Gerónimo apenas podía procesar lo que estaba oyendo. Los temores, las dudas, las noches de búsqueda desesperada, todo parecía disiparse en ese instante, reemplazado por una verdad que ambos compartían sin reservas.
—¡Oh, Cielo, mi Cielo! Tú no sabes cuánto necesitaba escuchar eso —exclamó Gerónimo, envolviéndola en un abrazo más profundo, como si quisiera alcanzar lo más hondo de su ser—. Yo también, todo este año, te he soñado, añorado y deseado. Por eso, cuando te vi ayer cruzar así, tan hermosa, frente a mi auto, me volví loco. Acababa de registrar oficialmente nuestro matrimonio aquí en Italia, para asegurarme de que nadie pudiera obligarme a casarme con otra persona.Cristal lo miró a los ojos, sorprendida y conmovida por aquella confesión que no esperaba, pero que la llenaba de felicidad.&mdasStavri observó a su esposo con atención. Había algo en la intensidad de su mirada que la inquietaba, pero, al mismo tiempo, sentía que debía mantenerse firme. Nunca lo había enfrentado directamente; siempre había preferido evitar los conflictos. Sin embargo, esta vez era diferente. Tenía claro que no permitiría que volviera a tomar decisiones que dañaran a su hija.Él permanecía sentado, silencioso, como si evaluara cada uno de sus movimientos. Ella, sin decir nada más, se acercó con calma y le sirvió un café, buscando equilibrar la tensión que flotaba en el ambiente.—¿Vas a acabar de decirme lo que te contó la niña? —preguntó al fin, tratando de mantener una calma que no le era del todo natural—. ¿Qué es eso de que se casó? ¿Con quién? ¿Te dijo?Stavri se t
Cristal se quedó callada un momento, dejando que la idea se asentara en su mente. Era perfecto. No solo cumpliría con el aislamiento que necesitaba, sino que también sentía un alivio al pensar que era un lugar apartado y tranquilo, lejos de todos. —¿Una cabaña? —repitió, casi como si no pudiera creerlo—. Me encantaría. —¡Pues vamos! —resolvió de inmediato Gerónimo, aunque un detalle lo detuvo por un momento. Miró el reloj y luego, a Cristal—. No sé dónde podríamos encontrar ropa para ti a esta hora. —No importa —interrumpió ella con tono práctico, sintiéndose algo segura tras ver la disposición de él para resolver cualquier inconveniente—. Creo que con las que compró tu hermano es más que suficiente. Además, si necesitamos algo má
Carlos, bajó completamente la cabeza. La culpa y el miedo lo envolvían, dejándolo sin espacio ni voluntad para intentar contestar. Su voz, rota por completo, apenas fue audible.—Perdóname, hermano. Yo… de verdad pensé que estaba haciendo lo correcto para ella. Pensé que la estaba protegiendo. Nunca imaginé... —Las palabras quedaron suspendidas en el aire, incapaces de apagar el fuego que había encendido.Fabrizio cerró los ojos unos instantes, intentando contener esa furia que lo consumía. Pero su resolución no flaqueó ni por un segundo, resopló alejándose de su hermano menor para no matarlo allí mismo. Se sentó detrás de su buró en lo que hablaba fríamente:—Yo nunca estuve de acuerdo, pero no era el jefe de la familia en esa época y te las arreglaste para convencer a papá. Pero te lo juro, s&iacu
Luego de finalmente salir de casa de los suegros, habían recorrido la ciudad sin rumbo fijo por algún tiempo. Cuando se detuvieron frente a la tienda del amigo de Gerónimo, Cristal sintió cómo una inquietud se plantaba en su pecho. Su mirada nerviosa buscaba alrededor para asegurarse de que nadie pudiera verla. —Gerónimo, no quiero comprar nada ahora, estoy realmente cansada —se excusó Cristal. —Cielo, solo será un momento. Escoge lo que quieras, lo pago y nos vamos —insistió Gerónimo con una sonrisa, ignorando su desgano. —No, cariño. Mejor dile que me mande el catálogo. Lo encargo por internet y mañana vienes a recogerlo, ¿sí? —respondió ella, dejando entrever el rubor que teñía sus mejillas. Una excusa, un intento sutil por no salir del refugio que era el auto o, mejor aún, ir hacia casa. —Amor, me duele un poco allá abajo... —añadió apenada, esperando que Gerónimo cediera. La reacción de él no se hizo esperar; su expresión cambió al instante. La miró con amor, olvidándose
