—Dime que no aceptaste esta tontería —pidió Victoria mientras se bebían un trago en El Inframundo, según les habían comentado, era como tener un pedazo de Nueva York en San Francisco.
—Voy a demostrar que no soy el hombre que él cree, Victoria, le haré morder el polvo por donde piso —le aseguró y la muchacha suspiró.
—Eso suena genial, pero… ¿Qué te hace pensar que podrás contra él? —le cuestionó la joven italiana.
—¿Estás de su parte, no confías en mí? —preguntó Oliver con tono herido. Una cosa era que su familia ¡No! Su familia no, específicamente su padre, no confiara en él y lo viera únicamente como desperdicio, pero otra muy diferente era que Victoria, su mejor amiga, no confiara en él.
—Confío en ti, la muestra más clara es que atravesé un océano completo para estar contigo, Oliver. Pero a diferencia de ti, no estoy obsesionada con demostrar nada a mi familia. No es tu caso querido amigo y te estás dejando arrastrar por la corriente y tengo miedo que termines sumergido en sus profundas aguas y entonces no pueda hacer nada por ti —le explicó la joven, pero Oliver parecía reacio a comprender.
—Voy a demostrarle a mi padre y a Sebastián Cooper que soy tan capaz como cualquier otro hombre e incluso mejor que ellos y retomaré el control de Airplane— insistió tajantemente y Victoria solo pudo suspirar.
La noche fue demasiado corta para Oliver y a la mañana siguiente no se sentía tan preparado como había pensado para enfrentar a Sebastián Cooper, no sabía cómo su hermana podía vivir con un hombre como él; pero a todo eso… ¿Dónde estaba su hermana?
Dejó de pensar cuando su alarma le anunció que tenía cinco minutos menos para darse un baño y estar presentable. Suspiró y rogó al cielo no estar equivocándose. Había desafiado a Sebastián y era momento de mantener su palabra.
Una hora después estacionó su auto en el parqueo de la empresa, respiró profundo y se encaminó a su nuevo destino. Estaba tan nervioso que no había sido capaz de pasar un bocado, pero eso nadie debía saberlo.
—Buenos días —saludó a la mujer que era secretaria de presidencia.
—Buenos días, señor Campbell, el señor Cooper, lo espera en su oficina —le informó la mujer y por alguna razón un escalofrío recorrió su cuerpo.
Oliver era consciente que, si Sebastián reconocía el miedo en él, jamás sería capaz de respetarlo como a un igual y para eso estaba, para hacerle tragar sus palabras y hacer que mordiera el polvo por donde él pisaba.
Se armó de valor y empujó la puerta sin siquiera llamar.
—Buenos días, Sebastián —dijo parándose delante del hombre con una seguridad que estaba lejos de sentir.
—¿Nadie te enseñó a tocar la puerta? —preguntó el hombre con tono gélido.
—La secretaria dijo que estabas esperándome, así que…
—Eso no responde a mi pregunta Oliver. No puedes entrar a mi oficina como si fuera tu habitación. Aquí yo soy el jefe y te dirigirás a mí como el resto de los empleados. ¿Te queda claro o necesitas que lo repita? —Oliver apretó los dientes con disimulo, pero se vio asintiendo.
—Todo claro señor Cooper —pronunció obligándose a ser amable.
—Muy bien, al menos tengo la esperanza que no hay necesidad de repetirte las cosas, es algo que odio hacer.
—Si lo explica todo claro, no hay necesidad. ¿Ahora podría decirme cuáles son mis obligaciones? —preguntó el muchacho deseando salir de la oficina, porque estaba jodidamente tentado a maldecirlo por la eternidad.
Sebastián permaneció callado, se dedicó a ver al muchacho delante de él. Podía adivinar lo nervioso que estaba y lo mucho que luchaba para no quedar en evidencia. ¡Como si pudiera mentirle! “Pobre tonto, ni siquiera tiene una p**a idea de lo que le espera”, pensó con maldad.
—Vas a tenerme aquí esperando? —le escuchó preguntar y él no pudo evitar reírse para sus adentros.
Como empresario no tenía un buen concepto de la familia Campbell. Como parte de la familia obligatoriamente le restaba decir que tampoco tenía un buen concepto de la familia con la que había emparentado por cuestiones puramente de negocios, pero debía aceptar que lo único salvable de esa familia era Maya, su esposa.
