TRES

"¿Por qué te gusta tanto sabotear tu felicidad?"

— Davinia, a mi despacho.

La sonrisa se cayó de mi rostro nada más escuchar esas palabras, tan solo unos minutos después de Conrad y Ezra despedirse de mí, al salir del despacho de Gratia.

Dándome ánimos me puse en pie para dirigirme hacia la puerta del despacho de la señora Graham, quien no levantó su cabeza de los papeles que revisaba hasta que me escucho cerrar la puerta a mis espaldas.

— Toma asiento.

Lo hice, con mi blog en mano esperando cualquier posible apunte que fuera a darme.

Ella se apartó de los documentos que revisaba y se recostó contra el respaldar del asiento, observándome sin pudor alguno en esa mirada arrogante y punzante.

— Voy a ser muy clara contigo... Baja de las nubes o donde sea que estés, lo que ha pasado hoy con Conrad y Ezra es pura y llanamente caridad... No te crees todo un mundo en tu cabeza, no vas a salir de tu patética vida de la noche a la mañana por un par de hombres adinerados.

La mujer esperó una respuesta de mi parte, pero no la obtendría, no me veía capaz de formular palabra.

Ella alargó el tiempo de espera ante su siguiente golpe para analizarme con detalle.

— ¿Has visto lo ridículo que suena tan siquiera?... ¿Complejo de cenicienta? ¿Y quién se supone que soy yo, la madrastra cruel?

Las lágrimas se acumularon en mis ojos.

No era alguien que supiera manejar este tipo de confrontación. Aún a pesar de tenerla día y noche por mi madre, nunca había desarrollado la defensa apropiada, me había limitado a bajar la cabeza y tragar todo el nudo que se formaba en mi pecho.

Justo como ahora.

— Nunca... Nunca me había imaginado algo como eso, se...

Un golpe contra la mesa de su parte me hizo temblar en mi sitio, no me había esperado dicho impacto.

— Ni te atrevas a mentirme pequeña arpía.

Alcé mi vista sin comprender sus palabras. Sin saber que hacer para que entendiera que no mentía.

Era consciente que esa bonita burbuja breve de felicidad que me habían ofrecido aquel par, se estallaría en cualquier momento.

Seguramente era algo divertido hacer creer a alguien como yo que era lo suficiente como para captar la atención y el interés de un par como ellos.

Gratia chistó con malestar, cuando me vi en la urgencia de limpiar las lágrimas que corrían por mis mejillas.

Ni eso se hacer bien.

— Nunca he visto a una persona anularse tanto a sí misma como tú.

— Lo siento...

Balbucee intentando poner fin a las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas.

No sé en qué momento Gratia se puso en pie y se posiciono a mi diestra.

— Siempre lo siento... siempre con la cabeza gacha, siempre callando... Me pregunto si el maltrato físico te haría reaccionar más que el verbal...

El miedo chispeo en mis ojos al sentir sus dedos enterrarse en la base de mi coronilla, terminando por formar un firme puño y jalar de mi cabello hacia atrás, inclinando mi cabeza por completo hasta ocasionar que mi espalda se pegara al respaldar del sillón. Un gritillo casi mudo resonó en mi garganta.

— Señora Graham...

Ella ladeo su cabeza ligeramente observando, estudiando mi rostro empapado en lágrimas con el miedo deslizarse en mi expresión ante la sorpresa que impactó en mi.

— Es irónico... Hasta hace un año era una mujer felizmente casada, pero ocurrió lo inevitable... Unos meses más tarde, cuando conseguía reponerme de mi desastrosa vida sentimental, apareces tú, una cosita bonita y condenadamente sumisa... Su tipo... — Se inclino lo suficiente como para sentir su aliento contra mi boca entreabierta, ante el dolor que se plantaba en mi cuero cabelludo por el jalón de su mano en mi cabello. — Mi tipo...

Abro aún más mis ojos con desconcierto, enfocándola sin comprender la situación que se me presentaba.

— Pero eras eficaz, jodidamente eficaz... y tan dispuesta... tan frágil y fácil de dominar... que creía tener todo bajo control, pero Conrad cayó, hasta hacer picar la curiosidad a lo único que estaba bien en mi vida... ¿Qué pretendes Davinia? ¿Qué realmente pretendes? ¿Quitarme todo lo que mi esposo no pudo?

Ella destilaba odio, odio y algo más que no me atrevía a mencionar por el desastre que se formaría si abro esa puerta.

El sollozo que liberé no se bien porque fue, si por angustia, por miedo o por empatía.

Esa reacción de mi parte le causo a Gratia liberar el agarre de mi cabello y llevar su zurda hacia su rostro, presionando su mano contra sus ojos en un pequeño transe de lucidez.

— Vete.

