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Capítulo 3 "Dolía tanto como respirar"

ALESSIO

Deslicé los guantes de cuero negro por mis dedos para finalizar de ajustarlos en mis manos, me planté sobre el asiento de mi motocicleta únicamente esperando el inicio a la carrera.

La chica que daba inicio a las carreras, caminó hasta llegar a la pista, se ubicó enfrente de nosotros y nos observó, a mí, por más de la cuenta. Cuando comprobó que ya estábamos todos los conductores participantes en la línea de salida, se colocó en su lugar con su pose sensual que normalmente usaba.

Alzó su brazo para mostrar en lo alto el pañuelo que soltara en el momento que suene el marcador. Luego de eso fijó su mirada en mí, probablemente esperando algún gesto de coqueteo por parte mía, pero en vez de mostrarle algo, simplemente me coloque las gafas oscuras. No solía usar casco, no estaba acostumbrado, y nunca iba a ponerme uno.

El pañuelo en lo más alto se movió violentamente por el viento. El sonido del motor de mi motocicleta rugió impaciente, mientras yo me relajaba y me concentraba solamente en el pedazo de tela que llevaba la morena en su mano.

En el instante que este comenzó a caer y ella bajó el brazo para indicar el señalamiento de inicio, apreté mi mano derecha en el manubrio del acelerador, antes de que el pañuelo rozará el asfalto, salí, y le di comienzo a la carrera, dejando a todos atrás.

Mi moto cobró más vida, pues está era la única manera de que hiciera tanto ruido intenso, de la misma forma que mi corazón palpitaba cada vez que estaba en una calle corriendo arriba de ella o de mi auto.

Esto es lo mío. Digan lo que digan, quieran arrebatármelo o prohibírmelo, nadie, absolutamente nadie, ni siquiera mi padre, podrán evitar que yo corra. La única manera es matándome.

El tipo de a lado intentó pasarme, pero no lo dejé. Jamás dejaba que nadie me ganará, y ellos ya lo sabían. Competir contra mí no era una competencia fácil. Le cerré el camino, sin tomarme mucho esfuerzo. En las carreras callejeras se hacía lo que quieras o lo que pudieras, no había normas ni nada que te dijeran cómo correr entre las carreras, esto era así.

Peligro y adrenalina, mis complementos favoritos, no necesitaba nada más.

Mi familia no era uno de mis complementos favoritos, era mi todo, mi fuerza y por lo que seguía respirando cuando podía hacerlo. Más lo era mi madre y mi hermana, sin embargo, en este instante me sentía inútil, inservible, mucho más débil que antes. Me sentía atado de manos, sin poder ayudar a las únicas personas que quería.

Por eso solía venir aquí, a subirme en mi moto y correr por horas. El único momento para salir de mis revoltosos pensamientos.

Sin ninguna dificultad consigo llegar a la meta. Los presentes aplauden, unos gritan felicitándome, otros silban mientras otros maldiciendo porque su compañero o amigo no fue el ganador.

Novatos.

Participé en dos carreras más, me llevó menos tiempo que la primera para ganarlas. Normalmente, el premio siempre era dinero, no podía decir que era una gran cantidad la que ofrecían, pero de algo te servía, para sacarte de algún apuro si lo necesitabas mucho, como me pasaba a mí en estos momentos.

—Ecco a voi, 50 mila verdi —espetó en italiano, Gero. Él se encargaba de arreglar las carreras y también el que movía el dinero entre los apostadores —Esta vez te fue mejor. Pero sigo sin entender como un niño bonito como tú, con mucha pasta y con casi por heredar dos malditos imperios, le puedan servir 50 mil dólares —señalo los fajos de billetes —Para ti eso es una miseria, comparado con lo que tienes.

Sí, gane tres carreras está vez, eso me da a obtener casi 50 mil dólares, pero el extra me lo lleve porque uno de sus apostadores hizo una inversión más alta cuando se enteró de que yo sería uno de los participantes. Jodida suerte, no tenía una tan mala después de todo.

—Non sono affari tuoi —respondí en nuestro idioma, bajandome de mi motocicleta. Me agaché para darle una inspección rápida a mi máquina, como siempre lo hacía después de terminar una carrera —Mejor dime, ¿cuándo habrá una carrera prémium? Necesito que me arregles una, me urge.

