Joseph Gardner era un profesor de historia y antropología en la universidad, también escribía artículos para el periódico y algunas revistas. Se había ganado su estatus y clase, no solo por nacer con el apellido Gardner o casarse con la hija de otra gran familia, sino por mérito propio, su admirable inteligencia, forma de pensar y habilidad para redactar atrayentes artículos.Aquellos atributos suyos le habían concedido algunas conferencias en auditorios, universidades y otros tantos lugares; su público siempre llenaba las butacas, no había una sola vacía; su forma de exponer era tan buena como la de escribir. Gracias a éstas conferencias, conoció un sin fin de gente que lo admiraba y quería saber más de él; tal vez firmó uno o más artículos y habló con algunos estudiantes, pero nunca más allá.Conocer admiradores y escuchar todos esos elogios, nunca lo hizo perder la cabeza, después de todo, seguía siendo un hombre, uno con grandes ideas, pero solo eso; tan solo era un hombre que pen
Beatrice y Miranda seguían hablando, lo rápido que habían congeniado resultaba fascinante, pero no increíble, después de todos, ambas mujeres eran sumamente agradables, al menos cuando así lo deseaban. Sus personalidades eran notoriamente distintas, Beatrice era más fría y seria que Miranda, no confiaba rápido en los demás y tampoco solía ser amigable con alguien de quién nunca hubiese escuchado ni una palabra, por eso era que su actitud con la castaña, había sido tan agradable.Por otro lado, Miranda, era alguien más amigable, alguien un tanto más cálida que no dudaba en ser amigable con cualquiera, y esa amabilidad no mermaba sí no existía algún motivo. Esas diferencias ayudaban enormemente, a que la convivencia de ambas resultara algo más que buena. Michelle se había dado cuenta de ello, y no podía agradarle más ese contraste.— Pero, cuéntenme —, pidió Beatrice —, ¿cómo se conocieron?Las miradas de Michelle y Miranda se encontraron, sonrieron, casi rieron; conocían su historia,
El encuentro entre Beatrice y Miranda había sido todo un éxito, ambas se llevaban espléndidamente, y ahora que todo había salido según lo planeado, Michelle y su hermana se irían a Italia. El martes al medio día, su avión despegaría.Gardner y el más pequeño de los Amoretti se vieron unas horas por la mañana, tal vez dos o solo una, en realidad no importaba, para ellos, ni siquiera la eternidad sería suficiente, seguirían sintiendo todo ese tiempo, cuan suspiro.La vacaciones de Miranda habían comenzado y terminarían unos días antes del regreso de Michelle, por lo que no podría pasar ni un día libre con él, pero intentaba no pensar demasiado en ello, quería disfrutar del tiempo que pasaran juntos, fuera poco o mucho.Se despidieron, otra pareja lo hubiera hecho con un pasional beso, pero ellos se decidieron por algo menos pasional, algo un tanto más suave, pero con la misma cantidad de calidez. Michelle abrazó a Miranda después de haber depositado un beso en la frente de la castaña.
