Dixon.Había llegado a la enorme mansión que cuando niño, creyó era su hogar. Se veía igual que siempre, meticulosa y organizada, con demasiado mármol y objetos dorados a modo de decoración. Los Derricks siempre habían mantenido sus gustos refinados, aunque a Dixon le parecía una reverenda mierda, su padre sí era un digno exponente de su apellido.Caminó por el solitario vestíbulo, ni siquiera la servidumbre del lugar se encontraba para recibirlo. Era lo mismo que recordaba, lo mismo por lo que no soportaba volver a su casa, por la soledad, ese vacío que le calaba los huesos entre lujosas paredes. Los sonoros pasos de unos tacones se acercaban a él. Dixon dirigió su mirada al pasillo, la silueta de una mujer de estatura media con vestido color crema a la altura rodillas, se hizo presente. —No pensaba que llegarías tan pronto —le regaló una cálida sonrisa—, dios, eres idéntico a tu padre —se acercó a él con intenciones de abrazarlo, pero Dixon retrocedió con recelo.—¿Y usted es...?
Dixon.—¡Dios, es increíble el parecido de ustedes dos! —agregó Maggi asombrada, haciendo que Dixon saliera del trance que ella había provocado—. Sin dudas sus genes son dominantes, señor Derricks —su padre sonrió con suficiencia, Dixon rodó los ojos.—No solo en el físico, Maggi —intervino la otra mujer—. También es muy hábil en los negocios, incluso lleva su propia editorial en Stanford.—De "Luxury Voices" se encarga mi hermano, Derek —espetó con cansancio—. Yo solo lo ayudo a financiarlo.—Igual el mérito es todo tuyo, hijo, por todo lo que te he enseñado. Está de más decir que Derek no hubiese logrado mucho sin ti. —Tu otro "hijo", es excelente en lo que hace, padre —el rostro de Daniel se carcomía de impotencia—. A pesar de que ni siquiera ha obtenido tus enseñanzas, mi "madre" se ha ocupado de instruirlo al respecto.Aquellas palabras solo aumentaron la tensión en la mesa. Daniel odiaba la simple mención de esa mujer que tanto le había costado, y respecto a Derek, mentiría si
Chantal.—¿No vas a abrirlo? —Chantal miró dudosa la caja de gran tamaño empapelada en verde brillante y con cintas rojas que Robert le ofrecía con prisas—. Vamos, cariño, no sabes el trabajo que me costó ponerlo allí —ella estiró sus brazos con vacilación, pero antes de tomarla la tapa de la misma salió disparada y una cabeza peluda de color dorado con orejas caídas se asomó dando ladridos de júbilo. Ella se echó hacia atrás en su cama sorprendida. Su padre intentó incorporar al cachorro, pero este se le escurrió cayendo encima de ella, corriendo entre las sábanas y dando lengüetazos cargados de la energía que destilaba.—Bien, la sorpresa quedó arruinada —aludió con decepción el hombre quitando los pelos de su traje—. Es un Golden Retriever, son una raza muy inteligente y cariñosa —explicó—. No pude esperar a mañana para dártelo, es muy ruidoso —le sonrió acariciándole los rizos a la ves que el cachorro se le prendía del suéter que ella usaba.Chantal observaba como su padre luchab
Chantal.Chantal tragó en seco, se encontraba aturdida, nunca creyó que Dixon podría atreverse a tanto. Había suprimido tanto su recuerdo en estos días que la simple pregunta de su padre hacía que un remolino de vivencias de todo tipo se alojara en su memoria e hiciera estragos en su pecho. Tragó seco mientras evocaba el momento en que "el idiota" le había obsequiado aquel sencillo presente, que sin dudas carecía de simplicidad alguna. Su sonrisa, sus labios, sus iris azules, su voz. Todo se le vino encima con más potencia de la que le había costado intentar olvidarlo.El corazón le hacía una estampida en el pecho a la vez que el hombre frente a ella mantenía un porte erguido esperando por respuestas.—Fue un chico, alguien que conocí. Pero ya terminó, no significó nada, no tenemos nada, ni siquiera sé por qué lo uso todavía —intentó quitárselo, pero su padre la detuvo notando el nerviosismo que la invadía.—No tienes porqué deshacerte de la pulsera —le buscó la mirada avergonzada—. T
