"Un perro callejero..."
¿Qué se supone que hago aquí?
Cuestione en mi mente una décima vez frente las escaleras de aquella casa de alto coste que tan bien reconocía por las veces que me había visto obligada a adentrarme en ella.
Esto no era una buena idea... mirase como lo mirase.
¿Qué se supone que diría?
Solté una bocanada de aire antes de darme valor y subir los cortos peldaños que daban hacia la entrada de pórtico oscuro.
Toque el timbre una única vez y me quede esperando lo necesario, quizás si me daban el margen de tiempo requerido mis neuronas funcionasen como deberían y saldría corriendo, pero con la misma mala suerte que parecía estar protagonizando mi vida desde mi regreso a la oficina, la puerta fue abierta por quien bien conocía como Aubrey, su ama de llaves.
La mujer frunció el ceño al verme.
Quizás por la hora que era o porque sabría ya que no trabajaba para la señora Graham, una de dos.
— Señorita Wilson...
— Señora Williams... Puede decirle a la señora Graham que estoy aquí...
Pedí con la torpeza suficiente como para darme repelús yo misma.
— Puedo esperar fuera... — Indique en un nulo intento de alivianar la incomodidad de la mujer tras la puerta, esa que mantenía casi como escudo protector ante la posibilidad de tener que cerrarla de golpe por alguna posible reacción de locura en mí. — Si no desea verme no insistiré y me marcharé...
¿Qué se supone estoy haciendo? Más que lastima doy asco.
— La señora no se encuentra bien...
— Déjala pasar Aubrey.
La mujer miro a sus espaldas, al ángulo que no veía por mantener la puerta ligeramente cerrada.
No reconocí la voz, pero por la reacción de Aubrey el individuo debía ser alguien de autoridad como para facilitarme el acceso.
Me adentre a la casa tras la señora Williams darme paso y mientras esta cerraba la puerta a mi espalda, mi vista se posó en un hombre de constitución firme y alta estatura. Su físico, su postura, el aura que en si emanaba solo me instaban a evocar la forma constantemente representativa de personajes como Rhett Butler* o el Sr. Darcy*.
Apenas vestía un delicado pantalón de pijama y una bata que colgaba sobre sus amplios hombros, del mismo tejido sedoso y oscuro color.
Si no supiera como era el ex marido de la señora Graham, hubiera pensado que se trataba de él.
Su atractivo era tan abrumador como cada uno de los que había conocido cercanos a Gratia, incluyéndola. Procure desviar mi atención de vuelta a su enigmático rostro cincelado en esa tosca expresión de indiferencia ante aquellos que no le brindaban el suficiente interés, por no verme como una depravada y devorar con la mirada ese marcado abdomen de pulidos músculos que se entre vislumbraban por la bata larga entreabierta que portaba.
— ¿Qué haces aquí?
Su voz puso mi piel de gallina, así como el escudriño de sus ojos sobre mí. ¿Por qué cuestionaba que hacía aquí en vez de quién era? ¿Acaso me conoce?
No... si lo hubiera visto antes lo recordaría. Es sumamente imposible olvidarme de un hombre como ese...
Aubrey se había retirado tras asegurarse que aquel desconocido tuviera la situación bajo control o que no estuviera predispuesta a agredir o armar alguna clase de jaleo más allá que el de mi presencia manifestándose a tan altas horas de la noche.
El hombre se ubicaba erguido a unos pocos peldaños próximos a los pies de la escalera, como si en mi desconocimiento también fuera dueño de aquel lugar, aportando en mí mayor curiosidad de la que ya había generado de por sí.
Su mirada escudriñadora y casi tan sustanciosa en desprecio como la que Gratia me había deslizado en más de una ocasión, me intimidaban lo suficiente como para titubear en tan siquiera seguir con este disparate.
Ella no quería verme, ella no me agrada, solo consigue agrandar la bola de malestar que mi estomago alberga desde mi infancia... ¿Entonces que se supone si quiera que haga aquí?
— Yo...
Comencé, pero las palabras se perdieron en el aire. Como acto reflejo aparté mi vista de la suya, intentando enfocarme en alguna otra parte para buscar las palabras apropiadas de aquello que si quiera yo comprendía.
Podría decir dinero, el miedo a perder un trabajo que por muy agotador se tratase, me gustaba y de una forma extraña lo disfrutaba, pues me hacía sentir útil en algo más que en malgastar la vida que tanto mi madre me repetía, una y otra vez, ella me había dado. Como si empujarme de vuelta a su vientre en medio del parto fuera una opción plausible.
Pero un motivo tan sustancioso, como el dinero en sí, sonaba tan... vergonzoso.
¿Suplicar por limosna? ¿Era capaz de algo como eso?...
— No lo sé...
Murmure por fin aún si no tenía la certeza de que me hubiera escuchado.
— Sígueme.
Su respuesta me saco de mi propio trance al no esperarla. Alce de nuevo mi vista hacia el hombre desconocido, quien subía las escaleras, deteniéndose a la mitad al ver que aún no me movía del lugar donde me había clavado nada más entrar.
