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Capítulo seis. ¿Quién es la mujer que estaba con Oliver?

Oliver escuchó complacido como Sebastián vomitaba hasta los intestinos, sonrió y aunque eso le supuso un ligero dolor en la comisura de los labios, lo disfrutó tan malditamente que su yo interior bailaba de puro placer. “Deja de reírte, ¿sabes si vomita por el golpe en tu rostro? ¿O por qué al verte recordó el beso que le diste ¿Qué esperabas que sintiera al verte de nuevo? Si él ya te odiaba con seguridad, ahora te odia mucho más”.

Aquellos pensamientos hicieron añicos su burbuja de felicidad y no pudo evitar sentir el escalofrío que recorrió su cuerpo al verlo salir del cuarto de baño mortalmente pálido.

—¿Estás bien? —preguntó acercando la taza de café que le había preparado sin reparar en lo que hacía.

Sebastián lo miró y le gruñó como si fuera un animal herido, sus manos temblaron ligeramente e insistió en ofrecerle el café.

—Te aseguro que no le he puesto más que un poco de azúcar. Te hará sentir mejor.

—No quiero nada de ti, Oliver, es más, no quiero ni ver tu cara —gruñó sin verlo.

—Toma el café, te hará sentir mejor —insistió.

—¿¡Qué parte de no quiero nada de ti no comprendes!? ¿¡Estás sordo!? —gritó moviendo su mano tan rápido que Oliver no pudo hacer nada para evitar el desastre.

—¡Maldición! —gruñó Oliver al sentir el líquido caliente derramarse por su mano y la taza cayendo al piso rompiéndose en varios pedazos.

Sebastián observó primero la taza sobre el piso y luego elevó la mirada para ver a Oliver salir corriendo de la oficina.

El sentimiento que le embargaba era mucho peor que ver el asqueroso golpe en su rostro. Se puso de pie y caminó hacia la puerta con prisa. Su mano se aferró al picaporte y se detuvo en seco. ¿Qué diablos pretendía? ¿Por qué tenía que sentirse tan malditamente culpable por él?

—Todo esto es tu p**a culpa Oliver Campbell, tú y tu maldito beso —murmuró. Sebastián movió sus pies y regresó a su escritorio. Sentía culpa y vaya que la sentía, pero no sería él quien pidiera disculpas. Porque no había hecho nada que otro hombre heterosexual no hubiera hecho. Él no era gay, para estar siendo besado por otro hombre.

Miró una vez más la taza rota, llamó a Lucero por el intercomunicador para pedirle que enviara al conserje a limpiar el desastre que Oliver había dejado en su oficina.

Mientras tanto, Oliver dejó correr el agua fría sobre su piel. Sus dedos y el dorso de su mano estaban rojos debido a la temperatura del café. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas y no sabía si era por el ardor o por el comportamiento de Sebastián. ¡Era una bestia, él solamente quería ayudar!

“No quiere nada de ti”, recordó.

El sonido insistente de su móvil le hizo apartar la mano del chorro de agua, cerró la llave y con la mano seca, buscó el móvil en el bolsillo de su pantalón.

—¿¡Cómo te fue!? —El grito de Victoria fue ensordecedor. Él quería decirle que todo muy bien, pero luego de esto ya no sabía.

—Vomitó hasta vaciar su estómago —respondió mirando su mano roja. —Es un idiota —añadió.

—Pero la misión se ha cumplido —aseguró la muchacha.

—Me ha vaciado una taza de café en la mano, quiero pensar que fue accidental. ¡Pero malditamente creo que lo hizo a propósito! —respondió con frustración.

—¿¡Qué!?

—Lo que has escuchado, lo odio —murmuró.

—¡Esto es la guerra! —aseguró Victoria y Oliver solamente pudo suspirar.

—Una guerra que él ganará.

—De ninguna manera, Oliver. Ese cretino no sabe dónde se ha metido. Besará el piso por donde caminas, te lo aseguro —dijo la italiana.

