Rosario, observaba desde afuera la finca: la Esperanza, por su mente imaginó los terribles momentos que tuvo que vivir su hijo al lado de Luz Aída, la indignación, la ira, el enojo se apoderaron de ella.
Cuando se disponía a meter la llave en la cerradura, Rosa, la empleada, la interrumpió.
—¿Quién es usted? —averiguó sin reconocer a Rosario, era entendible habían pasado treinta años.
—¿No me distingues Rosa? —preguntó, observando a la mujer que estaba parada frente a ella.
—¿Rosario? —averiguó con sorpresa cubriéndose la boca con las manos.
—Sí soy yo —respondió.
—¿Qué haces aquí? —volvió a indagar Rosa—. La señora Luz Aída, no s
Horas después Rosario, junto con Daniela, llegaron a la cárcel de varones con los libros que Carlos, le había solicitado, en ese instante el móvil de la doctora Robledo, sonó. —Daniela, buenos días, hablas con Francisco Mondragón, estoy en Manizales, necesito conversar con vos, es urgente. —Hola, Francisco ¿Resolviste lo del senado? —De eso precisamente tenemos que charlar. —¿Podemos vernos en una hora? —No Daniela, es urgente debe ser en este momento. —Dame la dirección del lugar en donde estas y salgo para allá. Mondragón le dio los datos a Daniela, enseguida le solicitó a Rosario, que la esperara ahí que ella no demoraba. La señora Jaramillo bajó del vehículo, se acercó al guardia de la entrada principal de la prisión. —Buenos días, quiero entregarle estas cosas al doctor Carl
Carlos destapó la bombonera que Mariana le había enviado, tomó en sus manos uno de los chocolates y se lo llevó a la boca. Cerró sus ojos y degustó del delicioso sabor del cacao mezclado con nuez y jalea de cerezas. A su mente se vino la imagen de Elizabeth, y la cabaña cuando se sentaban frente a la chimenea y se ponía a comer bombones, aquel dulce le quitaba la ansiedad. Las palabras de su padre empezaron a taladrar su mente y su corazón. Cogió el libro que la doctora Robles, le prestó en días anteriores, también llevó en sus manos la bombonera y se dirigió al consultorio de ella, uno de los guardias que custodiaban las oficinas se paró frente a él. —No puede pasar —increpó. —Yo tomo terapia con la doctora —explicó Carlos. —Espere aquí —ordenó el oficial—. Voy a preguntarle a la especialista. El guardia golpeó la puerta de la oficina de la psicóloga.
En la hacienda el llanto de María Fernanda y María Luisa, se hizo presente al momento que el teléfono de la casa empezó a sonar. —¡Maldición! —gruñó Joaquín—. Con el trabajo que me costó hacerlas dormir. Miguel atendió la llamada mientras el joven, trataba de calmar a sus niñas. —Juan Manuel Duque, vos si sos el más ingrato de los hermanos — recriminó por el teléfono al escuchar su voz. —No me regañes Miguelito, hablo para darte buenas noticias —comentó Juan Manuel—. Una señorita de nombre: Milagros me llamó a invitarme a su boda, no le había podido confirmar, porque tengo trabajo, pero si no me equivocó me dijo que aproximadamente en un mes se casaba pues dile que cuenta con mi presencia. Regreso a Colombia. —Entonces debemos hacerte un gran recibimiento hermanito —comentó con alegría Miguel. —Sos bienvenido. —Gracias —respondió Juan Manuel
Rosario, se observaba al espejo, se colocaba una pañoleta sobre su cuello, arregló su espesa cabellera negra, cuando fue interrumpida por los golpes en la puerta de su departamento.—¿Quién? —averiguó.—Jacinto, el conserje —respondió. Rosario abrió, sus ojos se abrieron con sorpresa al ver el enorme arreglo de rosas rojas—. Lo dejaron para usted. ¿En dónde las colocó?En la mesa —pronunció, nerviosa e intrigada—. Muchas gracias — le sonrió al joven dándole una propina. Con las manos temblorosas se acercó, abrió la tarjeta.«Para que sus hermosos ojos vuelvan a sonreír... Espero le gusten las rosas. Fabián»Rosario derramó varias lágrimas, era la primera vez en su vida que un hombre le envi
La noche caía sobre la ciudad, miles de estrellas en el firmamento alumbraban el cielo de la capital antioqueña. Angélica, terminaba de arreglarse para salir al encuentro con Edison Romero, el asesor del banco.Mientras aquel hombre llamaba a su esposa para avisarle que iba a llegar tarde, en el baño de un restaurante se cepillaba los dientes, se arreglaba el traje, se colocaba loción y perfume en su mente, imaginaba a Angélica, desnuda para él.En el departamento en donde vivía la joven, a doña Julia, se le hizo muy curioso ver a Angie, bien arreglada, un extraño presentimiento se alojó en el corazón de la dama.—No quiero ser imprudente, pero ¿a dónde vas tan bonita? —averiguó doña Julia, con preocupación.Angélica empezó a balbucear sin saber que responde
Días después.El Fiscal Gaviria, trató de hacer todo lo posible por retrasar el juicio de Carlos, pero fue inútil. Además, él se mantenía firme con sus declaraciones, y la única que podía ayudar a esclarecer los hechos era María Paz Vidal, quién había despertado, pero lo único que recordaba del secuestro, era al par de niños que la sacaron de la casa.El día de la audiencia llegó. Daniela arribó al juzgado, no podía abandonar a Carlos, solicitó entrevistarse con él antes de que se diera inicio al juicio.—Quítele las esposas —solicitó Daniela.—No podemos hacer eso —indicó el guardia.—Se lo ordeno como Senadora de la República —pronunció ella. El oficial resop
Casi dos meses y medio habían pasado desde el día que Carlos, fue recluido en prisión. Había aprendido a convivir con los presos, a condolerse con las historias de muchos acusados injustamente, se dio cuenta de que el sistema penal no era el mejor, sintió impotencia creyendo que ya no era senador y que ya no podía hacer nada por esas personas. Mientras se debatía entre sus pensamientos, le avisaron que había llegado su abogado, de inmediato fue a la sala de visitas y el doctor Manrique le informó que ya era un hombre libre. Carlos se quedó en shock, después de más de dos meses por fin iba a volver a ver la luz del sol; sin embargo, no estaba listo para encontrarse con su familia, necesitaba reencontrarse con él mismo primero, volver a replantear su vida, empezar desde cero. —Vaya por sus cosas doctor, afuera lo está esperando su familia. Carlos no perdió tiempo, fue hasta la fría celda
Cartagena de Indias- Colombia. Esa mágica noche de luna llena, las aguas del Mar Caribe, golpeaban con fuerza la playa. Carlos caminaba por la arena, divagando en sus pensamientos. No sabía aún como enfrentar a Elizabeth, pensaba acorralarla hasta hacerla confesar; sin embargo, rememoraba como había estado pendiente de él, y su deseo de venganza se disipaba. De repente su corazón se sacudió, su mirada se clavó en la imagen de la mujer que caminaba hacia él, parpadeó creyendo que era una alucinación: La brisa agitaba su falda blanca que parecía mezclarse con la espuma del mar, su larga cabellera castaña volaba con el viento. Ely suspiró hondo aproximándose a su encuentro. —¿Qué hace aquí? ¿Cómo supo que yo me encontraba en este lugar? — cuestionó él, con sus profundos y oscuros ojos negros—. Esto no es correcto, ni conveniente para ambos. Le re