Chantal.Sus palabras cargaban ánimos que a Chantal le costaba recibir, no podía olvidar como minutos antes su padre había utilizado la misma frase egoísta, recalcando que solo eran ellos dos. Sí, él sí estaba cambiando, estaba esforzándose por construir un lazo de dos, estaba enterrando a su madre en vida, y eso era algo que Chantal no tenía idea de como detener.—Sí, ella también es parte de esta disfuncional familia —alegó la rizada con un suspiro—. En menudo nido te has venido a integrar, Rob —tomó al cachorro y lo alzó en brazos, acariciando su nariz con la de ella.—¿Rob? —inquirió Anne con tono de burla.—Sí, ya lo he nombrado —sonrió a labios cerrados—¡Me parece un buen nombre! —sentenció Amber con entusiasmo— Si James lo viera le encantaría, él adora los perros igual que yo.Su hermana rodó los ojos —¡Por dios Anne! ¿Es que no puedes estar dos horas sin mencionarlo?—No, no puedo —se llevó las manos al pecho con un suspiro cargado de melancolía—. No soy como tú que no te pre
Chantal.Miradas cómplices. Sonrisas que bordeaban lo que se extiende más allá de un simple vínculo laboral. Toques suaves, escurridizos, e imperceptibles. Ambos regodeándose de un aura profesional, que ligeros roces entre dedos desmentían. Felicidad. Sí, eso destilaban ellos sobre aquel escenario mientras se turnaban para dar el discurso correspondiente.Robert no podía dejar de mirar a la señora Hamilton. Detallaba sus gestos, sus labios, el brillo en los azulados ojos. Lo que desprendía su padre hacia aquella mujer iba más allá de la admiración. Judith en cambio, no apartaba la vista del frente, las elocuentes palabras del discurso salían de su boca como cascada pulcra. Chantal, no prestaba atención a lo que decía, su mundo se había detenido. Todo a su alrededor se había borrado en el instante en que su padre tomó de la cintura a la rubia para acercarla al escenario. No podía dejar de analizarlos a ambos. En su mente buscaba una excusa, una tan banal como la que utilizaban ellos,
Chantal.Comenzaron a moverse con torpeza al principio, intentando compaginar sus cuerpos y lográndolo por momentos. Peter agachaba un poco su cabeza para no perder vista del rostro de su acompañante. Sí, estaba tan linda como la recordaba, como la había dejado. Sus rasgos faciales habían madurado mínimamente, seguía teniendo las gruesas cejas y los mismos abismos negros que eran capaz de tragarse a cualquiera sin su consentimiento. A él le había pasado, el singular encanto de ella no le pasó desapercibido. Donde para muchos solo se alzaba una simpleza común, para él, se dibujaba un mundo totalmente inexplorado, oculto tras una burbuja. Se había tomado el tiempo de conocerla bien, de analizarla, de mostrar interés en ella. Tanto, que el desespero logró arruinar todo lo que había logrado. No estaba seguro si el paso del tiempo jugaría a su favor en la relación entre ambos. Deseaba que ella lo viera diferente, aunque él se empeñaba en percibirla de la misma forma. Se tomó la libertad
Chantal.Chantal reparó en la mujer frente a ella. Evocó al rubio mirándola a los ojos, y todo estaba allí, en el mismo color que desprendían sus iris. El parecido era incalculable y el sentido de familiaridad le arañó los sentidos sin compasión alguna. “¡Estúpida!”—¿Derek Derricks es tu hijo? —cuestionó con un murmullo más para sí misma que para la mujer.—Cariño, no lo tomes a mal, Derek nos hizo el favor de incluirte —Robert se acercó a ella—, de vigilarte y mantenerme al tanto de tu situación. “Crédula”Negó sintiendo como lágrimas le corrían por las mejillas.—No podía dejarte sola en ese lugar, mi niña. Temía por tu salud mental...“Nunca le importaste”Entonces, Dixon vino a su mente, haciendo que el colapso fuera más hiriente.“A ninguno de los dos”.—Quisiste hacer de mi vida una falsa como la tuya —miró a los ojos a Robert sintiendo como nudo de espinas le desgarraba el alma—. ¡Felicidades, señor Robinson! —exclamó con sarcasmo—. Lo has logrado.Robert intentó acercarse a
