★ EmilyEl camino al aquelarre nunca se me hacía corto, pero esta vez la distancia entre el bosque y nuestro refugio se sentía interminable. Mis pensamientos seguían atorados en todo lo que Leónidas había dicho, en ese estúpido «Esmeralda está viva»que no dejaba de rondar mi mente. Mientras caminaba junto a Arthur, no pude evitar notar cómo su silencio se había vuelto más denso, más pesado, como si él también cargara con el peso de esas palabras.—¿Estás bien? —me preguntó, con su voz grave rompiendo la quietud.Lo miré de reojo, incapaz de decir que todo estaba bien. No podía mentirle, no a él.—Estoy bien —mentí, sin creerme ni una palabra. Sabía que Arthur no se conformaría con eso, pero era todo lo que podía decir.El crujir de las hojas secas bajo nuestros pies resonaba en la calma nocturna, y la luz de la luna llena comenzaba a filtrarse entre los árboles, iluminando el camino hacia el aquelarre. Las luces de las cabañas parpadeaban en la distancia, pero la ansiedad que sentía n
★ LeónidasRecuerdo como si fuera ayer, la primera vez que vi a Esmeralda. El recuerdo aún tiene el poder de hacer que mi corazón lata más rápido, incluso después de tantos años. Pero nunca podría explicarle lo que realmente sentí en ese momento. Era un tipo de amor tan profundo que iba más allá de lo que cualquier ser humano o criatura podría entender.—Y lo peor de todo, Emily, es que en cuanto conocí a Esmeralda, supe que nunca habría nada ni nadie más en este mundo que pudiera compararse a ella.Era una tarde tranquila en los bosques que rodeaban mi manada. Estaba solo, fuera de la visión de los demás, buscando algo de paz para despejar la cabeza. Las cosas en la manada estaban tensas, mi padre, el antiguo alfa, había comenzado a endurecerse más de lo habitual. Pero ese día todo cambió cuando la vi.Esmeralda apareció como una sombra entre los árboles, como si el viento mismo hubiera decidido manifestarse en su figura. No la vi primero; la sentí. Esa sensación extraña, un destello
★ Emily—¿Si la amabas tanto por qué abusaste de ella?El silencio que se extendió tras mi pregunta fue sofocante. Podía ver cómo los ojos de Leónidas, tan llenos de fuerza y orgullo momentos antes, se apagaban lentamente, cargados de un peso que parecía incapaz de soportar. Sentía mi corazón latir con fuerza mientras esperaba su respuesta, con mi mente luchando contra la posibilidad de escuchar verdades que no quería conocer.—Fue una trampa de Alaric —dijo finalmente, con su voz ronca y cargada de amargura. Las palabras parecían salir a la fuerza, como si cada sílaba le rasgara la garganta—. Lo planeó todo desde el principio. La guerra entre los brujos y los licántropos no fue casualidad; él la desató, manipuló a ambos bandos para cumplir su venganza.Fruncí el ceño, intentando procesar sus palabras.—¿Qué quieres decir? ¿Cómo exactamente logró él que…?Leónidas levantó una mano para detenerme.—Escucha —dijo con firmeza—. Necesitas entender cómo sucedió. En ese entonces, la guerra
Regresé a la habitación con el cuerpo pesado por las emociones y la mente nublada por las palabras de Leónidas. Cada paso descalzo sobre el suelo me recordaba el camino que había recorrido esa noche, no solo en el bosque, sino dentro de mí misma. Al cruzar el umbral, mis ojos se encontraron con Arthur, quien estaba sentado junto a la ventana, observando el paisaje nocturno. Al verme, se levantó de inmediato y caminó hacia mí con pasos firmes.—Emily… —murmuró con voz suave, pero cargada de preocupación, mientras me recorría con la mirada de arriba abajo—. ¿Qué pasó? Estás descalza… ¿Te lastimaste?Antes de que pudiera responder, sus brazos me rodearon, fuertes y protectores, como si quisiera asegurarme que no volvería a alejarme.—No es nada —respondí, hundiendo mi rostro en su pecho. Su calor aliviaba el frío que se había instalado en mi interior—. Solo… necesito un baño.Arthur se apartó ligeramente, lo suficiente para mirarme a los ojos. Había algo en su expresión, una mezcla de al
★ ArthurEstaba inquieto. Sabía lo que pensaba Emily; su determinación era tan evidente que se sentía en el aire. Estaba decidida a sacrificarse, a enfrentarse al mundo, a desafiar a Alaric, y lo haría sola si era necesario. Eso era lo que me aterraba. La había perdido una vez, y no tenía la menor intención de dejarla ir nuevamente.La bañera estaba llena de agua tibia, con el vapor envolviendo el aire, como si quisiera acurrucarnos en su abrazo. Emily se despojó de su ropa lentamente, como si cada prenda fuera una carga, una barrera que separaba su piel de la mía. Yo no podía apartar la vista de ella. No solo por el deseo que se agitaba dentro de mí, sino porque la sentía tan frágil, y tan vulnerable en ese momento.—Emily… —mi voz salió rasposa, temblorosa, más de lo que me gustaría admitir—. No lo hagas, por favor. No quiero que… no quiero que te lastimes más.Ella no me miró directamente, pero vi cómo su cuerpo reaccionó a mis palabras, cómo sus hombros se tensaron por un segundo.
