Capítulo3
Después de consolar a Celia, la mirada de Marco cayó sobre mí, cargada de inquietud.

—Sé que te molesta que me haya casado y tenga un hijo con ella sin habértelo dicho antes —dijo, con un tono casi condescendiente—. Puedes desahogarte conmigo, después de todo, no te avisé con tiempo. Pero no puedes hacerle daño a Celia. Ya la situación no es la mejor, no es necesario que la hagas sentir peor.

Sus palabras me golpearon como una bofetada.

—Solo me pidió una oportunidad para ser madre, ¿qué tiene de malo? —continuó—. ¿Por qué tiene que aguantar tus berrinches? —Hizo una pausa y me señaló con el dedo, visiblemente molesto—. Le pedirás perdón ahora mismo.

Intenté controlar el temblor en mi cuerpo, y, con la voz rasposa, le respondí:

—¿Qué es exactamente lo que hice mal?

Marco me miró a los ojos, que estaban rojos de tanto llorar, y se quedó en silencio por un momento.

—Olvídalo, Marco —dijo Celia—. Aunque casi ruedo por el balcón..., no le guardo rencor a mi hermana, y no necesito que se disculpe. Ustedes se van a casar, así que no quiero que mi presencia cause más conflictos.

Por un instante, la tensión pareció romperse. Marco suspiró, y su expresión se suavizó un poco, antes de soltar, con ternura:

—Celia, qué comprensiva eres.

Acto seguido, se volvió a mirarme, pero esta vez sus ojos estaban llenos de desprecio, y añadió:

—Al final, lo que pasa es que estás celosa de Celia. No puedes soportar verla en mejores circunstancias que tú. Deberías agradecer que sea tan comprensiva contigo. Pero, si vuelves a hacerle daño no te lo perdonaré.

Tras decir esto, tomó a Celia en brazos. Pero, antes de marcharse, me lanzó una última estocada:

—No le llegas ni a los talones a Eva.

La sala quedó sumida en un silencio profundo. Solo quedaba yo, mirando por la ventana cómo las hojas secas que caían.

No pude contenerme y me arrodillé en el suelo, rompiendo en llanto.

«La última vez... ¡Esta es la última vez que lloro por Marco!», me prometí entre sollozos.

Pero aquello solo era el principio…

Esa tarde, Marco subió una publicación a su perfil de redes sociales. Era un collage con nueve fotos, cada una mostrando un rincón diferente de nuestra casa.

La leyenda decía:

«Cada habitación, cada mueble, cada esquina y cada detalle fue cuidadosamente elegido para darle a nuestro bebé un hogar cálido y cómodo.»

Una lluvia de felicitaciones no tardó en inundar los comentarios.

«¡Felicitaciones, don Marco, por la llegada del bebé!»

«¡Vaya, ya tienen al bebé! ¡Felicidades!»

«¡Eres un hombre ejemplar!»

«¡No me perderé la boda dentro de tres meses, aunque tenga que reprogramar negocios importantes!»

Pero cuando todo parecía ser aplausos y halagos, un comentario rompió la armonía.

«No se confundan, este no es el hogar de Marco y Eva, es mi casa», escribió Celia.

La sección de comentarios quedó en pausa. Nadie más comentó, por un momento. Y fui yo quien rompió el hielo.

«Es un triángulo, mejor me voy, les deseo lo mejor.»

Después de eso, ya no me interesaba lo que pudieran decir. Eliminé a Marco y a Celia de mi lista de amigos sin pensarlo dos veces.

Pero no pasó mucho antes de que mi teléfono sonara, con una llamada de Marcos.

—Eva, ¡ya basta de hacer escándalo! —exclamó, molesto.

—No estoy haciendo escándalo —respondí con voz tranquila.

Marco, frustrado, contestó:

—Lo que escribiste en mi perfil, claramente fue para atacar a Celia —contestó él, frustrado—. ¿De verdad quieres acusarla de ser la otra? Si sigues difamándola, mejor ni te cases conmigo.

Sus palabras eran cuchillos, pero esta vez no me dolían.

—Marco ¿por qué crees que querría ser el segundo plato?
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