Lucas La penumbra del amanecer se colaba por las cortinas, dando a la habitación un tono grisáceo y sombrío. Al entrar, la vista de Samantha, acostada en el sofá con el rostro surcado de lágrimas secas y una expresión de desolación, me detuvo en seco. Cada respiración suya, cada pequeño movimiento, revelaba el abismo de dolor en el que se encontraba sumergida. Acaricié su rostro con delicadeza, retirando los mechones de cabello que se pegaban a sus mejillas húmedas. Su piel estaba fría al tacto, reflejo de las horas de espera y preocupación. Al sentir mi toque, Samantha se despertó con un sobresalto, sus ojos hinchados y rojos de llanto se abrieron ampliamente. —Soy yo, amor, —susurré, intentando transmitirle algo de calma con mi voz. Instantáneamente, se aferró a mí con una desesperación que partía el corazón. Sentí su cuerpo temblar mientras me abrazaba, su calor y fragilidad contrastaban con la fuerza de su agarre. —Dime que irás a por Octavia, por favor, —sollozó en mi cuello
Lucien El bosque parecía extenderse infinitamente frente a nosotros, con sus árboles altos y majestuosos que oscurecían el camino con sus densas copas. Cada paso que dábamos era pesado, un recordatorio del cansancio acumulado en nuestros cuerpos y mentes. Miré a Octavia, que caminaba a mi lado, su rostro mostraba signos de agotamiento, pero su determinación era inquebrantable. —¿Cómo te sientes? —pregunté, rompiendo el silencio que nos había envuelto durante horas. —Exhausta, pero no podemos detenernos ahora, —respondió ella con una voz firme, aunque sus ojos revelaban su fatiga. El crujir de las hojas secas bajo nuestros pies era el único sonido que nos acompañaba, junto con el ocasional canto de un ave distante. El aire estaba fresco, lleno del aroma de la naturaleza, pero esa frescura no aliviaba la pesadez de nuestros cuerpos. —Pronto llegaremos, —dije, más como un intento de convencerme a mí mismo que a ella. —Y luego podrás descansar. Ella asintió, una leve sonrisa apareci
Octavia Estábamos parados frente a un muro invisible en las Tierras Sagradas, un lugar que sentía conocido, pero al mismo tiempo tan extraño. La energía que emanaba del entorno era palpable, como un susurro en el viento que llevaba ecos de un pasado místico. Mientras miraba a Lucien, podía sentir la confusión y el esfuerzo en su intento por recordar. El lugar donde nos encontrábamos estaba impregnado de una energía enigmática y poderosa, lo que hacía que cada detalle pareciera cobrar vida propia. —Es extraño, —admitió Lucien, con una mirada perdida. —Mis recuerdos son borrosos, como si algo los estuviera bloqueando. Miré a nuestro alrededor, tratando de percibir algo más allá de lo visible. El lugar era hermoso, con una luz que jugaba entre las hojas de los árboles, creando un mosaico de luces y sombras. Sin embargo, había algo en el aire, una especie de melancolía, una sensación de que este lugar estaba lleno de historias antiguas y olvidadas. —No solo es hermoso, es... inquieta
OctaviaCuando finalmente el mundo se estabilizó y nuestros pies tocaron el suelo nuevamente, nos miramos el uno al otro, respirando con dificultad, los ojos muy abiertos por la incredulidad y el asombro. Estábamos vivos, y el muro que nos había bloqueado el camino había desaparecido, dejando ante nosotros un camino abierto hacia lo desconocido.El aire se volvió más pesado y cargado a medida que las nubes negras que se arremolinaban en el cielo sobre nosotros presagiaban una tormenta inminente. Un olor a tierra mojada llenaba mis pulmones, y una sensación de electricidad estática hacía que los pelos de mis brazos se erizaran. Al mirar hacia adelante, vi un humo negro, denso y lento, que se elevaba desde las profundidades del bosque, como los dedos de una mano oscura extendiéndose hacia el cielo.—Esto se pone cada vez mejor, —dije con un tono irónico, observando cómo el humo negro se mezclaba con las nubes grises. —Bueno, esto no era lo que esperaba —comenté, mi voz cargada de sarcas
