RUMBO A SICILIA
La galera se hunde en el Mediterráneo para siempre, y la de Leizo prosigue su curso a salvo de la primera amenaza. Las dos velas se despliegan y el viento agradecido empuja la galera que ayudada de los remos, surca el mare nostrum en busca de un hebreo que la reina de los dos reinos, expulsara de Sefarad. La meta siguiente es la isla de Sicilia que se halla bajo la corona del rey don Fernando.
Sin más incidentes dignos de mención, la galera de don Felipe de Leizo, atraca en puerto de Sicilia sin estorbo, y desembarcan los heridos acompañados de un escuadrón de soldados que buscan la protección de su señor en aquellas tierras, y reponer así sus provisiones y el agua potable, que necesitarán para la travesía que han de emprender. La galera queda en el puerto y se concentran los curiosos para ver en qué se pueden beneficiar sus faltriqueras. Las calles estrechas y sombrías, apenas iluminadas por el sol que radiante se derrama en sus plazas a él abiertas, les conducen hasta el palacio del gobernador, que es el conde de torre alta. Señor de apellido de rancio abolengo, que manda con mano de hierro en guante de seda, la guarnición de la isla. Ven acá y allá judíos que andan a sus anchas por los dédalos de calles adyacentes que se confunden unas con otras por su similitud. Se sorprenden de ver la tolerancia de la que hace gala el señor de la isla, y callan por ser suya la disposición hecha a tal fin.
Se alza en lo alto de una colina pétrea el castillo, de recios muros y altas torres, con un puente de tres ojos que lleva a salvar el terraplén, que se abre entre el portón y la ciudad, con un puente levadizo que es alzado llegada la noche. Ante sus puertas hacen guardia seis soldados de aspecto hosco y ataviados con armadura y alabarda, que hacen ver de lo que espera en el interior.
-Aquí solo hablaré yo, que me corresponde ser la voz de todos los que conmigo viajan en esta galera que del rey es. No salga de vuestras mercedes palabra que en peligro ponga la misión que nos concierne señora.
-Llamadme don Alonso, que ya no soy dama de corte, ni debe saberlo hombre alguno señor don Felipe de Leizo. –Le dice seria la que es desde ahora, don Alonso de Pechuán, caballero del rey y hombre de confianza, del tal don Rodrigo de Pechuán, señor de La España que defiende a su majestad el rey don Fernando.
-Así se hará a partir de ahora que habéis demostrado coraje de hombre, que no de hembra es. Saldréis junto a mi persona como caballero de alto rango que sois, y tendréis libertad para deambular por donde vuestra merced considere oportuno. Habréis eso sí de prescindir de vuestra aya que no es de varón ser seguido por su ama de cría en barco que combate al moro.
-Si creéis que me voy a alejar de esta mi señora muy equivocado estáis señor mío…-se queja amargamente el aya-
-Será entonces menester que os convirtáis en varón también si ese es vuestro deseo “señor”. Que este es navío de patrulla del señor don Rodrigo de Pechuán y no de recreo bajel. En el castillo me conocen pues recalo a menudo en su puerto y no es necesario que sepan de nada lo nuestro.
-Así haré que tal decís, y no ha de ser de otra manera capitán, llamadme de ahora en adelante escudero Juan.
El capitán Leizo sonríe con complacencia al ver la lealtad que despliega el aya en pro de su protegida señora, que se haya en dificultades en horas amargas. Resultará un escudero algo torpe y grueso por demás pero sin duda fiel como león que a la defensa, dispuesto se halla.
Una voz seca les frena y les interroga uno de los guardias que le conoce de otras veces en las que el propio gobernador le ha invitado a pernoctar en el castillo junto a sus hombres antes de proseguir su tarea de exterminación de corsarios turcos y berberiscos en el mar que los rodea.
-¿Qué deseáis señor? No tengo órdenes respecto a vos…
-Avisad al gobernador don Martín de Santoñán de que su amigo y compañero de armas se halla en el portón de su castillo en espera de ser recibido por su merced.
El oficial desaparece tragado por la sombra en la que se adivina más que se ve, la existencia de un retén de soldados dispuestos a defender la fortaleza en caso de ataque. Tarda unos minutos en volver y su sonrisa advierte del resultado de su consulta.
