Maximiliano cerró los ojos mientras respondía a su abrazo, envolviéndola con sus brazos y acariciando sutilmente su espalda. No dijo nada más; en ese momento, las palabras sobraban. Sentía que el abrazo de Coral le quemaba la piel de una forma inesperada. Su cuerpo, impulsivo como siempre, comenzaba a reaccionar, pero esta vez su mente le ganó a sus instintos. Sabía que ella estaba demasiado vulnerable en ese momento y no estaba dispuesto a aprovecharse de eso. Por primera vez en mucho tiempo, se encontró controlando algo que normalmente lo dominaría por completo.
Con suavidad, la separó de sí, aunque mantuvo sus manos sobre los hombros de ella por unos instantes más, como si quisiera transmitirle que seguía allí con ella. —Voy a salir un momento —dijo, tomando un respiro profundo—. Estaré afuera cambiándome la ropa. TóCoral permaneció inmóvil, analizándolo. Había algo en su voz, algo que no coincidía con la versión del hombre que ella se había forzado a creer. Desvió la vista hacia el cuadro, sintiendo el peso de la duda. No dijo nada; esperó que continuara. Porque el amor era un terreno complicado, más aún cuando estaba teñido de dolor y arrepentimiento.—Todos dicen que fue una obsesión… y tal vez tienen razón. Pero desde la primera vez que la vi en aquel parque, cuando estaba jugando con Filipo, algo dentro de mí cambió. Me enamoré de ella —continuó Maximiliano con tristeza, como si admitirlo en voz alta volviera todo más doloroso—. Me pareció la niña más hermosa que había visto en mi vida. Cada día me decía a mí mismo que iba a tratarla bien, que podía ser diferente&helli
Abre los ojos y sonríe al ver a Gerónimo dormido abrazado a ella. ¡Oh, dios! Fue maravilloso cómo le hizo el amor. Le gusta mucho, muchísimo. ¡Le dolió! La tiene muy grande; creyó que la iba a romper toda. Pero fue muy considerado, cuidándola todo el tiempo, y después fue alucinante cómo la hizo sentir. Es un experto en eso, no quería que dejara de hacerle el amor. Cristal se sacó la lotería con su esposo; no puede echarlo a perder. Tiene que buscar la manera de decirle toda la verdad. No importa que sea un Garibaldi. Tiene que hacerlo suyo para siempre. Él no quiere dejarla; le dijo que es una Garibaldi. Ja, ja, ja, ¡ella una Garibaldi! Ja, ja, ja. Está segura de que nadie se esperaba eso, ni siquiera ella. Ja, ja, ja. Pero le gusta Cristal Garibaldi. Bueno, sería Agapy Garibaldi; suena bien. Sí, cualquiera de los dos nombres suena muy bien. Señora Garibaldi, ja, ja, ja. Nunca imaginó que hacer el amor con un completo desconocido le fuera a ser tan gratificante. Es hermoso, fuerte
Cristal sonríe al escuchar la preocupación en la voz de su querido primo, a quien siempre ha considerado como un hermano. Lo ha extrañado más de lo que podría admitir, y sentirlo tan cercano de nuevo la llena de un cálido alivio. Decide no mentirle, aunque sabe que debe escoger con cuidado sus palabras. —Estoy con mi esposo, mi hermano. No te preocupes, dilo en la casa —responde con suavidad, dejando escapar una sonrisa que él no puede ver, pero seguro sentiría si estuviera ahí—. Disculpa que no te avisara. Anoche tomé demasiado y apenas me desperté. Él me encontró en el club y me trajo a su casa. —Está bien, mamá me llamó muy asustada. A ver cuándo me lo presentas —dice sin dejar de lado su tono protector, aunque con algo de curiosidad—. Yo te busqué cuando llegué al club, pero no te encontré; pensé que te habías arrepentido de venir. Hace un rato mamá me llamó para preguntarme si estabas conmigo porque tampoco te vieron en el club. ¿Cuándo me vas a presentar a tu esposo? ¿Quiere
