LAS GALERAS DE SANTOÑÁNLa galera crujía como si la torturasen, y la tablazón semejaba ir a partirse en dos en cualquier momento. Las jarcias se combaban bajo el peso de las velas completamente empapadas, y los cabos a duras penas resistían en sus amarres. Desde la galera que comanda Ramiro de Santoñán, se divisa la cubierta barrida por las embravecidas aguas, de la del de Amaya, que en la proa de la nave da órdenes para tratar de salvar la galera que se estrena contra el mar, y no contra el turco.Los remos se cruzan en la cubierta, y a ellos se agarran los que allí sirven, que de ellos dependen sus vidas en momentos tales. No ven la galera de Leizo que el mar simula haberse tragado, y sus almas suspiran por saber de su destino. Se bandean las naves y se encrespan las olas que los hacen trepar sobre sus crestas como cascarones de nuez. Caen en picado y les parece que es llegado su fin, cuando la galera sube de nuevo una y otra vez en medio de la más absoluta oscuridad, que el averno
En la galera de don Julián de Mantea, que de levante es de origen, y gobierna la isla como gran maestre, viajan y le son presentados como caballeros novicios don Alonso y su escudero Juan, que el aya es, y el de Soto como confesor de éste que con el viaja a la ciudad que se mecen el Bósforo como gema del imperio otomano, que sin embargo ellos llaman aun Constantinopla, que se niegan a llamarla como el turco la llamó al tomarla. Diez galeras surcan el mar egeo, y retuercen la singladura `para atormentar al sultán que tiene espías en cada isla, para atemorizarle y darle a saber, que tienen galeras con qué enfrentar su poderío naval.Rodas se halla a dos días de viaje desde la escena de la batalla entre los caballeros y Leizo, y durante el viaje no divisan las galeras del turco, que se esconden de su rudeza en las lides guerreras. El castillo, imponente se alza en el escarpado que domina el mar por dos vertientes, y en sus almenas erizadas de cañones se ve el poder de los caballeros que
Los cañones de los turcos bombardean la costa causando pequeños estragos en el maderámen del puerto y provocando la salida de las treinta galeras de los caballeros que en perfecto orden se lanzan al ataque con sus espolones deseosos de atravesar las bordas de las naves enemigas, disparando sus cañones con estruendo terrible. Al frente va el gran maestre de la orden, señor de Mantea, hijo segundón de los condes de Mantea que vio en manos de su hermano el feudo familiar, como es costumbre entre los nobles de la época, y decidió seguir el camino que los grandes labraban para sí, en tiempos de guerra defendiendo los santos lugares de las garras del infiel. Alza su espada por encima de su cabeza, y grita con voz atronadora que anima a sus soldados a combatir hasta la muerte que es el paraíso para quien caiga, o la victoria que se le concederán honores sin igual en la orden y podrá aspirar a ser el próximo gran maestre de ser de casta noble.Los espolones de la nave capitana se clavan en la
LAS GALERAS DE SANTOÑÁNLa galera crujía como si la torturasen, y la tablazón semejaba ir a partirse en dos en cualquier momento. Las jarcias se combaban bajo el peso de las velas completamente empapadas, y los cabos a duras penas resistían en sus amarres. Desde la galera que comanda Ramiro de Santoñán, se divisa la cubierta barrida por las embravecidas aguas, de la del de Amaya, que en la proa de la nave da órdenes para tratar de salvar la galera que se estrena contra el mar, y no contra el turco.Los remos se cruzan en la cubierta, y a ellos se agarran los que allí sirven, que de ellos dependen sus vidas en momentos tales. No ven la galera de Leizo que el mar simula haberse tragado, y sus almas suspiran por saber de su destino. Se bandean las naves y se encrespan las olas que los hacen trepar sobre sus crestas como cascarones de nuez. Caen en picado y les parece que es llegado su fin, cuando la galera sube de nuevo una y otra vez en medio de la más absoluta oscuridad, que el averno