-Mi señor os recibirá gustoso en el salón de justicia. ¡acompañad a los señores hasta la presencia de don Martín de Santoñán!-les ordena a dos de sus hombres que escoltan a los recién llegados por las contramurallas ascendiendo por escalones tallados en piedra, ya gastados por el uso, para desembocar en ante un dintel ricamente esculpido con caballeros en torneo, que preceden a la entrada del gran salón donde administra justicia el señor de la isla. Un espacio frio y grandioso, recubierto de enormes tapices, con un sillón de madera exquisitamente labrado sobre unos escalones que se ven de madera, a modo de plataforma, indican el lugar donde se ejerce el dominio de la población aledaña. Don Antonio de Torre Alta llega hasta ellos con voz ronca y sonrisa franca, abriendo sus brazos y dejando su vientre voluminoso al descubierto. Sus vestiduras dan fe de sus gustos refinados y caros que se puede permitir gracias al barrido que galeras como la de Leizo hacen de manera habitual por las aguas que circundan su isla feudo del rey don Fernando.
-Sed bienvenidos a mi casa que es la vuestra amigos míos, es un placer teneros de nuevo por aquí. Os esperaba no obstante más tarde que el día de hoy decidme en que puedo seros de utilidad. ¿Provisiones, armas, pólvora…?
-Mi señor Martín de Santoñán, sois la persona en quien confío mi alma en estos mares infestados de infieles que Dios perdone por su error. Es menester que solicite de vos información y vituallas además de todo lo que citáis como necesario para la lucha contra el corsario. El rey nuestro señor os pagará con generosidad el total de la monta y seréis recompensado con tesoros en el cielo mismo, que esta lucha es por el señor, y no por ganancia injusta.
-Se hará como decís pero antes descansaréis en jergón de lana y comeréis algo que vuestro cuerpo sigue en la tierra y no sois ángel de Dios. ¿Quiénes son los cristianos que os acompañan?
-Perdonad mi grosero comportamiento mi señor, son don Alonso de Pechuán pariente de don Rodrigo de Pechuán, y su escudero Juan, el fraile es don Javier de Soto el confesor sin el que no va a ninguna parte don Alonso.
-Así pues sois hombre dado a responsos y misas que el cielo os guía sin duda, mi señor don Alonso. Contadme de vuestra lucha contra el moro en tierras de Africa, que me llegaron noticias de una expedición que nuestro señor el rey dirigió contra ellos por sus razias en las costas de levante.
Isabel piensa si no será una trampa y decide decir algo que sorprende a su anfitrión.
-Siento defraudar vuestras expectativas mi señor don Antonio, más no se de esa incursión en tierra infiel. Que mi espada hace ya que no se tiñe con la sangre de los infieles.
Respira tranquilo don Felipe de Leizo, que se veía en dificultades para decirle a Isabel, que no hubo tal expedición sino que será enviada dentro de un año, y reclutándose está a soldados de todas las tierras de las dos coronas.
El gordezuelo gobernador quedó así satisfecho, y se produjo en él un cambio de conducta respecto a don Alonso, que tan solo le pareció demasiado joven e inexperto como para nadar recorriendo el infestado mar que les rodeaba sin más respaldo que su valor y el de una galera por mucho que ésta fuera la de Felipe de Leizo.
-Contadme cual es vuestro propósito y veré de ayudaros en lo posible. ¿Cuál es vuestro destino mi señor de Leizo?
-Tengo encomendada mi por mi señor una misión que me lleva hasta la capital turca y es menester que mi navío se halle en las mejores condiciones, que no da cuartel el turco a los que como don Alonso y yo mismo, se adentran en sus dominios, sin previa invitación.
-Mandaré reparar vuestro navío y repondré de pólvora la santabárbara, además de avituallarlo y armarlo mejor. No, no me deis las gracias que sois vos y no otro, quien mantiene lejos de mi puerto a los infieles que asolan las costas de levante, y secuestran a los campesinos. Nuestro señor el rey don Fernando, me apremia para que construya dos navíos con los que patrullar alrededor de esta isla, que tiene numerosos arrecifes y escollos, y he de someterme a su dictado, más sois vos quien lleva la delantera en combatir al turco. Decidme que os parece que se haga al respecto y daré orden de dar comienzo en los astilleros su construcción.
-Bien nos vendría tener dos compañeros en el mar que apoyasen la galera que comando, y si el rey nuestro señor ha decidido aumentar el número de naves de guerra, no será por nada mi señor.
