Sebastián Cooper observó con semblante serio al hombre sentado frente a él, lo estudió por un breve momento para luego esbozar una ligera sonrisa.
—Entonces… ¿Lo que tú quieres es una boda para asegurar el negocio? —preguntó con tal calma, que el hombre pareció sorprenderse por su reacción.
—Enterprise Airplane, ha sido el negocio de mi familia por décadas, desafortunadamente confié en la persona equivocada una vez y pagué muy caro las consecuencias, no quiero cometer el error dos veces. Solo venderé el cincuenta por ciento de las acciones al hombre que acepte el contrato matrimonial con mi hija mayor —dijo nuevamente.
Sebastián era un hombre ambicioso y nunca involucraba su vida privada en los negocios y mucho menos en uno de los contratos, pero esta vez podía ser la excepción, esta era la oportunidad que tanto había deseado para extender su negocio y no iba a desaprovecharlo, menos por un simple requisito que era nada comparado con lo que estaba a punto de ganar, convertirse en el señor de los cielos, su flota de aviones privados solo esperaba tener los permisos y que mejor si iba de la mano de Airplane, una empresa de prestigio e historia.
—Tendría que leer el contrato que me ofreces, un matrimonio no es garantía de nada señor Campbell y tú lo sabes muy bien —dijo mirándolo fijamente.
—Aquí lo tienes, puedes hacerlo revisar por tus abogados, no tengo ningún problema con eso, todo está claro, sin ninguna segunda intención Sebastián. Lo único que quiero es que te hagas cargo de la empresa, siendo el esposo de mi hija, tendrás un poder absoluto, no tendrás que pedir opinión o permiso para quitar oponer lo que deseas y que seas el encargado de enseñarle a mi hijo menor el negocio.
—Quieres bastantes cosas por el cincuenta por ciento de las acciones, teniendo en cuenta que voy a pagarte el precio redondo de su valor, ¿crees que una esposa es lo que busco? ¿O que quieras complicarme la vida con un pupilo? —expresó levantándose de su silla.
—¿No estás interesado? —preguntó desconcertado Allan Campbell. La actitud de Sebastián le desconcertaba, sobre todo por su interés mostrado en Airplane.
—Estoy interesado muy interesado a tal punto que no estoy regateando el precio, pero quiero negociar el resto, ser esposo y mentor no es fácil, quiero el sesenta y cinco por ciento de tus acciones, pero solo te pagaré el valor exacto del cincuenta, el resto considéralo un pago en especies —dijo esperando la reacción del hombre mayor.
—¡Eso es una locura! ¡Un atropello! —exclamó indignado.
—No es distinto de lo que tu pretendes al pedirme tomar a tu hija como esposa, no mezclo mi vida personal con los negocios, pero por tratarse de ti, estoy haciendo una excepción. Ahora todo depende de que tomes una decisión, puedes pensarlo unos minutos, está en tus manos tomarlo o dejarlo. Solo recuerda que en el mismo instante que salgas por esa puerta —dijo señalando la puerta de la oficina. —No habrá vuelta de hoja, no estaré negociando una segunda vez por lo mismo —añadió tajante.
—Está bien, se hará como tú lo deseas —aceptó y Sebastián sonrió como todo un tiburón sabiéndose vencedor.
Los divorcios existían y su matrimonio solo sería una transacción comercial y nada más. Hablaría con Maya Campbell y le dejaría claro las reglas del juego antes de empezar. Si aun así ella estaba de acuerdo, en breve se convertiría en el dueño de Enterprise Airplane y también en un hombre casado.
Lo que Sebastián no esperaba era la respuesta de Maya, la mujer no tenía ningún interés sentimental en él; por un momento se sintió desconcertado por su actitud, pero viéndolo desde el punto de vista financiero, todo estaba en su lugar, las cosas estaban claras y no debía preocuparse de allí en adelante. Ellos serían un matrimonio de puertas hacia afuera, de cara al público y nada más.
