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PRIMERA PARTE. Cumpleaños

Presente.

“muerte”

“Muerte”

“Matar”

Otra vez las voces en mi cabeza, no entendía el  porqué no cesaban, no entendía de dónde venían, cada vez estaban más y más presentes. No podía ignorarlas por más tiempo, era imposible hacerlo, simplemente aumentaban su todo de voz haciendo que mi cabeza palpitara.

La miré de reojo. Ella sería mi boleto de salida, mi llave maestra; sus ojos azules eran tan intensos como el agua, nunca había visto ojos tan hermosos como los de ella en mi corta vida; niego con la cabeza sin entenderme. No debería pensar así, no debía ser condescendiente, ella era lo que era, ¿o no?. ¡No dudes!

- No dejes que ella cambie tus planes  Alec-me dije a mi mismo tratando de convencerme de que lo que haría era correcto.

Tenía que escapar como diera lugar.

Soy una infamia, podría llamarme así, por eso creo que mis padres me dejaron aquí, en este agujero negro. Por eso estoy enserado aquí, como la basura que desechas, como algo insignificante. Pero llegará el día en que escape, salir de entre tantas paredes y dejar de ser el títere de la Señora Rebeca, era momento de que dejara de ser su perro; y ella me ayudara.

“Ella es más que tu llave maestra Alec”- dice Damián, una de las voces de mi cabeza. 

“¡Ya nos ha puesto nombre!”- Hansel- “¿El mío tiene que ser el más ridículo?”- bufa.

“Te ha puesto ese, porque eres un idiota”- Damon- “¡Hasta el mío es lindo!”

-Cállense- ordeno cuando el dolor de cabeza vuelve a aparecer.

Hacia un estruendo afuera, me senté en un rincón observando el poderío que emanaba de la tormenta, las paredes de cristal, empezaban a empañarse y el frío aumentaba, me gustaba. Amaba la lluvia, y más cuando se unía la fuerte brisa a él, no podría explicarlo, pero el frío era placentero, me daba ese momento de paz que tanto buscaba y con suerte podía llegar a encontrar.   Ya era la hora de la cena, pero no tenía ganas de comer avena espesa y salada, no sé cómo los demás lograban tragarán aquello, aunque no me importe los demás, solo ella. Al final no entendía mi preocupación hacia su persona, pero en el fondo   ahí, y no quería luchar contra ello, era agotador hacerlo. Pronto me iría así que no   que preocuparme por más tiempo. 

El único que comía bien en este lugar, era Sander, corrección, en idiota de Sander, el que era el peón de la señorita Brooks. Una mujer de carácter fuerte, cruel y despiadada, siempre tenía un reloj de mano, atenta al  tiempo, como si se fuera a acabar, mirada fría y risa malévola. Y nunca se nos olvide el látigo de cuero, el que cada vez que podía, disfrutaba conmigo. Rebeca y Brooks eran las encargadas del Orfanato, Rebeca siempre estaba en la oficina buscando formas de ganar dinero conmigo, mientras que Brooks quería otras cosas mucho más crueles. 

“¡Ting!” “¡Ting!” “¡Ting!”

Levante la mirada, el reloj marcaban las doce, ya era hora. El tiempo había pasado rápido, y la tormenta afuera no cesaba, el viento azotaba con más fuerza contra la ventana. Camine por los pasillos con cautela, esquivando difícilmente las cámaras de seguridad, hasta llegar a la oficina de la señorita Brooks. Sí, sabía perfectamente que no debía meterme con la mujer, pero las reglas estaban hechas para romperlas, y no cenaría avena, por lo que tenía una muy buena excusa. 

Abro la puerta con sigilo, y esta suelta un ruido chillón, miro a mi alrededor asegurándome de que no hay nadie; diviso el pequeño cajón que tenía la mesa llena de libros, me acerco a él, y allí estaba lo que tanto  buscaba, unas cuantas galletas dulces y una botella de leche, la cual la Señorita Brooks se aseguraba de comprar todas las mañanas.

Al cerrar el cajón, de la mesa caen algunos papeles, y me asusto al ver su nombre en ellos, los leo rápidamente, y me lleno de melancolía y de felicidad. Mañana, mañana tenía que ser, por ella llegarían pronto. Revisé los papeles grabándome los nombre y direcciones, información que me asegurara de que estaría en buenas manos 

Salgo con rapidez, asegurándome de haber dejado todo en orden.

Abro la puerta del cuarto con cautela, entro y cierro la puerta detrás de mí.

_ ¿Ángel?…- susurro, miro a mi alrededor y no la encuentro- ¿Ángel? - me preocupo.

Mi cuerpo tiembla levemente por la preocupación, y me azota el frío con violencia. 

De debajo de la cama, sale una cabecita, y sus ojos azules, me miran aliviados.

-¿No eres muy grande para esconderte debajo de la cama? - le sonrió, caminando hacia ella, escondiendo detrás de mí lo que traía, la molesto un poco, con ella no era tan difícil son reír- ya no eres una niña de cinco años, ya tienes ocho años- dije en forma de orgullo, mi corazón se aprieta contra mi pecho y lo siento palpitar con fuerza; se sonroja. Sus mejillas adquieren ese color característico que me gusta, y aunque no entienda el porqué, lo lograba con frecuencia. 

Se sienta en la cama, y la acompaño.

- Feliz cumpleaños Ángel…- susurro, sacando lo que tenía escondido. 

La pequeña vela iluminada el pequeño cuarto, las galletas la rodeaban, fieles a ella, y la botella de leche era el acompañante. Sus ojos se iluminan. Era lo poco que había conseguido para ella, y aunque sé que lo pagaría caro después, en ese instante no me importaba. En cambio el brío que había en sus ojos era suficiente, para que el futuro me importara una mierda. 

-Pide un deseo…- la animo. cierra los ojos suavemente y sopla con dulzura. La vela ilumina su rostro y confirmo, ella es realmente bella. 

Vuelve a abrir los ojos, y me mira con esperanza.

-¿Cuál fue tu deseo? - pregunto queriendo saber el porqué de aquella mirada. Había un brillo particular en ellos, de añoranza. 

- Si te lo digo no se cumplirá.

Sonrío, negando con la cabeza.

-¡Gracias por hacer que mi cumpleaños, sea el mejor del mundo Alec!- me abraza con fuerza, y le correspondo. Su cuerpo choca contra el mío, y aprovecho para estrecharla con fuerza en mis brazos. Sentir una punzada en el pecho, y creía saber el porqué, pero no podía echarme para tras, debía ser mañana.

Mañana, mañana será el día

Cápsula

Muchos dicen que los reencuentros son los momentos más estresantes, donde los nervios fluyen y la mete se vuelve un caos. En realidad, es todo lo contrario. Los reencuentros son los momentos más felices, tienes la oportunidad de volver a ver a esta persona que extrañaste durante un largo tiempo, que pensarte y que tuviste en tus sueños. Sin embargo la mente humana piensa que son los reencuentros los momentos inmemorables, pero en realidad son las despedidas; despedidas que te marcan, son tan estresantes que hacen que el cuerpo transpire, que los ojos se muevan con locura, que la piel se erice y que el corazón se destroce. Si, las despedidas son lo más difícil, hay despedidas que te marcan toda la vida, que no se pueden olvidar nunca, no por la despedida misma, sino por la persona, esa persona que no importa cuanto tiempo pase la mente sigue recordando como si fuera ayer, y cuanto más tiempo pase, más duele, porque a la final hay promesas que son cada vez más difícil de cumplir. Pero aunque la vida se me vaya en ello, lo lograré, la volveré a ver.

Alec. 

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