-Estarán Dios mediante dentro de una semana, que vos podréis dar descanso a vuestra alma en cama blanda que no habréis de hallar sino dolor y lucha en lo que os ha de venir, mi señor don Felipe, aceptad mi hospitalidad como honra a vuestra merced, y no de obligada sanción de parte de nuestro rey. En cuanto los cascos de las dos naves hayan sido calafateados y sus remos en ellos estén, procederé a colocarlos bajo vuestro mando, que así lo quiere nuestro señor. Ahora contadme don Alonso de vos que extraño me sois en todo aspecto, y conoceros deseo.-Se dirige al doncel que viste harapiento a causa de la lucha mantenida con los berberiscos y caído esta su semblante por la duda que sobre él se cierne.
-Soy caballero aun por nombrar, y de ganarme he las espuelas y el puesto entre los que honran a nuestro señor.-responde sabiamente doña Isabel, ahora don Alonso, en pro de su protector don Felipe que se juega la lealtad de su señor y el honor para con él.
-De orden de nuestro rey han de saber los jóvenes que lo defienden del turco, como se ha de hacer para alejar al infiel de las costas de sus dominios que Dios le diera en guarda y custodia.-Añade Leizo que no se muerde la lengua, pues es conocedor del temperamento inflamable del gobernador, y no quiere que se descubra su farsa sino ya lejos de allí.
-Mi señor por causa de su extremada juventud viaja con amigos fieles que cuidamos de su persona, y así no dejar que el mar se lo lleve de mano de los corsarios, mi señor-se inclina Javier de Soto, zalamero y adulador, que conoce el ego del tal gobernador de cuando él mismo era un hombre de armas, y de él se hablaba en los círculos más cerrados en los que el poder gira a modo de rueda sin final.
-Es justo que un padre de su vástago ponga cuidado en no perder, que su nombre depende de su honor y su linaje de su brazo, bien decís padre de Soto.
Palidece el semblante del fraile, que ignora si ha sido reconocido `por el poderoso señor de la isla, o si tan solo se trata de mera cortesía que por mediar le entrega.
-¿Y vos escudero no decís nada que solo los caballeros hablan? Segura está mi alma, que tenéis en vuestra cabeza-señala la suya propia en un gesto que pretende ser mordaz-mil historias que contaréis a los vuestros en los breves momentos vividos junto a ellos.
La voz de el aya doña Inés se quiebra como avergonzada en un intento de fingir ser el varón forzudo que aparenta, y que en su mente guarda los tesoros de mil aventuras no vividas.
-Soy tan solo el brazo de mi señor y del suyo por ende, que no tengo lengua doble, ni hablar le concedió Dios a mi alma, para contar sino las hazañas de ellos dos, que son el brazo de nuestro señor en la tierra.
Se sorprende el gobernador de cuanta sabiduría juntan entre los cuatro, y calla con el rostro serio, que ha sido vencido en buena lid, y es él quien combate y obliga a hacerlo, a cuantos pasan por su castillo, de obligado peaje, que no concede a cualquier señor, por recomendado que llegue, que prudente se ha de ser en tiempos turbulentos en que el turco ronda.
Los días trascurren bajo la gracia del sol que anima los cuerpos doloridos de quienes surcan el mar en busca del turco, sin reparar en costos, y entregando su alma misma en pro de la paz de las costas, que no consiguen aun así. Los servidores del gobernador tienen órdenes de satisfacer a aquellos varones del rey enviados, para proteger sus costas, y darles de cuanto deseen el doble, que mujeres abundan en sus lares, y el vino es bueno. Luce planta don Alonso, y su aya le sigue como perro fiel allá donde vaya, acompañado del piadoso fraile, que compaña forman de tal manera, que la atención llaman de todos cuantos les ven, por los muelles rondar, espada al cinto, de cristianas ropas ataviados, que las moras en la galera yacen. Van y vienen los hombres del gobernador, que reponen de la despensa lo esencial, y aun le añaden vino, agua y pan, la carne que ellos importan de las tierras lejanas de la península, y frutas que el escorbuto ahorran. Velas nuevas, y por el horizonte se ven llegar, dos naves que lucen pabellón del rey don Fernando, rey de aquel feudo, rasgando con sus afilados espolones, el mar tranquilo, que de guerra sabe. Son las dos galeras del gobernador que salen de las atarazanas de la isla, para unirse a la de don Felipe de Leizo. Tres han de ser ahora las galeras del rey que surquen el mar cercano, barriendo de sus aguas el peligro moro.
-Tendremos que ser prudentes mi señor don Alonso, que solos ya no vamos al mar, y ellos desconocen de vos la identidad.