Los días siguientes fueron de puro entrenamiento y sangre. Me levantaba antes de que el sol tocara el horizonte, con el eco de las instrucciones de Leónidas resonando en mi cabeza: «Tu cuerpo es una máquina de guerra. Aprende a usarlo o serás destruida».Sus palabras eran duras, pero necesarias. El entrenamiento era brutal, pero lo soportaba. Tenía que hacerlo. Cada golpe, cada arañazo, cada cicatriz eran recordatorios de que me estaba fortaleciendo. Ya no era la misma chica que había llegado a ese lugar días atrás, sin rumbo, sin dirección. Ahora, mi cuerpo respondía de manera instintiva, como si estuviera forjada en fuego.Arthur, por otro lado, se encargaba de mi lado de bruja. Me enseñó a invocar energías, a canalizar mi furia y convertirla en poder. Su paciencia contrastaba con la ferocidad de Leónidas, pero eso no hacía su entrenamiento menos exigente. Bajo su guía, aprendí a moldear el fuego con mis manos, a controlar el viento y a usar la naturaleza misma como una extensión de
Me desperté con el cuerpo entumecido y una sensación de peso en las extremidades. El aire era espeso, cargado de humedad y un leve olor a moho. Abrí los ojos lentamente, parpadeando para acostumbrarme a la oscuridad. A mi alrededor, las paredes parecían de piedra antigua, cubiertas de inscripciones que no reconocía. La luz provenía de antorchas colocadas a intervalos regulares, pero el lugar no era más que una mazmorra… o unas catacumbas.Mis manos estaban encadenadas, pero eso no era lo que me preocupaba. Lo que realmente me inquietaba era la sensación de vacío dentro de mí. Mi magia, esa chispa que siempre había sentido como una extensión de mi ser, estaba debilitada. Intenté concentrarme, sentir el calor familiar en mis venas, pero todo lo que obtuve fue un eco. Este lugar estaba drenando mi poder, y Alaric lo sabía.—Veo que al fin despertaste, Emily.Levanté la mirada y allí estaba él, Alaric. Imponente, con su porte soberbio y esa sonrisa que tanto me irritaba. A su alrededor, u
La fuerza de los secuaces de Alaric era como la de un torrente imparable. Me levantaron del suelo y me arrastraron hacia adelante. La roca fría bajo mis rodillas aún me quemaba, pero no me importaba. Ya nada me importaba, excepto salir de allí y hacerle pagar a ese maldito por lo que había hecho.Mis cadenas me pesaban, pero mi ira las hacía casi invisibles. Me empujaron hacia el altar, ese altar que parecía una enorme roca destinada solo para uno: el sacrificio. A su alrededor, las sombras se retorcían con cada antorcha que chisporroteaba en la oscuridad, creando figuras distorsionadas que se movían a su propio ritmo, como si el lugar tuviera vida propia.El ritual comenzaba a pesar sobre mis hombros, el aire se volvió aún más denso, como si intentara aplastarme con su peso. Pero no me iba a doblegar. No me doblegaría ante él ni ante su maldito teatro. Alaric podía pensar lo que quisiera, pero yo tenía algo que él no tenía: voluntad.Cuando mis ojos se levantaron hacia el altar, lo v