Mira hacia delante, confundida con lo que acaba de enterarse. Su hermano la ama con locura, de eso no tiene dudas. Entonces, la ubicación de su apartamento la llena de preguntas. Debe existir una explicación para que hiciera esto. ¿O quizás lo hizo para que sus padres no vinieran a buscarla allí? Esa sería una buena explicación. —Sí, si te refieres al blanco que se ve allí, es de mi tío Fabio —le contesta Gerónimo, señalando un hermoso y elegante edificio. Sí, es ese mismo el que tiene en las fotos que le envió su hermano. —Es pequeño el mundo —dijo pensativa—. Así que mi apartamento pertenece al edificio de un tío tuyo. —Está bien, estarás segura aquí —dijo Gerónimo, dejando escapar un suspiro de alivio al detenerse frente al edificio—. Te dejaré ahí e iré a ver qué está pasando. Luego regresaré, cielo, pero no vayas a salir, ¿de acuerdo? Cristal lo observó con gran temor y desconfianza. Las palabras que lo detendrían salieron de ella casi sin pensar: —Amor, no le digas a n
El tono con el que dijo aquello parecía una mezcla de justificación y arrepentimiento. Pero Cristal, sin apartarle la vista, negó con un leve gesto. —No, déjalo. Lo haré yo. —Dijo cortante, como quien cierra una conversación sin pretender dar más explicaciones. Salió del auto con una frialdad que sorprendió incluso a Gerónimo—. Termina de aparcar y trae tu maleta. En su interior, Cristal sentía vergüenza e irritación. ¿Cómo acababa siempre envuelta en algo así? ¿Acaso había algo en ella que atraía a hombres como Gerónimo? Era evidente que lo que decía podía ser cierto, pero eso no mejoraba la situación. Esa foto era un recordatorio más de que él había sido, o quizá era todavía. Un casanova. Se detuvo unos segundos, observando la entrada del edificio. La melancolía se mezclaba con una sombra de dolor: ¡Oh, Cristal, otra vez te engañaron! La frase resonaba en su cabeza mientras trataba de mantener una fachada serena. Por fuera, caminaba sin vacilar. Por dentro, sentía cómo es
Gerónimo respiró profundamente antes de responder, con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora. —Cielo mío, te dije que los Garibaldi somos una gran familia, es cierto. Tenemos un extenso territorio en Roma y en toda Italia —hizo una pausa, notando el gesto de sorpresa en ella, y decidió aclarar con cuidado—. Pero no debes preocuparte. Nosotros no estamos metidos en la mafia desde hace muchos años. Nuestro territorio abarca solamente negocios legales, todo relacionado con autos. Es a lo que nos dedicamos ahora. Cristal lo miró fijamente, intentando analizar cada palabra. Al final, respiró hondo, dejando ir parte de la tensión que había acumulado. —¿En serio? —preguntó, aún insegura. —Sí, Cielo mío —afirmó Gerónimo con firmeza, pero de pronto su mirada brilló con un
Cristal no dejaba de pensar en su situación. Ella no tenía experiencia en el amor, y tampoco se sentía segura de poder lograr eso. Gerónimo era un experto, no podría engañarlo ni seducirlo tan fácil. A lo mejor es verdad lo que le decía, que ella era la mujer de su vida, se detenía, como aseguraba su tío que hacían. La voz de Gerónimo la trajo de nuevo a la realidad.—Cielo mío, te lo digo todo de mí porque no quiero que existan malos entendidos entre nosotros —entró decidido a aclarar todo y se detuvo cerca de la cama. — No te molestes, amor, no te engaño. Es verdad que tuve muchas mujeres a la vez, no te lo niego. Pero con ninguna de ellas sentí nada, y nunca, pero nunca tuve una relación. Solo contigo, Cielo mío. Por favor, amor, mírame; no me des la espalda.—¿Crees que ahora que sé qui&e
No podía evitar recordar lo que su tío solía decirle: Los Garibaldi son unos locos en su juventud, pero cuando encuentran a la mujer de su vida, se vuelven fieles como pocos. ¿Podría ser ella esa mujer? ¿En verdad era la que había logrado capturar el corazón de Gerónimo? —¡Despierta, Cristal! —se reprendió en silencio, sacudiendo cualquier pensamiento romántico que intentara nublar su juicio. Su expresión se endureció de inmediato; no iba a caer tan fácilmente en las redes de un encantador de palabras. —¡No, no quiero hacer eso! —negó rotundamente, mirándolo con los ojos entrecerrados, dejando escapar un suspiro de frustración—. ¡Y mucho menos ahora que acabo de enterarme de todo! ¡Eres un casanova, Gerónimo! Esto no se soluciona así nomás. &mda
Él se quedó en silencio por un instante, como si los pedazos de sus propios argumentos se derrumbaran delante de él. —¿De verdad desconfías así de mí, Cielo? —preguntó finalmente, con desesperación y genuina tristeza—. ¿No te he demostrado que me gustas más que nadie en el mundo? Cristal lo miró. No dijo nada, pero sintió que le costaba mantener la dureza en sus ojos. Gerónimo intentó acercarse otro paso, buscando acortar la distancia que los separaba. —¡Te presenté a mi familia como mi esposa, Cristal Garibaldi! —Continuó, con la voz rota, decidido a luchar por ella hasta el último aliento—. ¿Es que acaso no te gusto lo suficiente como hombre? Ella, en cambio, lo observó con los puños apretados. Cerró los ojos un instante, respirando pr
Cristal bajó la mirada, dudando aún, pero podía sentir como poco a poco sus palabras encontraban eco en su interior.—Vamos, tesoro, eres mi mujer, la mujer del soltero más codiciado de Roma, y tú me atrapaste sin proponértelo. Vamos, linda, deja de llorar ya —Sintió como Cristal se aferraba a él con fuerza. — Te amo, Cielo, te amo. Haré todo lo que quieras y más si dejas de llorar ahora, cariño, vamos.La abrazó con fuerza, como si temiera que pudiera escaparse en cualquier momento, y le besó la frente antes de seguir limpiando con delicadeza sus lágrimas. Su voz se mantuvo baja, casi un susurro, hablándole con ternura y desesperación. —Por favor, amor, ya no llores más. Haré lo que sea para verte feliz, vida mía —repitió Gerónimo mientras atrapaba su rostro entre sus manos
Cristal trata de protestar, pero Gerónimo ya ha comenzado a besarla y lamerla con mucho cuidado en su centro. Se recuesta en el espejo y gime; el ardor se pierde y solo queda el placer que le está proporcionando.—Amor… Amor… Espera un momento —. Haciendo un gran esfuerzo, intenta detenerlo para decirle quién es, quiere hacerlo.—¿Dime, Cielo mío? —pregunta él sin dejar de besarla.—¿Puedes hacer otra promesa para mí? —pregunta ella, algo que sorprende a Gerónimo pero no se detiene. Quiere hacerla olvidar todo lo demás.—¡Oh Dios, oh…! ¡Detente un momento, tengo que hablarte!—Habla, mi Cielo, yo te escucho—. Y mete su lengua en su interior, enloqueciéndola.—¡Ahhh…! ¡Gerónimo promete que me vas a perdonar por eso que te voy a deci