Gerónimo, concentrado en la conversación telefónica, lanza un par de palabras breves que confirman un motivo de la llamada. Cristal, mientras tanto, sigue en su mundo de pensamientos. Se mueve cerca de ella con esa seguridad que parecía intrínseca en cada uno de sus gestos, mientras mantiene la conversación telefónica. Cristal siente que sus palabras anteriores cargan un peso que no puede ignorar. Este hombre, su esposo, sigue siendo un desconocido, una maraña de secretos, un enigma que la ha lanzado a un torbellino en el que no está segura si quiere encontrar la salida o rendirse de lleno a lo desconocido. —Es mi hermano —menciona Gerónimo brevemente, sin apartar la atención de la llamada. —¿Cómo se llama tu hermano? —pregunta Cristal, ansiosa por saber más de su vida. —Guido —responde con soltura, antes de retornar su atención al teléfono—. Sí, mi hermano. ¿Ya llegaron? Está bien, iré en una hora. Claro, gracias, sé que te debo una. Cuelga, se gira hacia ella con una ampli
Cristal hablaba mientras le daba la espalda. Nunca había sido buena en mentir directamente, y sentía que no podía hacerlo con él. La forma en que la miraba le hacía pensar que, en cualquier momento, podría descubrirla. ¿No sería mejor decírselo ahora? No, si se lo decía, la dejaría, y su padre la casaría con aquel odioso. Mejor no le dice nada.—Ok, no te molestes. No tengo problemas con eso. No me importa si eres familia de nuestros enemigos. Yo jamás te dejaré, ¿me entiendes? ¡Eres mi esposa y quiero que confíes en mí! —Gerónimo volvió a atraparla y la besó en las mejillas. Ella se sonrojó y se rió, pero decidió arriesgarse a saber un poco más.—¿Serías capaz de continuar casado conmigo, aunque fueras hija del peor enemigo tuyo? —preguntó en un susurro tem
Coral se quedó observando fijamente a Maximiliano. Los ojos de él brillaban felices, llenos de esperanza. Y se dio cuenta de que, a pesar de lo que decían todos, él amó a su prima Fiorella; podía ver su amor en lo profundo de sus ojos tricolores. Por eso, decidió contarle la verdad y ver si realmente la podía olvidar.—Sí, ella te amó, como te dije, Maxi —aseguró con firmeza—. Pero ahora ama con locura a su esposo. El amor de ellos también es extraño.—¿Qué quieres decir? —preguntó Maximiliano, prestando atención.—Ella se enamoró de él en la universidad; lo veía a lo lejos, de espaldas. Se convirtió en su amor platónico, luego de que tú le gritaste aquello en la boda. Creo que tenía necesidad de llenar el vacío que le dejaste —siguió hablando con sinceridad Coral.—¡Qué estúpido fui! —exclamó Maximiliano.—Sí, lo fuiste, Gatito. Pero a lo que iba, después de que comenzó a enamorarse de Salvatore Rossi, decidió darse una oportunidad con él y olvidar su amor platónico de la universidad
Cristal se ha vestido con un traje de sayas muy elegante que compró Guido. Se asombra del buen gusto que tiene y de cómo adivinó su talla en todo, hasta en los zapatos. Deja su cabello suelto; al menos le cubrirá parte de la cara, piensa. Mira a Gerónimo, que se ha vestido con un impecable traje negro. Su corazón salta acelerado; es hermoso su esposo, muy hermoso, y sonríe feliz. Siente como si nunca hubiera estado enamorada antes, no lo puede comprender. ¿Cómo es que Jarret se le ha salido tan rápido del corazón? Ahora que ve acercarse a su esposo, está convencida de que está perdidamente enamorada de él. Por fin entiende las locuras que decían sus amigas. Su estómago se le llena de mariposas, su corazón salta desbocado, siente cómo se calientan sus mejillas, las rodillas se le aflojan y lo mira embobada, no puede apartar los ojos de él. Es tan hermoso.—¿Esa mirada quiere decir que te gusta lo que ves, Cielo? Porque a mí me encanta lo que veo —dice seductor Gerónimo, acercándose
La madre de Coral, al escucharla, tomó la jarra de sus manos mientras le aseguraba que lo encontraría. Era joven y bella, tenía una vida por delante y estaba segura de que lo encontraría.—Y cuando lo hagas, atrápalo y no lo sueltes; no importa quién sea —le pidió con vehemencia y agregó—. Yo te ayudaré a ser feliz, Coral; nunca más permitiré que tu padre te imponga algo, hija.—No importa, mamá; ya eso es pasado —trató de restarle importancia al hecho de que su padre la había enviado a Alemania a una escuela militar.—¡Sí importa, hija! —exclamó su madre, que había sido engañada en ese sentido y estaba furiosa—. Mira que mandarte a una escuela militar. Si yo me llego a enterar antes, se lo habría prohibido. Te habría sacado de allí. Solo ahora me entero. &ie