Historial
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Por: Un Grimorio
Cap 1

El señor Geld nos prestaba dinero para pagar la renta de la casa, para esas fechas habitábamos en la colonia Villa Tiscapa, teníamos tan poco dinero en nuestros bolsillos que apenas y nos alcanzaba para la comida; lo único bueno era que la universidad nos quedaba caminando a unas cuantas cuadras, estudiábamos una carrera sin futuro, o eso era lo que nuestros padres decían. Argent era mi compañero de cuarto; su padre le puso ese nombre en honor a un amigo francés que falleció en la guerra. Nos conocimos desde pequeños en el Barrio diez de junio.

            En aquellos meses subió la renta y no ajustábamos para pagar, entonces recurrimos como dije, al señor Geld, el vecino de al lado. El señor Geld era un viejo poeta alemán que vino a Nicaragua entusiasmado por la revolución. Los años le pasaron encima y se quedó a vivir en Managua; siempre lo visitábamos para que nos instruyera en poesía, nosotros le hablábamos de nuestros poetas que muy bien conocía, hasta mejor que nosotros. El pobre viejo se la pasaba en una silla mecedora esperando la muerte con un libro en la mano, fue una gran influencia para mí; sus pláticas sobre política me entusiasmaban, tanto que me uní al MRS para ser un activista político. Pensaba que tendría un futuro como activista político, tal vez algún día llegaría ser algún concejal o vicealcalde; tenía en mente algunas ideas socialistas que el señor Geld me mostró. Era un metódico pensador, un filósofo político, su influencia era evidente en Argent y en mí.

            Durante las noches cavilaba cómo pagaría la renta, o que comería al día siguiente. Era un dolor de cabeza saber que en no había nada en la nevera ni siquiera una lata de atún. Lo único que nos quedaba era aguantar el hambre. A pesar de nuestra hambruna en la universidad nos iba bien. Éramos becados y nos daban un estipendio que alcanzaban para las impresiones de lecturas. En cuanto a nuestro desempeño y actitudes, en clases éramos los acérrimos ateos rodeados de jesuitas, siempre discutíamos la existencia de un ser necesario. El Kaiser, un profesor jesuita que sufrió la época de la revolución en El Salvador, nos dejaba discutir hasta sacar los argumentos más absurdos; le decían Kaiser por su actitud estricta con los estudios, si no mal recuerdo, su tesis doctoral era sobre Walter Benjamin y la memoria. El Kaiser también fue una buena influencia, siempre hablaba del estoicismo y del pensamiento oriental como medios para la búsqueda de la felicidad, planteaba los modos de vida filosóficos como instrumentos necesarios para el diario vivir. El libro ¿Qué es la filosofía antigua? de Pierre Hadot me ayudó bastante a comprender las distintos modos de vida; el estoico en particular me parecía que contenía una ética respetable a excepción del providencialismo divino.

Siempre me iba a mi casa a terminar mis tareas, pero una vez, luego de clases, Geoisie nos invitó a tomar cervezas. Yo no tenía nada en mis bolsillos, y la salida consistía en visitar un casino, Argent tenía un poco de dinero que su madre le había dado para comprar unos zapatos y dijo que me invitaría, que no había ningún problema.

            En la entrada principal los guardias con cuerpo de gorila no nos pidieron nuestras cédulas de identidad, ya nos veíamos mayores, a excepción de Kunnian, nuestra compañera de dieciocho años con carita angelical.  Entramos, y, por primera vez experimenté ese hedor rancio a cigarrillos. Era un olor pútrido a tabaco. ¿Cómo podía vivir así esa gente? Hacinados en las máquinas y respirando ese aire contaminado. Yo fumaba de vez en cuando un cigarrillo, pero nunca antes había experimentado esa concentración a tabaco. Mientras entrábamos, pude escuchar el sonido electrónico de las monedas que caían en cascadas. De inmediato, vi los rostros absortos en las máquinas tragamonedas, parecía una obra de teatro con sus actores fumando todos al mismo tiempo y apostando una y otra vez. Deslumbrado por aquella escena se me hizo un nudo en la garganta, pensé por un momento todas las pérdidas que esa gente tenía al jugar de manera compulsiva, podía ver los fajos de billetes en sus manos. También vi las distintas edades: viejos y jóvenes engatusados por el juego maldito. Tiraban su vida al azar, a la suerte de ganar más de lo que apostaron, se notaba la satisfacción en sus ojos brillantes por aquellas luces de las máquinas, las ganas de enriquecerse a toda costa parecía que los dominaba.

