oscureció y las calles quedaron vacías. Desde el primer momento que quise volver a casa. A mi ciudad, mis amigos, mi vida de antes. Pensé que había una razón para todo. Pero he olvidado cual era realmente. 

– ¿Emma? ¿Qué haces aquí a esta hora?

Su voz resonó en el silencio en el que estaba sumergida. Y sin darme cuenta me quede esperando algo que pensé jamás llegaría. 

–Marc… 

Me miró con su sonrisa amable de siempre y se sentó a mi lado. Dejó a un lado su bolso deportivo y volteó hacia mí como esperando algo.

– ¿Y? Entonces…

–Solo vine a pasear a Maya. Al parecer se me hizo algo tarde. –dije, tratando de fingir una sonrisa. 

–Mmm –observó el río, que se iluminaba con la luz de la luna y luego a mí de nuevo– Pero ahora en serio. ¿Qué pasa? 

Lo miré sorprendida. ¿Tan mal me veía? 

– ¿Por qué lo dices?

–Has estado extraña los últimos días. 

–Mm… supongo que estoy algo nostálgica. Eso es todo. 

– ¿Hay algo en lo que pueda ayudar? –dijo, tomando mi mano y acariciándola–. He vivido toda mi vida aquí, así que no creo entender del todo, pero aun así.

Negué con la cabeza. Afirmé su mano con fuerza y susurré: Así está bien. 

Me gustaría decirle que se quede conmigo. Que hablemos más en el instituto. Almorzar juntos y que me acompañe a casa. Pero no tengo el derecho a pedir tales cosas. 

Hablamos casi una hora allí sentados. Arreglamos algunas cosas. Creo que pude sincerarme con él. No quiero aprovecharme de su amabilidad. Tengo que forjar nuevas cosas yo misma aquí. Apenas está comenzando. También nos reímos como siempre, hablando de cosas sin importancia. Caminamos junto con Maya hasta mi casa. Y luego nos despedimos. 

Empecé a recordar cosas que no quería. Problemas de mi mamá. Y a mi papá. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi. Aunque supongo es mejor así. No sé por qué pensé en él ahora, siendo que siempre hemos sido solo mi mamá y yo, prácticamente. 

Al día siguiente, un sábado en la mañana, salí a hacer unas compras que mamá me pidió. Caminando de vuelta traía la bolsa con las compras en una mano y un helado de paleta en la otra. Pasé por el río y allí estaba. Solo, haciendo boxeo de sombra. Con su capucha puesta y las manos vendadas. No sé por qué me sentí enojada en ese instante, me dejé llevar y me dirigí hacia él sin escrúpulo. Me detuve a un metro detrás de él y grité: ¡JACK!  Al instante se dio vuelta y me miró sorprendido. Abrió los ojos dejando entrar en ellos una luz que intensificó su color. 

–Emma… 

No sé por qué me paré allí con tal arrogancia. Mirándolo a los ojos como si tuviese algo que decir. ¿Por qué lo llame? Y además por su nombre… como si fuésemos amigos. Me encogí de hombros con vergüenza. Jack me miró. Luego vio mis manos y dijo: Tú helado… se está derritiendo. 

– ¡Ah! –Era verdad. No me di cuenta como tenía éste hacia abajo que las gotas comenzaban a ensuciar mis zapatillas. Lo lamí rápidamente para evitar más desastres. El boxeador soltó una risa burlona. Me miró con desdén y siguió tirando golpes al aire. 

–Y, ¿Qué pasa? –soltó de reojo. 

– ¿Eh?

–Me llamaste algo apresurada, pensé que querías decirme algo. 

–Ah… eso. Nada en particular. –me senté en el pasto y seguí comiendo mi helado. Jack se detuvo un segundo y me miró. 

–Eres algo rara, ¿No es así? –Secó su rostro y su cuello con la toalla que llevaba y se sentó a mi lado. 

– ¿Quieres? –pregunté. Extendiendo mi helado de fresa. Ni siquiera me miró y negó con la cabeza.  Esperé unos segundos antes de terminarlo. Guardé el palito en mi bolsa y suspiré–. Jack… ¿Esta bien si te digo así? 

–Sí, claro. 

– ¿Por qué te dicen “Jack el relámpago Callen”? –pregunté. Me miró achicando los ojos y luego dijo:

–Por mi velocidad. 

–Ah, claro. Tiene sentido. 

–Y ¿Por qué sabes que me dicen así? antes no sabías siquiera que boxeaba. 

–Porque te busqué en G****e. –respondí.

–Ah… ya veo. 

– ¿Y el rey del contragolpe? 

–Es mi especialidad. –se levantó y caminó unos pasos hacia la orilla. Estiró el puño derecho frente a él–. Un golpe letal que conecta en el momento justo antes que el de tu contrincante. Necesita de precisión y rapidez. 

–Mm… no sé si está bien preguntar pero, me dijiste que tu padre era boxeador ¿No? ¿Fue por él que empezaste el boxeo?

– ¿Qué si fue por él? Claro, lo hago por él. Pero principalmente por mí. 

– ¿Eh?

–Mi padre fue el campeón de peso medio. Compensaba su falta de fuerza con su técnica y juego de pies. Era el más veloz de todos. Pero, en una pelea por defender el título, un solo golpe de suerte de su oponente bastó para romperle la mandíbula. Esa fue su última pelea. Todos creyeron que su técnica no era lo suficientemente buena como para el título mundial. Él mismo me dijo: “A fin de cuentas, la técnica se pierde ante el poder. Los boxeadores que no tengan fuerza en sus puños jamás llegarán a la cima” Los doctores dijeron que cuando se recuperara podía volver al ring, pero él nunca se animó a hacerlo. Habían hecho pedazos sus sueños. Quise demostrarle que estaba equivocado, que su técnica era la mejor y bastaba para llegar a la cima. Desde entonces entrené todos los días hasta el cansancio. Y así fue como obtuve mi contragolpe. 

Quería decir algo pero las palabras no me salían. Supongo que detrás de personas así, siempre hay grandes historias. Es increíble cómo cambia su expresión al hablar del boxeo. Debe gustarle mucho…

–Irás a ver mi pelea supongo. –Soltó con una sonrisa–. Digo, si estás buscándome en internet es porque te importa ¿No? 

–Sí, estaba pensando en ir. –dije avergonzada. 

–Bien. Allí te mostraré de lo que hablo. –Me miró una vez más con confianza y se preparó para seguir su entrenamiento–. Nos vemos. –corrió por el río y se alejó con rapidez. 

Sentí mi corazón latir rápidamente. Eso fue genial. 

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