Kiro apuntaba a Maximiliano con una determinación que no admitía dudas. La orden había sido clara: quería que se arrodillara, dispuesto a terminar con todo allí mismo. Sin embargo, el sonido de un motor rugiendo a toda velocidad lo distrajo, y apenas un instante después, el auto que perseguía a Coral irrumpió en la escena, esparciendo balas. El caos se desató de inmediato. Todos corrieron a refugiarse detrás de los vehículos, respondiendo a los disparos como podían.
Maximiliano, en un movimiento inesperado, dejó de lado cualquier oportunidad de escapar. En vez de eso, corrió hacia el auto de Coral y cerró la puerta de golpe, asegurándose de que ella estuviera protegida. Sin detenerse, lanzó las llaves hacia Kiro, quien lo observaba sin comprender, atrapado entre la incredulidad y el desconcierto. Antes de que alguien pudiera reaccionar, MaximilianoLa mirada de Gerónimo reflejaba una mezcla de fervor y ternura, como si cada palabra que estaba a punto de pronunciar fuese una promesa sellada en fuego. No había dudas en él, y su convicción llenaba el ambiente de una intensidad casi palpable. —No lo dudes nunca, mi Cielo —dijo con vehemencia, como si esas palabras fueran la clave para disipar cualquier inseguridad en el corazón de ella—. La primera vez que te besé, perdí la cabeza. Fue la primera vez que una mujer me hizo sentir vivo. Me estremecí, sentí un vacío llenarse y supe, en ese instante, que eras mi alma gemela. Te seguí, pero ya te habías ido... —Hizo una pausa, buscando el aire necesario para continuar y sostener la profundidad de su confesión—. Después no sabía cómo encontrarte. Le pregunté a Oli, pero él ni siquiera recordaba quién er
El detective Colombo se levantó con un gesto firme, dispuesto a retomar sus labores. Los hermanos Garibaldi intercambiaron miradas preocupadas. La guerra había anunciado su inminente llegada, y ellos debían estar preparados para enfrentar lo que fuera necesario.—Oye Carlos, estuve investigando lo que me mandaste —dijo Colombo antes de marcharse. — Y es terrible lo que he podido averiguar, si es verdad eso. ¡Lo que le hiciste a tu pequeña hija Coral, no tiene perdón de Dios!Carlos, inmóvil, trataba de procesar lo dicho mientras Fabrizio lo fulminaba con la mirada.—¿De qué hablan? —preguntó, con ese tono protector que siempre usaba al referirse a sus sobrinos, sus propios hijos en todo menos en nombre.—De la famosa escuela a la que Carlos envió a Coral en Alemania —replicó Colombo con seriedad.Fabrizio frunció el
Gerónimo apenas podía procesar lo que estaba oyendo. Los temores, las dudas, las noches de búsqueda desesperada, todo parecía disiparse en ese instante, reemplazado por una verdad que ambos compartían sin reservas.—¡Oh, Cielo, mi Cielo! Tú no sabes cuánto necesitaba escuchar eso —exclamó Gerónimo, envolviéndola en un abrazo más profundo, como si quisiera alcanzar lo más hondo de su ser—. Yo también, todo este año, te he soñado, añorado y deseado. Por eso, cuando te vi ayer cruzar así, tan hermosa, frente a mi auto, me volví loco. Acababa de registrar oficialmente nuestro matrimonio aquí en Italia, para asegurarme de que nadie pudiera obligarme a casarme con otra persona.Cristal lo miró a los ojos, sorprendida y conmovida por aquella confesión que no esperaba, pero que la llenaba de felicidad.&mdas
Stavri observó a su esposo con atención. Había algo en la intensidad de su mirada que la inquietaba, pero, al mismo tiempo, sentía que debía mantenerse firme. Nunca lo había enfrentado directamente; siempre había preferido evitar los conflictos. Sin embargo, esta vez era diferente. Tenía claro que no permitiría que volviera a tomar decisiones que dañaran a su hija.Él permanecía sentado, silencioso, como si evaluara cada uno de sus movimientos. Ella, sin decir nada más, se acercó con calma y le sirvió un café, buscando equilibrar la tensión que flotaba en el ambiente.—¿Vas a acabar de decirme lo que te contó la niña? —preguntó al fin, tratando de mantener una calma que no le era del todo natural—. ¿Qué es eso de que se casó? ¿Con quién? ¿Te dijo?Stavri se t