—Trabajas para mí y si se me antoja tenerte parado todo el día delante de mí, así será Oliver —le anunció y con placer vio como el chico luchaba para contener su lengua. Solo necesitaba contar hasta tres para saber cuánto podía callarse, pero no llegó a ni a dos antes de escucharlo hablar.
—¿Quién diablos crees que eres maldito imbécil? Se te olvida que también soy dueño de esta empresa —vociferó con enojo.
—Con un veinticinco por ciento, que vendrían siendo nada —respondió con saña.
—Un veinticinco por cierto que te impide ser el dueño absoluto de esta empresa y eso te molesta ¿Verdad? Esa es la p**a razón por la que me tratas como la m****a. Ni siquiera me conoces Sebastián, ¿cómo sabes que no soy capaz?
Oliver supo que le había dado al clavo cuando vio el rictus en los labios de Sebastián.
—Será mejor que no olvides quién soy Oliver —pronunció con enfado.
—Te recomiendo lo mismo Sebastián Cooper. No soy un simple empleado —rebatió Oliver con un placer que le duró poco.
—Pero a diferencia de ti, yo sigo siendo el jefe —gruñó. —Ocúpate de ordenar los informes para esta misma tarde sin demora.
—Como ordene, señor Cooper—pronunció saliendo de la oficina con una ligera sonrisa en los labios. Por lo menos sabía una de las razones por las cuales su cuñado lo odiaba y le daría muchas más de las que él podía llegar a imaginar.
Sin embargo, Oliver estaba lejos de imaginar que los archivos eran tantos y pasó sumergido entre ellos por más horas de las que pensó, mientras sus compañeros salieron a comer él prefirió quedarse entre las cuatro paredes del cuarto de archivos. No encontraba razones para hacer lo que Sebastián le pidió, pero sí quería demostrar su valía, solo lo lograría demostrando al cretino que no tenía ningún problema en realizar lo que se le pidiera.
Pero una cosa era decirlo y otra muy distinta intentar cumplirlo sin pensar que perdía el tiempo metido entre papeles empolvados y que desde su perspectiva parecía que fueron puestos fuera de su lugar a propósito.
Cuando finalmente terminó su labor, la noche caía sobre la ciudad de San Francisco. Salió completamente satisfecho de su trabajo y con una sonrisa en los labios, que fue borrada tan pronto como vio a Sebastián.
—Demasiado lento —le dijo mirando su reloj.
—¿Qué? —preguntó indignado.
—Te ha llevado todo el día ordenar unos simples archivos, no creo que estés preparado para seguir mi ritmo de trabajo. ¿Deberías iniciar primero por servir el café? Aunque sinceramente dudó mucho que puedas hacer café, siquiera —se burló.
Oliver sabía que era una provocación deliberada, imaginó que Sebastián esperaba a que dijera algo para darle el gusto de humillarlo, pero se quedaría con las ganas
—Puedo prepararle el café mañana si lo desea, señor Cooper. Por ahora que tenga una buena noche —le dijo pasando de su lado.
—¡Espera! —Sebastián gritó, pero no imaginó que Oliver atendiera a su orden.
—¿Se le ofrece algo más, señor? —le escuchó preguntar, pero él no pudo pensar por un momento. La palabra “señor” en la boca de Oliver le causaba una extraña sensación, un placer absurdo e ilógico.
—Te veo mañana —respondió una vez que fue capaz de recuperar la voz.
Oliver no sé molestó en responder, continuó su camino, con una nueva idea en su cabeza. Una sorpresa que seguramente no le gustaría a Sebastián Cooper.
Con una sonrisa de diablillo en acción, tomó su móvil y marcó un número, necesitaba hacer dos o tres preguntas, pero bastaba una sola respuesta correcta para darle rienda suelta a su pequeña venganza.
Mientras tanto, Sebastián lo vio salir con dirección al ascensor. Se maldijo una y otra vez. No había ninguna necesidad de provocar al chiquillo Campbell, si Maya llegaba a enterarse seguramente no se lo agradecería, después de todo era su hermano menor. Los dos habían encontrado beneficios en su matrimonio por contrato y ninguno de los dos se metía en la vida del otro, siempre y cuando nada fuera de dominio público y pusiera su acuerdo en peligro.