Las palabras impactaron a Cristal como una ola helada. Lo miró con expresión de terror y esperanza. —¡Amor! ¡Dijimos que primero nos conoceríamos! —exclamó, con nerviosismo. La sola mención de una boda formal, unida a la cercanía de una luna de miel, le hizo darse cuenta de lo rápido que estaba avanzando todo. Necesitaba retomar el control, pensar con claridad antes de dejarse llevar por los sueños románticos de Gerónimo. Buscando ganar tiempo y cambiar el enfoque, decidió aceptar la parte práctica de la situación. —Está bien —dijo, mirando a Gerónimo como si conciliara un acuerdo—, cómprame una de esas pastillas. O, mejor, más de una para tener de reserva. Y preservativos para ti, cariño, hasta que yo pueda ver a un ginecólogo. Gerónimo la miró, un poco sorprendido por la resolución que acababa de mostrar. Ella, por su parte, se relajó un poco al ver que su propuesta era bien recibida, aunque no podía aún deshacerse del peso de las palabras "familia" y "boda" que seguían re
Mira hacia delante, confundida con lo que acaba de enterarse. Su hermano la ama con locura, de eso no tiene dudas. Entonces, la ubicación de su apartamento la llena de preguntas. Debe existir una explicación para que hiciera esto. ¿O quizás lo hizo para que sus padres no vinieran a buscarla allí? Esa sería una buena explicación. —Sí, si te refieres al blanco que se ve allí, es de mi tío Fabio —le contesta Gerónimo, señalando un hermoso y elegante edificio. Sí, es ese mismo el que tiene en las fotos que le envió su hermano. —Es pequeño el mundo —dijo pensativa—. Así que mi apartamento pertenece al edificio de un tío tuyo. —Está bien, estarás segura aquí —dijo Gerónimo, dejando escapar un suspiro de alivio al detenerse frente al edificio—. Te dejaré ahí e iré a ver qué está pasando. Luego regresaré, cielo, pero no vayas a salir, ¿de acuerdo? Cristal lo observó con gran temor y desconfianza. Las palabras que lo detendrían salieron de ella casi sin pensar: —Amor, no le digas a n
El tono con el que dijo aquello parecía una mezcla de justificación y arrepentimiento. Pero Cristal, sin apartarle la vista, negó con un leve gesto. —No, déjalo. Lo haré yo. —Dijo cortante, como quien cierra una conversación sin pretender dar más explicaciones. Salió del auto con una frialdad que sorprendió incluso a Gerónimo—. Termina de aparcar y trae tu maleta. En su interior, Cristal sentía vergüenza e irritación. ¿Cómo acababa siempre envuelta en algo así? ¿Acaso había algo en ella que atraía a hombres como Gerónimo? Era evidente que lo que decía podía ser cierto, pero eso no mejoraba la situación. Esa foto era un recordatorio más de que él había sido, o quizá era todavía. Un casanova. Se detuvo unos segundos, observando la entrada del edificio. La melancolía se mezclaba con una sombra de dolor: ¡Oh, Cristal, otra vez te engañaron! La frase resonaba en su cabeza mientras trataba de mantener una fachada serena. Por fuera, caminaba sin vacilar. Por dentro, sentía cómo es
Gerónimo respiró profundamente antes de responder, con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora. —Cielo mío, te dije que los Garibaldi somos una gran familia, es cierto. Tenemos un extenso territorio en Roma y en toda Italia —hizo una pausa, notando el gesto de sorpresa en ella, y decidió aclarar con cuidado—. Pero no debes preocuparte. Nosotros no estamos metidos en la mafia desde hace muchos años. Nuestro territorio abarca solamente negocios legales, todo relacionado con autos. Es a lo que nos dedicamos ahora. Cristal lo miró fijamente, intentando analizar cada palabra. Al final, respiró hondo, dejando ir parte de la tensión que había acumulado. —¿En serio? —preguntó, aún insegura. —Sí, Cielo mío —afirmó Gerónimo con firmeza, pero de pronto su mirada brilló con un