Regresé a la habitación con el cuerpo pesado por las emociones y la mente nublada por las palabras de Leónidas. Cada paso descalzo sobre el suelo me recordaba el camino que había recorrido esa noche, no solo en el bosque, sino dentro de mí misma. Al cruzar el umbral, mis ojos se encontraron con Arthur, quien estaba sentado junto a la ventana, observando el paisaje nocturno. Al verme, se levantó de inmediato y caminó hacia mí con pasos firmes.—Emily… —murmuró con voz suave, pero cargada de preocupación, mientras me recorría con la mirada de arriba abajo—. ¿Qué pasó? Estás descalza… ¿Te lastimaste?Antes de que pudiera responder, sus brazos me rodearon, fuertes y protectores, como si quisiera asegurarme que no volvería a alejarme.—No es nada —respondí, hundiendo mi rostro en su pecho. Su calor aliviaba el frío que se había instalado en mi interior—. Solo… necesito un baño.Arthur se apartó ligeramente, lo suficiente para mirarme a los ojos. Había algo en su expresión, una mezcla de al
★ ArthurEstaba inquieto. Sabía lo que pensaba Emily; su determinación era tan evidente que se sentía en el aire. Estaba decidida a sacrificarse, a enfrentarse al mundo, a desafiar a Alaric, y lo haría sola si era necesario. Eso era lo que me aterraba. La había perdido una vez, y no tenía la menor intención de dejarla ir nuevamente.La bañera estaba llena de agua tibia, con el vapor envolviendo el aire, como si quisiera acurrucarnos en su abrazo. Emily se despojó de su ropa lentamente, como si cada prenda fuera una carga, una barrera que separaba su piel de la mía. Yo no podía apartar la vista de ella. No solo por el deseo que se agitaba dentro de mí, sino porque la sentía tan frágil, y tan vulnerable en ese momento.—Emily… —mi voz salió rasposa, temblorosa, más de lo que me gustaría admitir—. No lo hagas, por favor. No quiero que… no quiero que te lastimes más.Ella no me miró directamente, pero vi cómo su cuerpo reaccionó a mis palabras, cómo sus hombros se tensaron por un segundo.
Los días siguientes fueron de puro entrenamiento y sangre. Me levantaba antes de que el sol tocara el horizonte, con el eco de las instrucciones de Leónidas resonando en mi cabeza: «Tu cuerpo es una máquina de guerra. Aprende a usarlo o serás destruida».Sus palabras eran duras, pero necesarias. El entrenamiento era brutal, pero lo soportaba. Tenía que hacerlo. Cada golpe, cada arañazo, cada cicatriz eran recordatorios de que me estaba fortaleciendo. Ya no era la misma chica que había llegado a ese lugar días atrás, sin rumbo, sin dirección. Ahora, mi cuerpo respondía de manera instintiva, como si estuviera forjada en fuego.Arthur, por otro lado, se encargaba de mi lado de bruja. Me enseñó a invocar energías, a canalizar mi furia y convertirla en poder. Su paciencia contrastaba con la ferocidad de Leónidas, pero eso no hacía su entrenamiento menos exigente. Bajo su guía, aprendí a moldear el fuego con mis manos, a controlar el viento y a usar la naturaleza misma como una extensión de
Me desperté con el cuerpo entumecido y una sensación de peso en las extremidades. El aire era espeso, cargado de humedad y un leve olor a moho. Abrí los ojos lentamente, parpadeando para acostumbrarme a la oscuridad. A mi alrededor, las paredes parecían de piedra antigua, cubiertas de inscripciones que no reconocía. La luz provenía de antorchas colocadas a intervalos regulares, pero el lugar no era más que una mazmorra… o unas catacumbas.Mis manos estaban encadenadas, pero eso no era lo que me preocupaba. Lo que realmente me inquietaba era la sensación de vacío dentro de mí. Mi magia, esa chispa que siempre había sentido como una extensión de mi ser, estaba debilitada. Intenté concentrarme, sentir el calor familiar en mis venas, pero todo lo que obtuve fue un eco. Este lugar estaba drenando mi poder, y Alaric lo sabía.—Veo que al fin despertaste, Emily.Levanté la mirada y allí estaba él, Alaric. Imponente, con su porte soberbio y esa sonrisa que tanto me irritaba. A su alrededor, u
