—¡¿Estás loco?! No te comprendo Oliver, en serio que no logro entender qué es lo que pasa por tu cabeza —Victoria se sentó en el sillón con más enfado del que jamás había sentido.
—No voy a dejarlo ganar Victoria, ¿Qué tan malo puede ser trabajar un año con ese idiota? —preguntó de manera tan confiada que solo aumentó el enojo de Victoria.
—¿No te estás dando cuenta? Tu padre te tiene justo donde quería, estás de nuevo bajo sus garras, ¡pensé que eras más listo Oliver! ¿Qué tan malo puede ser trabajar un año con ese idiota? —repitió la pregunta de su amigo. —Ni siquiera lo conoces, no sabes nada de él; estás cometiendo un error Oliver, volvamos a Italia —le pidió.
—¡No! ¡No, no voy a volver! Voy a demostrarle a mi padre que cometió un terrible error vendiendo Airplane a un desconocido y todo por no confiar en mí —Oliver estaba resentido con su padre por la venta de la empresa familiar y por otras tantas cosas más.
—Estás actuando desde el coraje y el resentimiento, ¿Crees que puedas sacar algo bueno de eso? —preguntó y antes de dejar a Oliver responder, añadió: —No, mejor será que no me respondas ahora, ve y haz tu mejor esfuerzo Oliver, estaré aquí para ti, aunque no me guste nada este asunto —Victoria salió de la habitación de su mejor amigo y volvió a la suya.
Como amiga se sentía impotente de ver como el padre de Oliver jugaba con él de esa manera, pero era cierto que Oliver no era un niño y podía tomar sus propias decisiones, y sabía muy bien lo que era bueno y malo. Únicamente esperaba que no sufriera en el proceso.
A la mañana siguiente Oliver llegó a las oficinas de Airplane en compañía de su padre, él conocía perfectamente las instalaciones, pero no dijo nada mientras su padre le iba explicando y presentando como su hijo a cada uno de los colaboradores.
—Bienvenido señor Allan, el señor Cooper lo espera en su oficina —anunció la secretaria en tono amable.
Oliver le devolvió la sonrisa inevitablemente cuando la chica le sonrió con timidez.
Sebastián Cooper miró a su suegro y su cuñado entrar a su oficina, hacía tiempo que no había tenido el placer de ver a Allan Campbell y a su cuñado no tenía el disgusto de conocerlo, más que por la boca de Maya.
Y si era completamente sincero, no tenía ningún interés en conocerlo, si no fuera por el estúpido acuerdo firmado entre ellos que lo obligaba. Pero él era un hombre de palabra y no se echaba atrás únicamente porque los Campbell querían cogerlo de niñero. El niño que seguramente estaba acostumbrado a derrochar el dinero a manos llenas, pero que jamás en su vida había trabajado un solo día.
—Sebastián ¿Cuánto tiempo sin vernos? —dijo Allan extendiendo la mano para saludar a su yerno.
—No hay necesidad de vernos Allan, tu dinero siempre está de punta en tu cuenta bancaria —dijo con sequedad mientras los invitaba a sentarse y miraba sin interés al rubio que lo acompañaba.
—Siempre tan cálido y directo —Allan se tragó el enojo y su orgullo.
Sebastián era un hombre arrogante, pero muy inteligente y desde que era el presidente de Airplane los ingresos habían incrementado casi en un cincuenta por ciento. Únicamente por eso soportaba su m*****a arrogancia.
—Nos conocemos lo suficiente Allan. Los dos sabemos que, si no fuera porque esta sociedad nos convino a los dos desde un inicio, no estaríamos aquí ahora.
—Tienes razón. Entonces… te presentó a mi hijo, ha llegado de Italia y estará bajo tus órdenes de acuerdo al pacto que existe entre nosotros.
—¿Y… tiene nombre? —preguntó mirándolo fijamente con una ligera sonrisa que fue más una expresión burlesca.
—Oliver, mi hijo menor…
—Y dueño del veinticinco por ciento de las acciones de esta empresa —respondió el chico con cierto enojo en su voz al notar la superioridad con la que le hablaba a su padre y no es que le importaba como le hablara. Pero era más que evidente que a él no lo trataría mejor.
Sebastián dibujó una ligera y cruel sonrisa en los labios antes de hablar.
—¿Y crees que el veinticinco por ciento te da derechos en la empresa? —preguntó poniéndose de pie. Provocando un ligero escalofrío en la columna vertebral de Oliver.
La mirada de Sebastián Cooper, le recordaba a la mirada de un tigre en cautiverio. Parecía que odiaba a todo el mundo, o… ¿Solo era con él?
—Quizás no los mismos derechos que tú con un sesenta y cinco por ciento, pero sigo siendo tan dueño como tú, así mis acciones fueran solo diez —rebatió Oliver y el muy cretino se rio en su cara.