—Lo siento joven, pero su tarjeta ha sido rechazada, ¿quizás tenga otra con la que podamos probar? —preguntó amablemente la dependiente de la tienda.Oliver frunció el ceño, era imposible que la tarjeta no tuviera fondos, se había asegurado y verificado más de una vez que tuviese crédito antes de salir aquella tarde.—¿Podría intentarlo una vez más? —pidió sintiéndose un tanto nervioso y molesto a la vez.—Claro, quizás sea solo un error de sistema —dijo la joven, mientras lo intentaba nuevamente, lamentablemente había tenido el mismo resultado.—Lo lamento, pero el sistema ha vuelto a rechazarla —dijo con cierta pena.—Pagaré en efectivo, no se preocupe —dijo sacando la billetera y pagando con el único efectivo que tenía en la bolsa. Cogió sus compras y volv
—¡¿Estás loco?! No te comprendo Oliver, en serio que no logro entender qué es lo que pasa por tu cabeza —Victoria se sentó en el sillón con más enfado del que jamás había sentido.—No voy a dejarlo ganar Victoria, ¿Qué tan malo puede ser trabajar un año con ese idiota? —preguntó de manera tan confiada que solo aumentó el enojo de Victoria.—¿No te estás dando cuenta? Tu padre te tiene justo donde quería, estás de nuevo bajo sus garras, ¡pensé que eras más listo Oliver! ¿Qué tan malo puede ser trabajar un año con ese idiota? —repitió la pregunta de su amigo. —Ni siquiera lo conoces, no sabes nada de él; estás cometiendo un error Oliver, volvamos a Italia —le pidió.—¡No! ¡No, no voy a volver! Voy a demostrar
—Dime que no aceptaste esta tontería —pidió Victoria mientras se bebían un trago en El Inframundo, según les habían comentado, era como tener un pedazo de Nueva York en San Francisco.—Voy a demostrar que no soy el hombre que él cree, Victoria, le haré morder el polvo por donde piso —le aseguró y la muchacha suspiró.—Eso suena genial, pero… ¿Qué te hace pensar que podrás contra él? —le cuestionó la joven italiana.—¿Estás de su parte, no confías en mí? —preguntó Oliver con tono herido. Una cosa era que su familia ¡No! Su familia no, específicamente su padre, no confiara en él y lo viera únicamente como desperdicio, pero otra muy diferente era que Victoria, su mejor amiga, no confiara en él.—Confío en ti, la muestra m&aacut
Oliver sintió un placer que no debía sentir, pero no pudo evitar regocijarse completamente feliz al ver el rostro crispado de Sebastián Cooper. Intuía los deseos asesinos que nacían en el hombre y que estaban lejos de espantarlo. “Quizás tenga un alma suicida”, pensó Oliver sin dejar de sonreír.—¡Sebastián! —La voz de Maya rompió la burbuja en la que se habían sumergido los dos, olvidándose momentáneamente de la presencia de la mujer.—Maya —saludó.Sebastián quería borrar la sonrisa de Oliver de un puñetazo y demostrarle que… ¿Qué? ¿Qué era lo que iba a demostrarle? Todo esto era una reverenda estupidez, pensó y se apartó ligeramente de Maya para verla fijamente.—Ya Oliver me ha dicho que estarán trabajando juntos. ¡Eso es mara
«¡Lo estás besando, idiota!»«¡Lo estás besando!»«¡Idiota!»El cerebro de Oliver gritaba desesperado llamando a la razón al joven rubio. Pero Oliver estaba totalmente perdido en aquel beso. Su lengua buscó abrirse paso por la boca de Sebastián y su cuerpo se pegó como lapa al cuerpo fuerte y muy muy masculino de su cuñado. «¡Su cuñado!». El muchacho no supo si fue él quien se alejó primero o Sebastián, de lo único que pudo ser consciente fue del puño del moreno impactándose contra su rostro, exactamente en la comisura de su labio y se vio probando el sabor metálico de su propia sangre.—¡Maldito seas, Oliver! ¿Qué mierda crees que haces? —espetó Sebastián furioso, alejándose del muchacho para no asesinarlo allí mismo.
Oliver escuchó complacido como Sebastián vomitaba hasta los intestinos, sonrió y aunque eso le supuso un ligero dolor en la comisura de los labios, lo disfrutó tan malditamente que su yo interior bailaba de puro placer. “Deja de reírte, ¿sabes si vomita por el golpe en tu rostro? ¿O por qué al verte recordó el beso que le diste ¿Qué esperabas que sintiera al verte de nuevo? Si él ya te odiaba con seguridad, ahora te odia mucho más”.Aquellos pensamientos hicieron añicos su burbuja de felicidad y no pudo evitar sentir el escalofrío que recorrió su cuerpo al verlo salir del cuarto de baño mortalmente pálido.—¿Estás bien? —preguntó acercando la taza de café que le había preparado sin reparar en lo que hacía.Sebastián lo miró y le gruñó como si fue
—¡Voy a irme al infierno! —rio Victoria mientras salían del ascensor.—Con suerte vas a encontrar que Sebastián es el diablo —respondió Oliver con cierta diversión en su voz.—Oh, no querido, ese diablo únicamente es de tu infierno —se burló descaradamente.—Eres terrible Tory.—Lo sé, pero me amas —aseguró la joven colgándose de su brazo. Después de todo, uno nunca podía saber quiénes podían estar viéndolos.—Buenos días, señor Campbell, soy Ramiro, el chofer de la señorita —el hombre impecablemente vestido y toda amabilidad les abrió la puerta del auto para que pudieran subirse.—Solo Oliver, Ramiro, somos compañeros de trabajo —dijo Oliver subiéndose encantado, era la primera vez que usaba el servicio de Rent-Cars como
“¡Para que no me culpes de tus malditas desviaciones!”“¡Para que no me culpes de tus malditas desviaciones!”“¡Para que no me culpes de tus malditas desviaciones!”Aquellas palabras se repitieron en la cabeza de Sebastián, torturándose por lo que había hecho. Pasó la punta de su lengua sobre sus labios y antes de que pudiera pensar lo que hacía. Lanzó todo lo que estaba sobre su escritorio al suelo y en menos de dos minutos, aquella pulcra oficina había quedado como si un huracán hubiese pasado por ahí.—¿¡Qué es lo que me has hecho!? ¡Yo no soy gay, tú no puedes gustarme! —gritó. Su respiración estaba agitada y una de sus manos sangraba. Tenía un pequeño corte y ni siquiera había sido consciente de cómo se lo había hecho.Sebastián