—Deja de tener miedo y sígueme.
Una pesada bola se concentró en mi garganta, así como un liviano calor se deslizo sobre mis mejillas. Soy cobarde, las personas cobardes no se liberan tan fácilmente del miedo, señor exigente.
Frunciendo el ceño termine accediendo. Subiendo los peldaños que nos alejaba instándolo a retomar el camino.
No era mi primera vez en esta casa, entre estos pasillos, generalmente las cortas ocasiones en las que había tenido que acudir en busca de alguna cosa en concreto de la señora Graham, o por alguna puntada en sí de su agobiante vida, me la pasaba recorriendo determinados lugares de tal lujoso hogar, sin tiempo a detallar la estancia como mi curiosidad me instaba a realizar.
Y aquella situación, tampoco me facilitaba despejar la curiosidad por conocer más de aquella mujer que tanto temor me causaba.
Temor y fascinación.
Lo seguí por el largo pasillo de la segunda planta, con los nervios a flor de piel hasta finalmente perderlo en una de las habitaciones a las que se adentró. Esa donde me quedé parada, estancada a pocos pasos del marco de la puerta, por la agradable imagen que se mostraba en el interior de aquel cuarto.
Una imagen que no creí ver representada en alguien como Gratia.
Las luces tenues, bajadas de forma consciente para llenar de calidez la habitación que se presentaba sumergida entre las paredes de lo que generalmente era un color crema y que por los efectos de las luces, ahora apenas se apreciaba como un bronce oscuro, se ubicaba Gratia, abrazando protectoramente a una niña de oscuros cabellos que seguramente se habría quedado dormida viendo la película que aparentemente había interrumpido con mi llegada, esa que aún se escuchaba de fondo como un susurro eco.
El hombre se aproximó a los pies de la cama y con suavidad llamó la atención de Gratia, quien, al enfocarlo por consecuencia, me enfoco a mí también en la distancia.
—Tesoro...
Susurro Gratia intentando no despertar a la pequeña mientras le facilitaba el acceso al hombre, quien sin dudarlo la alzó entre sus brazos, sin dificultad alguna por la fuerza de la que fui consciente esos músculos expuestos mantenían sobre si. Al ver que se disponía a salir de la habitación me hice a un lado de la puerta, con la cabeza gacha por sentir la vergüenza de estar siendo espectadora de un momento íntimo y hogareño. Uno de esos que nunca pude experimentar por mi propia cuenta.
¿Si mi padre no se hubiera ido, habría tenido un momento como aquel entre mis recuerdos?...
—¿Qué haces aquí?
La voz de Gratia me hizo alzar de nuevo la cabeza, topándome con ella aproximándose a donde me encontraba aún establecida cual estatua, sus manos se encargaron de con cierta incomodidad, recolocar el nudo de su suave bata que cubría el camisón que portaba. La evidencia de cómo me había adentrado en su ambiente privado, seguro, me genero ese remordimiento que me insto a alzar nuevamente mi vista hasta toparme con su fría mirada.
¿Tanto le desagradaba?
Claro que lo hacía, quien en su sano juicio se aparecía a estas horas de la noche en la casa de su jefe tras ser despedida.
Aunque... que yo supiera, no era normal agredir físicamente a un empleado y aún mi cuero cabelludo se sentía sensible tras su brusco jalón, añadiendo los manotazos de mi madre que habrían aportado un mayor aspecto desaliñado a mi imagen que de por sí formaba todo mi ser.
A estas alturas igualarme con un perro callejero, era una ofensa para el animal.
— Yo...
De nuevo las palabras parecían perderse en la profundidad de mi garganta, como si realmente no quisieran salir a flote.
Es que, si quiera... ¿que se suponía debía decir ahora?
— Siento que te debo una disculpa...
¿Es enserio? Me gritaba en mi cabeza, tragando el nudo en mi garganta. No soporte mucho más el peso dañino plagado de ese desprecio que su mirada me lanzaba, así que de nuevo me encontré bajando mi cabeza y enfocando mis bailarinas simples de color crema.
— No volveré a...
— No sigas.
Su voz me interrumpió de mi lastimero intento de recuperar mi trabajo. No quería levantar mi cabeza ni volver a enfocarla, me sentía lo suficientemente avergonzada conmigo misma como para encarar sus ojos.
— Necesito el trabajo...
Escuché un pesaroso suspiro de su parte, forzándome a esta vez alzar mi cabeza para observarla, intentando mantenerme firme ante su mirada y no volver a cometer el acto más patético de mi existencia, llorar.
La señora Graham me escudriño con la mirada, aún era alta para estar descalza, por lo que se acrecentaba la arrogancia con la que siempre me contemplaba, con ese desdén digno de alguien superior a mí en prácticamente todo.
— La lastima me repugna... la debilidad de un cachorrito abandonado solo provoca que te quiera empujar lejos de mi vida una vez más... Así que no sigas y por tu bien espero que te tragues esas lagrimas...
