Heider En lugar del sombrío y oscuro refugio de brujas que había imaginado, me vi rodeada de una naturaleza vibrante y viva. La magia no solo estaba presente, sino que palpaba en cada rincón, en cada hoja que temblaba con un brillo especial, en cada susurro del viento que parecía llevar secretos antiguos. Caminamos por un sendero rodeado de árboles altos cuyas ramas se entrelazaban formando una especie de cúpula sobre nuestras cabezas. Los rayos del sol se filtraban a través de ellas, creando patrones de luz y sombra que bailaban a nuestro alrededor. El aire estaba cargado de un aroma dulce y terroso, y la energía era tranquila pero poderosa, como una madre acogiendo a su hijo. Finalmente, llegamos a una cabaña grande, rústica pero hermosa, que parecía ser una con la naturaleza que la rodeaba. Las enredaderas y flores silvestres se entrelazaban en sus paredes de madera, y pequeñas luces mágicas flotaban cerca del techo, iluminando el camino. Al entrar, el ambiente cálido nos envol
Orión El sol se estaba poniendo, bañando el cielo en tonos de naranja y rosa, cuando vi a Sam acercarse. La fatiga en sus ojos y la tensión en sus hombros eran evidentes, pero había una determinación subyacente que me hizo admirarla aún más. La brisa fresca de la tarde traía consigo el olor a tierra mojada y a los pinos cercanos, mezclándose con el aroma de la destrucción reciente. —Orión, —dijo Sam con un suspiro, —Heider se quedará con las brujas para aprender sobre sus habilidades. Mis pensamientos aceptaban la lógica de sus palabras, pero en las cámaras ocultas de mi corazón, una tormenta de preocupación por Heider se agitaba, un remolino de miedo y protección que luchaba por salir. —Bien, Sam, pero no puedo evitar preocuparme. Ella es tan joven y ahora está en medio de todo esto, —dije, dejando escapar un suspiro pesado. Sam se acercó y colocó una mano reconfortante en mi hombro. —En veinticuatro horas sabremos más. Las brujas se reunirán con nosotros y nos informarán sobre
Heider Parada en la sala de reuniones, rodeada de los Alfas, me sobrecogió una sensación de frialdad, un presagio que anticipaba algo fuera de lo ordinario. Mis ojos se enfocaron en un punto en el espacio, donde gradualmente comenzó a formarse una figura etérea y luminosa. Era Alice, mi hermana, su presencia llenaba la habitación con una luz tenue y reconfortante. —Hermana, has crecido mucho, —murmuró Alice con una sonrisa suave y melancólica que iluminó su rostro transparente. Su voz, aunque suave, llevaba un eco que resonaba en el espacio silencioso. —Alice, tú... —comencé, sintiendo un nudo en mi garganta. —Te extraño tanto, —confesé, hablando en nuestra conexión mental. —Y yo a ti, querida mía, —respondió ella con dulzura y un destello de tristeza en sus ojos. —Ahora necesito que hables con Orión en mi lugar, ¿puedes hacerlo? —preguntó, su imagen parpadeando ligeramente como si luchara por mantenerse en nuestro plano. Asentí con la cabeza, tragando el nudo de emociones. Respi
Orión La sala se convirtió en un vórtice de silencio y tensión después de las revelaciones de la Bruja Madre. Me sentía como si un peso enorme se hubiera asentado en mi pecho, cada latido de mi corazón retumbaba con una mezcla de miedo y desesperación. Octavia, mi compañera, la persona que significaba todo para mí, estaba en peligro. Mi mente corría a mil por hora, intentando trazar cualquier estrategia que pudiera llevarme a ella antes de que fuera demasiado tarde. Podía sentir la mirada de cada Alfa en la habitación clavada en mí, esperando una decisión, un plan de acción. Pero en ese momento, solo podía pensar en Octavia, en su seguridad. La preocupación era evidente en el rostro de Leila mientras hablaba. —Alfa, nuestro conocimiento sobre las Tierras Sagradas es limitado, —comenzó, su voz transmitiendo una mezcla de cautela y seriedad. —Hay rumores y leyendas, pero nada concreto. Se cree que existe un muro invisible, antiguo y poderoso, que rodea ese territorio. Me incliné ha