Esas eran las que siempre me habían interesado más cuando necesitaba sacar un dinero extra para hacer mis cosas por debajo del agua y así de ese modo no se enterará mi padre de mis negocios.

Nunca fui en contra de él o de la organización italiana, lo único que hacía era conseguir algunos billetes para ayudar a otros que en verdad lo necesitaban. Cosas que mi madre me enseñó desde que era un mocoso. No me quejaba, al contrario, le agradecía haberme educado de esa forma, ahora lo que soy, se lo debía a ella.

—El fin de semana próximo —aviso, Gero —Te tendré un gran competidor, uno a tu altura —agregó orgulloso.

Dudaba de eso. Ya no sabía cuántas veces ha dicho eso, al final siempre terminaban siendo unos perdedores. Quería un buen competidor, uno que amará hacer lo mismo que yo, que se notara más su habilidad y su amor por correr, que su interés por el premio.

Aún no entendían que eso era lo único esencial para conseguir una victoria.

Luego de terminar y ponernos de acuerdo con la siguiente carrera que me iba a arreglar, camine hacia mi auto. Me retiré los guantes y los lance en el asiento de copiloto junto con mi chaqueta de cuero negra que me quite primero. Me pasé la mano por mi desordenado cabello el cual el viento despeinó mientras corría, acomode lo que pude de el.

Antes de entrar a mi Ferrari, unas manos delgadas se deslizaron por cintura y después subieron a mi pecho quedándose ahí. Las tomé para retirarlas, luego de hacerlo me gire, comprobando mis sospechas de quién se trataba, la morena del pañuelo.

—Te hace falta compañía está noche —no era una pregunta. Pero ella ni siquiera podía leer mi rostro para saber que necesitaba o que quería en este momento, ni siquiera me conocía —Deja que te acompañe, Ale, si quieres lo hacemos en tu auto —señalo con su mirada mi Ferrari.

Ni en todo mi puto infierno la metería en mi Ferrari o la subiría en mi moto para follarla. Está loca si eso supone que haría.

—Hoy no... —me detuve antes de pronunciar un nombre al azar, no recordaba el suyo.

Al demonio, con eso, solamente me la había follado una vez y había recibido por parte suya una chupada en mi polla, y fue una gran decepción. No sé cómo m*****a sea después me la folle, tal vez porque pensé que sería diferente y mejoraría, pero no fue así.

Definitivamente, no repetiré la misma estupidez.

No agregué nada más, solo me volví hacia mi auto y me subí cerrando la puerta en el mismo instante. Conducí hasta las afueras de Sicilia, no quería volver allí, no por ahora, no mientras él esté en mi casa.

Pero debía volver, ir para ver por última vez a mi madre y a mi hermana, saber si estaban bien, y si había alguna respuesta de mi dulce madre.

M*****a sea, debo moverme pronto, hacer algo para hacerlos pagar. Pero no tenía el dinero suficiente para hacer y deshacer lo que tenía planeado. Igual no quería regresar a casa por Santi, él estaba insistente con acompañarme; aun así, era porque sabía que por lo regular siempre me movía solo, sin un soldado cubriéndome la espalda.

Me acostumbré a hacer mis cosas por mí mismo, sin guardias o soldados que luchen por mí. Incluso aunque Santi me acompañará, siempre acababa haciendo las cosas por mí solo. Aparte en este momento no necesitaba una conciencia que me estuviera repitiendo lo irrazonable que son mis elecciones. No estaba para esas cosas ahora.

Los guardias que protegen la mansión Mancini, inmediatamente abren la verja alta en cuanto reconocen el Ferrari cromado. Entre sin detenerme hasta que llegue a la entrada de la casa, apague el motor y bajé, con pasos apresurados, acercándome a la puerta principal.

Entraré y saldré rápido, no quería encontrarme con nadie, porque no sabía cómo iba a responder. Y no estaba de ánimos para discutir con mi padre.