            Yo estaba de espectador en ese momento en que me ensimismé hasta que sentí una palmada en mi hombro izquierdo, era Argent, que me indicó caminar hacia unas mesas donde tomaríamos cervezas. Una sensación mórbida me asaltó, me imaginé jugando, pude ver mi sonrisa malévola disfrutando del juego. Revisé mis bolsillos y encontré veinte pesos. Estaba absorto en el vacío, miraba fijamente a la gente, escuchaba en cámara lenta el sonido de las máquinas, perplejo, escuché a Argent que decía que tomara una cerveza. Torcí el cuello y pude ver mis ojos en la botella, mis pupilas parecían dilatadas. La tomé y sorbí un poco. Seguía desconcertado por la sola idea de apostar y ganar un poco de dinero para pagar la renta, comprar cervezas y tomarlas antes de dormir. Era tan pobre que no permitía tener novia. Me daba pena que me invitaran. Era un acomplejado de mi clase. Debía estar orgulloso, sin embargo, no hacía nada al respecto. Estaba inconforme pero no veía salida.

            El pequeño burgués de Geoisie tenía tanto dinero como para invitarnos a todos en la mesa, a diferencia de nosotros, Geoisie pertenecía a la clase media. Además de sus aspiraciones artísticas visuales era un buen poeta. Otro del montón pero con variantes: arte por arte como Gautier. Sin ningún compromiso social, solo compromiso con el arte. A mi parecer bastante burgués y arrogante. Argent, según sus comentarios, sus poemas le parecían perfectos. Aunque no tuvieran ningún compromiso político como era de esperar de los poetas contemporáneos.

            Kunnian se engullía su segunda cerveza, se acomodaba sus lentes de pasta, ya había visto las intenciones de Argent con Kunnian, me lo esperaba. Con frecuencia se daban abrazos y caricias en el pelo. Kunnian era muy buena amiga de los jesuitas, en secreto nos contaba que eran unos borrachos, que no nos dejáramos llevar por las apariencias. Varias veces había salido con ellos a tomar hasta embriagarse. En el aula se portaban como unos seres superiores, detestaba que se portaran como bondadosos corderos.

             Con algunos me llevaba bien pero solo para hablar de clases, una que otra vez había compartido sobre mi vida y ellos sobre la suya, como Helgen, un salvadoreño que dejó a su prometida por la causa de Cristo. A mí me parecía toda una locura eso de dejar todo por la causa de Cristo, y más por la compañía jesuita. Jamás he creído en un ser divino, tan solo fue una época cuando de pequeño mi papá me llevaba a la Catedral de Managua con mi hermana. Rezaba ante las estatuas, y mi hermana de aburrimiento mordía las veladoras. Deje de creer hasta un día que me di cuenta que mis oraciones jamás eran respondidas, me entró una sensación de incredibilidad. Di por sentado entonces que no había un ser necesario y que todo era un invento de la gente ignorante y temerosa de su naturaleza.

            Seguimos tomando cerveza tras cerveza, argent parecía estar un poco ebrio, estaba arrimado al hombro de Kunnian y parecía susurrarle al oído. A pesar de la peste a cigarro, yo le pedí uno a Geoisie, fumaba y tomaba. Se me ocurrió jugar en una de las máquinas, le pregunté a Geoisie si quería jugar; él dijo que le parecía una pérdida de tiempo intentar obtener ganancias con los juego de azar, me sorprendió su respuesta, y pensé que se sentía superior a toda esta gente.