-Seremos como sombras de vos así pues no temáis señor, que estamos seguros de a buen puerto llegar con la espada sacada y el brazo de nuestro capitán-sonríe a placer doña Inés y le siguen el de Soto y ella misma doña Isabel. Que aun añade la suya Leizo.
Hombres rudos al mar acostumbrados llegan remando con rostro alegre, que hermanos perdieron en manos del corso moro, y venganza sus almas claman desde sus tumbas. Son tropa fiel al rey, que desean combate sin cuartel, y darán la vida misma, para que no se pierdan las almas del Señor, que el rey guarda en su territorio, como el más preciado tesoro. El sol, como amigo d los que nacen para el combate, luce en su cénit, calentando sus cuerpos y animando sus almas que al mar salen al mando del capitán don Felipe de Leizo. Son bienvenidos, y la flotilla de galeras, escapa de las garras de la tierra, como hijos que se van, de los pechos de su madre. Al mundo y no a otro van, con la espada lista y alerta los ojos, en tridente que peina el mar azul que hierve de vidas que se niegan a morir.
TRES VELAS CONTRA EL TURCO Tres velas parten dejando al gobernador satisfecho, perdiéndose en la lejanía, como figura de belén que no tiene más importancia que aquella que se le da. Los remos baten el agua, como armas finas, que en él penetran a modo de fintas de espada, para castigar al infiel. Calma chicha, y vientos favorables se suceden, para dejar en medio de las aguas azuladas y frías, que dejan que se deslicen como delfines sus naves, surcándolas con amante suavidad. Que mandan las otras dos naves el hijo del gobernador don Martín de Santoñán, Ramiro de Santoñán,y el hijo segundón de don Marcos de Amaya,que ostenta el nombre de su padre, que busca su lugar en el mundo a base de espada y sangre, que con ellas ha de halar el botín de un feudo, por el rey concedido, a aquellos que bien le sirven. En la proa dirigen a quienes a sus órdenes van, y los cañones que apuntan a delante, como anunciando el objetivo, lucen de negro, que así no se les ve, antes de la muerte servir en bande
LA DERROTA DE LEIZOAl abrir los ojos Leizo atado al palo mayor de la galera de Abdulá el Hassán, veía como se terminaba de sumergir la galera en que combatiese a los berberiscos entre un mar de llamas provocadas por los asaltantes que habían vencido y les conducían sin duda a la esclavitud. Una mancha roja le decía que a algunos de sus hombres ya no les volvería a ver…compañeros de sufrimientos y penurias en pos de turcos y piratas que asolan las tierras de los reyes, y que no verán más la luz del sol. Una hilera corta de trece hombres cubiertos de sangre y suciedad a causa de la terrible lucha mantenida, se sentaban tras una cruel sarta de latigazos que les obligó a cubrirse con las manos cara y cuerpo. Semidesnudos y harapientos, en nada recordaban a los aguerridos varones que subieran a bordo de la galera Tritón, a su mando. Abdulá se le acercó y pudo oler su aliento tan cerca que le repugnó.-Así que ibais a Esmirna, ¿eh? Yo más bien creo que sois cristianos que espiáis a favor d
LA RAZIA DE MOHAMMED EL FASSIN AL FAD En el camarín de la galera del turco que dijo llamarse Mohammed el Fassín al Fad, y se proclamó señor de aquella isla y sus aguas en nombre del sultán, éste les mostró desplegando un enorme pergamino, las costas de la tierra amada, donde figuraban los detalles de las aldeas de pescadores, y las fortalezas de antigua construcción. Su segundo Abdulá el Hassán, escucha tras de él. Las que los reyes católicos habían mandado edificar y cuya ubicación desconocían eran las que les interesaban para evitar así el peligro de ser atacados y destruidos sin remedio. Leizo vio la oportunidad de que aquello le sirviese para desbaratar los planes del turco, claro que para ello debería darles algo que les obligase a confiar en su lealtad, de lo contrario todos morirían y no serviría de nada. Una vez en la biblioteca del conde don Rodrigo, padre de Isabel, leyó algo de Vitrubius, el general de Julio César que creó la teoría de la perfecta proporción del cuerpo del