Subí los escalones de la escalera alta en dos para apurar el paso. Camine hasta el final del pasillo. Por lo general nunca entraba en esa habitación, no es que no quisiera verla, era lo que más deseaba, volver a ver su rostro iluminarse, que me regañe, que me abracé, y que me siguiera sonriendo como siempre lo hacía cada vez que me miraba, besando mi mejilla mientras protestó con ella por su excesivo cariño y por las demostraciones de afecto en público.

¡Ahhh, m****a!

Esto quemaba por dentro, que hasta dolía tanto como el aire que respiraba, como en algunas ocasiones.

La extraño...

M*****a sea, la extraño demasiado, me hacía mucha falta como el maldito aire que necesitaba para seguir con vida. Mi hermosa madre, ¿por qué ella?, ella que no le hacía daño a nadie, ella que solo se preocupaba por su familia y por todos, para que estuviéramos bien, ella que ayudaba al que fuera para no verlo sufrir. ¿Por qué mi mamá? Maldición.

Era injusto.

Me detuve enfrente de la puerta. Me quedé unos segundos ahí, tal vez minutos, con la mano en el pomo, y sin poder girarla para abrirla y ver en el interior de esa habitación.

Me destrozaba verla dormida sobre esa cama enorme sin nunca moverse, aún sin poder abrir sus ojos verdes brillantes, era como una tortura para mí.

Inhale y exhale para controlar mi respiración, no en este momento. No dejaré que esa m****a me alcance de nuevo, ya no, menos ahora que ella me necesitaba tanto.

Finalmente, me armé de valor y abrí lentamente la puerta. La luz de las lámparas en las mesas junto a la enorme cama iluminaban una parte de la habitación, más en dónde ella estaba tendida.

Despacio me acerqué. Estaba impecable, bella y joven como siempre, como si los años no pasaran por ella. Mi madre era perfecta, por fuera y por dentro.

Me senté en el borde de la cama para acercarme más a ella. El silencio en la habitación me hacía apreciar solamente su respiración calmada y carente de emociones, a diferencia de la mía que no logré relajar mucho antes de entrar aquí.

—Mamá... —pronuncie después de varios meses. Era como si se me hubiera estancado en la garganta por ese tiempo y quería sacarlo, pero teniéndola despierta —Juro por mi vida, quien te haya hecho esto, pagará con su propia vida en mis manos —mis palabras salieron con un poco de dificultad, pero logré escucharme claro y seguro en cada una.

Los médicos habían sugerido que usáramos esto como terapia, hablarle todo el tiempo, estar siempre cerca de ella, posiblemente eso ayudaría. Aunque no fuera algo seguro, Anto y mi padre, lo habían hecho todos los días, pasaban más tiempo aquí que en cualquier otro sitio. Mi padre en ocasiones olvidaba dormir en su habitación y se quedaba en el sofá que había aquí, sin importarle lo incómodo que podría ser para él. Podría estar enojado con él y sus elecciones estúpidas, pero no lo podía juzgar por esta parte, el amor que sentía por mi madre era único, y tan infinito, que dejaba muy claro que sin ella no era nada.

Yo había sido el único que paso más tiempo distante de esta habitación, era un cobarde, no tenía el valor para verla así.

Tome su mano, un poco cálida todavía, pero el frío acechándola. Eso me daba miedo, perderla en cualquier instante, que dejara de respirar en algún momento. Se me cortaba la respiración con solo pensar en mi temor.

Pase mis dedos por su cabello dorado, aún mantiene el mismo tono y el mismo destello en el. Antonella se encargaba de cepillárselo, de vestirla y colocarle algo de maquillaje, ella me lo decía.

Anto, también lo estaba pasando muy mal, demasiado. Pero reconozco que ella era tan fuerte como yo, o tal vez más, incluso más que nuestro padre.

—Vuelve a mi mami, vuelve a mí, por favor. Antonella y yo te necesitamos mucho —Apreté su mano con suavidad, ojalá ella sintiera eso —Papá morirá si tú no despiertas, es un demonio enjaulado sin ti a su lado —inhale, para calmar mi respiración.

La razón principal por la que no venía a visitarla. Era, está, que mi problema para respirar volviera y me dejara visto como un débil.

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Ecco a voi, 50 mila verdi (Aquí tienes, 50 mil verdes)

Non sono affari tuoi (No es asunto tuyo)

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