D O S

D O S

Era la grandiosa Stefanía Belmonte, surguí de un puesto de secretaría a ser la directora técnica administrativa de una de las corporaciones internacionales de Toronto, se que no surguí al principio por buenos modos, soy atractiva y tomé provecho de eso, de mi cuerpo, mi sensualidad, mi feminidad y todo cuanto podía... De ser mujer.

Intenté siempre salir con alguien que me representara, mucho de esos fueron mis jefes. Tenía grandes ideales y expectativas y un hombre con su cuenta bancaria vacía no era una de ellas.

Luché siempre por ser la única mujer en la vida del hombre a quien yo elegí. 

Rubia aunque en realidad soy castaña escondiendo mi cobrizo, ojiazul aunque son mis lentes de contacto porque mis ojos los considero grises, como mi actual circunstancia, no soy noventa sesenta noventa pero mi cuerpo es deseable, me he esforzado para ser deseada por un hombre. Mi madre me enseñó que debería ser y hacer eso para tener un futuro. Soy una mujer de veintiocho años que tiene un trabajo estable, soltera por conveniencia, vivo en uno de los mejores departamentos de Toronto y con un auto Audi de lo más fino que recalca lo elegante y estrambótico.

Tenía una reunión con unos nuevos inversionistas y requerían la presencia de los directivos, quien quita y conozca al futuro esposo millonario de ésta sensacional mujer.

Tardé en arreglarme, un vestido nuevo, tacones del mismo color y mi cabello alisado perfectamente, tomó mi cartera y las llaves del auto, cierro mi departamento y al llegar al estacionamiento miro la hora, estoy más que sobrante. 

Enciendo el auto y pongo marcha. 

Está un poco transitada la ciudad, estaciono en el primer semáforo que se me cruza, enciendo la radio y escucho las noticias matutinas en la voz gruesa del periodista, anuncia una persecusión por el centro de la ciudad a causa de un robo local y cuando la luz verde aparece, retomo el camino acelerando las ruedas y antes de andar unos cuantos metros mis manos en el volante tiemblan y mi cabeza impacta contra el vidrio de mi puerta, destellos y fragmentos de vidrios bañan mi vestido negro y pierdo el conocimiento en el zarandeo y volteretas que empieza dar el auto.

No podría decir que mi vida pasó como una película frente a mis ojos porque siendo sincera no tengo un futuro deseado ni un pasado añorado. Superficial, caprichosa, frívola. Me llegaron a llamar zorra y podría merecerlo pero ahora ya no soy la misma. La mujer perfecta se volvió una imperfecta.

El dolor en el cuerpo es intenso. Me duele como nunca. Abro los ojos con dificultad y una enfermera está trabajando en la intravenosa, deja lo que hace y sale a llamar a alguien. 

—Que bueno que despertaste. —dice el doctor. Entrando.

—Me duele todo. —fui sincera.

—Tuviste suerte. Ninguna de tus costillas fracturadas lesionó algún órgano, volviste a nacer. No se cómo es que estás viva sino tenías el cinturón puesto.

Recuerdo no haberme lo colocado, me doy un golpe mental por inecta. Salí apurada, estaba escuchando la radio y puse marcha y lo siguiente fueron lesiones.

Intenté responder pero un dolor en la cara me lo impidió, hice una mueca.

»...Cuidado. Tienes unos puntos.

—¿Pu-puntos? —llevé mis manos a la cara y efectivamente sentí algo allí— podría pasarme un espejo —no puedo tener mi cara rasgada.

—Aquí no cargo espejo. Debería calmarse. Tomé aire y tranquilícese. —se acercó y retiró mis manos de mi rostro.

—Podría llevarme al baño por favor —intenté erguirme y eso dolió, todo mi abdomen, mi caja torácica y agradezco que no duele tanto al respirar. Las lágrimas salen y no puedo detenerla. Lloro de impotencia, de mi derrota, mi estado desastroso en que me encuentro. Yo Stefanía Belmonte soy una mujer vulnerable.

—Debería quedarse aquí. —insistió el médico.

—Por favor —sollocé—, si no es hoy será mañana. 

—Ok, pero es bajo tu terca decisión —el médico me ayudó a pararme y dolía. Cómo dolía. Caminé a paso de tortuga con su ayuda, la enfermera entró y se mantuvo al margen.   Entré al baño y estaba el espejo expuesto y en el una rubia de ojos rojos con una trazada de puntos  que cruzaba su mentón hasta el extremo derecho de sus labios. La zona estaba roja, no era el único lugar también tenía en el abdomen. Ya no podía presumir mis atributos ni belleza sin que la gente me viera extraño, observada y que hablen a mis espaldas, que sienta lastima y desprecio. 

Traté de aguantar el llanto pero me derrumbe en los brazos del doctor y con ayuda de la enfermera me llevaron a mi camilla.

—Soy un monstruo. —sollocé.— me verán como una cosa fea.

—Dulzura, estas impresionada y dolida. Necesitas descansar, pensar —me masajeaba la cabeza— mañana es otro día y tienes una vida por delante, eres una niña muy linda y lo que tengas en la cara no te define. Tu corazón es lo que importa.

—Soy un monstruo —no me refería a mi cara sino mi forma de ser.— ningún hombre querrá casarse conmigo.

—Yo me casaría contigo —dijo el doctor sonriendo— Eres hermosa.

—Lo dices por lastima, te doy lastima y le daré lastima a todos.

—Eres hermosa. —la enfermera seguía con lo suyo y mi cabello— no pudimos contactar a tu familia, sólo se acercaron tus jefes. Anoche llegó de visita por tí una tal Venecia y Aarón Lovecraft.

—Es mi jefe —solloce—  ¿Como trabajaré así? 

—Ellos pagaran todo y nos pidieron que les avisara como avanzabas y que no te preocupes por nada que te tomes el tiempo que quieras y también dijeron que vendrían.

—No se que pasará después.

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