El campo de batalla estaba teñido de rojo. La sangre de mis enemigos manchaba la tierra, mezclándose con el olor a fuego que llenaba el aire. Observé a mi alrededor, y aunque algunos de mis aliados aún luchaban, la victoria ya estaba sellada. Sabía que nada ni nadie se interpondría entre nosotros y nuestro objetivo, porque yo no lo permitiría. La muerte me rodeaba, y no había nada más satisfactorio que eso.Después de que Emily fue salvada por ese enorme lobo, ella continuó luchando, implacable, feroz, como siempre. Esa mujer podía ser tan terca que, a veces, hasta me irritaba su determinación. Pero hoy, más que nunca, estaba agradecido de tenerla de mi lado. A pesar de su fuerza, no podía evitar preocuparme por ella. Aunque confiaba en sus habilidades, mi prioridad era protegerla. No porque creyera que no podía cuidarse sola, sino porque su seguridad significaba todo para mí.Uno de los renegados intentó huir al ver que Emily estaba cubierta de la sangre de sus enemigos. Corrí tras é
★ EmilyLa ira ardía en mi interior, implacable. A cada paso, su nombre, Leonidas, resonaba como un eco afilado, un recordatorio de todo lo que me arrebató. Ese hombre… no, ese alfa. Apenas había sido una sombra en mi vida, un fantasma opresivo marcado por la traición y el abandono. No deseaba conocerlo, y mucho menos entender sus razones. Sin embargo, ahí estaba, irrumpiendo en mi mundo como si de repente creyera tener algún derecho sobre mí."Leonidas." Padre. La palabra me resultaba ajena, vacía, como un concepto que nunca tuvo sentido. ¿Cómo llamarlo así? Él había dejado a mi madre sola, destrozada, sin mirar atrás. Ni siquiera tuvo la decencia de mantenerse alejado cuando ya no había lugar para él. Por su culpa, crecí sin madre y sin una infancia que pudiera recordar con algo de ternura. Esa ausencia aún dolía, era una herida que intentaba ignorar, pero que siempre estaba ahí, ardiendo bajo la superficie. Su sola presencia ahora era un recordatorio cruel de todo lo que me fue neg
La habitación estaba en penumbra y el aire estaba cargado de humedad, con el aroma de la lluvia que caía afuera envolviéndolo todo. Arthur estaba sentado al borde de la cama, con sus ojos fijos en mí mientras yo terminaba de secarme el cabello con una toalla. Su mirada era intensa, como si quisiera devorarme con cada parpadeo, pero también había algo más: esa mezcla de deseo y protección que siempre parecía arder en él.—Ven aquí —ordenó, con voz ronca, pero con una dulzura contenida.No era una petición, y lo sabía. Me acerqué despacio, sintiendo cómo su mirada recorría cada centímetro de mi cuerpo, deteniéndose en las gotas de agua que aún se deslizaban por mi piel. Cuando estuve lo suficientemente cerca, él se levantó y se plantó frente a mí.—Eres tan... —murmuró, dejando la frase inconclusa mientras pasaba sus manos por mis brazos. Sus dedos eran cálidos, fuertes, y su toque me hizo estremecer.—¿Qué soy? —pregunté con un pequeño atisbo de diversión, tratando de aliviar la tensió
La habitación estaba sumida en un silencio extraño. La lluvia afuera había cesado, pero el ambiente seguía cargado de humedad, como si las paredes mismas contuvieran su aliento. Arthur y yo yacíamos uno al lado del otro, con su brazo aún envuelto alrededor de mi cintura. Sus dedos trazaban círculos perezosos en mi piel, pero algo en su gesto se sentía ausente, como si su mente estuviera en otro lugar.—¿En qué piensas? —pregunté en un susurro, girándome para mirarlo.Arthur soltó un leve suspiro, uno que parecía arrastrar consigo todo el peso de un día agotador.—Leónidas —respondió después de un momento, su voz era grave y tranquila, como si su nombre fuese un talismán que invocara sombras invisibles.Fruncí el ceño, sintiendo un escalofrío recorrer mi columna. Sabía que hablar de Leónidas siempre traía consigo problemas, pero esta vez había algo más. Que me ponía en alerta.—¿Qué tanto hablas con él? —inquirí, intentando sonar despreocupada, aunque mi voz traicionó la punzada de inc