Cristal se quedó callada un momento, dejando que la idea se asentara en su mente. Era perfecto. No solo cumpliría con el aislamiento que necesitaba, sino que también sentía un alivio al pensar que era un lugar apartado y tranquilo, lejos de todos. —¿Una cabaña? —repitió, casi como si no pudiera creerlo—. Me encantaría. —¡Pues vamos! —resolvió de inmediato Gerónimo, aunque un detalle lo detuvo por un momento. Miró el reloj y luego, a Cristal—. No sé dónde podríamos encontrar ropa para ti a esta hora. —No importa —interrumpió ella con tono práctico, sintiéndose algo segura tras ver la disposición de él para resolver cualquier inconveniente—. Creo que con las que compró tu hermano es más que suficiente. Además, si necesitamos algo má
Carlos, bajó completamente la cabeza. La culpa y el miedo lo envolvían, dejándolo sin espacio ni voluntad para intentar contestar. Su voz, rota por completo, apenas fue audible.—Perdóname, hermano. Yo… de verdad pensé que estaba haciendo lo correcto para ella. Pensé que la estaba protegiendo. Nunca imaginé... —Las palabras quedaron suspendidas en el aire, incapaces de apagar el fuego que había encendido.Fabrizio cerró los ojos unos instantes, intentando contener esa furia que lo consumía. Pero su resolución no flaqueó ni por un segundo, resopló alejándose de su hermano menor para no matarlo allí mismo. Se sentó detrás de su buró en lo que hablaba fríamente:—Yo nunca estuve de acuerdo, pero no era el jefe de la familia en esa época y te las arreglaste para convencer a papá. Pero te lo juro, s&iacu
Luego de finalmente salir de casa de los suegros, habían recorrido la ciudad sin rumbo fijo por algún tiempo. Cuando se detuvieron frente a la tienda del amigo de Gerónimo, Cristal sintió cómo una inquietud se plantaba en su pecho. Su mirada nerviosa buscaba alrededor para asegurarse de que nadie pudiera verla. —Gerónimo, no quiero comprar nada ahora, estoy realmente cansada —se excusó Cristal. —Cielo, solo será un momento. Escoge lo que quieras, lo pago y nos vamos —insistió Gerónimo con una sonrisa, ignorando su desgano. —No, cariño. Mejor dile que me mande el catálogo. Lo encargo por internet y mañana vienes a recogerlo, ¿sí? —respondió ella, dejando entrever el rubor que teñía sus mejillas. Una excusa, un intento sutil por no salir del refugio que era el auto o, mejor aún, ir hacia casa. —Amor, me duele un poco allá abajo... —añadió apenada, esperando que Gerónimo cediera. La reacción de él no se hizo esperar; su expresión cambió al instante. La miró con amor, olvidándose
Las palabras impactaron a Cristal como una ola helada. Lo miró con expresión de terror y esperanza. —¡Amor! ¡Dijimos que primero nos conoceríamos! —exclamó, con nerviosismo. La sola mención de una boda formal, unida a la cercanía de una luna de miel, le hizo darse cuenta de lo rápido que estaba avanzando todo. Necesitaba retomar el control, pensar con claridad antes de dejarse llevar por los sueños románticos de Gerónimo. Buscando ganar tiempo y cambiar el enfoque, decidió aceptar la parte práctica de la situación. —Está bien —dijo, mirando a Gerónimo como si conciliara un acuerdo—, cómprame una de esas pastillas. O, mejor, más de una para tener de reserva. Y preservativos para ti, cariño, hasta que yo pueda ver a un ginecólogo. Gerónimo la miró, un poco sorprendido por la resolución que acababa de mostrar. Ella, por su parte, se relajó un poco al ver que su propuesta era bien recibida, aunque no podía aún deshacerse del peso de las palabras "familia" y "boda" que seguían re