—Tengo que volver al trabajo, te veo por la noche —respondió con resignación. Oliver quería cerrar la llamada, volver a su escritorio y sumergirse en el trabajo.

—Iré por ti a la hora de la comida y no acepto un no por respuesta, envía un chofer por mí —le pidió o más bien le ordenó su mejor amiga.

—Está bien, pediré a uno de los choferes que vaya por ti —respondió sin mucho entusiasmo antes de cerrar la llamada.

Oliver volvió a su puesto de trabajo y minutos más tarde miró a Lucas, el señor de la limpieza salir con los restos de la taza, apretó los dientes y se limitó a bajar la mirada a los documentos. Tenía citas que ordenar y otras que concertar. La más importante era la reunión con la Ensambladora de autos que se llevaría al día siguiente.

Oliver se hizo cargo de mover citas para asegurar el espacio para asistir a la Ensambladora. Sin embargo, cerca del mediodía, cuando por fin había podido comunicarse con el asistente de Caleb Belmont, se llevó la amarga noticia que el CEO estaría fuera de la ciudad y volvería la siguiente semana. El muchacho respiró con frustración y luchó para no maldecir a ese tal Caleb, porque sería él quien tendría que enfrentarse a Sebastián para darle la noticia.

—Señor Gibson, ¿es consciente de las molestias que esto puede causarle al señor Cooper? Hemos estado esperando por esta reunión desde hace un mes —dijo con firmeza.

—Lo sé y no sabe usted cuánto lamento todo esto, pero el señor Belmont, es un hombre muy ocupado y su tiempo, es…

—Dinero, dinero que perderá si continúa aplazando la reunión por mucho más tiempo. Rent-Cars no es una empresa cualquiera, ¿Sabe usted el valor de sus acciones en la bolsa? Supongo que sí. —interrumpió al asistente Gibson. —Si el señor Belmont no está interesado en continuar fabricando nuestros autos, será mejor que sea claro y buscaremos otra Ensambladora.

—Por favor, señor Campbell, déjeme organizar la reunión para la próxima semana, le prometo que no habrá más cambios —pidió el hombre ligeramente nervioso.

—El señor Cooper tiene el día miércoles libre alrededor de las diez de la mañana, asegúrese que la reunión se realice ese día y sin faltas, estaré pendiente de su confirmación.

Oliver cerró la llamada con enojo. Su día no podía ser peor o al menos es lo que esperaba. Se puso de pie y llamó dos veces a la puerta con su mano sana, esperó a que Sebastián le permitiera entrar y entonces lo hizo.

—Lamento interrumpirlo, señor, pero he cambiado las citas que me ha pedido y organizado otras cuántas según sus necesidades —dijo sin apartar la mirada de su tablet.

—No hay nada de gloria en eso, es tu trabajo —espetó el hombre.

Sebastián sabía que era una provocación deliberada la que estaba haciendo, pero que Oliver ni siquiera lo mirara le molestaba.

—Tiene razón, señor —respondió sin verlo. —Lamento informarle que la reunión con el señor Belmont ha sido cancelada nuevamente. Él ha salido de la ciudad, pero concerté la cita para el día miércoles, si tiene alguna objeción puedo tratar de hablar con Gibson y ponernos de acuerdo en el día y la hora nuevamente —añadió moviendo su mano herida por encima del aparato.

Sebastián vio el dorso de la mano de Oliver, estaba roja y tuvo que morderse el interior de su mejilla para permanecer impasible. “Fue su m*****a culpa por insistir”, pensó. Pero, ni eso alivió su conciencia.

—Esta será la última vez que le permitas cancelar. La próxima vez no te molestes en volver a concertar una cita. Buscaré otra Ensambladora —respondió. Sebastián no apartó la mirada de Oliver, pero él no lo miró.

—Sí, señor. De hecho, me tomé esa libertad y le dejé claro sus intenciones. No creo que vuelvan a cancelar una cita —pronunció. Oliver continuó moviendo su mano sobre la tablet, ignorando el ardor que suponía mover los dedos.