Chantal.Sus palabras cargaban ánimos que a Chantal le costaba recibir, no podía olvidar como minutos antes su padre había utilizado la misma frase egoísta, recalcando que solo eran ellos dos. Sí, él sí estaba cambiando, estaba esforzándose por construir un lazo de dos, estaba enterrando a su madre en vida, y eso era algo que Chantal no tenía idea de como detener.—Sí, ella también es parte de esta disfuncional familia —alegó la rizada con un suspiro—. En menudo nido te has venido a integrar, Rob —tomó al cachorro y lo alzó en brazos, acariciando su nariz con la de ella.—¿Rob? —inquirió Anne con tono de burla.—Sí, ya lo he nombrado —sonrió a labios cerrados—¡Me parece un buen nombre! —sentenció Amber con entusiasmo— Si James lo viera le encantaría, él adora los perros igual que yo.Su hermana rodó los ojos —¡Por dios Anne! ¿Es que no puedes estar dos horas sin mencionarlo?—No, no puedo —se llevó las manos al pecho con un suspiro cargado de melancolía—. No soy como tú que no te pre
Chantal.Miradas cómplices. Sonrisas que bordeaban lo que se extiende más allá de un simple vínculo laboral. Toques suaves, escurridizos, e imperceptibles. Ambos regodeándose de un aura profesional, que ligeros roces entre dedos desmentían. Felicidad. Sí, eso destilaban ellos sobre aquel escenario mientras se turnaban para dar el discurso correspondiente.Robert no podía dejar de mirar a la señora Hamilton. Detallaba sus gestos, sus labios, el brillo en los azulados ojos. Lo que desprendía su padre hacia aquella mujer iba más allá de la admiración. Judith en cambio, no apartaba la vista del frente, las elocuentes palabras del discurso salían de su boca como cascada pulcra. Chantal, no prestaba atención a lo que decía, su mundo se había detenido. Todo a su alrededor se había borrado en el instante en que su padre tomó de la cintura a la rubia para acercarla al escenario. No podía dejar de analizarlos a ambos. En su mente buscaba una excusa, una tan banal como la que utilizaban ellos,
Chantal.Comenzaron a moverse con torpeza al principio, intentando compaginar sus cuerpos y lográndolo por momentos. Peter agachaba un poco su cabeza para no perder vista del rostro de su acompañante. Sí, estaba tan linda como la recordaba, como la había dejado. Sus rasgos faciales habían madurado mínimamente, seguía teniendo las gruesas cejas y los mismos abismos negros que eran capaz de tragarse a cualquiera sin su consentimiento. A él le había pasado, el singular encanto de ella no le pasó desapercibido. Donde para muchos solo se alzaba una simpleza común, para él, se dibujaba un mundo totalmente inexplorado, oculto tras una burbuja. Se había tomado el tiempo de conocerla bien, de analizarla, de mostrar interés en ella. Tanto, que el desespero logró arruinar todo lo que había logrado. No estaba seguro si el paso del tiempo jugaría a su favor en la relación entre ambos. Deseaba que ella lo viera diferente, aunque él se empeñaba en percibirla de la misma forma. Se tomó la libertad
Chantal.Chantal reparó en la mujer frente a ella. Evocó al rubio mirándola a los ojos, y todo estaba allí, en el mismo color que desprendían sus iris. El parecido era incalculable y el sentido de familiaridad le arañó los sentidos sin compasión alguna. “¡Estúpida!”—¿Derek Derricks es tu hijo? —cuestionó con un murmullo más para sí misma que para la mujer.—Cariño, no lo tomes a mal, Derek nos hizo el favor de incluirte —Robert se acercó a ella—, de vigilarte y mantenerme al tanto de tu situación. “Crédula”Negó sintiendo como lágrimas le corrían por las mejillas.—No podía dejarte sola en ese lugar, mi niña. Temía por tu salud mental...“Nunca le importaste”Entonces, Dixon vino a su mente, haciendo que el colapso fuera más hiriente.“A ninguno de los dos”.—Quisiste hacer de mi vida una falsa como la tuya —miró a los ojos a Robert sintiendo como nudo de espinas le desgarraba el alma—. ¡Felicidades, señor Robinson! —exclamó con sarcasmo—. Lo has logrado.Robert intentó acercarse a