Por la mañana el pequeño protegido que había estado cuidando últimamente, corría a mi alrededor mientras yo intentaba explicarle algo básico sobre nuestras habilidades. Era un niño curioso, lleno de preguntas y con una energía que parecía no agotarse jamás.—¿Y cómo sabes cuándo puedes cambiarte? —me preguntó, con su cabeza inclinada hacia un lado mientras jugaba con un palo que había recogido del suelo.—Es cuestión de práctica. Y también de control. No siempre es el momento adecuado para transformarse, pero tienes que aprender a sentirlo en tus huesos, como si fuera algo natural —le respondí con una sonrisa forzada. Mi mente seguía ocupada en todo lo que había ocurrido con Arthur.Mientras hablábamos, un olor extraño llegó a mi nariz. Era diferente, como un aroma lobuno, pero no reconocía la manada a la que pertenecía. Miré alrededor, tensa, y entonces los vi: hombres altos, musculosos, caminando cerca de la entrada del territorio. Uno de ellos, un hombre con cabello rojizo, captó m
No podía respirar bien, sentía el pecho agitado, lleno de una rabia contenida que no sabía cómo manejar. Salí del prado donde había dejado a Leónidas y regresé a la casa con pasos apresurados. Mis manos temblaban, y en mi mente resonaban las palabras que me había dicho. «Te vigilaré, Emily. No porque desconfíe de ti, sino porque quiero asegurarme de que no cometas los mismos errores que yo.»Qué audaz de su parte, como si realmente le importara.Entré al salón principal con la intención de calmarme, pero lo primero que vi fue a Arthur hablando con Lucian en un rincón. Mi cuerpo se tensó de inmediato. Arthur parecía despreocupado, con su típica actitud altanera en pleno despliegue mientras discutía algo con Lucian, quien asentía con gravedad.Mis ojos se encontraron con los de Arthur. No necesitaba decir nada; el desprecio en mi mirada debió de ser más que evidente porque él alzó una ceja, ladeando la cabeza como si intentara descifrar qué me sucedía. Ignoré su gesto y seguí mi camino,
★ EmilyLa noche había caído con rapidez, cubriendo el aquelarre con un velo de sombras y un aire cargado de tensión. Desde la ventana de la torre más alta, observaba a Arthur mientras entrenaba a los nuevos grupos. Su postura era arrogante, su voz retumbaba con órdenes que no admitían réplica. Siempre había sido así: autoritario, temerario, y desesperadamente molesto. Pero, a pesar de mi disgusto momentáneo por él, había algo en su forma de liderar que imponía respeto.Un movimiento al borde del prado llamó mi atención. Allí estaba él, Leónidas, de pie con la cabeza en alto, vigilando como si el aquelarre entero fuera su dominio. Mis dedos se cerraron en un puño involuntario. El simple hecho de verlo me revolvía el estómago.Como si pudiera sentir mi desprecio, Leónidas giró la cabeza y nuestros ojos se encontraron. Su mirada era intensa, era un recordatorio constante de lo mucho que odiaba compartir cualquier tipo de lazo con él. En lugar de apartar la vista, él sonrió y comenzó a c
★ ArthurEl camino de regreso al aquelarre estaba envuelto en un silencio incómodo, roto solo por el crujido de las hojas secas bajo nuestros pies. Mi mente estaba hecha un nudo, atrapada entre lo que acababa de escuchar y los recuerdos que preferiría enterrar. Las palabras de Leónidas resonaban una y otra vez: «Esmeralda está viva.»No podía evitar pensar en lo que Lucian me había dicho hace unos días. Según él, Leónidas y Alaric nunca dejaron de destruirse, incluso después de la muerte de Esmeralda. Ambos llevaban siglos jugando a ser los verdugos del otro, y siempre se encontraban maneras de infligirse daño. Tener a Leónidas en el aquelarre no había sido una decisión tomada a la ligera; lo necesitaba aquí, donde pudiera controlarlo. Era la única manera de proteger a Emily.Pero ahora... ahora las cosas eran diferentes.Si había una posibilidad, por mínima que fuera, de que Esmeralda estuviera viva, significaba que todo lo que yo creía saber sobre el pasado estaba incompleto. Y no p