El lunes por la mañana, Agnes y Gwen de alguna forma acabaron por coincidir de nuevo en sus horas de entrada para trabajar, ambas llegaron en simultáneo frente al edificio, mientras que Gwen había llegado a pie desde la parada de autobús en donde había bajado, Agnes estaba saliendo del taxi justo en ese momento.En cuanto se vieron cruzaron un saludo y ambas se dirigieron hacia la entrada del edificio.—¿Taxi de nuevo? Creí que te traería con él otra vez —puntuó provocando que Agnes se incomodara.—No lo menciones, que durante todo el día no me dejaron de perseguir con sus miradas, me sentí tan sofocada que la larga reunión en la que tuve que estar presente después junto con él se sintió como un alivio, nadie me estaba mirando y nadie me hizo sentir extraña.Ella recordaba que el sábado fue un día que le gustaría olvidar, pero en contraste a ello, el domingo fue justo lo contrario, la extraña actitud de todos daba un vuelco y la habían comenzado a tratar distinto, evitando incluso
Martes por la tarde.—Parece que todo ha bajado —le comentó Isa mientras estaban cerca de su cubículo, Agnes suspiró pesado y guardó lo último en lo que estaba trabajando. Miró hacia los empleados, la atmósfera tensa parecía haber reducido la intensidad.—Es un alivio por lo menos —afirmó con mejor cara que la que había tenido todo el día—, hablé con algunos, les pedí que ya no me siguieran llamando señora Rodh ni nada por el estilo, solo Agnes y ya. Parece que funcionó.—Suena a que te hicieron caso —expresó al notar que las aguas parecían haberse calmado—, estabas bastante enojada antes de eso.—No me lo recuerdes… —masculló con vergüenza, unas horas antes se había quejado en privado estando con ellas—. Es demasiado molesto pensar en cómo me estaban tratando, porque mi apellido siempre será Callen, sin importar todo lo que pase sigue siendo el mismo y tampoco me gusta eso de señora.Ellas la miraban mientras se compadecían, en ese momento la habían visto bastante estresada y ha
Para llegar a hacer lo que esperaba como pensaba hacerlo, necesitaba que ella estuviera dispuesta a colaborar, esa mañana, Herman estaba observando desde su despacho por las persianas plegables de su oficina. Separó un poco las ranuras entre dos de ellas con los dedos para observar hacia donde estaba trabajando Agnes, estaba encimada en lo que hacía, concentrada como siempre que la veía sin que ella lo notara, podía vigilar a sus empleados de vez en cuando y estos nunca notaban que los veía. Volvió a su escritorio y se sentó a pensar por un momento, recordando la conversación con ella en la noche anterior. Convencer a Agnes no sería sencillo. Tendrían que aprender a tomarse cariño para estar de acuerdo, él estaba dispuesto a aprenderlo con tal de que las cosas salieran bien encaminadas. Sin embargo, entre más lo imponía, más rebelde se ponía ella. —Menuda esposa la que me he ido a buscar, es como un enjambre de hormigas encerrado en una pequeña caja de fósforos. —Intentó reír de l
Al darse cuenta de lo que pensó, meneó alarmada la cabeza para despejar de su mente el rumbo que estaban tomando sus pensamientos. «¿Qué demonios acabo de pensar?, debo estar perdiendo mi juicio» No olvidaba que aún estaba enojada con él, seguía molesta y si era capaz de seguirle hablando, era solo por cosas del trabajo y no tenía opción alguna, no podía desatender sus labores de secretaria por muy enfadada que estuviera con él. —Antes de que sigan con sus suposiciones les digo esto, no estoy molesta por que no haya una luna de miel, no me importa una luna de miel y menos me interesa que en un principio no haya habido una. ¿Estamos? Así que dejen de estar haciendo más incómodo mi día por el tema —sentenció con notorio mal humor, su desagrado la estaba haciendo enojar con esa conversación y con ellas. —Oh, bueno… Qué pena, porque si necesitaban estar a solas te iba a sugerir que podían tener unos minutos en privado en el elevador o en la sala del conserje donde guardan las escobas.