LAS GALERAS DE SANTOÑÁNLa galera crujía como si la torturasen, y la tablazón semejaba ir a partirse en dos en cualquier momento. Las jarcias se combaban bajo el peso de las velas completamente empapadas, y los cabos a duras penas resistían en sus amarres. Desde la galera que comanda Ramiro de Santoñán, se divisa la cubierta barrida por las embravecidas aguas, de la del de Amaya, que en la proa de la nave da órdenes para tratar de salvar la galera que se estrena contra el mar, y no contra el turco.Los remos se cruzan en la cubierta, y a ellos se agarran los que allí sirven, que de ellos dependen sus vidas en momentos tales. No ven la galera de Leizo que el mar simula haberse tragado, y sus almas suspiran por saber de su destino. Se bandean las naves y se encrespan las olas que los hacen trepar sobre sus crestas como cascarones de nuez. Caen en picado y les parece que es llegado su fin, cuando la galera sube de nuevo una y otra vez en medio de la más absoluta oscuridad, que el averno
LAS GALERAS DE SANTOÑÁNLa galera crujía como si la torturasen, y la tablazón semejaba ir a partirse en dos en cualquier momento. Las jarcias se combaban bajo el peso de las velas completamente empapadas, y los cabos a duras penas resistían en sus amarres. Desde la galera que comanda Ramiro de Santoñán, se divisa la cubierta barrida por las embravecidas aguas, de la del de Amaya, que en la proa de la nave da órdenes para tratar de salvar la galera que se estrena contra el mar, y no contra el turco.Los remos se cruzan en la cubierta, y a ellos se agarran los que allí sirven, que de ellos dependen sus vidas en momentos tales. No ven la galera de Leizo que el mar simula haberse tragado, y sus almas suspiran por saber de su destino. Se bandean las naves y se encrespan las olas que los hacen trepar sobre sus crestas como cascarones de nuez. Caen en picado y les parece que es llegado su fin, cuando la galera sube de nuevo una y otra vez en medio de la más absoluta oscuridad, que el averno
En la galera de don Julián de Mantea, que de levante es de origen, y gobierna la isla como gran maestre, viajan y le son presentados como caballeros novicios don Alonso y su escudero Juan, que el aya es, y el de Soto como confesor de éste que con el viaja a la ciudad que se mecen el Bósforo como gema del imperio otomano, que sin embargo ellos llaman aun Constantinopla, que se niegan a llamarla como el turco la llamó al tomarla. Diez galeras surcan el mar egeo, y retuercen la singladura `para atormentar al sultán que tiene espías en cada isla, para atemorizarle y darle a saber, que tienen galeras con qué enfrentar su poderío naval.Rodas se halla a dos días de viaje desde la escena de la batalla entre los caballeros y Leizo, y durante el viaje no divisan las galeras del turco, que se esconden de su rudeza en las lides guerreras. El castillo, imponente se alza en el escarpado que domina el mar por dos vertientes, y en sus almenas erizadas de cañones se ve el poder de los caballeros que
Los cañones de los turcos bombardean la costa causando pequeños estragos en el maderámen del puerto y provocando la salida de las treinta galeras de los caballeros que en perfecto orden se lanzan al ataque con sus espolones deseosos de atravesar las bordas de las naves enemigas, disparando sus cañones con estruendo terrible. Al frente va el gran maestre de la orden, señor de Mantea, hijo segundón de los condes de Mantea que vio en manos de su hermano el feudo familiar, como es costumbre entre los nobles de la época, y decidió seguir el camino que los grandes labraban para sí, en tiempos de guerra defendiendo los santos lugares de las garras del infiel. Alza su espada por encima de su cabeza, y grita con voz atronadora que anima a sus soldados a combatir hasta la muerte que es el paraíso para quien caiga, o la victoria que se le concederán honores sin igual en la orden y podrá aspirar a ser el próximo gran maestre de ser de casta noble.Los espolones de la nave capitana se clavan en la
LAS GALERAS DE SANTOÑÁNLa galera crujía como si la torturasen, y la tablazón semejaba ir a partirse en dos en cualquier momento. Las jarcias se combaban bajo el peso de las velas completamente empapadas, y los cabos a duras penas resistían en sus amarres. Desde la galera que comanda Ramiro de Santoñán, se divisa la cubierta barrida por las embravecidas aguas, de la del de Amaya, que en la proa de la nave da órdenes para tratar de salvar la galera que se estrena contra el mar, y no contra el turco.Los remos se cruzan en la cubierta, y a ellos se agarran los que allí sirven, que de ellos dependen sus vidas en momentos tales. No ven la galera de Leizo que el mar simula haberse tragado, y sus almas suspiran por saber de su destino. Se bandean las naves y se encrespan las olas que los hacen trepar sobre sus crestas como cascarones de nuez. Caen en picado y les parece que es llegado su fin, cuando la galera sube de nuevo una y otra vez en medio de la más absoluta oscuridad, que el averno