No podía respirar bien, sentía el pecho agitado, lleno de una rabia contenida que no sabía cómo manejar. Salí del prado donde había dejado a Leónidas y regresé a la casa con pasos apresurados. Mis manos temblaban, y en mi mente resonaban las palabras que me había dicho. «Te vigilaré, Emily. No porque desconfíe de ti, sino porque quiero asegurarme de que no cometas los mismos errores que yo.»Qué audaz de su parte, como si realmente le importara.Entré al salón principal con la intención de calmarme, pero lo primero que vi fue a Arthur hablando con Lucian en un rincón. Mi cuerpo se tensó de inmediato. Arthur parecía despreocupado, con su típica actitud altanera en pleno despliegue mientras discutía algo con Lucian, quien asentía con gravedad.Mis ojos se encontraron con los de Arthur. No necesitaba decir nada; el desprecio en mi mirada debió de ser más que evidente porque él alzó una ceja, ladeando la cabeza como si intentara descifrar qué me sucedía. Ignoré su gesto y seguí mi camino,
★ EmilyLa noche había caído con rapidez, cubriendo el aquelarre con un velo de sombras y un aire cargado de tensión. Desde la ventana de la torre más alta, observaba a Arthur mientras entrenaba a los nuevos grupos. Su postura era arrogante, su voz retumbaba con órdenes que no admitían réplica. Siempre había sido así: autoritario, temerario, y desesperadamente molesto. Pero, a pesar de mi disgusto momentáneo por él, había algo en su forma de liderar que imponía respeto.Un movimiento al borde del prado llamó mi atención. Allí estaba él, Leónidas, de pie con la cabeza en alto, vigilando como si el aquelarre entero fuera su dominio. Mis dedos se cerraron en un puño involuntario. El simple hecho de verlo me revolvía el estómago.Como si pudiera sentir mi desprecio, Leónidas giró la cabeza y nuestros ojos se encontraron. Su mirada era intensa, era un recordatorio constante de lo mucho que odiaba compartir cualquier tipo de lazo con él. En lugar de apartar la vista, él sonrió y comenzó a c
★ ArthurEl camino de regreso al aquelarre estaba envuelto en un silencio incómodo, roto solo por el crujido de las hojas secas bajo nuestros pies. Mi mente estaba hecha un nudo, atrapada entre lo que acababa de escuchar y los recuerdos que preferiría enterrar. Las palabras de Leónidas resonaban una y otra vez: «Esmeralda está viva.»No podía evitar pensar en lo que Lucian me había dicho hace unos días. Según él, Leónidas y Alaric nunca dejaron de destruirse, incluso después de la muerte de Esmeralda. Ambos llevaban siglos jugando a ser los verdugos del otro, y siempre se encontraban maneras de infligirse daño. Tener a Leónidas en el aquelarre no había sido una decisión tomada a la ligera; lo necesitaba aquí, donde pudiera controlarlo. Era la única manera de proteger a Emily.Pero ahora... ahora las cosas eran diferentes.Si había una posibilidad, por mínima que fuera, de que Esmeralda estuviera viva, significaba que todo lo que yo creía saber sobre el pasado estaba incompleto. Y no p
★ EmilyEl camino al aquelarre nunca se me hacía corto, pero esta vez la distancia entre el bosque y nuestro refugio se sentía interminable. Mis pensamientos seguían atorados en todo lo que Leónidas había dicho, en ese estúpido «Esmeralda está viva»que no dejaba de rondar mi mente. Mientras caminaba junto a Arthur, no pude evitar notar cómo su silencio se había vuelto más denso, más pesado, como si él también cargara con el peso de esas palabras.—¿Estás bien? —me preguntó, con su voz grave rompiendo la quietud.Lo miré de reojo, incapaz de decir que todo estaba bien. No podía mentirle, no a él.—Estoy bien —mentí, sin creerme ni una palabra. Sabía que Arthur no se conformaría con eso, pero era todo lo que podía decir.El crujir de las hojas secas bajo nuestros pies resonaba en la calma nocturna, y la luz de la luna llena comenzaba a filtrarse entre los árboles, iluminando el camino hacia el aquelarre. Las luces de las cabañas parpadeaban en la distancia, pero la ansiedad que sentía n