Si lo pensaba bien, su matrimonio no había sido un verdadero sacrificio. Maya era lo más cercano que tenía a una amiga en mucho tiempo. Desde que se asoció con los Campbell y se puso al frente de las empresas, se olvidó de las salidas a centros nocturnos, se centró únicamente lo que era verdaderamente importante y como todo en la vida tenía su recompensa, él había aumentado las ganancias de la empresa en un cincuenta por ciento y la expansión de Airplane & Rent-Cars a otras ciudades y Estados. Su misión era convertirse en el máximo referente en el país con el servicio de aviones privados y autos.
Con aquellos pensamientos volvió a su oficina por su portafolio y las llaves de su auto, para volver a casa. Maya le había dicho por la mañana que necesitaba hablar con él de algo importante y como buen amigo y socio que era al menos con ella. No deseaba hacerla esperar.
Sebastián estacionó el auto en el garaje de su casa una hora más tarde, respiró profundo antes de apagar el motor y caminar al interior de la mansión que recientemente había comprado, uno de los lujos que ahora podía permitirse libremente.
Las dos copas vacías de vino sobre la mesita en la sala, le hizo fruncir el ceño y las risas provenientes del jardín encendieron su enojo. Una cosa era que le permitiera a Maya tener sus aventuras fuera de casa, pero otra muy distinta era que los trajera a ella.
Sus pies lo llevaron con más prisa de la que imaginó y antes de abrir la puerta de cristal del todo pudo escuchar la risa del hombre y un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo. “¿Qué demonios le pasaba?”, pensó antes de ver al dueño de esa risa.
—¡Tú! —gruñó al ver a Oliver Campbell sonreírle.
—Hola Sebastián —le saludó con burla. —O debo llamarte ¿Señor?
Oliver sintió un placer que no debía sentir, pero no pudo evitar regocijarse completamente feliz al ver el rostro crispado de Sebastián Cooper. Intuía los deseos asesinos que nacían en el hombre y que estaban lejos de espantarlo. “Quizás tenga un alma suicida”, pensó Oliver sin dejar de sonreír.—¡Sebastián! —La voz de Maya rompió la burbuja en la que se habían sumergido los dos, olvidándose momentáneamente de la presencia de la mujer.—Maya —saludó.Sebastián quería borrar la sonrisa de Oliver de un puñetazo y demostrarle que… ¿Qué? ¿Qué era lo que iba a demostrarle? Todo esto era una reverenda estupidez, pensó y se apartó ligeramente de Maya para verla fijamente.—Ya Oliver me ha dicho que estarán trabajando juntos. ¡Eso es mara
«¡Lo estás besando, idiota!»«¡Lo estás besando!»«¡Idiota!»El cerebro de Oliver gritaba desesperado llamando a la razón al joven rubio. Pero Oliver estaba totalmente perdido en aquel beso. Su lengua buscó abrirse paso por la boca de Sebastián y su cuerpo se pegó como lapa al cuerpo fuerte y muy muy masculino de su cuñado. «¡Su cuñado!». El muchacho no supo si fue él quien se alejó primero o Sebastián, de lo único que pudo ser consciente fue del puño del moreno impactándose contra su rostro, exactamente en la comisura de su labio y se vio probando el sabor metálico de su propia sangre.—¡Maldito seas, Oliver! ¿Qué mierda crees que haces? —espetó Sebastián furioso, alejándose del muchacho para no asesinarlo allí mismo.