FUEGO EN SEFARADEn la costa del levante español, cabalga raudo un mensajero del conde don Rodrigo de Pechuán que tiene malas nuevas que darle a su señor. Por los caminos embarrados llegan los soldados del marqués de Aguilas, que tiene que dañar a su suegro si éste no le entrega la mano prometida de su hija, que la esconde y no cumple, con aquello que se le debe a él. El frío viento de la mañana raspa el rostro del soldado que desde la torre de vigilancia del interior ha trotado destripando terrones al paso de su corcel, sin parar que comer no debe, ni beber tampoco hasta poner en mano de su señor el tan preciado mensaje de aquel que es el marqués de Aguilas, que con su gente viene.Don Rodrigo está en lo alto de la torre del homenaje y ve el mar en su plenitud, extendiéndose como un manto que siempre le pareció bello y ahora se traga para siempre su mayor tesoro, la hija que le quedó de la muerte de su amada esposa. Porque él cree que es el mar el causante de su desgracia, y que ell
CABALLERO DE LA ORDEN HOSPITALARIAPasan los días en completa calma, y se recuperan los heridos de la refriega naval con los turcos. Felipe de Leizo, y el maestre conversan y es éste el que le comunica lo extraordinario de la situación, y como le ha nombrado caballero a Juan su escudero sin que ésta pudiera rechazar tal honor que solo ellos saben de su condición femenina. Los ojos de Leizo se abren dilatados y comprende lo delicado de la situación, que de decirle que es mujer y no varón podría incurrir en pecado mortal y condenar a su fiel compañera de viaje, que ama tanto como su alma a su dueña. Decide callar y continuar como si estuviese de acuerdo asintiendo sin decir palabra. Corre en cuanto le es posible para consolar al aya que llora en su cuarto que mujer es y no varón. La abraza y ella entre sollozos se disculpa que el miedo atenazaba su lengua y no pudo decir de su condición el ser. Llega en ese instante doña Isabel que don Alonso es, y comprende al escuchar lo acaecido lo e
SICILIA DEL REY DON FERNANDOEn medio del mar hostil a don Rodrigo de Pechuán, éste se acerca a la isla de Sicilia que gobierna en nombre del rey don Fernando don Martín de Santoñán. En ella pena el gobernador que por valerse su hijo de caballero ser nombrado se aleja de su mano y estrena sus alas como ave de rapiña que sale de caza. Pena por su alma y su persona que nada del mundo sabe, y que de espada poco ha de hacer si se le encara un turco.En las radas del puerto le espera un judío que comercia con turcos y cristianos por igual, con la ventaja de tener al propio gobernador de su parte que le salvó la vida pagando rescate por su augusta persona cuando estuvo en poder de Mohammed al Fassín. En sus manos sostiene una bolsa con piedras preciosas traídas de la lejana India que brillan como brasas del averno, y vale el rescate de un rey. Es orden de don Isaac Abravanel, que le proporcione todo cuanto sea menester al conde de Pechuán que a los de su traza protegiera de las garras de lo
LAS GALERAS DE SANTOÑÁN La galera crujía como si la torturasen, y la tablazón semejaba ir a partirse en dos en cualquier momento. Las jarcias se combaban bajo el peso de las velas completamente empapadas, y los cabos a duras penas resistían en sus amarres. Desde la galera que comanda Ramiro de Santoñán, se divisa la cubierta barrida por las embravecidas aguas, de la del de Amaya, que en la proa de la nave da órdenes para tratar de salvar la galera que se estrena contra el mar, y no contra el turco. Los remos se cruzan en la cubierta, y a ellos se agarran los que allí sirven, que de ellos dependen sus vidas en momentos tales. No ven la galera de Leizo que el mar simula haberse tragado, y sus almas suspiran por saber de su destino. Se bandean las naves y se encrespan las olas que los hacen trepar sobre sus crestas como cascarones de nuez. Caen en picado y les parece que es llegado su fin, cuando la galera sube de nuevo una y otra vez en medio de la más absoluta oscuridad, que el averno