—Tienes razón, pero la diferencia entre tú y yo es clara O-li-ver —deletreó su nombre y Oliver se maldijo al sentir que sus piernas temblaron y no sabía si era por la manera de pronunciar su nombre o por la manera en que lo estaba mirando.
»Soy el único que dispone sobre quién está y quién no. Y por el momento, estoy muy tentado en no aceptar ser tu tutor.
—¿De qué tienes miedo Sebastián Cooper? ¿Temes enamorarte de mí? —le provocó.
—¡Oliver! —gritó su padre rojo de la furia y es que a Oliver se le había olvidado que su padre estaba presente.
—¿Qué? ¿No lo estás escuchando? —exclamó Oliver indignado.
—Lo que sucede O-li-ver, es que dudo mucho que tengas la capacidad para ocupar un puesto importante dentro de esta empresa, seamos sinceros, has pasado los últimos dos años en Italia, viviendo de tus ganancias. Respóndeme ¿Has trabajado alguna vez?
Oliver apretó las manos en dos puños dentro de sus bolsillos, ese hombre ni siquiera lo conocía y parecía que disfrutaba tratando de humillarlo y de hacerlo sentir menos.
—¿No puedes responder? Lo imaginaba. ¿Qué sabes hacer aparte de gastar el dinero a manos llenas? —preguntó con una sonrisa. —Déjame adivinar el motivo por el que estás aquí. ¿Tu fuente mágica de dinero se agotó? —se burló, porque había sido él quien había dado la orden de cancelar todas las tarjetas de crédito que estaban a su nombre.
—Eres despreciable, no tenías ningún derecho a cancelar mis tarjetas de crédito, además te equivocas, nunca sobrepasé el límite de la tarjeta.
—Eso no importa Oliver. La primera lección que debes aprender: es que no solo se trata de ser el dueño de un porcentaje de acciones para tener derechos, también existen las obligaciones, las responsabilidades que conlleva ser el dueño de una empresa y el sacrificio que conlleva sacar un negocio a flote.
—Y por eso estoy aquí, quiero aprender a manejar el negocio y recuperar las acciones que mi padre te vendió —dijo muy seguro de sí.
—Tu padre no pudo hacerlo, ¿Qué te hace pensar que tú lo lograrás? —preguntó mirándolo fijamente, tenía un parecido impresionante con Maya, pero había algo más que le hacía querer atacar, solamente para ver cómo se ponía rojo del enojo.
—¿Y qué te hace pensar que no puedo lograrlo? —atacó Oliver.
—Bien, vamos a ver de qué estás hecho Oliver Campbell, empiezas mañana como mi asistente personal, si no te gusta la idea, no vuelvas a pisar esta oficina —sentenció saliendo de la habitación dejando en el corazón de Oliver un vacío que amenazó con tragárselo.
«Su asistente personal. ¡Maldito arrogante!», pensó.
—Dime que no aceptaste esta tontería —pidió Victoria mientras se bebían un trago en El Inframundo, según les habían comentado, era como tener un pedazo de Nueva York en San Francisco.—Voy a demostrar que no soy el hombre que él cree, Victoria, le haré morder el polvo por donde piso —le aseguró y la muchacha suspiró.—Eso suena genial, pero… ¿Qué te hace pensar que podrás contra él? —le cuestionó la joven italiana.—¿Estás de su parte, no confías en mí? —preguntó Oliver con tono herido. Una cosa era que su familia ¡No! Su familia no, específicamente su padre, no confiara en él y lo viera únicamente como desperdicio, pero otra muy diferente era que Victoria, su mejor amiga, no confiara en él.—Confío en ti, la muestra m&aacut
Oliver sintió un placer que no debía sentir, pero no pudo evitar regocijarse completamente feliz al ver el rostro crispado de Sebastián Cooper. Intuía los deseos asesinos que nacían en el hombre y que estaban lejos de espantarlo. “Quizás tenga un alma suicida”, pensó Oliver sin dejar de sonreír.—¡Sebastián! —La voz de Maya rompió la burbuja en la que se habían sumergido los dos, olvidándose momentáneamente de la presencia de la mujer.—Maya —saludó.Sebastián quería borrar la sonrisa de Oliver de un puñetazo y demostrarle que… ¿Qué? ¿Qué era lo que iba a demostrarle? Todo esto era una reverenda estupidez, pensó y se apartó ligeramente de Maya para verla fijamente.—Ya Oliver me ha dicho que estarán trabajando juntos. ¡Eso es mara
«¡Lo estás besando, idiota!»«¡Lo estás besando!»«¡Idiota!»El cerebro de Oliver gritaba desesperado llamando a la razón al joven rubio. Pero Oliver estaba totalmente perdido en aquel beso. Su lengua buscó abrirse paso por la boca de Sebastián y su cuerpo se pegó como lapa al cuerpo fuerte y muy muy masculino de su cuñado. «¡Su cuñado!». El muchacho no supo si fue él quien se alejó primero o Sebastián, de lo único que pudo ser consciente fue del puño del moreno impactándose contra su rostro, exactamente en la comisura de su labio y se vio probando el sabor metálico de su propia sangre.—¡Maldito seas, Oliver! ¿Qué mierda crees que haces? —espetó Sebastián furioso, alejándose del muchacho para no asesinarlo allí mismo.