Samuel La noche era una oscura manta sobre nosotros mientras regresábamos a nuestro punto de encuentro, los pocos lobos que quedaban de mi escuadrón estaban heridos y exhaustos. La frustración hervía en mi sangre, una mezcla de ira y desilusión. El ataque había sido un fracaso; Orión aún vivía. Cada paso que dábamos resonaba con el sonido de nuestras propias derrotas. El viento soplaba con un frío cortante, cada ráfaga como un recordatorio afilado del amargo sabor del fracaso que impregnaba la noche. —¿Cuántos quedamos? —pregunté, mi voz apenas más que un gruñido. —Ocho, Alfa, —respondió uno de los supervivientes, su voz ronca y cansada. —Solo ocho... —murmuré para mí mismo. Mi plan improvisado había sido perfecto, o eso creía. La rabia me quemaba por dentro, una llama que consumía toda lógica y razón. —Alfa, ¿qué haremos ahora? —preguntó otro, su mirada reflejaba la misma desesperación que yo sentía. —Regresaremos y nos reagruparemos, —dije, mi tono era frío y calculador, aunq
Lucas La penumbra del amanecer se colaba por las cortinas, dando a la habitación un tono grisáceo y sombrío. Al entrar, la vista de Samantha, acostada en el sofá con el rostro surcado de lágrimas secas y una expresión de desolación, me detuvo en seco. Cada respiración suya, cada pequeño movimiento, revelaba el abismo de dolor en el que se encontraba sumergida. Acaricié su rostro con delicadeza, retirando los mechones de cabello que se pegaban a sus mejillas húmedas. Su piel estaba fría al tacto, reflejo de las horas de espera y preocupación. Al sentir mi toque, Samantha se despertó con un sobresalto, sus ojos hinchados y rojos de llanto se abrieron ampliamente. —Soy yo, amor, —susurré, intentando transmitirle algo de calma con mi voz. Instantáneamente, se aferró a mí con una desesperación que partía el corazón. Sentí su cuerpo temblar mientras me abrazaba, su calor y fragilidad contrastaban con la fuerza de su agarre. —Dime que irás a por Octavia, por favor, —sollozó en mi cuello
Lucien El bosque parecía extenderse infinitamente frente a nosotros, con sus árboles altos y majestuosos que oscurecían el camino con sus densas copas. Cada paso que dábamos era pesado, un recordatorio del cansancio acumulado en nuestros cuerpos y mentes. Miré a Octavia, que caminaba a mi lado, su rostro mostraba signos de agotamiento, pero su determinación era inquebrantable. —¿Cómo te sientes? —pregunté, rompiendo el silencio que nos había envuelto durante horas. —Exhausta, pero no podemos detenernos ahora, —respondió ella con una voz firme, aunque sus ojos revelaban su fatiga. El crujir de las hojas secas bajo nuestros pies era el único sonido que nos acompañaba, junto con el ocasional canto de un ave distante. El aire estaba fresco, lleno del aroma de la naturaleza, pero esa frescura no aliviaba la pesadez de nuestros cuerpos. —Pronto llegaremos, —dije, más como un intento de convencerme a mí mismo que a ella. —Y luego podrás descansar. Ella asintió, una leve sonrisa apareci
Octavia Estábamos parados frente a un muro invisible en las Tierras Sagradas, un lugar que sentía conocido, pero al mismo tiempo tan extraño. La energía que emanaba del entorno era palpable, como un susurro en el viento que llevaba ecos de un pasado místico. Mientras miraba a Lucien, podía sentir la confusión y el esfuerzo en su intento por recordar. El lugar donde nos encontrábamos estaba impregnado de una energía enigmática y poderosa, lo que hacía que cada detalle pareciera cobrar vida propia. —Es extraño, —admitió Lucien, con una mirada perdida. —Mis recuerdos son borrosos, como si algo los estuviera bloqueando. Miré a nuestro alrededor, tratando de percibir algo más allá de lo visible. El lugar era hermoso, con una luz que jugaba entre las hojas de los árboles, creando un mosaico de luces y sombras. Sin embargo, había algo en el aire, una especie de melancolía, una sensación de que este lugar estaba lleno de historias antiguas y olvidadas. —No solo es hermoso, es... inquieta