Sebastián se sintió como un toro de lidia al ver su actuación. ¿Qué había cambiado esa mañana? Oliver no podía sentirse agraviado, porque simplemente era él, el causante de toda esta m*****a situación.

—¿Estás molesto? —preguntó Sebastián sin poder contener su lengua.

—No, señor. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudar? —respondió Oliver.

—Nada, no hay nada más —gruñó Sebastián.

—Entonces me retiro, señor —dijo con obediencia. Oliver giró sobre sus talones y salió de la oficina, cerró la puerta tan sutilmente que exasperó a Sebastián más que cualquier otra cosa.

Sebastián Cooper, jamás en su vida, había dudado de su sexualidad y no iba a empezar ahora. El beso de Oliver debía ser solo un error. Quizás a él también le tomó desprevenido.

Con ese pensamiento y con la culpa carcomiendo su alma, caminó hasta el baño y tomó del botiquín una pomada de aloe vera y volvió sobre sus pies, estuvo alrededor de quince minutos viendo la pomada en sus manos y luchando con la indecisión en su interior. Después de todo si había sido su culpa que Oliver terminara herido.

Cinco minutos más tarde, y respirando profundamente, caminó hacia la puerta. No iba a pedir perdón u ofrecer disculpas, únicamente le daría la pomada y así cumpliría con su cuota de buenas acciones en el día.

Pero Sebastián no estaba preparado para la ola de furia que le recorrió el cuerpo al ver a la hermosísima mujer sentada sobre el escritorio de Oliver. Mientras le acariciaba la mejilla que él había magullado y luego para verla sacar una pomada de su bolso y aplicarla sobre el dorso de la mano del muchacho.

—¿Te arde? —escuchó la voz cantarina de la mujer y sus dientes se apretaron dentro de su boca.

—Un poco, ha sido un accidente —susurró Oliver justo cuando dirigió su mirada hacia Sebastián.

—¿Un accidente? No me mientas cariño, seguramente fue ese patán de tu jefe.

Sebastián rechinó los dientes, tan fuerte que por un momento pensó que se los rompería por la presión.

—Fue un accidente —insistió Oliver sin apartar la mirada de Sebastián y algo dentro del moreno se regocijó. Esa mujer era hermosa, pero Oliver solamente lo miraba a él.

Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Sebastián, una sonrisa sin sentido. Una sonrisa que no debería estar allí dibujada en su rostro como si fuera un imbécil. Pero… se borró tan pronto como los labios de la mujer se posaron sobre los labios de Oliver y un gruñido salió de su garganta. Sintiéndose mucho más estúpido y tonto que antes.

Y si creía que eso era todo lo que sus ojos iban a ver ese día, se había equivocado terriblemente porque la mujer se puso de pie, extendiendo su mano para ayudar a Oliver a levantarse y él no dudó en tomarla y sonreírle como si no lo hubiera besado nunca.

—¡Cielos, ese hombre está a punto de atacarme! —exclamó en tono bajo Victoria, mientras caminaba con Oliver de la mano hacia el ascensor.

—No lo creo. Debe seguir furioso conmigo —respondió Oliver.

—Toma mi cintura —le pidió Victoria a Oliver. Él no dudó e hizo lo que se le pidió.

 Y antes de que el ascensor se cerrara con ellos dos dentro, Sebastián vio como sus labios volvieron a unirse y miles de imágenes de ellos haciendo el amor en el ascensor lo golpeó fuerte que se sintió aturdido e inexplicablemente molesto.

 —¡Maldición! —gritó.

—Señor, ¿está usted bien? —preguntó Lucero apareciendo de la nada.

—¿Quién es la mujer que estaba con Oliver? —Sebastián se mordió la lengua por no poder evitar hacer aquella pregunta. ¿Qué demonios le importaba quién era?

—La novia de Oliver, ¡es hermosa! —respondió Lucero, pero los pensamientos se habían perdido en aquellas dos palabras. “La novia de Oliver”.

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