La fuerza de los secuaces de Alaric era como la de un torrente imparable. Me levantaron del suelo y me arrastraron hacia adelante. La roca fría bajo mis rodillas aún me quemaba, pero no me importaba. Ya nada me importaba, excepto salir de allí y hacerle pagar a ese maldito por lo que había hecho.Mis cadenas me pesaban, pero mi ira las hacía casi invisibles. Me empujaron hacia el altar, ese altar que parecía una enorme roca destinada solo para uno: el sacrificio. A su alrededor, las sombras se retorcían con cada antorcha que chisporroteaba en la oscuridad, creando figuras distorsionadas que se movían a su propio ritmo, como si el lugar tuviera vida propia.El ritual comenzaba a pesar sobre mis hombros, el aire se volvió aún más denso, como si intentara aplastarme con su peso. Pero no me iba a doblegar. No me doblegaría ante él ni ante su maldito teatro. Alaric podía pensar lo que quisiera, pero yo tenía algo que él no tenía: voluntad.Cuando mis ojos se levantaron hacia el altar, lo v
La cámara se llenó con el eco de mi risa, una carcajada que brotó de lo más profundo de mi ser y resonó con una furia indomable. Era como si la misma naturaleza rugiera conmigo, como si todo el peso de mi rabia y dolor se condensara en ese sonido.—¿Eso es todo, Alaric? —dije, mirándolo con desafío mientras mis garras brillaban bajo la tenue luz de las antorchas.Alaric permaneció inmóvil, observándome con esa maldita sonrisa de suficiencia que tanto deseaba arrancarle de la cara. Pero no estaba solo; sus secuaces comenzaron a moverse como un enjambre oscuro, rodeándome. Los gruñidos guturales de mi loba resonaron en mi interior, exigiendo sangre. Y por primera vez en mucho tiempo, estaba de acuerdo con ella.Sin pensarlo dos veces, me lancé contra el primero que se atrevió a acercarse. Mis garras atravesaron su pecho como si fuera papel, la sangre caliente salpicaba mi rostro. Era un espectáculo grotesco, pero necesario. Cada golpe, cada zarpazo, era un paso más hacia la libertad de
El peso de Emily en mis brazos era ligero, pero el peso en mi pecho era sofocante. Cada gota de sangre que se filtraba de sus heridas me encendía la furia. La había visto luchar con todo lo que tenía y desafiar a Alaric con un coraje que pocos poseían, pero ahora estaba aquí, débil y vulnerable, mientras esa bestia huía como un cobarde.—Leonidas, no tenemos tiempo —gruñí mientras ajustaba mi agarre sobre Emily.Leonidas ya tenía a Esmeralda en brazos. Su rostro estaba marcado por una mezcla de rabia y desprecio. Sabía que no era el momento de palabras innecesarias. Ambos éramos conscientes de lo que nos rodeaba. Los secuaces de Alaric se movían en las sombras como buitres, esperando el momento perfecto para atacar.El aire se llenó de gruñidos y pasos, como un tambor de guerra que anunciaba el enfrentamiento inevitable. Sabía lo que tenía que hacer. Protegerla a ella a toda costa.Extendí mi mano libre y conjuré un escudo alrededor de nosotros. Una barrera invisible, pero letal. Mis
El bosque había caído en un silencio opresivo, mientras nos dirigíamos al Aquelarre. Leónidas caminaba al frente, sosteniendo a Esmeralda. No habló mucho, pero su presencia era imponente, casi como si estuviera en su propio campo de batalla.Yo, en cambio, no soltaba a Emily. Mi cuerpo seguía tenso, mi mente en un estado constante de alerta, mientras la cargaba entre mis brazos. La piel pálida, las pequeñas gotas de sudor en su frente y la respiración débil eran un recordatorio constante de la batalla que habíamos perdido, aunque no por completo.Al llegar al centro del Aquelarre, un grupo de curanderos se acercó a nosotros. Reconocí en sus miradas la preocupación y el respeto que tenían para nosotros. Leónidas entregó a Esmeralda a una de las sanadoras, quien la examinó con movimientos suaves, casi rituales.—Leónidas —dije, llamándolo, mientras no apartaba la vista de Emily.—Sí —respondió, sin mirar atrás.—No te alejes de Esmeralda hasta que esté bien. —Era una orden simple, impla