Dixon...—¿Mamá? —sostenía su conejo de felpa azul y se restregaba los ojos con la otra mano—. ¿Dónde vas tan tarde con Derek? —observó a su hermano que se encontraba abrigado y dormido entre los brazos de su madre.—Dixon... —la voz de Judith salió entrecortada—, cariño, deberías estar en la cama —susurró lo último y miró en dirección a las escaleras detrás del pequeño.—Los gritos de papá no me dejaron dormir —abrazó su juguete—, me dan susto —detalló a su madre otra vez, su correcta vestimenta, los ojos hinchados y la nariz roja—. ¿Discutieron otra vez?Judith negó, e intentó dibujar una sonrisa nerviosa. En la cara de ella estaba prendida la tristeza, parecía que algún mal le estuviera mordiendo el alma. Le costaba articular palabra así como sostenerle la azul mirada.—No, amor, papá y yo estábamos hablando un poco alto y...—¿Dónde van, mamá? —interrumpió Dixon, fijándose en las maletas cerca de la puerta. No hubo respuesta, se fue acercando a ellos, estaba preocupado—. ¿Puedo ir
Dixon.—No pienso apoyar nada de lo que pretendes hacer con Chantal —declaró con un nudo en su garganta—. Sería tirar por la borda todo por lo que he luchado estos años.Dixon sonrió de lado, por su mente pasaron todas esas ocasiones en las que deseaba que ella estuviera junto a él. Dándole su amor, comprensión y hasta regaños. Ese calor de madre que es tan necesario para el corazón de cualquier niño.—Nunca esperé menos de ti, Judith. Solo te voy a pedir que no te metas.—Y yo te voy a pedir que recuerdes que todo lo que vas a hacer es en vano —recalcó ella—Eso no lo sabes.—Cuando Chantal tuvo la primera recaída, la llevaron a un especialista. El doctor dejó claro que uno de sus miedos era el ser traicionada —él la miró serio—. Lo otro era que no quería creer en nada de lo que tuviera que ver con el amor. Se sentía incapaz de amar a alguien.—Ella me quiere, Judith —expresó con un nudo en la garganta—Si lo hizo, te aseguro que ahora mismo se lo debe estar replanteando.Dixon miró
Chantal.El ardor en sus ojos no cedía, a pesar de estar bajo los efectos del fármaco que había tomado la noche anterior, esa droga no lograba calmar el sentir de su corazón pulverizado. En otras ocasiones de dolor se había hecho a sí misma olvidar a toda costa lo sucedido, pero en esta no. Quería ser plenamente consciente de cada engaño, de cada artimaña, de cada sucia jugada que aquellos seres inescrupulosos habían acometido contra ella. No se daría el lujo de olvidar quienes habían jugado con su pesar.Se removió en el mullido lecho cuando llamaron con dos golpes a la puerta.—Adelante —dijo después de incorporarse y tratar de arreglar su cabello.Peter entró a paso sigiloso, en su semblante se escurría la lástima. Traía una ropa en sus manos.—¿Te sientes mejor? —se sentó junto a ella en la cama.—Mentiría si digo que sí —miró a sus manos y luego al chico, avergonzada—. No sabes cuanto te agradezco que me trajeras a aquí. Me salvaste.Peter le sonrió, detalló su rostro y le tomó l
Chantal.Las calles pasaban por el reflejo de los cristales. Su respiración se aceleraba a medida que se acercaba. En esos momentos tenía muchos miedos, pero ninguno le retorcía las emociones como al que se iba a enfrentar. El edificio era gigantesco. Estaba pintado de blanco y por su estructura se podía decir que tenía más de setenta años. Los jardines eran espaciosos, estaban bien cuidados así como el césped. La decoración festiva no pasaba desapercibida. Según avanzaba se iba haciendo más alegre, más vívida; en la ignorancia de lo que era un centro de desintoxicación donde los internos ya habían perdido su vida o por quien vivirla.Entró por las enormes puertas de madera oscura, frente, había un buró que parecía ser la recepción. Una señora con vestimenta de enfermera organizaba unos papeles.—Buenos días —dijo llamando la atención de la mujer—. Me gustaría...—No es día de visitas —le interrumpió la mujer con voz osca.—Lo sé, pero necesito ver a mi madre —movió sus dedos sobre e