Habían dado las siete de la noche para el momento en que Agnes recibió una llamada, se había sentado a ver televisión, recostada de lado en su sofá después de haber cenado. Cuando se dio cuenta que la estaban llamando, tomó el teléfono para contestar.—Diga.—Agnes, ¿cómo te va? ¿Estás libre esta noche? —La voz femenina al otro lado de la llamada le hizo cambiar el ceño fruncido por una mirada más calmada.—Ah, hola Helen, ¿cómo has estado? —contestó mientras se levantaba por un vaso con agua en la cocina—. Algo así, estoy de vacaciones y no tengo compromisos para hoy, ¿por qué preguntas?Dejó el teléfono presionado entre su hombro y el oído mientras abría el grifo para llenar el vaso y luego se recostaba de la mesa junto a ella, apoyando la espalda para escuchar mientras daba un sorbo.—Asuntos matrimoniales —respondió, haciendo que Agnes escupiera de forma súbita el agua que tenía en la boca.—¿Qué has dicho? —tosió antes de recuperarse estando alarmada.—¿Qué fue eso?, ¿qué te pasó
—¿Quiere saber lo que opino? —habló arrastrando la voz con cierta altanería, su cara demostraba que estaba ebria, su actitud terca solo era alentada por eso—, usted es un pesado. —¿Un pesado? —Elevó una ceja con desconcierto, contrariado. —Sí, es un pesado. Quiere jalarme de aquí para allá y así me quiere mangonear como si yo le perteneciera. —Si no lo olvidas soy al que le debes respeto porque estamos casados, por eso tengo el derecho a “ser un pesado” si te encuentro borracha como justo ahora. —La presión en su voz hacía entender el esfuerzo que estaba haciendo por reprimir su enfado, el enojo que sentía hacía que tuviera un espasmo agitado en las cejas sobre el ojo derecho. —Vaya esposo, esposo de cartón querrá decir, he tenido más contacto íntimo con mi ropa interior que con usted. —Él abrió ampliamente sus ojos con desconcierto en silencio—. Si eso le duele puede agarrar su hombría y largarse. Herman alzó las cejas asombrado, ella lo estaba desafiando, pero era más que solo
No tenía ninguna razón para arrepentirse de lo que había dicho, si había algo de lo que habría de sentir vergüenza era de que lo hubiera hecho mientras estaba borracha, pero nada de lo que había recriminado era falso, ella no estaba obligada a ceder ante él, ni a ser la esposa devota y sumisa que lo obedecería como si fuera una posesión más. Afianzada de la idea de su enojo, se levantó de la cama para salir, pensaba irse a casa. Había amanecido y se quería ir de allí, pero antes de marcharse no quería hacerlo sin expresarle su queja a él. Estaba enfadada por haberla sacado de ahí a la fuerza y llevarla con él en contra de su voluntad. Tenía que aclarar eso con él, no se la podía llevar así a la fuerza, estaban casados, pero no estaban juntos. No le pertenecía a él. No era suya. —Si cree que me puede tratar como si fuera una muñeca de trapo se equivoca —murmuró con voz amarga. Al llegar a la puerta y girar el picaporte para abrirla, sintió un punzante ardor breve en sus ojos al ver
—No pensará… —Se acalambró y sus mejillas adquirieron el color de una doncella en cuanto pensó en lo que se refería, o al menos en lo que ella suponía se estaba refiriendo. Tenía las piernas temblando y se daba cuenta de que sus manos también estaban inquietas, estaba concentrada en las ideas que había pensado a raíz de eso, tanto que no se percató de el instante en que él se presentaba. El sonido de una carpeta que era dejada caer y se estampaba sobre la mesa justo delante de ella la fue lo que la alertó, causando un sobresalto. Ella se asustó, lo tenía en su espalda y no se había dado cuenta de que estaba ahí. Había interrumpido sus pensamientos, solo lo miró con agitación y él en cambio mostraba su mismo aire de recelo, con la misma mirada de reproche antes de inclinarse a abrir la carpeta, dejando ver el documento. —Ahora..., hablemos de lo de anoche —sentenció. Tomó el contrato y comenzó a pasar página tras página, buscando una en específico. Agnes estaba abrumada y no le dab