42.- Leila.

Despierto sola en una cama que reconozco al instante aunque se encuentre a oscuras la habitación ya que el aroma es inconfundible. Estoy en el apartamento de mi hermano, no quería volver, no quiero aceptar la realidad, el hombre que amo es un ser desalmado y sin conciencia, mucho menos tiene corazón. No le creo que me ama. No puede amar a nadie si puede matar a sangre fría como lo hizo en la estación de policía con esas dos mujeres.

¡Por el amor de Dios! Ni los mafiosos matan mujeres o niños.

Mi vista se nubla nuevamente por las lágrimas al recordarlo jalar del gatillo ¡dos veces! La prima de Alice era una chica inocente, no tengo idea que es lo que hacía con un arma y apuntándonos, pero sé que no era mala. Cierro los ojos de nuevo para que las lágrimas corran y poder lavar el dolor que me pesa en la cabeza y en el alma. Esos recuerdos me acompañarán por el resto de mi vida, no hay terapia que pueda sacarlos de mi ¡él las mató, es un ase

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