Dixon...—¿Mamá? —sostenía su conejo de felpa azul y se restregaba los ojos con la otra mano—. ¿Dónde vas tan tarde con Derek? —observó a su hermano que se encontraba abrigado y dormido entre los brazos de su madre.—Dixon... —la voz de Judith salió entrecortada—, cariño, deberías estar en la cama —susurró lo último y miró en dirección a las escaleras detrás del pequeño.—Los gritos de papá no me dejaron dormir —abrazó su juguete—, me dan susto —detalló a su madre otra vez, su correcta vestimenta, los ojos hinchados y la nariz roja—. ¿Discutieron otra vez?Judith negó, e intentó dibujar una sonrisa nerviosa. En la cara de ella estaba prendida la tristeza, parecía que algún mal le estuviera mordiendo el alma. Le costaba articular palabra así como sostenerle la azul mirada.—No, amor, papá y yo estábamos hablando un poco alto y...—¿Dónde van, mamá? —interrumpió Dixon, fijándose en las maletas cerca de la puerta. No hubo respuesta, se fue acercando a ellos, estaba preocupado—. ¿Puedo ir
Dixon.—No pienso apoyar nada de lo que pretendes hacer con Chantal —declaró con un nudo en su garganta—. Sería tirar por la borda todo por lo que he luchado estos años.Dixon sonrió de lado, por su mente pasaron todas esas ocasiones en las que deseaba que ella estuviera junto a él. Dándole su amor, comprensión y hasta regaños. Ese calor de madre que es tan necesario para el corazón de cualquier niño.—Nunca esperé menos de ti, Judith. Solo te voy a pedir que no te metas.—Y yo te voy a pedir que recuerdes que todo lo que vas a hacer es en vano —recalcó ella—Eso no lo sabes.—Cuando Chantal tuvo la primera recaída, la llevaron a un especialista. El doctor dejó claro que uno de sus miedos era el ser traicionada —él la miró serio—. Lo otro era que no quería creer en nada de lo que tuviera que ver con el amor. Se sentía incapaz de amar a alguien.—Ella me quiere, Judith —expresó con un nudo en la garganta—Si lo hizo, te aseguro que ahora mismo se lo debe estar replanteando.Dixon miró
Chantal.El ardor en sus ojos no cedía, a pesar de estar bajo los efectos del fármaco que había tomado la noche anterior, esa droga no lograba calmar el sentir de su corazón pulverizado. En otras ocasiones de dolor se había hecho a sí misma olvidar a toda costa lo sucedido, pero en esta no. Quería ser plenamente consciente de cada engaño, de cada artimaña, de cada sucia jugada que aquellos seres inescrupulosos habían acometido contra ella. No se daría el lujo de olvidar quienes habían jugado con su pesar.Se removió en el mullido lecho cuando llamaron con dos golpes a la puerta.—Adelante —dijo después de incorporarse y tratar de arreglar su cabello.Peter entró a paso sigiloso, en su semblante se escurría la lástima. Traía una ropa en sus manos.—¿Te sientes mejor? —se sentó junto a ella en la cama.—Mentiría si digo que sí —miró a sus manos y luego al chico, avergonzada—. No sabes cuanto te agradezco que me trajeras a aquí. Me salvaste.Peter le sonrió, detalló su rostro y le tomó l
Chantal.Las calles pasaban por el reflejo de los cristales. Su respiración se aceleraba a medida que se acercaba. En esos momentos tenía muchos miedos, pero ninguno le retorcía las emociones como al que se iba a enfrentar. El edificio era gigantesco. Estaba pintado de blanco y por su estructura se podía decir que tenía más de setenta años. Los jardines eran espaciosos, estaban bien cuidados así como el césped. La decoración festiva no pasaba desapercibida. Según avanzaba se iba haciendo más alegre, más vívida; en la ignorancia de lo que era un centro de desintoxicación donde los internos ya habían perdido su vida o por quien vivirla.Entró por las enormes puertas de madera oscura, frente, había un buró que parecía ser la recepción. Una señora con vestimenta de enfermera organizaba unos papeles.—Buenos días —dijo llamando la atención de la mujer—. Me gustaría...—No es día de visitas —le interrumpió la mujer con voz osca.—Lo sé, pero necesito ver a mi madre —movió sus dedos sobre e