Capítulo 10

Estuve obsesionado durante semanas intentando encontrar la verdad. No iba a dejar ninguna piedra sin levantar, investigar o interrogar porque quería con todas mis ganas saber el origen de la carta y de donde provenía todo.

Aun así, admito que esta obsesión escaló bastante, porque en mis tiempos libres no hacía otra cosa que no tuviera relación con la carta, encerrándome en mi escritorio durante horas, dejando de lado mis escrituras y demás intereses.

Sin embargo, me rehusaba a dejar de buscar, ya estaba metido en esto después de todo y era algo que carcomía mi mente todo el día.

Absorto en mis pensamientos mientras almorzaba en mi escritorio y no en el comedor para así ahorrar tiempo en mi investigación, tocaron a la puerta repentinamente.

—Señor, tiene una visita —avisó.

—¿De quién? —me asombré.

—Dijo que su nombre era Juliett Varcarnyo —respondió.

¿Qué? Estaba comenzando a acostumbrarme a la actitud de Juliett en donde hacia cosas sin pensar. Era alguien revoltosa e impulsiva y de hecho eso me atraía mucho de ella, pero, nunca pensé que aplicaría esa impulsividad conmigo ya que una vez me mencionó que este tipo de acciones lo hacía con gente muy cercana a ella, gente que sabía que no se enojarían con su persona por aparecer sin avisar.

Esto en cierta parte me colocaba muy feliz, al saber que Juliett sentía esa cercanía conmigo.

Mientras seguía asombrado la sirvienta se retiró de la habitación para acto seguido entrar Juliett con mucho ruido.

—¡Jacob! ¡Qué bueno que estas en casa!  —me abrazó.

—¡Juliett! ¿Qué te trae por aquí? —le devolví el abrazo.

—Supongo que tienes una cocina ¿o no? —me miró con astucia.

—Sí...pero ¿A qué viene esa pregunta?  —cuestioné.

Juliett me tomó de la mano y me sacó de la habitación.

—Guíame hacia ella —dijo mientras me miraba a los ojos.

Podía sentir como mis mejillas aumentaban su temperatura y mi mente se bloqueaba completamente ¡Era muy hermosa!

Como pude con el resto de mis sentidos, la dirigí al lugar de la casa que ella quería. La cocina era completamente de madera con un color café claro, se notaba que era madera de buena calidad y que se ha conservado bien con el paso de los años. Tenía algunas puertas de la encimera con vidrios por lo cual muchos juegos de té y porcelana podían apreciarse desde lejos, al igual que algunas copas con diseño elegante. Al medio contaba con una isla también hecha de madera y contaba con un lavamanos en una posición bastante cómoda, en donde, arriba de esta isla, se encontraban algunas rosas rojas decoradas con un hermoso florero.

—Prefiero las flores amarillas —dijo Juliett al ver el florero.

—Creí que dirías que las blancas —respondí.

—¡Oh, definitivamente el blanco es mi color! Pero en las rosas el amarillo es más tierno.

—Creo que nunca te he preguntado porque usas siempre ropa blanca.

—¡Ah! Es una larga historia que involucra a mi madre fallecida pero no es momento para hablar sobre eso. De hecho, en una parte del jardín hay solo flores blancas y rojas.

—Creo que las he visto, esas rosas blancas y rojas, pero predominaban más las amarillas —confesé.

—La mayoría si, ya que nuestro negocio familiar se centra en ellas, pero esa partecita del jardín es en honor a mi madre. Está escondida.

No quise seguir preguntando más porque se notaba que Juliett no se sentía muy cómoda y quería hablar de otras cosas, aunque debí admitir que me intrigaba bastante el notar como es que Juliett siempre usaba el color blanco en su ropa y Julieta siempre el color rojo.

—En fin ¿A qué se debe tu grata visita? —pregunté.

—¡Espero que tengas todos los ingredientes!

Acto seguido sacó un libro bastante grueso de su bolso. El libro estaba repleto de recetas de todo tipo y Juliett quería hacer un pie de frambuesa con crema. No tenía las frambuesas, pero si todo lo demás. Afortunadamente Juliett se había adelantado y traía el fruto rojo con ella.

—Vi en tu rostro el susto de no tener frambuesas —dijo mientras me tomaba la mano. Acto seguido se acercó a mí oído —No tienes que complacerme en todo, solo se tú mismo.

Con esa simple acción de su parte sentía como mi cara de colocaba completamente roja. Es que acaso ¿estaba coqueteando conmigo? ¿O simplemente eran ideas mías? La cabeza me daba vueltas.

—¡Bueno! ¿Tienes algún delantal? —me preguntó calmada.

Las sirvientas nos habían dejado solos en la cocina, pero anticipándose a lo que necesitábamos dejaron dos delantales colgados en la puerta.

Luego de la escena del oído me pude soltar más y ser yo mismo como Juliett había pedido. Pasamos toda la tarde intentando hacer el pie, manchándonos de harina, huevos y frambuesas, pero nada de eso me importaba porque estaba con ella.

Mientras esperábamos a que el pie se horneara nos quedamos limpiando lo que habíamos manchado.

—Perdón si vine sin avisar —soltó Juliett.

—¡No digas eso! Disfruto muchísimo tu compañía.

—¿De verdad? —se sorprendió.

Pude ver como Juliett se volteaba para limpiar otro lugar de la cocina y así evitar que la viera de frente pero su piel era tan blanca que era imposible no divisar de lejos que su mejillas y orejas estaban coloradas.

—Yo también disfruto muchísimo tu compañía —respondió.

Me sentía tan cómodo con Juliett pero me daba miedo malinterpretar este sentimiento y que resultara ser solo acciones amistosas de parte de ella.

Mientras seguía en mis pensamientos, Juliett se da vuelta bruscamente para ir a buscar otro paño de limpieza, sin darse cuenta de que debajo de ella en el suelo había un charco de agua.

—¡Cuidado!

Alcancé a gritar mientras acto seguido la tomé de la mano impulsándola hacia mi pecho y así evitando su caída. Nos quedamos así un largo rato sin decir nada, hasta que el horno sonó avisando que el pie ya estaba listo para su salida.

—Yo...disfruto mucho tu compañía- repitió Juliett —. Y por eso quiero verte más seguido.

La aparté un poco de mi para poder ver su rostro y acto seguido con muchos nervios le besé la mejilla.

—Yo también —respondí.

—A la próxima, no necesitas mi señal para besarme en los labios. Solo hazlo.

No podía creer lo que mis oídos habían escuchado, solo podía pensar en lo hermosa que se veía con harina y huevos en la cara.

—A la próxima, me encargaré de que sea especial. Y lo puedas recordar toda tu vida —respondí decidido.

—Estaré esperando ese día —me respondió con una sonrisa sonrojada —. ¿Quieres pie? —me preguntó.

—¡Por supuesto que sí! —respondí.

¿Sabes Juliett? Aún recuerdo esa tarde en la cocina. Estabas preciosa.

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