★ LeónidasRecuerdo como si fuera ayer, la primera vez que vi a Esmeralda. El recuerdo aún tiene el poder de hacer que mi corazón lata más rápido, incluso después de tantos años. Pero nunca podría explicarle lo que realmente sentí en ese momento. Era un tipo de amor tan profundo que iba más allá de lo que cualquier ser humano o criatura podría entender.—Y lo peor de todo, Emily, es que en cuanto conocí a Esmeralda, supe que nunca habría nada ni nadie más en este mundo que pudiera compararse a ella.Era una tarde tranquila en los bosques que rodeaban mi manada. Estaba solo, fuera de la visión de los demás, buscando algo de paz para despejar la cabeza. Las cosas en la manada estaban tensas, mi padre, el antiguo alfa, había comenzado a endurecerse más de lo habitual. Pero ese día todo cambió cuando la vi.Esmeralda apareció como una sombra entre los árboles, como si el viento mismo hubiera decidido manifestarse en su figura. No la vi primero; la sentí. Esa sensación extraña, un destello
★ Emily—¿Si la amabas tanto por qué abusaste de ella?El silencio que se extendió tras mi pregunta fue sofocante. Podía ver cómo los ojos de Leónidas, tan llenos de fuerza y orgullo momentos antes, se apagaban lentamente, cargados de un peso que parecía incapaz de soportar. Sentía mi corazón latir con fuerza mientras esperaba su respuesta, con mi mente luchando contra la posibilidad de escuchar verdades que no quería conocer.—Fue una trampa de Alaric —dijo finalmente, con su voz ronca y cargada de amargura. Las palabras parecían salir a la fuerza, como si cada sílaba le rasgara la garganta—. Lo planeó todo desde el principio. La guerra entre los brujos y los licántropos no fue casualidad; él la desató, manipuló a ambos bandos para cumplir su venganza.Fruncí el ceño, intentando procesar sus palabras.—¿Qué quieres decir? ¿Cómo exactamente logró él que…?Leónidas levantó una mano para detenerme.—Escucha —dijo con firmeza—. Necesitas entender cómo sucedió. En ese entonces, la guerra
La luna llena bañaba con su luz pálida el campamento del aquelarre, dibujando sombras inquietantes sobre las tiendas de campaña y fogatas moribundas. El viento, que ululaba entre los árboles, traía consigo el eco lejano de una guerra que se libraba más allá del horizonte. Alaric, el líder del aquelarre, había partido en una misión crucial para sofocar la creciente violencia entre los clanes de brujos, enfrentados por poder, territorios y viejas rencillas. Antes de partir, dejó a Esmeralda, su esposa, a cargo del campamento. Conocida tanto por su belleza como por su férrea justicia, los suyos la respetaban y seguían sin cuestionamientos. Sin embargo, mientras Alaric lidiaba con enemigos distantes, una amenaza mucho más cercana se acercaba a ellos. El ataque llegó sin previo aviso. Una horda de hombres lobo, liderados por su despiadado Alfa, irrumpió con una violencia inhumana. Los brujos lucharon con todas sus fuerzas, conjurando hechizos y desatando su magia para resistir el embate.
La celda de Esmeralda era fría y oscura, un reflejo perfecto de la desesperación que sentía. Las paredes de piedra, húmedas y llenas de moho, parecían cerrarse sobre ella, recordándole una y otra vez que estaba atrapada, esperando un juicio que parecía inevitable. Había vuelto al calabozo, pero esta vez todo se sentía peor. Alaric, estaba furioso y lleno de tristeza. El consejo del aquelarre pedía su cabeza, y las murmuraciones sobre la «impureza» que llevaba en su vientre se escuchaban por todo el campamento. El regreso al calabozo fue aún más humillante. Los miembros del aquelarre la miraban con lástima y desdén. Algunos murmuraban oraciones para protegerse de lo que veían como una traición imperdonable, mientras que otros la evitaban, temerosos de la reacción de Alaric. La traición de Esmeralda no era solo sobre infidelidad, era vista como una amenaza para la pureza de su linaje, algo que los brujos no podían tolerar. Con lágrimas en los ojos, Esmeralda suplicó a Alaric que dec