Su voz era firme, tajante, aun cuando podía sentir la angustia en su timbre, se mantenía firme y autoritaria en su postura.

Se dio la vuelta, dándome la espalda para que no viera lo destruida que realmente estaba.

A diferencia de mí, ella si tenía mucho que perder.

— Señora Graham...

Dejó caer su mano para terminar apoyándose contra el escritorio aún de espaldas a mí.

— Vete por favor... Denúnciame, haz lo que te dé la gana... Pero desaparece de mi vista.

¿Por qué sentía un nudo en el pecho aún más pesado que el que ya tenía?

Me puse en pie con torpeza, realmente no sabía que hacer, sentía que irse no era una opción, pero tampoco estaba habituada a no obedecer, por lo que terminé saliendo de su despacho, cerrando la puerta tras mía.

Observé mi despacho, la mesa incrustada entre paneles bajos ubicada justo frente al despacho de Gratia, en la soledad del largo pasillo alumbrado no solo por la luz instalada en el falso techo sobre nuestras cabezas sino también por aquel gran ventanal a unos pasos de distancia de donde me encontraba, por un margen de tiempo indefinido, hasta que me vi recogiendo el material que me pertenecían en la caja de cartón que conseguí rescatar de la sala de impresión.

Contemplé los manuscritos que no había terminado de leer y clasificar, para volver a observar una última vez la puerta de mi jefa.

Se suponía que me caía mal.

Que sí, la envidiaba y no podía anular su belleza, así como sus logros... pero era peor que un demonio... ¿Recuerdan?

Entonces... ¿Por qué me siento peor que como si tuviera una ruptura?

Intente no darle más vueltas y me limite a con las mismas salir del único lugar que facilitaba mi sustento.

Cargar en el metro con una caja de trastos de oficina y los sentimientos hechos un desastre, así como seguramente sería mi imagen, no fue la mejor idea.

Pero no tenía otra opción para viajar de regreso a mi casa, lugar al que tardé en adentrarme a sabiendas de la ocupa que aún se encontraría instalada en aquello que intentaba hacer sentir como un hogar, a pesar de tener casa propia.

Mi madre no tenía vida.

Yo no tenía vida.

— No me digas que te han echado...

Exclamó con disgusto mientras me seguía al interior de mi habitación.

Ni hola, ni un ¿Por qué te ves tan mal?

Pero no se alarmen, ella siempre preguntaba o daba por hecho lo peor que pudiera pasarme, incluso había veces en las que me hacía sentir que de alguna forma esperaba a que realmente le confirmara sus teorías, como para darle la aprobación que una y otra vez buscaba sobre mi ser inútil ante sus creencias.

— Ya lo decía yo, críe a una buena para nada... ¿ahora que se supone diré a la familia? Pensaran que soy una madre horrible... ¿Ves la mala imagen que pones de mí?

Dejé caer la caja con fuerza sobre el escritorio de mi cuarto y con la rabia carcomiendo mi sistema me giré por primera vez en mi vida a enfrentar a mi madre.

En otra circunstancia lo hubiera dejado pasar, como siempre, agrandando esa bola inmensa que cada vez corroía más y más mi alma, pero por alguna razón, hoy mi paciencia se sentía tan minúscula como mi propio orgullo. Si es que tenía.

— ¡Cállate! Por una vez en tu vida, cállate.

El rostro de mi madre se descompuso en una mueca entre asombro y horror.

¿Y ella se calló?

No, claro que no.

— ¡Como te atreves a alzarme la voz! ¿Acaso no te eduqué bien? — Cubrí mi rostro con mis brazos ante el primer golpe de su mano abierta. ¿Cuándo había sido la última vez que me había pegado? — ¡No es mi maldita culpa que seas una completa inútil! ¡Ni para casarte sirves! ¡Por eso tu padre nos dejó!

No supe en qué momento comencé a sollozar, intentaba esquivar los golpes o al menos retenerlos en una zona que no doliera tanto hasta que se calmara.

Para cuando lo hizo, escuchaba su jadear acelerado, como animal a punto de rugir en furia.

Baje mis brazos y la observe con ojos llorosos, siendo consciente de lo que me había deformado por culpa de su egoísmo.

Este ser maltrecho y lastimero que tanto llegaba a odiar cada vez que me observaba al espejo, lo había creado ella, instada por su amasijo de inseguridades.

Ella no deslizo nada, ni una disculpa por alzarme una y otra vez la mano, ella con las mismas propiedades que le ofrecía el ser la protagonista de todo, se giró sobre sus pies y salió dando un portazo de mi apartamento.

Por primera vez no tenía miedo de que no volviera.

Por primera vez no sentí la angustia o el pánico de que hiciera como mi padre, desaparecer sin previo aviso de mi vida.

Por primera vez quise que fuera lo suficientemente egoísta como para irse y no volver.

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