El tiempo siempre ha de pasar, algunas veces lento, otras rápido, pero siempre fluye sin importarle nada; por eso es que pasa tan lento cuando se desea lo contrario, y tan rápido cuando se disfruta el momento. Michelle disfrutaba de sus vacaciones en su país natal; su italiano seguía siendo bueno, eso lo alegraba; pero sus costumbres y comportamientos se habían visto afectados por América. Comenzaba a demostrar afecto de manera más pública, su forma de hablar era más liberal, incluso se podría decir que había perdido su enfoque; él quería divertirse, claro que le interesaba su desarrollo académico y profesional, pero ya no lo veía cómo su prioridad. Estas ideas y comportamientos no pasaron desapercibidos por la familia Amoretti; sí bien, Beatrice, no le ponía atención; sus padres sí que lo hacían, pensaban que su hijo menor había sido corrompido por Estados Unidos, en aquel mes que no les visitó.El señor y señora Amoretti decidieron que no lo dejarían pasar; que su hijo viviera y est
A la salida, Michelle esperaba a Miranda en la acera de su institución; su maletín colgaba al hombro; estaba erguido y con la mirada fija en la puerta principal; sus manos descansaban dentro de sus bolsillos; estaba cómodo ahi, le gustaba esperar a la castaña; verla salir de la institución con su cabello, suelto o parcialmente amarrado, ondeando al aire al tiempo que caminaba hacía él. Le fascinaba ver aquella sonrisa en su delicado y precioso rostro.Tan solo con el pensamiento de aquella sonrisa, comenzó dentro de él, un maratón de recuerdos; el dulce sonido de la voz de Miranda, aquella embriagante sensación del cuerpo de la castaña entre sus brazos, el olor de su perfume inundándolo y toda aquella atmósfera que lo hacía perderse entre los sentidos, permitiendo al alma ganar terreno.Una sonrisa se dibujó en su rostro, los recuerdos la dibujaron.Miranda salió de la universidad, llevaba un vestido azul, sin ningún tipo de adorno de otro color; no tenía mangas y se ajustaba espléndid
Pasos, pasos ligeros se escuchaban por el pasillo; debían ser de mujer, no solo por su ligereza, sino por su gracia. El sonido de los tacones chocando contra el suelo a un ritmo constante, retumbaba por el lugar gracias al entero silencio; cualquiera habría escuchado tal ruido, pero no había nadie, no había oídos para escuchar, ni pacíficas existencias que pertubar.La casa nunca había estado tan sola, siempre había alguien ahí; pero en aquella ocasión, ella, se había encargado de que todos se fueran, todos sin excepción. Por ello, el sonido de su caminar retumbaba por las paredes, podía escuchar el choque de sus zapatos contra el suelo y, además de ellos, escuchaba su propia voz interna. Sus pensamientos le hablaban y ella los escuchaba.Sus preocupaciones también se hacían presentes, pero lograba controlarlas; a pesar de lo relativamente nuevo que era todo aquello para ella, lograba evitar sentirse agobiada o atrapada. No podía estar distraída sí quería hacer bien lo que tenía en me
James y Thomas pasaban el tiempo en el campus; tenían algunas horas libres y querían aprovecharlas para descansar, ya habían estudiado, sufrido con cálculos y todo eso que viene de la mano con la universidad. No querían saber más del mundo académico; el semestre acababa de comenzar, pero sentían tanta presión y las clases les resultaban tan pesadas, que solo querían que el semestre llegara a su fin.— ¿A dónde fue Michael? —, preguntó Thomas, ya que, realmente, no lo sabía; el italiano no le había dicho nada.— A una de esas clases del profesor... ¿Joseph? —; James sabía a donde había ido su amigo, pero no recordaba la situación exacta —, el autor de los artículos que lee...— ¿Gardner? ¿Joseph Gardner? — ¡Si, él! Mike dijo que iría a una de sus clases; parece que no tiene suficiente con las que tenemos todos los días...— Es un aficionado.Ambos rieron.Dieron con su mesa habitual, aquella mesa larga y rectangular de madera; poseía dos bancas igual de largas, una a cada lado y, fren
"Robert"; ese era el nombre de un joven y brillante hombre, era nuevo en el aula de Joseph; y había ganado, con gran velocidad, la atención del profesor. Quizás era algo en sus participaciones o en su forma de hablar; pero Gardner se había maravillado con él.Robert, era alto, pelinegro, y bien parecido; no tenía un sueldo o algún ingreso, porque no necesitaba trabajar, el trabajo de sus padres y, por ende, la herencia que recibiría, le era suficiente para vivir bien y lleno de lujos. Era una imagen bastante atractiva para Joseph, aunque para Victoria no demasiado; entre los defectos de este hombre, se encontraba su nacionalidad, también era americano... ¿qué de extraordinario tenía? — Cómo les decía, es un joven brillante —, Miranda escuchaba sin prestar mucha atención; a diferencia de Victoria, ella sí que escuchaba con atención —; casi no participaba en mi clase, pero cuando lo hacía... ¡es brillante!— ¿Por qué nos hablas de ese joven, querido? —, preguntó su curiosa esposa.— Po