            Kunnian me observó y dijo que ella si estaba dispuesta a perder unos cuantos billetes, se levantó de la silla y dijo que la siguiera, me tomó de la mano; sus manos estaban frías, caminamos hacia una de las máquinas, extrajo de su cartera un billete de un dólar, lo introdujo en la máquina y el juego comenzó; varias figuras desfilaban de la pantalla, se escuchaba una música como de circo. Apretamos varios botones y el juego continuaba, yo no esperaba ganar pero la máquina nos entregó dos dólares, pensé que con eso podríamos pagar las cervezas, pero Kunnian insistió en continuar. No retiró la ganancia y yo apreté otro botón para jugar de nuevo, las figurillas de cerezas, limones y números siete desfilaban delante de mis ojos a toda velocidad. Y cada vez que apretaba un botón se detenía una figura y así se detenían hasta juntarse tres cerezas. Otra vez ganamos el doble. Ahora teníamos seis dólares, le dije a Kunnian que era suficiente pero ella insistió y volvió a apostar con mayor cantidad. Ganamos otro dólar y así continuamos, al parecer teníamos una buena racha. Argent caminó hacia nosotros, me pasó una cerveza y la engullí mientras apretaba los botones. Parecía que la máquina estaba a favor mío. “Me estás dando suerte” dijo Kunnian. Yo seguía con la vista fija en las figurillas, las seguía detenidamente y pensaba que la manera de ganarle era seguir a las cerezas. No entendía muy bien pero daba por sentado que las cerezas me estaban dando suerte; Geoisie se acercó a ver nuestro juego, traía una cerveza en la mano. Nos sonrió y dijo que estábamos locos por jugar como empedernidos ludópatas.

 Eran las cinco de la tarde, llevábamos dos horas jugando y casi cien dólares de ganancia. Kunnian dijo que la mitad sería para mí porque yo le había traído suerte con solo un dólar. Se hacía tarde, desistimos del juego y retiramos todo el dinero. Kunnian me entregó los cincuenta dólares y yo no lo podía creer, cincuenta dólares en mis manos, al fin iba a cenar algo rico en la colonia; Argent tampoco lo podía creer y dijo que deberíamos dedicarnos a jugar pero yo le contesté que solo fue una racha y que las máquinas seguramente están programadas para dejarnos ganar por un momento y luego hacernos perder. Yo lo tenía bien claro, ya lo había escuchado antes; nos observan desde las cámaras que están puestas en el techo. Me imaginé que no solo había sido una buena racha, sino que estábamos en la telaraña del dueño del casino, por eso decidí abandonar el juego, con los cincuenta dólares iba a ser suficiente para un mes.

            Salimos del casino y al fin pude respirar aire fresco, el hedor a cigarro me tenía fatal. Nos subimos al auto de Geoisie, Kunnian dijo que estaba un poco ebria, esa vez no trajo su auto. Y fuimos a dejarla a su casa. Luego Geoisie nos fue a dejar a nosotros a la colonia, le dije a Argent que lo invitaba a cenar. En el casino había cambiado el billete de cincuenta dólares por billetes de cinco. Fuimos a la fritanga de doña Clemencia y cenamos carne asada, terminamos de cenar, quedamos satisfechos, tomamos gaseosa y caminamos felices hasta la casa que quedaba a unas cuadras de la fritanguería.

            Mientras yacía acostado en mi cama pensé en que tal vez no había sido solo una trampa, creí en la posibilidad de que era muy bueno jugando y tal vez si jugara más seguido podría obtener el dinero suficiente para sobrevivir el mes. Deseaba tener una buena cena cada día, despertarme y desayunar cereal con leche fresca, despreocuparme por la renta. Supuse que sería una buena idea volver a jugar, por un momento sentí una aguda tristeza; era como si se me partiera el corazón y se formara un nudo en la garganta, intenté toser y eructar, pero nada sucedió. Me brotaron algunas lágrimas, no sabía por qué razón lloraba, solo me salían las lágrimas y sentía el pecho presionado. No tenía razones para llorar, ni estar triste, mi vida diaria era bastante estable, pero me ataqué en un llanto incontenible. Para curarme de repente pensé en los chistes verdes del profesor de literatura “Migui”, siempre les hacía bromas pesadas a las jesuitas, tenía un humor que solo él se entendía, si te miraba con una camisa verde decía «aguacate, hoy te vestiste de aguacate» y se reía. Era un buen profesor, sus comentarios eran excelentes, aunque distintos a los míos. Como cuando traté de comentar el soneto trece de Garcilaso de la Vega, me dio una lección de cómo se interpretaba ese soneto que no volví a participar nunca más en su clase.

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