Oliver escuchó complacido como Sebastián vomitaba hasta los intestinos, sonrió y aunque eso le supuso un ligero dolor en la comisura de los labios, lo disfrutó tan malditamente que su yo interior bailaba de puro placer. “Deja de reírte, ¿sabes si vomita por el golpe en tu rostro? ¿O por qué al verte recordó el beso que le diste ¿Qué esperabas que sintiera al verte de nuevo? Si él ya te odiaba con seguridad, ahora te odia mucho más”.Aquellos pensamientos hicieron añicos su burbuja de felicidad y no pudo evitar sentir el escalofrío que recorrió su cuerpo al verlo salir del cuarto de baño mortalmente pálido.—¿Estás bien? —preguntó acercando la taza de café que le había preparado sin reparar en lo que hacía.Sebastián lo miró y le gruñó como si fue
—¡Voy a irme al infierno! —rio Victoria mientras salían del ascensor.—Con suerte vas a encontrar que Sebastián es el diablo —respondió Oliver con cierta diversión en su voz.—Oh, no querido, ese diablo únicamente es de tu infierno —se burló descaradamente.—Eres terrible Tory.—Lo sé, pero me amas —aseguró la joven colgándose de su brazo. Después de todo, uno nunca podía saber quiénes podían estar viéndolos.—Buenos días, señor Campbell, soy Ramiro, el chofer de la señorita —el hombre impecablemente vestido y toda amabilidad les abrió la puerta del auto para que pudieran subirse.—Solo Oliver, Ramiro, somos compañeros de trabajo —dijo Oliver subiéndose encantado, era la primera vez que usaba el servicio de Rent-Cars como
“¡Para que no me culpes de tus malditas desviaciones!”“¡Para que no me culpes de tus malditas desviaciones!”“¡Para que no me culpes de tus malditas desviaciones!”Aquellas palabras se repitieron en la cabeza de Sebastián, torturándose por lo que había hecho. Pasó la punta de su lengua sobre sus labios y antes de que pudiera pensar lo que hacía. Lanzó todo lo que estaba sobre su escritorio al suelo y en menos de dos minutos, aquella pulcra oficina había quedado como si un huracán hubiese pasado por ahí.—¿¡Qué es lo que me has hecho!? ¡Yo no soy gay, tú no puedes gustarme! —gritó. Su respiración estaba agitada y una de sus manos sangraba. Tenía un pequeño corte y ni siquiera había sido consciente de cómo se lo había hecho.Sebastián
Sebastián se dejó llevar por ese arrebatador orgasmo, por ese jodido y loco momento. Cerró los ojos y acarició el paraíso como hace mucho tiempo no lo hacía y se negaba a descender de él, para caer entre las llamas del infierno que era su realidad. ¡Se había corrido en los labios de Oliver y jodidamente lo había disfrutado!—Sebastián —le escuchó murmurar, pero él se negó a abrir los ojos. ¿Cómo haría para verlo a partir de ahora? ¿Cómo haría para estar en la misma habitación sin pensar en los labios carnosos de Oliver sobre su polla? ¡Había cometido una reverenda locura y estaría maldito si pretendía repetirlo! No, esto no podía salirse de control. No podía permitir que fuera más allá de este error.—Vete Oliver —pidió con el tono de voz m&
Oliver se preparó mentalmente para lo que venía. Afortunadamente, no estaría encerrado con Sebastián Cooper entre cuatro paredes. Hoy tenían la cita con Caleb Belmont, el hombre más escurridizo que no había tenido el placer de conocer.—¿Estás listo, cariño? —preguntó Victoria saliendo del cuarto de baño.—Tan listo que, deseo volver a la cama y tirarme a dormir hasta que el puñetero año haya pasado.—¡De ninguna manera! No hice circo, maroma y teatro para que te quedes escondido en esta habitación. ¿Le darás a Sebastián el poder de verte convertido en un ratón?Oliver amaba muchísimo a Victoria, pero en mañanas como esa; estaba tentado a lanzarla por la ventana.—Oh, no, no me mires así, Oliver. Fuiste tú quien insistió en volver a San Francisco y