Mi garganta ardió ante el deseo agudo de soltar el llanto que me había advertido mantener bajo control, me tenía que ver tan sumamente patética en este momento, aún así me esforcé en mantener mi postura, esperando de alguna forma que con mi silencio y la entereza que parecía volver a exponer como una imagen ilusoria en un último intento por recuperar el trabajo, esa parte de mi vida.
¿Qué era yo sin mi trabajo? ¿Qué era yo sin una pila de documentos, manuscritos o recados que llevar a cabo para mantener mi mente ocupada en algo que sí tuviera importancia?
Nada.
Y si no era nada, mi madre tendría razón en todo... y de alguna forma, deseaba que no tuviera razón en tan siquiera una mínima parte. Ser útil en algo o para alguien.
— Mira, Davinia... no sé qué comprendes tú por conducta propia en la oficina... — Por primera vez pude observar cómo su mirada se apartó unos instantes de la mía, casi titubeante en como procesar lo siguiente a expulsar de su boca. Ella retomó su enfoque en mi volviendo a deslizar esa gélida mirada en sus claros ojos. — Pero no estuvo bien la situación en la que nos encontramos está tarde...
— No voy a demandarla, ni mencionar el tema, nunca... Necesito este trabajo señora Graham...
—¿Por qué no lo harías?... Rompí muchas de las normas éticas en la oficina...
Su sorpresa acaricio cada una de las palabras lanzadas que interrumpieron mi contrataque. Sacándome a mí una similar reacción al dejar entreabrir mis labios.
Si quiera me había dado cuenta de lo dicho.
Sabía que era demandable, que incluso podría crear un buen jaleo del que sacar beneficio, incluso ahora podría llegar al chantaje... Pero eso no era propio de mí.
Quizás era algo que mi madre hubiera hecho, aprovecharse de la situación, sacarle y exprimirle el jugo hasta la última gota.
Pero mi conciencia no podría conmigo.
Las palabras de Conrad se deslizaron en mi mente como una suave melodía idónea para ese momento "No es tan ogro como se ve a simple vista" no, ella no lo era, ¿cierto? Una parte de mi lo sabía lo sentía, la forma en la que me observo por un lapsus corto en su despacho, aún cuando era presa de su firme agarre.
Una parte de mí, esa misma que creía las palabras de Conrad, que creía en eso que había percibido en su mirar, me hacían empatizar de alguna forma con ella, quizás por mi desesperar de no sentirme la única dañada por quienes me rodeaban hasta verme entre trozos inútiles que no podía unir con mis propias manos.
— Porque... no quiero hacerlo, no escudo ni apruebo su forma de actuar conmigo... pero soy consciente que, de alguna forma, en algún momento me ayudo, aún si no era su intención... Nunca tuve intensión alguna de hacerle mal señora Graham...
Sus dedos capturaron mi mentón antes de que mi cabeza volviera a bajarse. Siquiera me había dado cuenta de mi acción esquiva ante su firme y demandante mirada, esa con la que volvía a conectar y la que genero ese atisbo de desconcierto que de nuevo hizo vibrar mi ser.
Como horas atrás entre las paredes de su despacho.
— No bajes la cabeza cuando me hablas... Si tienes la valentía insensata de presentarte aquí a estas horas... al menos ten la osadía de mantener tu cabeza en alto mientras te comunicas conmigo.
Perdí su toque una vez se aseguró de que mantuviera mi cabeza alzada y mi vista conectando directamente con sus ojos.
Ella era un tempano de hielo que haría temblar de frío a cualquiera que la observara más tiempo del necesario, así como Medusa, capaz de convertir a cualquier humano en piedra.
— Tomate el día de mañana libre... el miércoles te quiero en tu puesto, tan puntual como siempre.
Y antes de que tan siquiera pudiera aflojar mi expresión ante la sorpresa que esa noticia me generaba, ella se volteo para adentrarse de vuelta en la habitación.
Apenas había notado la presencia del hombre del que aún desconocía su nombre, hasta que lo sentí aproximarse y detenerse justo frente al marco de la puerta de aquel dormitorio.
— ¿Necesita la acompañe a la salida?
Mis ojos se toparon con los suyos al volcar mi completa atención sobre su persona.
Otro bloque de frío tempano de hielo.
— No... gracias y siento las molestias...
Susurré como pude antes de retirarme.
Ese hombre me intimidaba y aterraba tanto como Gratia.
N/T:
Rhett Butler y Sr. Darcy: Rhett Butler es uno de los personajes principales de la novela Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell publicada en 1936 y de la posterior película homónima de 1939. Fitzwilliam Darcy (Sr. Darcy) es un personaje ficticio creado en 1813 por Jane Austen en la novela Orgullo y prejuicio. Es considerado uno de los principales personajes de la literatura romántica inglesa.
Ambos personajes de ficción de novelas románticas y protagonista de las adaptaciones cinematográficas de estas mismas novelas. Característicos Gentleman de porte galán, autoritario y burocrático que instaban a las lectoras y/o a la audiencia que contemplaban las películas donde eran representados, esa imagen ideal de hombre caballeroso de arrogante y cautivadora aura por salirse de alguna forma del estándar de príncipe azul ante el repiquetear de su ondeante orgullo.
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