Oliver escuchó complacido como Sebastián vomitaba hasta los intestinos, sonrió y aunque eso le supuso un ligero dolor en la comisura de los labios, lo disfrutó tan malditamente que su yo interior bailaba de puro placer. “Deja de reírte, ¿sabes si vomita por el golpe en tu rostro? ¿O por qué al verte recordó el beso que le diste ¿Qué esperabas que sintiera al verte de nuevo? Si él ya te odiaba con seguridad, ahora te odia mucho más”.Aquellos pensamientos hicieron añicos su burbuja de felicidad y no pudo evitar sentir el escalofrío que recorrió su cuerpo al verlo salir del cuarto de baño mortalmente pálido.—¿Estás bien? —preguntó acercando la taza de café que le había preparado sin reparar en lo que hacía.Sebastián lo miró y le gruñó como si fue
—¡Voy a irme al infierno! —rio Victoria mientras salían del ascensor.—Con suerte vas a encontrar que Sebastián es el diablo —respondió Oliver con cierta diversión en su voz.—Oh, no querido, ese diablo únicamente es de tu infierno —se burló descaradamente.—Eres terrible Tory.—Lo sé, pero me amas —aseguró la joven colgándose de su brazo. Después de todo, uno nunca podía saber quiénes podían estar viéndolos.—Buenos días, señor Campbell, soy Ramiro, el chofer de la señorita —el hombre impecablemente vestido y toda amabilidad les abrió la puerta del auto para que pudieran subirse.—Solo Oliver, Ramiro, somos compañeros de trabajo —dijo Oliver subiéndose encantado, era la primera vez que usaba el servicio de Rent-Cars como
“¡Para que no me culpes de tus malditas desviaciones!”“¡Para que no me culpes de tus malditas desviaciones!”“¡Para que no me culpes de tus malditas desviaciones!”Aquellas palabras se repitieron en la cabeza de Sebastián, torturándose por lo que había hecho. Pasó la punta de su lengua sobre sus labios y antes de que pudiera pensar lo que hacía. Lanzó todo lo que estaba sobre su escritorio al suelo y en menos de dos minutos, aquella pulcra oficina había quedado como si un huracán hubiese pasado por ahí.—¿¡Qué es lo que me has hecho!? ¡Yo no soy gay, tú no puedes gustarme! —gritó. Su respiración estaba agitada y una de sus manos sangraba. Tenía un pequeño corte y ni siquiera había sido consciente de cómo se lo había hecho.Sebastián
Sebastián se dejó llevar por ese arrebatador orgasmo, por ese jodido y loco momento. Cerró los ojos y acarició el paraíso como hace mucho tiempo no lo hacía y se negaba a descender de él, para caer entre las llamas del infierno que era su realidad. ¡Se había corrido en los labios de Oliver y jodidamente lo había disfrutado!—Sebastián —le escuchó murmurar, pero él se negó a abrir los ojos. ¿Cómo haría para verlo a partir de ahora? ¿Cómo haría para estar en la misma habitación sin pensar en los labios carnosos de Oliver sobre su polla? ¡Había cometido una reverenda locura y estaría maldito si pretendía repetirlo! No, esto no podía salirse de control. No podía permitir que fuera más allá de este error.—Vete Oliver —pidió con el tono de voz m&
Oliver se preparó mentalmente para lo que venía. Afortunadamente, no estaría encerrado con Sebastián Cooper entre cuatro paredes. Hoy tenían la cita con Caleb Belmont, el hombre más escurridizo que no había tenido el placer de conocer.—¿Estás listo, cariño? —preguntó Victoria saliendo del cuarto de baño.—Tan listo que, deseo volver a la cama y tirarme a dormir hasta que el puñetero año haya pasado.—¡De ninguna manera! No hice circo, maroma y teatro para que te quedes escondido en esta habitación. ¿Le darás a Sebastián el poder de verte convertido en un ratón?Oliver amaba muchísimo a Victoria, pero en mañanas como esa; estaba tentado a lanzarla por la ventana.—Oh, no, no me mires así, Oliver. Fuiste tú quien insistió en volver a San Francisco y
Oliver se quedó estático ante la reacción de Sebastián, él ni siquiera había procesado la pregunta que Caleb había hecho, y….—¿Qué pasa Cooper? —preguntó Caleb limpiándose la boca y el pequeño hilo de sangre de su labio roto.—Eso es exactamente lo que quiero saber, Belmont, ¿Qué mierda es lo que te pasa? —rebatió el hombre mientras luchaba por serenarse.Sebastián no había razonado, pero la sangre le hirvió en las venas al escuchar la clara insinuación de Caleb en la voz y lo siguiente que supo es que había cruzado el rostro del hombre de un buen derechazo.—Solo le hice una pregunta a Oliver, tan simple, tan sencilla ¿Cuál es tu problema, Cooper? —volvió a preguntar acercándose a él peligrosamente.Caleb no era un hombre sencillo d