Chantal.La vida junto a Clarisse había sido un torbellino de desavenencias donde el rencor y la vergüenza ocultaban la necesidad de amor. Refugiarse en la negación ante sentimientos no hizo otra cosa que maltratar las alforjas de su corazón. La pesadez en el pecho le abarcaba como nunca antes, tal vez era demasiado lo que la estaba quemando, tal vez no podía aguantar con tanto al mismo tiempo.—Sé que es tarde —dijo su madre con la voz entrecortada—, sé que pedir perdón no te devolverá todo lo que tu padre y yo te quitamos, pero no se me ocurre otra forma de comenzar a reparar el daño —sus lágrimas rodaban por las mejillas enrojecidas—. Lo siento tanto... tanto... tanto, hija.Chantal no pudo aguantar más y la abrazó, no porque la disculpa llegara a ella tan rápido, sino porque sintió que era lo que su madre necesitaba en esos momentos, porque era lo que tanto necesitó ella cada vez que recaía ante el llanto y la tristeza, porque ese gesto valía más que mil palabras. La acunó entre s
Un alivio repentino se instaló en el corazón de Chantal, dentro de todo el torbellino de desgracias que la aquejaban, la determinación de su madre la hacían retomar sus fuerzas. Sentía las lágrimas de Clarisse como la tinta que firmaba sus promesas, y el agua que limpiaba toda la impureza que sentía dentro. —Ya lo hago, madre —la abrazó—, ya estoy orgullosa de ti. Te perdono.—Gracias, Chanty, verás que todo saldrá bien, cariño.Ella asintió poco convencida entre sus brazos, sabía que se les abriría una nueva etapa con nuevos caminos por tomar, pero lo harían juntas y eso le llenaba de cierta paz. Estar bien con su madre era algo que siempre había anhelado, ahora lo tenía y le daba fuerzas para enfrentarse a la otra muralla engorrosa que se le había derrumbado encima. Por más que intentaba apartar a Dixon de su mente no podía, quizás lo sentía demasiado reciente clavado en su piel, en su mente, en sus labios. No sabía cómo lo haría, pero debía apartarlo de ella a como diera lugar.Pa
Dixon.La silueta del hombre de esmoquin negro con corbata roja se vislumbraba en la oscuridad de la noche, acercándose a ellos a paso apresurado. Dixon se puso de pie junto a su hermano. Su cuerpo se tensó en milésimas de segundos. Reparó en Robert que pasó por su lado destilando el veneno dirigido a él. Entró a la casa sin mirarlos, pero la culpa permanecía allí, tan tersa como las verdades que les estaban amargando la existencia. Su hermano se sentía avergonzado, Derek veía a ese señor como la figura paterna que nunca tuvo, y todo lo sucedido le hacía sentir que lo había defraudado.La situación le revolvía el hígado, tener que aguantar la presencia de ese hombre como si no hubiera pasado nada, era reprimir las ganas de golpearlo otra vez; era la única forma que sentía en la que podía sacar todo lo que le arañaba dentro.—Debemos entrar —dijo Derek poniendo la mano en su hombro—. Espero te comportes.—No tengo nada que decir —evitó la mirada del rubio.—Lo sé, eres capaz de irte a
Dixon.Dixon respiró con alivio, por un momento se sintió completamente solo. Tal vez Derek ni lo sospechaba, pero él era su único pilar, cada vez que la palabra familia se cruzaba por su mente solo veía al rubio. Su niñez fue gris y solitaria, pero saber que en otra ciudad estaba su hermano lo mantuvo con fuerzas para continuar. A pesar de que esta lucha era de él, sin su apoyo no sería igual.—Tienes razón —fue lo único que le dijo antes de dedicarle una leve sonrisa.—¿Qué planes tienes? —soltó—. Hoy tendremos la típica cena navideña, se suponía que Chantal estaría con nosotros, pero no creo que asista.—Sabes que vine con la condición de tomar el último vuelo a Francia esta tarde —hizo una mueca—, además, no creo que sea prudente que comparta el mismo espacio que ese hombre.—Entonces, ¿te irás sin intentar verla?—No he dicho eso. Aunque no sé qué decirle, apuesto que no quiere saber de nosotros —se lamentó—. Para ser sinceros, no me quiero marchar sin tener la certeza de que est