Cristal se ha vestido con un traje de sayas muy elegante que compró Guido. Se asombra del buen gusto que tiene y de cómo adivinó su talla en todo, hasta en los zapatos. Deja su cabello suelto; al menos le cubrirá parte de la cara, piensa. Mira a Gerónimo, que se ha vestido con un impecable traje negro. Su corazón salta acelerado; es hermoso su esposo, muy hermoso, y sonríe feliz. Siente como si nunca hubiera estado enamorada antes, no lo puede comprender. ¿Cómo es que Jarret se le ha salido tan rápido del corazón? Ahora que ve acercarse a su esposo, está convencida de que está perdidamente enamorada de él. Por fin entiende las locuras que decían sus amigas. Su estómago se le llena de mariposas, su corazón salta desbocado, siente cómo se calientan sus mejillas, las rodillas se le aflojan y lo mira embobada, no puede apartar los ojos de él. Es tan hermoso.—¿Esa mirada quiere decir que te gusta lo que ves, Cielo? Porque a mí me encanta lo que veo —dice seductor Gerónimo, acercándose
La madre de Coral, al escucharla, tomó la jarra de sus manos mientras le aseguraba que lo encontraría. Era joven y bella, tenía una vida por delante y estaba segura de que lo encontraría.—Y cuando lo hagas, atrápalo y no lo sueltes; no importa quién sea —le pidió con vehemencia y agregó—. Yo te ayudaré a ser feliz, Coral; nunca más permitiré que tu padre te imponga algo, hija.—No importa, mamá; ya eso es pasado —trató de restarle importancia al hecho de que su padre la había enviado a Alemania a una escuela militar.—¡Sí importa, hija! —exclamó su madre, que había sido engañada en ese sentido y estaba furiosa—. Mira que mandarte a una escuela militar. Si yo me llego a enterar antes, se lo habría prohibido. Te habría sacado de allí. Solo ahora me entero. &ie
Cristal observa a Gerónimo, intentando descifrar si lo que le ha dicho es cierto. Las palabras "Roma entera" aún resuenan en su mente; parecían una exageración… un imposible. ¿Se estaba burlando de ella? Pero la firmeza con la que hizo su promesa y la honestidad que emana de su voz logran calmar las tormentas que se agitan en su interior, aunque no del todo. Quiere creer en él, lo necesita. Su ser está envuelto en un torbellino de emociones.Los ojos de Gerónimo parecen limpios, sinceros, algo que pesa en los pensamientos de Cristal. Él le está ofreciendo verdad, incluso a costa de provocar rechazo, mientras ella guarda silencio. Tiene un secreto. La vulnerabilidad que siente al engañarlo la ahoga; en sus labios está la verdad que quisiera confesar, pero el temor a que todo colapse, a que él la deje, es más fuerte. Se queda callada, atrapada por el pánico.&mdash
Coral salió sin decirle nada a nadie. Estaban todos enfrascados en bañarse y descansar del viaje. Se subió al auto y le prohibió a Vicencio que la siguiera. Se había vuelto una sombra para ella; aunque intentara impedir que la siguiera, él siempre encontraba la manera de hacerlo. Pero hoy quería encontrarse a solas con Maximiliano. ¿Qué habrá averiguado?Detuvo su auto cuando estuvo lejos de su casa. Le marcó a su Gatito. El timbre sonó varias veces, pero él no respondió. Se desesperó; no le gustaba que la engañaran. Esperó cinco minutos y volvió a marcar. Estaba en su territorio cuando sintió que alguien chocaba su auto por detrás. Miró por el espejo retrovisor y vio a cinco tipos acercándose, justo en el momento en que su Gatito tomó la llamada.—Thea mu, ven a mi apartamento; te mandé la clave
La última aseveración de Gerónimo resonó en la habitación, dejándola desprovista de cualquier eco. Acto seguido, sacó el certificado de matrimonio del bolsillo interior de su chaqueta y lo extendió hacia su padre, con movimientos precisos que reflejaban tanto orgullo como enfado.Giovanni tomó el documento y lo revisó en silencio, sus ojos pasando de las letras impresas al rostro de Gerónimo y luego, brevemente, al de Cristal. La tensión en su mandíbula delataba que no encontraba todavía una forma de procesar aquello. Finalmente se lo tendió a Rosa, quien lo tomó con la misma parsimonia. Ella lo leyó con ojos inquebrantables, sin que su expresión revelara nada al principio. Luego, la mirada de Rosa se alzó hacia Cristal por primera vez, inquisitiva, firme, como si buscara algo oculto en su silencio.—&iqu
La mirada temerosa y la palpable incomodidad de Cristal avivaban aún más la frustración de Gerónimo. Sentía el impulso constante de llevársela lejos, de protegerla del escrutinio, pero respiraba hondo para no perder la paciencia.—¿Se van? —preguntó Rosa, intentando sonar más amable. Había escuchado claramente la molestia en la voz de su hijo y comenzaba a entender que su actitud no estaba ayudando.—Mamá, estamos de luna de miel. Una luna de miel que ustedes interrumpieron —replicó Gerónimo, visiblemente molesto, sin molestarse ya en ocultar sus emociones—. Por favor, sírvenos algo. No hemos comido nada en todo el día, solo café.El reclamo cayó con peso sobre la sala. Rosa intercambió una mirada con Giovanni, quien fruncía el ceño sin saber si debía seguir empujando la conversació
Kiro apuntaba a Maximiliano con una determinación que no admitía dudas. La orden había sido clara: quería que se arrodillara, dispuesto a terminar con todo allí mismo. Sin embargo, el sonido de un motor rugiendo a toda velocidad lo distrajo, y apenas un instante después, el auto que perseguía a Coral irrumpió en la escena, esparciendo balas. El caos se desató de inmediato. Todos corrieron a refugiarse detrás de los vehículos, respondiendo a los disparos como podían.Maximiliano, en un movimiento inesperado, dejó de lado cualquier oportunidad de escapar. En vez de eso, corrió hacia el auto de Coral y cerró la puerta de golpe, asegurándose de que ella estuviera protegida. Sin detenerse, lanzó las llaves hacia Kiro, quien lo observaba sin comprender, atrapado entre la incredulidad y el desconcierto. Antes de que alguien pudiera reaccionar, Maximiliano
La mirada de Gerónimo reflejaba una mezcla de fervor y ternura, como si cada palabra que estaba a punto de pronunciar fuese una promesa sellada en fuego. No había dudas en él, y su convicción llenaba el ambiente de una intensidad casi palpable. —No lo dudes nunca, mi Cielo —dijo con vehemencia, como si esas palabras fueran la clave para disipar cualquier inseguridad en el corazón de ella—. La primera vez que te besé, perdí la cabeza. Fue la primera vez que una mujer me hizo sentir vivo. Me estremecí, sentí un vacío llenarse y supe, en ese instante, que eras mi alma gemela. Te seguí, pero ya te habías ido... —Hizo una pausa, buscando el aire necesario para continuar y sostener la profundidad de su confesión—. Después no sabía cómo encontrarte. Le pregunté a Oli, pero él ni siquiera recordaba quién er