Lucien La presión de la mano de la Diosa Luna sobre mí era casi insoportable, un peso que amenazaba con aplastar mi ser mismo. La sensación de la corriente eléctrica recorriendo mi cuerpo era tan intensa que cada músculo se tensaba, cada nervio vibraba. Era una mezcla de dolor y revelación, una claridad dolorosa que traía consigo recuerdos largamente olvidados. En mi mente, las imágenes se sucedían rápidamente, cada recuerdo más vívido que el anterior. Me vi a mí mismo en las Tierras Sagradas, no como un simple visitante, sino como un habitante, un comandante, un amante de la Diosa. Las imágenes eran claras y precisas, llenas de poder y seducción. Yo no era quien creía ser; yo era el comandante de las Fuerzas de la Diosa Luna, su confidente, su amante, su guerrero. La revelación fue un golpe brutal a mi identidad. Recordé el rostro del hombre que había creído mi amigo, su mirada de confianza y fraternidad, pero luego vi la verdad. No era mi amigo; era mi víctima. Lo había matado yo
Lucien Corrí hacia ella y clave mis colmillos en su cuello, el sabor dulce y embriagador de la sangre de Octavia fluía a través de mí, avivando cada célula de mi ser. La esencia de su vida, su vitalidad, me llenaba de una euforia oscura y poderosa. Mi humanidad, sin embargo, se retorcía en agonía bajo el peso de la culpa y el horror por lo que estaba haciendo. El gruñido que emanó de lo más profundo de mí al sentir a la Diosa Luna acariciando a Octavia era un reflejo de la posesividad salvaje que ahora me dominaba. Ella es mía, pensé con una certeza que iba más allá de la razón, marcando un territorio que ni siquiera sabía que existía dentro de mí. La Diosa, con su voz suave y seductora, se alejó ligeramente, reconociendo mi reacción. —Por supuesto, mi amor, ella te pertenece, —dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos fríos. A pesar de sus palabras, sentí una corriente de celos y resentimiento hacia ella. Mientras bebía la sangre de Octavia, cada sorbo era una mezcla de éx
Orión El aire a nuestro alrededor se cargó de electricidad, una sensación desconcertante que erizaba cada vello en mi cuerpo. Sentí cómo una oleada de energía invisible nos envolvía, una fuerza tan potente que parecía emanar del mismo corazón de la tierra. —¿Qué demonios fue eso? —exclamó Alfa Zane, su voz teñida de sorpresa y cautela. Los autos se detuvieron bruscamente, como si una mano invisible los hubiera agarrado y los hubiera frenado en seco. Intenté arrancar el motor nuevamente, pero estaba claro que algo más allá de nuestra comprensión estaba en juego. —Esto no es normal, —murmuró Alfa Einar, mirando a su alrededor, tratando de percibir la fuente de aquella energía abrumadora. Salí del auto y me detuve un momento para sentir la tierra vibrar bajo mis pies, pensando en nuestra próxima estrategia mientras observaba cómo la naturaleza misma parecía conspirar contra nosotros, con el viento llevando susurros de una amenaza oculta. El cielo se había oscurecido, como si presagi
Orión Las palabras resonaron en mi mente como un golpe devastador. El vínculo que compartía con Octavia, esa conexión profunda y eterna que nos unía, había desaparecido. Era como si una parte de mi alma hubiera sido arrancada, dejando un vacío oscuro y doloroso. —¡No! ¡No puede ser! —grité, negándome a aceptar la realidad. El dolor era insoportable, no solo físico sino también emocional. Sentía que cada latido de mi corazón se desgarraba, cada respiración un reflejo de mi pérdida. Lucas llegó a mi lado, su rostro reflejando el pánico y la confusión. —Orión, ¿qué sucede? ¡Habla conmigo! —Octavia... Darcy... Han desaparecido, —logré decir, mi voz quebrada por el dolor. —No puedo sentirlas, Lucas. Se han ido... Las palabras parecían resonar en el aire, un eco de la tragedia que nos envolvía. Mientras la batalla rugía a nuestro alrededor, dejando huellas de desgaste y desesperación en el barro y en las heridas de mis compañeros, el sentido de nuestra lucha parecía disiparse en la to